martes, 25 de octubre de 2011

Fate/Zero Vol. 1 Prólogo 1

No iba a colgarlo ya, pero como esta semana no sé si me va a dar tiempo a colgar algo de  No.6 el sábado os lo dejo para que os entretengáis un rato xD



Fate/Zero Vol 1
Prólogo 1

8 años atrás.

Déjanos contar la historia de cierto hombre.

La historia de un hombre, que más que ningún otro, creía en sus ideales, ideales que le llevaron a la desesperación.

El sueño de ese hombre era puro.

Deseaba que todo el mundo fuese feliz; eso era todo lo que pedía.

Es un ideal infantil al que todos se sienten atraídos alguna vez, uno que abandonan en cuanto conocen lo cruel que es la realidad.

Toda felicidad requiere un sacrificio, algo que los niños aprenden cuando son adultos.

Pero, ese hombre era diferente.

Quizás solamente era el más idiota de todos. Quizás estaba roto por alguna parte. O quizás es el tipo de persona que llamamos ‘santo’, alguien a quien Dios había confiado su voluntad. Una que la gente común no puede entender.

Sabía que para cualquier existencia de este mundo las únicas dos alternativas eran el sacrificio o la salvación…

Tras entender esto, ya no podría vaciar los platos de la balanza…

Desde aquel día decidió ser aquel que equilibra la balanza.

Para acabar con el dolor en el mundo no había otra forma más efectiva.

Para salvar una vida de un lado tenía que condenar a una del otro.

Dicho simplemente, para salvar a la mayoría tenía que matar a una minoría.

Por lo tanto, más que salvar vidas por el hecho de salvarlas, sobresalía en el arte de matar.

Una y otra vez, se pintaba las manos del color de la sangre, pero nunca dudó.

Sin dudar si sus acciones eran correctas o no, sin dudar ni una vez su meta, se forzó a sí mismo a mantener el equilibrio de la balanza.

Sin errar una sola vez juzgando una vida.

Todas las vidas pesaban lo mismo, su humildad o edad no contaban.

Sin discriminar el hombre salvaba vidas, y sin discriminar mataba.

Valorar a todos por igual. Eso equivalía a no amar a nadie en concreto.

Si se hubiese grabado esto antes en su espíritu, habría obtenido la salvación.

Congelando su joven corazón, consiguiendo ser una máquina calculadora sin sangre ni lágrimas, siguió llevando la vida de decidir quien vivía y quien moría. Probablemente, para él, no había sufrimiento en ello.

Pero ese hombre se equivocaba.

La sonrisa radiante de cualquiera le llenaba el pecho de orgullo, y la voz temblorosa de alguien le agitaba el corazón.

La ira se añadió al resentimiento y acabó lleno de arrepentimiento, mientras sus lágrimas de soledad ansiaban que alguien le extendiese la mano.

Aunque perseguía un ideal que estaba más allá de la razón del mundo de los hombres – él también era humano.

¿Cuántas veces se había castigado a ese hombre por esa contradicción?

Conocía la amistad. Conocía el amor.

Aunque pusiera la vida de alguien preciado en un lado de la balanza y las vidas de incontables desconocidos en el otro –

Nunca cometía un error.

Más que amar a alguien, para juzgar esa vida igual que las de los otros, tenía que valorarla imparcialmente, que penalizarla imparcialmente.

Incluso aunque estuviese con alguien precioso para él, siempre parecía estar de luto.

Y, ahora, al hombre se le esta infligiendo el mayor de los castigos.

Fuera de la ventana, una tormenta de nieve lo ha congelado todo. Una noche de invierno está congelando el bosque.

La habitación está en un viejo castillo construido en una tierra congelada, pero está protegida por una llama que arde en la chimenea.

En la calidez de ese refugio, el hombre estaba sosteniendo una nueva existencia en sus brazos.

Era una muy pequeña – un cuerpo tan pequeño que podría ser efímero, y ningún peso podría decir que estaba preparado.

Incluso una respuesta delicada podría ser peligrosa, igual que un puñado de nieve en la mano que podría desmoronarse con la más mínima sacudida.

Con un frágil entusiasmo, la niña mantiene su temperatura corporal durmiendo y respirando con suavidad. Eso es todo lo que el modesto latido en el pecho puede hacer por ahora.

“No te preocupes. Está durmiendo.”

Cuando levanta al bebé en sus brazos, la madre que está descansando en el sofá les sonríe.

A juzgar por el aspecto demacrado de la niña, aún no está bien del todo, y su complexión no es perfecta, pero, aún así, su cara sigue recordando a la de  una joya.

Y, por encima de todo, la felicidad está presente en su sonrisa, eliminando la extenuación que tendría que haber agostado su amable mirada.

“Siempre llora, incluso con las enfermeras a las que tendría que haberse acostumbrado. Es la primera vez que alguien la coge y está tan tranquila… Lo entiende, ¿verdad? Que no pasa nada porque eres un buen hombre.”

“…”

Sin contestar, asombrado, el hombre compara a la mujer que está en la cama con la niña que tiene en los brazos. ¿Había sido tan radiante alguna vez la sonrisa de Irisviel?

Nunca había sido una mujer muy feliz. A nadie se le habría pasado por la cabeza ese sentimiento llamado felicidad. No era una creación de Dios, era una creación de la mano del hombre… Siendo un homúnculo, ese tipo de tratamiento era normal para esa mujer. Irisviel nunca había deseado nada.

Creada como una marioneta, tratada como una marioneta, quizás no entendía  el significado de la felicidad.

Y ahora – está radiante.

“Me alegro de haber tenido a esta niña.”

Manifestando su amor, Irisviel von Einsbern habló mirando a la niña que estaba durmiendo.

“A partir de ahora, lo primero y más importante que será, será una imitación de un ser humano. Puede que sea duro, y puede que odie a la madre que le ha dado ese tipo de vida. Pero, a pesar de eso, soy feliz. La niña es adorable, espléndida.”

Su apariencia no tiene nada fuera de lo normal, y, mirándola, es un bebé adorable, pero –

Mientras estaba en el vientre de su madre se llevaron a cabo numerosos rituales mágicos para modificarlo para que fuese diferente de los humanos, más aún que su madre. Aunque había nacido, su utilidad estaba restringida a ser un cuerpo que no es más que un grupo de circuitos mágicos. Esa es la verdadera naturaleza de la amada hija de Irisviel.

A pesar de ser un nacimiento tan cruel, Irisviel había dicho, “de acuerdo.” Dar a luz a una cosa así, nacer como una cosa así, ella quiere a esa existencia, se enorgullece de ella y sonríe.

La razón de esa fuerza, de ese corazón, era que ella era, sin lugar a dudas, una ‘madre’.

La chica que sólo podía ser una marioneta encontró el amor y se convirtió en una mujer, y encontró la fuerza de una madre. Eso tenía que ser la ‘felicidad’ en la que nadie podía interponerse. En aquel momento, la habitación de la madre y la niña, protegida por la calidez de la chimenea, era indiferente a cualquier desesperación y tristeza.

Pero – el hombre lo sabía. Sabía que, para el mundo del que él formaba parte, lo más apropiado era la tormenta de fuera de la ventana.

“Iri, yo-”

Diciendo una sola palabra, el hombre sintió como si le hubiesen atravesado el pecho con una espada. Esa espada era la cara tranquila de la niña que dormía y la sonrisa radiante de la madre.

“Algún día, seré lo que acabe contigo.”

Mientras el sentía como si fuese a vomitar sangre Irisviel asintió con una expresión pacífica.

“Lo entiendo. Claro. Ese es el deseo sincero de los Einsbern. Eso es para lo que estoy aquí.”

Ese era el futuro que ya se había decidido.

Después de 6 años, el hombre llevo a su mujer a su tumba. Siendo una víctima para salvar el mundo, Irisviel se había convertido en el sacrificio devoto a su ideal.

Era un asunto que los dos habían discutido numerosas veces, y en el cual habían llegado a un acuerdo.

El hombre ya había llorado por esa decisión, se había maldecido a sí mismo por ella. Y todas y cada una de las veces, Irisviel le había perdonado y le había animado.

“Conozco tus ideales y comparto tus plegarias; por eso es por lo que estoy aquí ahora. Me has guiado. Me has dado una vida que no es la de una marioneta.”

Por ese mismo ideal, se había sacrificado a sí misma. Se había convertido en una parte de él. Igual que la forma que había tomado el amor de Irisviel. El hombre era capaz de permitirlo porque era ella.

“No tienes que llorar por mí. Ya soy una parte de ti. Es suficiente con que sólo soportes tu propio sufrimiento.”

“Y… ¿qué pasa con ella?”

El cuerpo de la niña era ligero como una pluma, pero fue otro peso el que hizo temblar las piernas del hombre.

Ni podía entender ni estaba preparado para lo que haría cuando pusiera a esa niña contra el ideal con el que cargaba.

No juzguéis o perdonéis el estilo de vida de ese hombre. Aún no hay poder para hacerlo.

Pero, incluso con una vida tan pura, su ideal es despiadado.

Todas las vidas pesaban lo mismo sin tener en cuenta su humildad o edad –

“No… merezco cogerla.”

El hombre habló forzando a su voz a salir.

Una lágrima cayó en la sonrojada y suave mejilla del bebé que tenía en los brazos.

Sollozando silenciosamente, se hincó sobre una rodilla.

Para acabar con la crueldad del mundo, aspiraba a una mayor crueldad… Y aún así, el hombre tenía gente a la que amaba, a la que se estaba infligiendo el más grande de los castigos.

La persona que más amaba en el mundo.

Aunque eso significase la destrucción del mundo, quería protegerla.

Pero, el hombre lo entendía. Que llegaría la hora en la que la justicia en la que creía exigiría el sacrificio de una vida tan pura - ¿Qué tipo de decisión tomará este hombre, Emiya Kurutsugi?

Kurutsugi lloró, asustado de que ese día pudiese llegar, aterrado de esa posibilidad entre mil.

Abrazando su pecho con sus cálidos brazos, Irisviel se incorporó y puso la mano con suavidad en el hombro de su marido, que rompió a llorar.

“No lo olvides. ¿No era tu sueño? Un mundo en el que nadie tendría que llorar así. Ocho años más… y tu batalla habrá terminado. Seguiremos ese ideal. Estoy segura de que el grial te salvará.”

Su mujer, entendiendo su agonía, limpió las lágrimas de Kurutsugi con toda la delicadeza que pudo.

“Después de ese día, debes volver a coger a esa niña, a Ilyasviel. Sacar pecho como un padre normal.”

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