Capítulo 2
Un comienzo silencioso
Índice del caso (primer espécimen descubierto)
Hombre, 31 años. Empleado de una empresa biotecnológica. Ingeniero.
Hallado muerto. Dirección confirmada…
El hombre se sentó en un banco del Parque Forestal, y suspiró. Se preguntaba cuántas veces había suspirado ya esa mañana. Suspiró y miró el cogollo de lechuga que tenía en la mano. Eso sólo hizo que volviera a suspirar. La lechuga tenía unas hojas verdes y frescas- en cuanto a la calidad, era de primera clase. Arrancó una hoja y se la llevó a la boca. Tenía un gusto delicado y la textura era excelente. De primera clase, sin ninguna duda. Entonces, ¿por qué no se vendía?
La lechuga era el fruto del trabajo de ese hombre. Había estado mucho tiempo trabajando en el desarrollo de la biotecnología para producir productos frescos, concretamente verduras. Creía que estos bio-vegetales, seguros y de buen precio, eran la solución a la crisis alimenticia y se convertiría pronto en el pilar principal de la distribución de la comida. Estaba seguro de que lo haría. Pero las ventas no iban tan bien como él esperaba, y estaba perdiendo la esperanza. Parecía que los clientes preferían las verduras que se traían en camiones desde el Bloque Sur antes que estos bio-vegetales. Se preferían especialmente los vegetales con hojas, como la lechuga o el repollo. Si la cosa seguía así, le había dicho su jefe, tendrían que detener la producción.
Le picaba el cuello. Llevaba picándole un buen rato ya. El hombre era propenso a que le salieran erupciones cuando estaba cansado. Esa noche probablemente tendría una erupción roja que se le extendería por todo el cuerpo. Demasiadas cosas desagradables en un día. Volvió a suspirar. Sentía la lechuga pesada en la mano.
Del bolsillo de su pecho se empezó a escuchar un ruido. La pantalla del teléfono móvil de su tarjeta de identificación se encendió y apareció la cara de una mujer joven.
“Saludos del Sistema Municipal de Información. Este mensaje es para informarle de los resultados del Examen Infantil en el que se había registrado. Para confirmar su cuenta, introduzca su número de ciudadano por favor…” Antes incluso de que la mujer hubiese terminado de hablar, el hombre ya había empezado a teclear. Hoy era el día en el que se examinaba su hija de dos años. Era una niña brillante y adorable. Nunca se había atrevido a decirlo en voz alta, pero tenía la esperanza de que quedara en el Top de Calificaciones.
“Muchas gracias. Hemos confirmado su huella dactilar y su número de identificación. Su información es la siguiente…” Apareció el nombre de su hija, seguido por unos números detallados. Peso, altura, medidas, condición de salud, condición de nutrición, fase de desarrollo, calificación en actividades varias… todas las clasificaciones iban desde el rango A al C. No estaba de las últimas, pero tampoco de las primeras. Eso era todo. El hombre miró la pantalla durante unos instantes, y volvió a meterse la tarjeta en el bolsillo. Pensó en la sonrisa de su hija.
Bueno.
El hombre se dijo a sí mismo, y sonrió mientras miraba la lechuga que tenía en la mano. Genio o no, su hija seguía siendo su hija. La quería y la adoraba. Y eso era suficiente.
De repente, tuvo una idea. ¿Era posible que hubiese estado demasiado obsesionado con la perfección? Era la verdad- pero nadie podía quejarse de la lechuga. Pero quizás su ruina era su perfección. Si lo que había puesto en filas eran lechugas totalmente idénticas era posible que los clientes no se sintieran inclinados a comprarlas. ¿Era la perfección lo que asustaba a los clientes?
Un robot de limpieza se estaba acercando. Del cuerpo metálico salían una cabeza redonda y unos brazos para recoger la basura y tirarla en el cubo que había en el centro de su cuerpo. Sí. Esa lechuga era igual que ese robot. Limpia y ordenada, pero muy artificial. Las verduras que querían los clientes eran algo más único, más natural… La lechuga se le cayó de las manos. El hombre se inclinó rápidamente para recogerla y frunció el ceño.
¿Huh?
Se le agarrotaron los dedos. Se le nubló la visión. Le costaba respirar. El robot recogió la lechuga y esperó. Habló con la voz de un chico joven.
“¿Me deshago de la basura?”
El hombre abrió la boca para contestar, pero empezó a toser sin parar. Algo blanco cayó de su boca mientras tosía. Dientes. Se le estaban cayendo los dientes.
“¿Está seguro? Me desharé de ella ahora.” El robot tiró la lechuga dentro del cubo y se alejó.
--Espera, ayúdame…
El hombre extendió el brazo y gritó horrorizado. Tenía todo el brazo lleno de manchas. Le pesaba el cuerpo. El hombre se quedó helado y se cayó redondo entre el banco y los arbustos.
“Sion, échale un vistazo a esto.”
Eran más de las seis cuando el compañero de Sion, Yamase, lo llamó. Eran los únicos que estaban en la Oficina de Administración del Parque. Se encargaban de hacer funcionar y del mantenimiento de los robots y de patrullar por el parque. Esos robots no eran más que prototipos y hasta los que se encargaban de la limpieza, que eran los más simples, eran muy propensos a romperse. Hacerlos funcionar también era muy difícil porque no siempre reconocían lo que era basura. Después de haber memorizado un objeto como basura, supuestamente deberían reconocerlo cuando lo volviesen a ver. Pero los robots no hacían más que mandar señales de ‘objeto indefinido’ cada dos por tres. De hecho, habían mandado uno hacia media hora. La imagen que había mandado era la de una lechuga, así que Sion dudó que hacer. Se había encontrado cosas anteriormente que había dudado en calificar como basura, como un pájaro recién nacido que se había caído del nido o un sombrero decorado con unas plumas extravagantes. Pero esa era la primera vez que veía una lechuga en el parque.
“¿Qué pasa?” Se quedó detrás de Yamase, que estaba sentado en el panel de operaciones.
“Hmm… Sampo está haciendo cosas raras.”
A Yamase le gustaba ponerle nombres a los robots. Sampo era el robot nº 3. Hoy, estaba trabajando en una de las zonas más escondidas del parque. Sampo había sido el que había encontrado la lechuga. En la pantalla que tenían delante se reflejaba el aviso rojo de error por objeto indefinido.
“¿Qué sale en la imagen?”
“Sobre eso quería hablarte. No se ve muy bien, pero… es extraño.”
“¿Extraño?”
Yamase tenía veinte años – cuatro más que Sion – y era muy tranquilo, raras veces se alteraba por algo. Lo tranquilo que era su compañero era una de las dos razones por las que le gustaba trabajar allí. La otra era que los robots lo hacían casi todo, no tenía que hablar con la gente.
“Échale un ojo,” dijo Yamase cambiando la pantalla a la cámara.
“¿Puedes enfocarlo un poco más?”
“Claro,” respondió Yamase, moviendo las manos con rapidez sobre el panel. La imagen se hizo más clara.
“¿Qué…?” Sion se acercó y contuvo la respiración. ¿Pies? De detrás del banco salían unas piernas. Podía ver también un par de zapatos marrones.
“¿Crees qué está durmiendo…? Preguntó Yamase con la voz temblorosa.
“¿Alguna señal de vida?”
“¿Huh?”
“¿Puedes subir los niveles de los sensores de Sampo al máximo?” Sampo tenía varios sensores que podían detectar calor, sonido y textura. A Yamase le tembló más la voz.
“Oxígeno, emisión de calor… cero. No hay señal de vida.”
“Iré a comprobarlo,” dijo Sion abruptamente.
“Yo también voy.”
Se subieron a las bicis y pedalearon lo más rápido que pudieron. Las bicicletas se habían hecho muy populares los últimos años y, según las estadísticas, cada ciudadano tenía una media de 1,3 bicicletas. Las zapatillas para correr también se vendían bien. Parecía que la gente prefería pedalear o usar las piernas o cualquier otra parte del cuerpo a coger medios de transporte cómodos en los que no tenían que hacer nada. Popular o no, para un estudiante como Sion, un método de transporte fácil de usar y que no gastaba gasolina era una necesidad más que otra cosa.
Hasta las bicis del parque tenían limitadores de velocidad. Sion iba pedaleando a toda pastilla por un camino por el que normalmente iría a ritmo de paseo. La mayoría de los vehículos iban equipados con sistemas que lo frenaban cuando se pasaba del límite de velocidad. Las bicicletas no eran la excepción y la mayoría de ellas lo llevaba instalado en el freno. Pero el modelo de Sion era antiguo, así que no llevaba el limitador de velocidad. Tendría que pagar una buena multa si el Departamento de Transportes se enteraba, pero eso en ese momento se alegraba de poder ir todo lo rápido que podía.
Llegó a una pequeña área escondida por los árboles. Sampo estaba quieto debajo de un manto de hojas que se movían. Con la cabeza inclinada a la altura de la unión del cuello parecía que estuviese pensando o desconcertado.
“Sampo,” como respuesta a la voz de Shion, los LED de sus ojos se encendieron de color verde. Sion echó un vistazo detrás del banco y se quedó helado.
“Sion, ¿qué ha pasado?” Yamase llegó un poco después y lo que iba a decir se le ahogó en la garganta.
El hombre estaba tumbado detrás del banco, como si se estuviese escondiendo. Tenía los ojos y la boca abiertos. Su expresión era más de sorpresa que de miedo o dolor. Parecía como si hubiese visto algo impactante justo antes de morir. Tenía el pelo blanco y en los pómulos tenía manchas de las que salían por la edad. También tenía las arrugas muy marcadas. Era bastante mayor.
--Aunque esa camiseta es muy moderna para alguien de su edad.
Pensó Sion para sí mismo al ver la camiseta rosa que llevaba el hombre.
“Yamase-san, ¿puedes llamar al Departamento de Seguridad?”
“¿Eh? Oh… sí, claro. Dame un momento… ¿Hola? Um, llamo desde la Oficina de Administración del Parque…” Mientras escuchaba a medias lo que decía Yamase para explicar la situación, Sion alargó el brazo y tocó al hombre. El cuerpo estaba totalmente rígido.
“Es imposible,” murmuró Sion incrédulo casi de inmediato.
--Era demasiado pronto.
El rigor mortis empezaba a manifestarse por lo menos una hora después de la muerte- dos o tres horas en la mayoría de los casos. Empezaba en la mandíbula y se iba extendiendo poco a poco hacia las piernas. Basándose en eso, el hombre debería llevar muerto varias horas. Pero el cuerpo no había estado ahí hacía treinta minutos. Si lo hubiese estado, Sampo se hubiera dado cuenta. Sabía que había habido alguien sentado en el banco. Después de haber confirmado la lechuga, los sensores de Sampo habían detectado a una persona. Pero claro, no tenía pruebas de que era la misma persona. No, más bien era algo imposible. Un cuerpo en media hora no se podía poner así de rígido. Entonces- ¿había alguien muerto y la persona que estaba en el banco no se había dado cuenta?
--Imposible.
Sion soltó el brazo del hombre, que estaba más rígido y frío que el brazo mecánico de Sampo. Era imposible. Aunque nadie se hubiese dado cuenta del hombre muerto, Sampo lo habría recogido. De hecho, Sampo se había dado cuenta de su presencia y había mandado un aviso de error de un ‘objeto indefinido’ hacía unos minutos. Eso quería decir que hacía treinta minutos allí no había ningún cadáver.
A Sion le pareció ver como se movía el cuerpo. Se lo había imaginado, seguro. Pero- Sion dio un pequeño grito de horror. La mandíbula del hombre, rígida hasta hacía pocos segundos, se estaba aflojando. Pensó que hasta podía oler el olor del cuerpo descomponiéndose. El hombre estaba boca abajo y Sion podía ver una mancha negra que estaba empezando a extenderse. Eso no estaba ahí antes. Estaba seguro de que no había visto nada. Sion se acercó.
“Ya vienen,” dijo Yamase, suspirando de alivio. Un coche del Departamento de Seguridad se estaba acercando sin hacer ruido.
“¿Me estás diciendo que viste cómo el hombre estaba totalmente rígido y cómo se descomponía en cuestión de unos diez minutos? Eso es imposible,” concluyó Safu, después de pegarle un mordisco a su donut de chocolate. El local de comida rápida en el que estaban, cerca de la parte vieja de la ciudad, estaba rebosante de actividad.
“Y si dices que podías notar el olor a podrido, eso quiere decir que la bacteria de la descomposición ya había empezado a actuar, ¿no? Eso no puede ser. Incluso en pleno verano tardaría al menos unas treinta horas - ¿no? – para que el rigor mortis se disipara del todo.”
“Bajo una circunstancias determinadas, tardaría 36 horas en verano, de 3 a 7 días en invierno y 60 horas en el tiempo que tenemos ahora. Eso es lo que dicen los libros,” dijo Sion apartando la vista de Safu y bebiendo un poco de té. Se sentía melancólico. Y cansado.
“¿Tuviste problemas con el Departamento de Seguridad?” preguntó Safu, mirándole a la cara. El cabello corto le enmarcaba la cara y los grandes ojos, lo que le daba un encanto andrógino y misterioso. Safu también estaba de las primeras en la clasificación de los exámenes que les hacían a los niños de dos años. Había estudiado con ella en el mismo colegio hasta los diez años. Y en aquellos momentos, a los dieciséis años, era con la única que tenía una relación cercana. Se estaba especializando en psicología e iba a irse a estudiar de intercambio a otra ciudad en poco tiempo.
“No es una muerte muy natural que digamos, así que sospecharían. Seguro que te hicieron muchas preguntas por eso, ¿verdad?”
Cuando Sion había conocido a Safu en clase, era una chica pequeña y silenciosa. Seguramente en el laboratorio seguiría comportándose igual. Pero cuando estaba a solas con Sion, Safu sonreía a menudo, comía bien y dejaba de lado el tono formal. Sion se terminó el té y negó lentamente con la cabeza.
“Nah, no fue tan malo como pensaba.” A decir verdad, el interrogatorio por parte del Departamento de Seguridad había sido sorprendentemente corto. Todo lo que hicieron fue recoger la información que Sampo había guardado del cuerpo y pedir una explicación de la situación a cada uno. El oficial le habló con dureza a Sion cuando descubrió que vivía en la parte vieja de la ciudad, en el Bloque Oeste, pero Sion estaba acostumbrado a ese tipo de tratamiento, así que no dijo nada.
“¿Entonces por qué le das tantas vueltas? Ahora mismo, eres la imagen perfecta de un hombre joven con problemas.”
“Es que… no me cuadra.”
“¿El rigor morits y lo que tardó en disiparse?”
“Sí. Tú misma lo has dicho. Es imposible. Tienes razón. No había nada que pudiese acelerar tanto el rigor mortis y su disipación.”
“Te refieres a condiciones climáticas como la temperatura o la humedad o cualquier otra influencia externa, ¿verdad? No puedes saber si ha habido alguna causa interna para acelerar el proceso si no le haces la autopsia.”
“Una causa interna… ¿Cómo cuál?”
“Por ejemplo, si la persona hubiese estado muy débil, no se habría puesto tan rígida y no habría durado mucho. En la gente envenenada con fósforo o en niños, dicen que prácticamente no existe…”
“Te puedo asegurar que no era un niño.”
Safu resopló y miró mal a Sion.
“Sólo era un ejemplo. Sigues igual de sarcástico que siempre, ¿eh? Eso no ha cambiado para nada. Pero supongo que no podemos hacer mucho más sin tener más información.”
“Ya…” asintió Sion vagamente, mordiéndose el labio inferior inconscientemente. Información, libros, manuales… a veces no servían para nada. Como se desmoronaba con facilidad algo de lo que siempre habías estado seguro. Lo había experimentado hacía cuatro años.
“Sion.” Safu puso los codos en la mesa y entrelazó las manos. Apoyó la cabeza en ellas y miró a Sion.
“Quiero preguntarte algo.”
“¿Qué?”
“¿Por qué no entraste en el Curso Avanzado hace cuatro años?” Con esa pregunta, era como si pudiese ver a través de él. Sion partió un pedazo de la tarta de manzana con las manos. El relleno se esparció por el plato.
“¿Por qué me preguntas eso ahora?”
“Porque quiero saberlo. Desde un punto de vista objetivo, eras un estudiante brillante. Absorbías bien la información y sabías como aplicarla. Todos los profesores tenían unas expectativas muy altas contigo.”
“Estás exagerando.”
“Es verdad. Los números lo demuestran. ¿Quieres que te enseñe los resultados de tu Examen de Habilidades de hace cuatro años?”
“Safu.” Notaba un sabor amargo en la boca. Parecía que brotaba desde el núcleo de su cuerpo.
“¿De qué sirve preguntarme eso ahora? Hace cuatros años, decidieron que no era apto para el Curso Avanzado y perdí todos los privilegios. No elegí no entrar, no pude. Ahora trabajo para la Administración del Parque para pagarme las clases y estoy haciendo algunos cursos en el Departamento de Trabajo. Pero no tengo buena asistencia, así que no se si podré graduarme. Esa es la realidad. Esa es la verdad de la que estás hablando, Safu.”
“¿Y por qué perdiste tus privilegios?”
“No quiero hablar de ello.”
“Pero a mi me encantaría que me lo contaras.”
Sion lamió los restos de pastel que tenía en los dedos y cerró la boca. No quería hablar de ello. O, más bien, era que no se le ocurría ninguna explicación para que Safu le entendiera.
La razón era simple. Había acogido a un VC en su casa y le había dejado escapar. El Departamento de Seguridad lo había descubierto. Habían pensado que era sospechoso que su madre hubiese apagado la alarma del jardín y que él tuviese el sistema de detección de intrusos de su habitación apagado también. Los sistemas de las casas estaban conectados al ordenador de la Central del Departamento, y se podía hacer un seguimiento fácilmente.
Aún no había pasado una hora desde que Nezumi se había ido cuando los oficiales del Departamento de Seguridad llamaron a su puerta. Eso fue el inicio de un interrogatorio bastante largo y persistente.
Entonces, ¿sabías que era un VC?
Sí.
¿Por qué no llamaste a la policía enseguida?
Bueno…
Contesta a la pregunta. No te precipites, piénsalo bien y danos una respuesta clara.
Fue porque tenía mi edad más o menos, y estaba herido. Me dio pena…
¿Así que te compadeciste del VC, no llamaste a la policía, le curaste las heridas y le ayudaste a escapar?
Ese ha sido el resultado, así que sí.
El oficial del Departamento de Seguridad encargado del interrogatorio se llamaba Rashi. Habló suavemente durante todo el interrogatorio sin levantar la voz o el puño con violencia. Cuando acabaron con la dura investigación que habían realizado en dos días y soltaron a Sion, incluso le dio una palmadita amistosa en la espalda y le dijo, “ha sido duro, lo sé. Gracias.” Pero la sonrisa no había llegado ni una vez a los ojos de Rashi, y Sion lo había notado. Incluso ahora, cuatro años después, aun veía en sueños a veces esos ojos carentes de sonrisa, mirándolo fijamente. Esas mañanas se despertaba asustado y empapado en sudor.
Había acogido a un criminal y le había ayudado a escapar. No sentenciaron a Sion por ese crimen, pero determinaron que carecía del juicio apropiado en esas situaciones y de la capacidad para reaccionar correctamente en ellas, y perdió sus privilegios como resultado.
Cuando pasó el huracán, Sion y su madre se vieron en la calle, bajo un brillante cielo azul. No tenían un sitio para vivir ni como ganarse la vida. Entrar en el Curso Avanzado de Ecología ahora estaba más fuera del alcance que las nubes que flotaban en el cielo.
La seguridad que había tenido en sus manos hasta ayer, hasta hacía unos instantes, se había esfumado. Se había dispersado en el viento más rápido que las frágiles hojas en medio del reciente huracán. Por primera vez en su vida, había experimentando el sentimiento de haber perdido algo.
No. 6 no tenía ningún servicio de asistencia social. Solo había un sistema de seguros jerárquico basado en el nivel de contribución que unos cuantos ciudadanos selectos ofrecían a la ciudad. A Sion y Karan, lejos de contribuir a la ciudad, se les trataba como personas que habían fallado a la hora de cumplir su deber como ciudadano. Estaban en lo más bajo de la lista. Eso quería decir que lo único que podían hacer era quedarse en la ciudad, que no tenían ningún tipo de ayuda o seguro.
Sólo la elite. Eso era lo que Nezumi había dicho aquella noche, y tenía razón. Se había dado cuenta de su importancia cuando lo echaron del mundo seguro al que estaba acostumbrado. No. 6 era una sociedad como cualquier otra. La dinámica de la población estaba ordenada piramidalmente. Y una vez que caías a lo más bajo, no era fácil volver a subir.
“Mírate, tan serio,” rió Safu. “Lo pillo. No volveré a preguntarte si tanto te cuesta explicarlo.”
“Lo siento.” Sion bajó la cabeza disculpándose. Le aliviaba que no fuese a preguntarle más. Los sucesos en sí eran muy fáciles de explicar. Quería contárselo a Safu, que supiera lo que había pasado la noche en la que su vida dio un giro de 180 grados. Lo que Sion no terminaba de comprender, no podía encontrar las palabras para definirlos, eran sus sentimientos. Incluso se sorprendía a sí mismo de lo poco arrepentido que estaba. Le asustaba la fragilidad de su posición, y más de una vez de encontró a si mismo encogido, incapaz de lidiar con el sentimiento de pérdida. Pero ahora, cuatro años después, se lo preguntaba. ¿Qué haría si pudiese volver atrás en el tiempo, al día en que cumplió 12 años? ¿Habría llamado a la policía? ¿Habría activado la alarma? La respuesta siempre era ‘no’.
Aunque tuviese la oportunidad de volver a esa noche, volvería a hacer lo mismo. Habría dejado entrar a la lluvia y al viento, y al intruso que llegó con ellos. Estaba seguro de ello, y esa seguridad lo incomodaba. No es que prefiriese la vida que tenía ahora a la que tenía antes. Aún estaba muy unido a la ecología, a los centros de educación de última generación, a su cómoda vida – y vergonzosamente, incluso a los galardones, los elogios y las miradas de aprobación que le daban en el centro. Pero aún así, habría hecho lo mismo. Si aceptar a Nezumi significaba su propia destrucción, entonces volvería a destruirse una y otra vez. No se arrepentía de lo que había hecho. Pero no podía explicar el por qué. Desde esa noche, había habido otros huracanes. Mientras escuchaba el ruido de las hojas siendo arrastradas por el viento Sion no sentía arrepentimiento, sentía añoranza. Quería volver a verlo.
Sion no estaba seguro de poder explicárselo a Safu o no. La única opción que tenía era quedarse callado.
“Entonces, ¿nos vamos, Sion?” Safu se levantó. El restaurante estaba abarrotado y apenas podían escuchar lo que decía el otro.
“Te acompañaré hasta la estación,” se ofreció Sion.
“Claro. Ya habría que tener poco tacto para dejar que una chica se fuese sola a casa, ¿verdad?”
“Venga va,” replicó Sion. “Los dos sabemos que tienes fuerza aunque no lo aparentes porque seas pequeña. Y eres rápida. De hecho, siempre he pensado que estarías mejor estudiando artes marciales que psicología”
“¿Sabes qué? Tienes razón. Ya me han dicho que puedo llegar a ser muy emocional de repente ya que suelo estar callada. Puede que después de todo trabajar en un laboratorio no sea lo mío.”
Anduvieron uno al lado del otro hasta la estación. Excluyendo un par de restaurantes, los negocios nocturnos estaban prohibidos. En cuestión de horas, la gente que había por la ciudad desaparecería. Sion le dio un pequeño empujón a Safu. El tono que había usado en las últimas palabras que había dicho había sonado desanimado.
“¿Esa es la voz de alguien que ha aprobado los exámenes y se va a ir de intercambio?”
Safú levantó la cara y sonrió.
“¿Celoso?”
“Sí.”
“Cuánta sinceridad de golpe.”
“Sé fiel a ti mismo, sé amable con los demás. Es mi lema últimamente.”
“Mentiroso.”
“¿Eh?”
“No estás celoso.”
Sion se detuvo. Safu lo estaba mirando desafiante. Iba a decir su nombre cuando lo cogieron por el hombro.
“Perdonadme.” Sion se dio la vuelta. Era un hombre sonriente. Era más o menos una cabeza más bajo que Sion y llevaba el uniforme del Departamento de Seguridad. Era de azul oscuro de los pies a la cabeza y estaba hecho de un material llamado superfibra, la cual tenía unas cualidades impresionantes a pesar de su aspecto. Siendo diez veces más dura que el acero, servía de chaleco antibalas; también dejaba pasar el aire. Cuanto más te acercabas al Bloque Oeste, más agentes vestidos con ese tipo de fibra te encontrabas. Sion sacudió se sacudió la mano del hombre con calma y habló.
“¿Puedo ayudarle?”
“Sólo quería haceros un par de preguntas… ¿Cuántos años tenéis?”
“Dieciséis.”
“¿Los dos?”
“Sí.”
“¿Sabéis qué los menores de dieciocho no pueden estar en la calle más tarde de las nueve?”
“Sí, pero aún no son las ocho”
“Sion,” susurró Safu bruscamente. Le estaba diciendo que no discutiera. Pero el uniforme que llevaba la persona que tenía delante le hacía recordar los ojos de Rashi, el agente que lo había interrogado. Más que sentirse intimidado, Sion solo se sentía forzado a responder.
“Las tarjetas de identificación, por favor. Las dos.” Quizás se había percatado de la actitud rebelde de Sion. El hombre borró la sonrisa de la cara y les pidió la tarjeta sin ninguna expresión. Safu le dio su tarjeta plateada sin decir nada. Sion hizo lo mismo.
“Vuestro número de ciudadano, en orden.”
“SSC-000124GJ.”
“Qw-55142.”
El hombre sacó las tarjetas del lector de tarjetas portátiles e hizo una leve reverencia a Safu.
“Una estudiante del Curso Avanzado como tú no debería estar por esta zona tan tarde. Te sugiero que vayas a casa.”
“Hacia allí iba… estaba yendo a la estación.”
“Déjame que te acompañe.”
“No, gracias. Ya lo hace él.” Safu se agarró al brazo de Sion.
“Yo la acompañaré.” Dijo Sion secamente. “Íbamos hacia allí. Vamos, Safu.”
Quitándole las tarjetas de la mano al oficial, Sion cogió de la mano a Safu y echó a andar rápidamente. Cuando se volvió a mirar, el agente ya había desaparecido entre la gente que había por la calle.
“Que susto.” Safu se abrazó a sí misma. “Nunca había tenido ningún problema con alguien del Departamento de Seguridad.”
“Pasa todo el tiempo,” replicó Sion. “Y si no hubieses tenido tu identificación del curso avanzado nos habría dicho aún más.”
“¿En serio?”
“En serio,” dijo Sion con gravedad. “Como por ejemplo el tren que ibas a coger. Con la tarjeta que tienes, puedes ir en los trenes especiales. Ese es el tipo de ciudad en la que vivimos. Todo está divido en categorías basadas en la habilidad, el dinero y otros factores.”
“No hables así,” protestó Safu. “No ‘separas’ a la gente como si fuese basura o mercancía. Las personas son personas. Son humanos.”
“Safu, en esta ciudad no importa si somos gente o no. Importa es lo útil que eres para la ciudad. Nada más.”
“Sion…”
“Antes me has llamado mentiroso. No lo soy. Claro que estoy celoso. Tienes todos los privilegios y puedes estudiar y experimentar lo que quieras. Te tengo envidia Safu, hasta resentimiento. Tienes todo lo que yo no tengo.”
Sion se calló y soltó un gran suspiro. Se había pasado. Era vergonzoso. Bajo. Penoso. Patético. Chasqueó la lengua, disgustado consigo mismo.
Safu también suspiró.
“Sigues siendo un mentiroso.”
“¿Eh?”
“¿No me has escuchado? Sigues. Siendo. Un. Mentiroso. Y podría ponerle un ‘gran’ delante si te hace ilusión. Estás fingiendo que me tienes envidia. ¿O es qué ni tú mismo te das cuenta de que lo estás fingiendo? Que cortito eres.”
“Safu, ¿qué…?” empezó a decir Sion exasperado.
“Si me tuvieses envidia, no podrías ir a comer conmigo. Pero tú te ríes, comes, das conversación y gastas bromas como si nada.”
“Hey, también tengo mi orgullo. Obviamente no voy a dejar que veas lo celoso que estoy.”
“Sion,” dijo Safu con firmeza. “Mi especialidad es de las funciones cognitivas, actividad cerebral y su relación con las hormonas.”
“Ya lo sé.”
“Bien, porque si no lo supieras me habría cabreado. No te lo estoy repitiendo porque sí. De todas formas,” continuó rápidamente, “supongamos que estás ocultando tus celos y que finges que te lo pasas bien conmigo. Eso sería estresante, ¿verdad?”
“Supongo….” Respondió Sion con recelo.
“Sería estresante. Y cuando estás estresado las glándulas suprarrenales sueltan unas hormonas llamadas corticoides que estimulan el cerebro. Y eso provoca que la actividad cerebral-”
“Vale, Safu. Ya lo pillo,” la interrumpió Sion. “Es suficiente. Guárdate la clase para la próxima vez que nos veamos y te prometo que prestaré atención-”
“Escúchame. No estás estresado. No estás celoso de mí. Sion. ¿qué es lo que quieres hacer?”
“¿Eh?”
“Si quieres seguir estudiando, puedes tenerme celos. Pero no lo estás. Has dicho que tengo todo lo que tú no tienes. Entonces, ¿qué es lo que tienes? No puedes decir que no tienes nada,” añadió apresuradamente. “La gente que no tiene nada – no- la gente que cree que no tiene nada, no puede sonreír como lo haces tú. O hablar como tú. Para que las emociones no se reflejen en tus acciones con ese nivel de la perfección hace falta un entrenamiento especial. Tú no estás siguiendo ningún entrenamiento especial. No creo que seas una persona emocional, pero tampoco creo que tengas tus emociones totalmente bajo control. La única razón por la que puedes hablar y reírte conmigo es porque tienes cierto nivel de seguridad emocional.”
“Safu, lo que acabas de decir es una teoría digna de exponer en una conferencia. Los humanos tienen unas emociones complejas. No son como las ratas de laboratorio. No creo que sea tan fácil explicar cómo afectan las emociones a las acciones de la gente. Es muy arrogante creer que la ciencia puede explicarlo todo sobre la naturaleza humana.”
Safu se encogió de hombros. Estaban llegando a la estación.
“No sabía que querías hacerte escritor.”
“Safu.” Dijo Sion con cansancio.
“Entonces me ceñiré a este contexto literario. Seguridad emocional… estoy hablando de sueños o esperanza. Los tienes. Por eso no tienes la necesidad de estar celoso de mí. Sion, ¿qué estás esperando?”
Esperanza. Repitió la palabra pasa sí mismo. Una palabra que no había usado en años. No era ni dulce ni amarga, pero le provocaba una sensación cálida en su interior.
Esperanza. ¿A qué estaba esperando?
Su futuro se había derrumbado. Lo único que le quedaba era su madre, lo que ganaba con su trabajo y su propio cuerpo de dieciséis años. ¿Qué esperanzas podía tener eso? No estaba seguro. Pero de lo que sí estaba seguro era de que no había perdido completamente la esperanza.
Entraron en la estación. El antiguo distrito en el que vivía Sion estaba pegado al Bloque Oeste y al borde de la ciudad, y separaba el Bloque Oeste de la ciudad. Se llamaba Lost Town. Era un sitio muy distinto del centro de la ciudad y en comparación con éste, estaba lleno de gente. La estación también estaba llena de gente. El ligero olor de la comida rápida y el alcohol flotaba en el aire.
“Aquí está bien.” Safu se detuvo. Tenía un bicho negro en el hombro. Apartándolo con la mano despreocupadamente, Sion le hizo una pregunta.
“Ten cuidado. ¿Cuándo te vas para el intercambio?”
“Pasado mañana.”
“¡Pasado mañana!” Exclamó Sion. “¿Por qué no me lo has dicho antes?”
“Porque no he querido. ¿Me hubieses hecho una fiesta de despedida si lo hubiera hecho?”
Le preguntó Safu, desafiante.
“Sion, quiero pedirte algo.”
“Claro, cualquier cosa que me de tiempo a conseguir…”
“Tu esperma.”
Safu miró a los ojos a Sion mientras decía esas palabras. No parpadeó ni una vez. Sion se quedó mirándola boquiabierto.
“¿Me has oído? Quiero tu esperma.”
“Esto… Safu… em…”
“De toda la gente que conozco serías el mejor donante. Tu esperma y mi óvulo. ¿No te parece que saldría un hijo perfecto? Lo quiero, Sion. Quiero tu esperma.”
“Para una inseminación artificial hay que pedir autorización a la ciudad.,” contestó Sion precaución.
“Conseguir la autorización sería fácil. La ciudad aprueba la inseminación artificial entre dos personas que tienen un ADN excelente y unas habilidades superiores.”
Sion tragó saliva y se dio la vuelta. El bicho le pasó por delante de la cara, zumbando sin parar. Estaba empezando a irritarlo.
“Safu, no se si te he dicho esto alguna vez, pero nunca conocí a mi padre. No se nada de su personalidad, su estatura o si tenía alguna enfermedad.”
“Ya lo sé, pero los padres no importan. El 99% del genoma humano ya se ha descodificado. Puedo saber todo lo que quiera mirando tu información genética.”
“Y… si miras la información y ves algo que no quieres, ¿qué vas a hacer?”
“Bueno…”
“Safu, ¿qué es lo que quieres? ¿Crees qué un humano es todo lo que la secuencia de su ADN dice que es? Hazlo, mira mi ADN, analiza mis genes, pero ¿qué es lo que te va a decir eso sobre mí? Hablas de tener un hijo como si fuese fácil, pero-”
“¡Sé más de lo que tu crees!”
La voz estridente de Safu le interrumpió. La gente se giraba al pasar.
“Hemos estado juntos desde los dos años. Sé la clase de persona que eres, lo que te gusta hacer… Lo sé. Lo sé, eres tú el que no sabe nada.”
“¿Qué?”
Safú murmuró algo, pero él no lo entendió. Se inclinó un poco hacia ella para poder escucharla mejor.
“Quiero acostarme contigo.”
Las palabras resonaron claramente en los oídos de Sion.
“Safu…”
“No quiero tu esperma. No quiero inseminación artificial. No me importa tener un hijo o no. Quiero acostarme contigo. Eso es todo.”
“Espera un momento Safu, yo…”
“Ahora.”
Sion inhaló. El olor grasiento de la comida rápida le llenó la nariz. El reloj dio las ocho.
“Ahora no.”
“¿Por qué no? ¿Porque no te intereso o porque no te interesa el sexo?
“Si me interesa. Pero… no quiero hacerlo, no ahora, no contigo.”
“Entonces, ¿es por qué es conmigo?”
“No- probablemente mi cuerpo respondería sin problemas. Incluso ahora…pero – pero eso es por lo que no quiero hacerlo. No quiero acostarme contigo sin pensarlo.”
“Eso es como si me estuvieras diciendo que nunca has pensado en mí de esa forma.”
“Siempre te he visto como una amiga.”
“No puedo creerlo.” Safu suspiró exasperada. “¿Por qué eres tan crío? Bah, me da igual. Me voy a casa.”
“Safu, dentro de dos años…”
“¿Hm?”
“Te vas de intercambio dos años, ¿no? Cuando vuelvas, seré yo el que te lo pida.”
“¿Si quiero acostarme contigo?”
“Sí.”
“Eres el idiota más ingenuo que me he cruzado en la vida. No se como has llegado tan lejos siendo así de tranquilo.”
“Cuídate. No trabajes demasiado.”
“Oh, te aseguro que me voy a matar a trabajar. Trabajaré durísimo para mantener a los chicos alejados.”
Moviendo la mano casualmente para despedirse, Safu se dio la vuelta y dio un pequeño grito. Un animalito gris pasó por al lado de Safu y trepó por el cuerpo de Sion.
“¡Un ratón!”
Un ratón más pequeño que la mano de Sion se sentó en su hombro, moviendo la nariz.
“Que raro ver uno de estos en la ciudad. Aunque es mono,” comentó Safu.
“Y también simpático.”
El ratón acercó la cara al oído de Sion.
“Sigues siendo inocente,” susurró.
Sintió como lo recorría un shock eléctrico. Cogió el ratón, pero este se le escapó de entre los dedos, bajó de su hombro y echó a correr hacia la salida de la estación. Sí, era un distrito de los viejos – pero Lost Town estaba dentro de los límites de la ciudad y era raro ver ratones. El Departamento de Higiene y Salud se encargaba de acabar con todas las plagas, fuesen insectos o animales. La gente no estaba acostumbrada a ver ratones como el que corría a sus pies a toda velocidad. Podían oírse gritos de sorpresa entre la gente.
Y al final de la multitud, Sion vio un par de ojos grises. Fue sólo un instante. La electricidad volvió a recorrer su cuerpo.
“¡Nezumi!”
“Sion, ¿qué pasa?”
“Safu, puedes llegar sola a casa, ¿verdad?”
“¿Qué? Claro. Era lo que iba a hacer, ¿no? ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan alterado?”
“Lo siento-”
En cuanto se despidiesen allí, no volvería a ver a Safu en dos años. Sabía que tenía que despedirse de ella en condiciones. Por lo menos, ver como se iba hasta que desapareciese en la multitud. Aunque no fuese a acostarse con ella, eso no cambiaba el hecho de que Safu era importante para él. Sabía que esa no era la despedida que se merecía para nada. Lo sabía. Pero lo que pensaba que sabía tan bien se le olvidó en cuestión de segundos. Su cuerpo se movió solo, desafiando cualquier pensamiento racional. Sí, había experimentado eso hacía cuatro años – aunque sabía que la razón siempre tenía la respuesta correcta.
Encender la alarma. Avisar al Departamento de Seguridad. Eliminar la presencia extraña. Lo había desafiado todo. Y ahora estaba haciendo lo mismo. Estaba dejando que las emociones controlaran sus acciones.
Había empezado a llover. Gotas de lluvia le caían en las mejillas. No había ninguna cara familiar entre la multitud que iba y venía.
“¡Sion!” Karan le dio la bienvenida a su hijo y lo miró sorprendida. “¡Estás empapado! ¿Qué estabas haciendo?”
“Andar.”
“¿Con esta lluvia? ¿Desde dónde?”
“La estación.”
“¿Y por qué no has tenido cuidado para no mojarte tanto?”
“Me estaba calmando.”
“Calmando, ¿eh? Tan tranquilo como siempre, ¿no?”
Safu había usado exactamente la misma palabra. Sion se rió para sí mismo y empezó a secarse el pelo. Había refrescado bastante desde que había empezado a llover; la vieja estufa de queroseno mantenía la habitación caliente. Karan bostezó. Ya era su hora de irse a dormir. Situada en una esquina de Lost Town, Karan llevaba una modesta panadería. Era pequeña, con una única vitrina. Pero la gente parecía atraída por el aroma del pan recién hecho que salía por la puerta todas las mañanas, así que el negocio iba bien. Abría pronto, así que también se iba a dormir pronto. Eran sobre las nueve de la noche, lo que para Karan era como media noche.
“Estoy pensando en hacer más rollitos de mantequilla mañana. Y probar a ver como se venden unas cuantas tartas, aparte de las magdalenas. ¿Qué te parece?”
“¿Tartas de cereza?”
“Sí. Algo que la gente pueda comprar como un tentempié, pero que sea algo más que unas magdalenas. Un capricho para un día especial, o algo así.”
“Suena genial,” dijo Sion con entusiasmo.
“¿En serio? Además, creo que tener unas cuantas tartas en la vitrina animará un poco la tienda.”
Sion asintió y se levantó para irse de la salita. En esta casa no tenían el lujo de tener una habitación para cada uno. Karan dormía en un rincón del comedor y Sion en el almacén.
“Sion,” le llamó su madre. Se dio la vuelta.
“¿Ha pasado algo?”
“¿Eh?”
“¿Te ha pasado algo como para que hayas necesitado calmarte?” Continuó Karan sin darle tiempo a Sion para contestar. “Cuando has llegado parecías aturdido. No parecías ni darte cuenta de que estabas empapado. E… incluso ahora-”
“¿Ahora?”
“Pareces distraído y un poco nervioso… tienes una expresión muy rara. ¿Quieres qué te traiga un espejo?”
Sion dejó salir un pequeño suspiro.
“Alguien ha muerto hoy en el parque.”
“¿Qué? ¿En el Parque Forestal? No han dicho nada sobre eso en las noticias.”
¿Nada en las noticias? ¿Significaba que el hombre había muerto de causas naturales? Aunque había sido algo repentino, era posible que tuviese explicación. No lo suficiente como para salir en las noticias, simplemente una muerte normal – Sion sacudió la cabeza. Estaba claro que no. Lo que había tardado el cuerpo en ponerse rígido, la expresión que tenía, la mancha verde. Todo era muy raro.
Al Departamento de Seguridad sólo le había explicado lo que había encontrado en la escena. Simuló que no sabía nada sobre el rigor mortis o la mancha – tuvo la sensación de que tenía que hacerlo. No sabía por qué, pero una voz en su interior le había dicho que se hiciese el tonto, que mintiese. Como si fuese un animal pequeño en peligro, su instinto le había avisado. Instinto – ahí estaba otra vez. No estaba actuando basándose en la razón, sí no en un impulso. Estaba dejando de lado la lógica y el sentido común para seguir su instinto. Sion suspiró pesadamente. Le costaba un poco respirar.
“¿Y es por eso por lo qué estabas nervioso?”
“Bueno, sí. Es la primera vez que veo un cadáver.”
Estoy mintiendo, mamá. He vuelto a ver esos ojos grises. He visto a Nezumi. Tengo el presentimiento de que va a pasar algo. Es por eso por lo que-
Karan sonrió y le dio las buenas noches. Era una sonrisa amable. Él le dio las buenas noches y salió de la sala de estar.
Karan aún estaba un poco rellenita, pero parecía más joven que antes. Parecía que el cambio de vivir en Chronos a vivir en Lost Town no había sido muy duro para ella. Sonreía a menudo mientras hablaba de lo que disfrutaba hacer el pan y las magdalenas y de lo bien que se sentía cuando la gente los compraba. No lo decía por amabilidad o por hacer que Sion no se sintiera mal. Karan no odiaba la vida que tenían allí. En Chronos se lo daban todo, pero su vida en Lost Town era algo que Karan había construido con sus propias manos. Eso era el por qué Sion no quería destruirla. No quería volver a poner su vida patas arriba como había hecho cuatro años atrás. No quería volver a meterla en problemas.
Sion se dejó caer en la cama. Sintió un pequeño escalofrío y un leve dolor en la parte de atrás de la cabeza. En cuanto cerró los ojos empezó a pasarle un torrente de imágenes por la mente. La mancha verde, la lechuga abandonada, la camiseta rosa, la cara de Safu. Quiero acostarme contigo. El ratón que le había trepado por el cuerpo. Sigues siendo inocente. Sintió como se calentaba su cuerpo. Su corazón empezó a latir rápidamente. No era un sueño. No era una ilusión. Nezumi había estado ahí, entre la multitud que había en la estación. Una aparición que llamaba bastante la atención. “Idiota,” murmuró para si mismo. ¿Qué se suponía que tenía que esperar de una aparición así? ¿Qué estaba planeando Nezumi?
Sion se sentó en la cama. Dejando a Safu a un lado, ¿estaban Nezumi y el cuerpo del parque relacionados? Nezumi había aparecido el mismo día que había encontrado el cadáver. ¿Era una coincidencia? Si estaban relacionados ¿Cómo-?
Un sonido interrumpió sus pensamientos. El teléfono móvil de su tarjeta de identificación estaba sonando. No podía ser. Sabía que no podía ser Nezumi, pero aún así su corazón se aceleró. Le temblaron los dedos al coger la tarjeta. Unas letras blancas brillaban en la pantalla – Safu. Le dio a descolgar y la pantalla cambió para mostrar la cara de Safu.
“Sion, ¿estabas durmiendo?”
“Ah-um, no.”
Se había olvidado. Debería ser él el que la estuviese llamando para terminar la despedida que había dejado a medias.
“Safu, perdona por lo de antes. Yo-”
“Era una persona importante para ti, ¿eh?”
“¿Eh?”
Safu tenía una sonrisa torcida en la cara. Era serena y bonita al mismo tiempo.
“Nunca te había visto así. ¿Sabes qué expresión tenías?”
“¿Eh? Espera - ¿Tan mala era?”
“Era bastante interesante. Me tuvo entretenida todo el rato. Primero era sorpresa, y luego – bueno, a ver, ¿cómo podría decirlo? ¿Alegría? Embelesamiento, quizás. Lo suficiente como para sacarte cualquier otra cosa de la cabeza. Y entonces saliste corriendo de la estación dejándome detrás. Una historia triste, ¿eh?”
“Lo siento. No puedo disculparme lo suficiente.”
“Te diré que de nada. Por lo menos he visto otra parte nueva de ti – nunca te había visto poner esa cara. Así que, Sion, ¿quién es la persona que puede hacer que tengas esa expresión? ¿Es tan importante como para hacer que lo dejes todo y vayas detrás de ella?”
“Sí.”
Se sorprendió a sí mismo con la rapidez de la afirmación.
“Um, Safu, no me malinterpretes. No es mi novia ni nada por el estilo. No sé como explicarlo, pero…”
“También es la primera vez que veo como no puedes explicar algo con claridad. No pasa nada si tienes novia. No me importa si ya tienes a alguien importante. – No, eso es mentira. Mírame, siempre intento parecer fuerte en cualquier situación. Es una mala costumbre que tengo.”
“Eso no es verdad,” respondió Sion. “Siempre eres fiel a ti misma.”
“Sólo delante de ti. ¿No te habías dado cuenta?” continuó Safu, y su expresión se volvió seria.
“Safu, um – cuídate. Cuando nos volvamos a ver dentro de dos años-”
“Te quiero, Sion. Más que a nadie.”
La línea se cortó sin esperar a que contestara. Podía escuchar el ruido de la lluvia. Le pareció ver moverse algo en un rincón.
“¿Nezumi?”
Entre los sacos de harina y azúcar apilados en el almacén, sólo podía oírse la lluvia. Sion se abrazó las rodillas y se quedó sentado en silencio, escuchándola. No parecía que la lluvia fuese a parar ni a empeorar, pero siguió lloviendo toda la noche.
¡¡Soy famoso!!
ResponderEliminarWooo, que emoción xDDD
ResponderEliminarYa te digo, no es mucho pero it's something xDDD
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