¡A por la sexta!
Capítulo 4
Un nombre para la blanca oscuridad
¡Mi hermano mayor es un caníbal!
Soy el hermano de un caníbal.
Aunque voy a ser víctima del canibalismo,
¡sigo siendo el hermano de un caníbal!
-Lu Xun,
Diario de un hombre loco
S-i-on.
Intentó llamarle. Desde que la habían llevado allí, ¿cuántas veces lo había
dicho? Daba igual las veces que lo hiciese, su voz nunca le llegaba.
Safu suspiró
profundamente. Escuchó su propio suspiro con total claridad. Y no eran sólo sus
suspiros: los leves sonidos de su cuerpo al cambiar de postura, su latido, e
incluso el nombre que llamaba el silencio, todos volvían a ella con total
claridad. Por el contrario, su vista siempre era vaga y borrosa, blanca. Era
como si estuviese dentro de la niebla.
¿Dónde estoy? Dejó la vista vagar a su
alrededor.
Era un mundo
blanco, como si estuviese viendo a través de capas y capas de cortinas. Un
mundo envuelto en la niebla. La primera vez que se había despertado, había
creído durante un instante que se había adentrado en las profundidades de un
bosque. Pero no tardó mucho en darse cuenta de la realidad. La única cosa que
había allí era la oscuridad blanca que la cegaba. No había pájaros cantando en
las ramas; no había un arroyo corriendo, no se oía el susurro de los árboles.
Sólo los sonidos de su cuerpo y su alma se hacían más claros día a día.
En las profundidades de un bosque…
Safu volvió
a suspirar. Había caminado por el bosque una vez con Sion. Era un parque
forestal en el centro de No. 6, así que todas las plantas y animales estaban
bajo el escrutinio y cuidado de manos humanas. ‘No creo que un sitio así deba
llamarse bosque,’ había dicho Sion, y había hecho una mueca expresando su
disgusto.
Oh, me acuerdo. ¿Cuántos años hace? Puedo
recordarlo con total claridad.
Safu sonrió.
La felicidad recorrió su cuerpo. Era muy cálida, suave y reconfortante. Cada
vez que pensaba en Sion, cada vez que revivía las horas que había pasado con
él, podía sonreír.
Me acuerdo. Estaba a su lado, y era muy
feliz. Sion, ¿no crees que los recuerdos son algo increíble? Los recuerdos de
haber estado contigo me hacen muy feliz. Sí, es verdad. No he olvidado nada. Tu
tono de voz, tu mirada, tus gestos, tu aroma… no he olvidado nada.
Me lo dijiste cuando estábamos paseando
junto a un grupo de hayas el en Parque Forestal.
“Lo llaman
bosque, pero es un sitio que está controlado por personas. No me parece bien
llamarlo bosque. Me gustaría que nos dejasen pasear por el bosque natural del
Bloque Norte. Aunque es difícil que den permiso.”
“Pero esto
también es donde trabajas, ¿no?”
“Por eso es
por lo que puedo decirte hasta que punto lo controlan. Pienso que la naturaleza
debería ser más impredecible – algo que supere la inteligencia humana. Safu,
¿no te parece que esto está mal?”
“Hmm. Bueno,
no noto demasiada resistencia,” había pensado en voz alta. “Es un sitio muy
bonito.” Safu dejó vagar la mirada por las numerosas ramas que había sobre su
cabeza. Las hojas estaban empezando a
hacerse amarillas. Reflejando la luz del cielo otoñal parecía que estaban
brillando.
“¡Oh, mira!”
había dicho.
“¿Hm?”
“Había una
ardilla. Estaba corriendo por esa rama.”
“Las hayas
dan frutos esta época del año, así que los animales vienen a buscar comida.”
“¿Se pueden
comer los frutos?”
“Sí. Son
nueces. Normalmente crecen en grupos de dos o tres, dentro de una cúpula.”
“Lo que
encuentras en el roble mongol, y en el roble dientes de sierra… se llaman, uh,
bellotas. La parte de abajo también.”
“Oh, creo
que ya sé de lo que estás hablando,” sonrió Safu. Sion también sonrió. Su sonrisa,
brillando a la luz que se colaba por las ramas de los árboles, le escocía.
Hacía que le doliese el corazón. Había estado sonriendo, pero también había
estado a punto de echarse a llorar.
Estamos paseando los dos solos. ¿Pero de qué
te pones a hablar? ¿De nueces? ¿Bellotas? ¿No puedes tener un poco más de tacto
con la conversación? ¿Se te ha ocurrido que podrías no decir nada, acercarte a
mí, y sentir la respiración y el calor del otro? Sion, ¿no quieres abrazarme?
¿No quieres quererme?
Supongo que no querías. Aunque parecía que
te lo pasabas bien conmigo. Te reías mucho y hablabas más de lo normal. Oh, sí,
sí. Sólo fue una vez, pero hasta lo dijiste en voz alta.
“Me divierto
estando contigo, Safu.”
No creo que estuvieses mintiendo. Eres el
tipo de persona que no mentiría nunca.
Sion, ¿te gusta estar conmigo?
Sí. Mucho.
¿No estaría bien que pudiésemos estar juntos
para siempre?
Claro que
sí. Safu, eres mi mejor-
Te preocupabas por mí. Me apreciabas. Pero
no me querías. No me deseabas hasta el punto de que tu cuerpo ardiera con
anhelo.
Safu, eres
mi mejor amiga.
Cruel. Tan cruel que cuesta de creerlo. No
creo que nadie pueda ser tan amable, inocente y cruel como tú.
Sion, ¿de quién estás enamorado? ¿Por quién
ardes de deseo?
Conociéndote, lo más seguro es que la amases
solo a ella con total devoción, hasta el punto de llegar a lo absurdo. Los dos
compartiríais ambas la vida y la muerte, pero caminaríais hacia la vida en
lugar de hacia la muerte.
Las cortinas
blancas ondearon. Apareció una sombra borrosa y oscura.
Otra vez ese hombre.
El hombre que huele a sangre.
“Hola,
Safu.” Parecía que el hombre estaba levantando la mano. “¿Qué tal estás?” Hasta
en su voz podía notarse la sangre. No quería hablar con él. No quería hablar.
No quería que se acercase a ella.
“Parece que
puedes oírme. Pero querida, ¿y esta respuesta? ¿No te gusto, Safu?” El hombre
se rio. Era una voz apagada y oscura. Sólo su voz se estaba riendo. Su corazón
no lo hacía. “No hay nada que me entristezca mas que que me odies, Safu. Ya
veo, ¿así que no te gusta mi voz? Vaya, que pena.”
“No puedo…
ver…”
“¡Oh! ¿Oigo
una respuesta? ¿Así que ahora sí tienes ganas de hablar conmigo, Safu? Estoy
encantado de poder hablar contigo. Nada podría complacerme más. Vamos, vuelve a
intentarlo.”
“No puedo…
ver. Sólo… blanco.”
“¿No ves?
Oh, sí, es lo más normal. Aún no te has recuperado del todo. Las funciones
visuales son las últimas en recuperarse. Casi – ya casi has llegado, Safu.
Dentro de poco, esas cosas borrosas estarán claras. Entonces podrás verte a ti
misma.” El hombre volvió a reírse. Aquella vez, de corazón. Una risa aguda y
vulgar. Daba miedo. Safu presintió un escalofrio.
“Ah, ¿te he
vuelto a incomodar? ¿Hm? Esas ondas – Safu, ¿no es que no te guste, es miedo?
El hombre se acercó. Sus dedos la tocaron.
“Para…
vete…”
“Safu, no
tienes nada que temer. No tengo intención de hacerte daño. Eres hermosa. No
exageraría si dijese que eres la persona más hermosa que he visto jamás. Por
eso quiero hacerte feliz.”
“Fe… liz…”
“Sí. Feliz.
No sentirás tristeza ni dolor, y nunca te pondrás enferma. No envejecerás – no,
de hecho, la muerte dejará de existir. Quiero darte ese tipo de felicidad.”
El hombre
era cada vez más elocuente. Las palabras salían de su boca como si estuviese
poseído.
“Safu, eres
preciosa,” dijo. “Voy a ser sincero. No puedo mentirle a la gente hermosa. No
te enfades, por favor. Al principio, sólo quería un ejemplar de la élite. Oh,
pero que fuese mujer. Sí, una mujer… necesitaba un ejemplar que fuese mujer.
Pero eres tan preciosa que me robaste el corazón. No podía tratarte como al
resto de las muestras. Por eso estás aquí, donde puedo llegar a ti. ¿Ves, Safu?
Pronto dejarás de tenerme miedo, y empezarás a estarme agradecida.”
“No… no…
das… miedo…”
“Una chica
preciosa e inteligente como tú no debería lloriquear como un niño cabezota.
Dime, ¿no estabas especializada en funciones cognitivas? Tuve la oportunidad de
leer tu tesis cuando solicitaste el intercambio. Era sobre la columna cortical
– sobre las funciones de las estructuras cerebrales del córtex, ¿me equivoco?
‘La columna cortical como módulo funcional: los mecanismos del proceso de la
información compuesta’ se llamaba. Era muy interesante, aunque el desarrollo
podría haber estado mejor. Pero como tesis estudiantil, era brillante.”
Otra capa de
cortinas blancas se apartó. El hombre pasó de ser una figura oscura a una
figura oscura con forma humana.
“¿Oh? Parece
que tu vista empieza a recuperarse. Los números son buenos. No sólo eres guapa
e inteligente, también estás sana. Un ideal supremo. Tengo mucha suerte de
haberme encontrado con alguien como tú.”
¿Mi vista está recuperándose? ¿Puedo escapar
de este mundo blanco?
La felicidad
no se acumuló en el corazón de Safu. No sintió ninguna libertad. Al contrario,
estaba aterrada. Tenía miedo de lo que vería, de lo que tendría que ver cuando
todas las cortinas se apartasen y desapareciese la niebla.
Sion, quiero reunirme contigo. Quiero verte.
Quiero escuchar tu voz. Eres el único que busco.
Sion.
-Safu
Le había escuchado.
Había escuchado a su amado decir su nombre.
“¿Hm? Hey,
Safu, ¿qué pasa? ¿A qué viene esta respuesta? ¿De dónde viene el estímulo?”
Sion.
-Safu.
Espérame.
Sion.
-Iré allí.
Te salvaré.
Sion…
Sion está cerca. Cerca de mí.
El júbilo se
apoderó del cuerpo de Safu. Había nacido esperanza. La esperanza era fuerza.
Era una energía ardiente que atravesaba todo su cuerpo.
Sion, eres mi esperanza. Estoy esperándote.
Esperaré hasta que vengas a mí.
Sion.
Estaba
agarrando un mechón de pelo. Era largo y resistente. No podía decir de qué
color era. Se agarró a él como si fuese una cuerda de salvamento y trepó.
Estaba escalando una montaña de gente apilada y retorcida sobre más gente.
Estaba subiendo, subiendo pisando cabezas, traseros, hombro y piernas para
avanzar.
Algunos
gemían cuando Sion les ponía el pie encima. A él le faltaba poco para gritar.
Pero el grito se quedaba en su garganta. Le dolía la cabeza y los músculos de
su espalda estaban duros y tensos como una tabla. El sudor se deslizaba por su
pecho y por su espalda. Estaba empapado.
Se había
preparado par ello.
Se había
preparado desde el momento que había decidido colarse en el Correccional.
Pensaba que lo había hecho. Pero esa resolución se había hecho trizas. Se había
despedazado sin dejar rastro. Después de haber vivido aquel infierno, ¿podría
seguir asegurando que quería entrar en el Correccional? Se preguntaba a sí
mismo una y otra vez, lo cual sólo aumentaba el dolor de cabeza.
¿Y bien? ¿Qué vas a hacer, Sion?
Voy a
hacerlo, por supuesto.
Pero no
podía decirlo con total convicción. Ni siquiera podía tranquilizarse a sí
mismo.
Qué decisión
tan delicada era. Que decisión a medias había sido.
Levantó la
cara y observó la figura de Nezumi. La distancia entre ellos parecía tan grande
como la que había entre el cielo y la tierra: Nezumi, que conocía aquel
infierno y estaba allí; y él, que estaba jadeando por la dificultad de aquella
ignorante declaración. Eran muy diferentes.
No era raro
que le llamasen inocente o le mirasen mal por ello. Era la verdad.
Resbaló. Cuando fue a agarrarse a algo, tocó algo
suave y blando con los dedos. Se había cogido a la cara de alguien que estaba
de lado. Tenía el dedo índice dentro de la nariz de esa persona. El dolor de
cabeza de Sion empeoró. Estaba mareado. La fuerza estaba abandonando sus manos
y sus piernas. Ah, no puedo –
“¡Sion!” Le
cogieron por la muñeca y se subieron. “Ya hemos llegado.”
“¿Ya hemos
llegado?”
“A la cima.
Pero bueno, aún nos queda la mitad del camino por delante. Pero por ahora,
enhorabuena por un trabajo bien hecho.”
La cima de una montaña de gente, ¿eh?
“Que pena
que no hayamos traído algo de comer. Da igual, ¿quieres descansar un poco?”
“¿Descansar…
aquí?”
“Si conoces
un área de descanso, vamos allí.”
Un cúmulo de
gemidos se alzó desde abajo. Venían, literalmente, de sobre lo que estaba.
“Aún hay…
gente viva aquí…” dijo Sion entrecortadamente.
“Unos
cuantos lo más seguro. Los que han caído primero está claro que no. Los que han
caído del segundo y tercer grupo puede que hayan acabado con un par de huesos
rotos. Si han tenido suerte. Mira, Sion, hemos tenido suerte de ir en el
segundo grupo. Si hubiésemos ido en el primero hubiésemos acabado hechos puré.”
Sion
recordaba lo que había sentido al caer. La sensación de caer sobre cuerpos
humanos. Había usado la gente del primer grupo como una especie de cojín,
aquella gente que había caído contra el suelo, para reducir el impacto de su
caída.
¿Puedo decir que eso sea tener suerte?
“¿Estás
bien? Dijo Nezumi. “Si tienes ganas de vomitar, hazlo y te sentirás mejor.”
“Nezumi…”
“¿Hm?”
“Lo siento…”
“¿Eh? ¿Por
qué me estás pidiendo perdón?”
Sion se tapó
la cara con las manos. El hedor del sudor y la sangre y los gemidos de la gente
moribunda le envolvieron por completo. Se metían en su carne y corroían sus
huesos.
He llegado al límite. Ya no puedo soportar
más.
“No… puedo
hacerlo.” Hasta ahí podía llegar. Lo mejor que podía hacerlo. No podía dar un
paso más. Si Nezumi no le hubiese cogido de la muñeca, habría caído hasta el
suelo. No podía hacer nada solo.
“Sólo… seré
una carga para ti.”
“¿Y eso es
nuevo? Siempre has sido una carga. Nunca has sido más que eso.”
“Nezumi…
déjame aquí.”
“¿Te vas a
quedar tú solo?”
Asintió.
“Morirás,
Sion.”
“Lo sé,”
susurró.
“No será una
muerte indolora,” dijo Nezumi. “No sé cuántos días vas a estar aquí. Puede que sea invierno, pero los cadáveres
empezarán a pudrirse. Puede que te vuelvas loco por el olor de la
descomposición, o que pierdas el conocimiento una y otra vez por falta de oxígeno,
o…”
“O… que
me suicide.”
“Sion, no
tomes la muerte a la ligera. Si la subestimas, te costará caro. Tienes un
veneno o algo, ¿eh? ¿Cómo vas a suicidarte en un sitio así, sin un cuchillo
para abrirte la garganta o una cuerda para colgarte? Puedes intentar morderte
la lengua, o saltar desde aquí, pero no vas a morir tan fácilmente.”
“Tú – tienes
un cuchillo,” dijo Sion con voz ronca.
Nezumi movió
los hombros.
“Así que te
referías a eso.”
Cogió a Sion
con fuerza del pelo. Le echó la cabeza hacia atrás y le puso el cuchillo en la
garganta. Tenía la sensación de que aquella hoja afilada le cortaría la
garganta si respiraba.
“¿Me estás
pidiendo que te mate?” dijo entre dientes Nezumi.
Sion inhaló
en silencio. ¿Qué pasaría si Nezumi le cortaba la garganta ahí mismo?
¿Salpicaría la sangre a Nezumi, cubriéndolo de rojo?
“Sion.” La
voz de Nezumi tembló. “¿Me vas a obligar a matarte?”
“¿Eh?”
“No me
vengas con ‘ehs’. Te estoy preguntando si vas a obligarme a matar a más
personas de las que ya he matado.”
“Nunca-”
Sion sacudió la cabeza. Los dedos de Nezumi se apartaron. “Nunca querría eso.
Odiaría que lo hicieses.”
Un largo
suspiro. La perra que tenía Inukashi solía suspirar así.
Dios. ¿Qué vamos a hacer contigo?
“Mira,
piénsalo,” dijo Nezumi lacónicamente. “Abrirte la garganta sería asesinato. Si
te doy el cuchillo, te estaría ayudando a suicidarte. Haga lo que haga, seré
responsable de tu muerte. ¿Estás ordenándome que cargue con ese sufrimiento? Y
además-”
Cogió del
pelo a Sion con más fuerza que antes.
“Entonces,
¿para que habrías memorizado el plano del Correccional? Ahora es cuando más
necesitamos tu cerebro. No voy a consentir que abandones ahora. No voy a
permitirlo.”
Le estiraba
del pelo sin miramientos. El dolor clavaba agujas en su conciencia delirante.
“Sin ti,
sería casi imposible escapar de aquí. Si quieres morir, no voy a impedírtelo.
Pero que sea después de haber salido de aquí. Entiendes lo que te estoy
diciendo, ¿verdad?”
“Perfectamente.”
“Entonces
escucha. No ha hecho más que empezar. ¿Lo entiendes, Sion? Te necesito.”
“Sí.”
Sion obligó
a sus piernas a levantarse. Podía hacerlo, pero por poco.
“Buen
chico.”
“Sí.”
“Vamos.”
“Bien.” Sion
no tenía ni idea de a dónde se dirigían, de si iban a subir o a bajar. No se le
ocurrió preguntar. No tenía energía. Lo único que podía hacer era reunir las
fuerzas que le quedaban y seguir a Nezumi. Ser una existencia necesaria para él
era más atractivo que morir de un tajo. Sentirse así significaba que aún tenía
la voluntad para seguir viviendo. Aún tenía… la voluntad. Así que su alma aún
no se había secado.
Nezumi
silbó. Una nota clara y aguda resonó en la oscuridad. Después de ese sonido,
sólo se escuchó el silencio. Hasta los gemidos de las personas moribundas
habían cesado.
Chit.
“¿Eh?”
Cheep – cheep.
Un par de
puntos brillantes apareció en la oscuridad. Era un color que Sion recordaba.
“¿Hamlet?”
Era el color de los ojos del ratoncito. Eran las estrellas rojas en la almohada
de Sion mientras se preparaba para acostarse; las que estaban encima de la pila
de libros; bajo su cama, siempre brillantes.
“No es
Cravat o Tsukiyo, ¿es…?”
“Te he dicho
que no le pongas nombre a mis ratones,” dijo Nezumi molesto. “Además, ¿qué
pintan aquí?”
“Cierto.”
“Pero con lo
de los ratones no te equivocas. Este es uno que no tiene nombre.” Nezumi volvió
a silbar. Una melodía aquella vez. Las luces rojas desaparecieron durante un
instante, y cuando Sion volvió a parpadear estaban cerca de él. Nezumi desató
una fina cuerda de su muñeca. Se la lanzó a las luces rojas.
“Toda tuya.”
Cheep – cheep – cheep. El ratón chilló.
La luz desapareció – el ratón había echado a correr con un extremo de la
cuerda en la boca.
“Oh – es
joven.”
“¿Qué has
dicho?”
“Ese ratón.
Es más joven que Hamlet y los otros, ¿verdad?”
“¿Cómo lo
sabes? Ni siquiera le has visto.
“Oh… bueno,
me ha dado esa sensación. La de que es joven.”
Después de
unos cuantos segundos en silencio, escuchó a Nezumi chascar la lengua.
“Tch, tu
instinto se agudiza en las situaciones más raras. No sé si eso te hace fácil o
difícil de entender.”
“Sólo he
dicho lo que me ha parecido.”
“Hmph,” Se
burló Nezumi, “bastante hablador para alguien que iba a rendirse no hace ni un
minuto, ¿eh? Eso quiere decir que aún tienes fuerza de sobra.”
“Has dicho
que me necesitas. Así que voy a hacerlo lo mejor que pueda.”
“Tch, hablas
como un crío. Sólo necesito tu cerebro. No vas a tardar mucho en tener que
correr a toda velocidad. Disfruta de las vacaciones mientras puedas. Toma.”
Le dio una
cuerda a Sion. Podía ver que estaba hecha de una fibra especial. Tenía un tacto
flexible y resistente. Dependiendo de como se usase, la fibra especial podría
usarse para levantar una tonelada, o para cortar un pelo. La cuerda se había
atado a algo. Estaba tensa.
“Átate la
cuerda a la cintura. Átala con fuerza,
que vas a volar.”
“¿A volar?”
“Sí. Vas a
surcar la oscuridad como un pájaro nocturno. ¿Te la has atado ya?”
“Sí.”
“Vale, vamos
a saltar. Coge aire.” Acercó a Sion, y voló, medio cargado a cuestas por
Nezumi, por el aire. La oscuridad se meció a su alrededor. Tenía la sensación
de haberse convertido en un péndulo. Pero su cuerpo no tardo en estamparse
contra una pared. Olió suciedad.
“Agárrate a
la cuerda con las dos manos. No te muevas, encuentra un punto de apoyo en la
pared. Aplica tus conocimientos de escalada, Sion.”
“Lo siento,
nunca he escalado.” Se dijo a sí mismo una y otra vez que tenía que calmarse.
El olor de la suciedad le daba fuerzas. No era sangre, vómito, o el hedor de
gente moribunda. Sion tomó aire. Nezumi escaló por delante suyo, como dándole
ejemplo.
“No hay
mucha distancia. Tómate tu tiempo para subir. Es mucho más fácil que escalar
una montaña de gente.”
“Si tú lo
dices,” replicó Sion. Era algo desalentador subir una pared casi perpendicular
al suelo. Sion sentía que se estaba esforzando en vano.
“¿El ratón
ha subido por aquí?” preguntó.
“Tienen sus
propias rutas. Te gustan los ratones, ¿no? Mira, por la mano ahí, en la piedra
que sobresale – sí. Ahora ahí: hay un surco, ¿no? Quédate en esa posición e
impúlsate hacia arriba.”
Guiado por
las instrucciones precisas de Nezumi, Sion se enfrentó a la pared con total
concentración. Parecía que Nezumi estaba aguantando la cuerda con una mano. A
veces se balanceaba. Lo más seguro es que la cuerda no fuese lo suficientemente
larga para que los dos se la atasen a la cintura.
Soy mucho peor que una carga: podría estar
poniendo en peligro la vida de Nezumi. Así de débil soy.
Sion se
enfrentó a otra realidad.
Soy débil. Pero –
‘Te
necesito.’
Le dio
vueltas a esas palabras. Eran como un afrodisiaco. Saciaban su cuerpo. Sion
clavó las uñas en la pared, y continuó subiendo.
Sus dedos
tocaron algo duro. En cuanto lo tocó, sintió como le subían. Cuando cayó hacia delante, notó la misma cosa
dura en la mejilla. También tenía un tacto frío.
¿Es… una piedra?
¡Cheep – cheep – cheep!
Los ruiditos
leves que hacían los ratones. Notaba a los animalitos corriendo por su espalda.
Cravat y el resto corrían a menudo por su espalda cuando querían comer o jugar.
Sion se levantó
con cuidado. Tiró con cuidado de la cuerda que tenía atada a la cintura. El
otro extremo estaba atado con firmeza a una roca. Era una roca extraña; tenía un agujero circular en el pico. El
ratón había pasado varias veces por dicho agujero para asegurar la cuerda.
Quizá le habían entrenado para ello. Si así era, entonces, ¿la piedra también
era producto de la mano del hombre, igual que las amarras para un barco? Desató
la cuerda y se la enrolló en el brazo.
Después de
enrollarla, intentó darle la cuerda a Nezumi, pero éste no levantó la vista
desde su posición en cuclillas. Le costaba respirar, a pesar de lo atlético que
era. No le sorprendía. Se había encargado de Sion, le había dado instrucciones
y le había ayudado a subir hasta ahí. Probablemente había gastado varias veces
más la cantidad de energía que le habría costado subir el solo. A Sion le dolió
el corazón.
“Nezumi – lo
siento. Yo-”
“No pidas
perdón.” Su voz, más áspera de lo normal, interrumpió a Sion. “Pides perdón por
todo. Lo siento, lo siento, lo siento. ¿Qué va a hacer el pedir perdón para
solucionar un problema? Lo único que hace es calmar un poco tu conciencia
herida y delicada.”
“Sí.”
“No uses las
palabras para excusar tu culpa. Trátalas con más respeto.”
“Bien.”
Tenía razón. Daba igual las veces que pidiese perdón, no podría solucionar ni
el más mínimo problema. A partir de ahora, se tragaría las palabras que
amenazaban con escapar fácilmente de sus labios. Cargaría con el peso de su
culpa en lugar de pedir disculpas.
Observó el
perfil de Nezumi, que tenía los labios entre abiertos y jadeaba, haciendo que
sus hombros subiesen y bajasen.
Algún día, te devolveré el favor. Has dicho
que me necesitas. Viviré por ello. Pondré mi vida en juego para proteger la
tuya.
“Oh –
Nezumi.”
“Cállate. Te
he dicho que dejes de pedir perdón.”
“No, no es
eso… puedo verte la cara.”
“idiota. Te
ha costado darte cuenta, ¿eh? A partir de ahora, tendremos luz. Poca, pero luz.
Un regalo espléndido, ¿no te parece?”
Sion
miró a su alrededor. Aquel sitio era
ligeramente más grande que una cama. El suelo y la pared estaban cubiertos de
piedras de todos los tamaños, y algunas emitían un brillo blanco.
“Son… LEDs…”
“Sí. Diodos
que emiten luz. Imagino que algo familiar para un residente de No. 6, ¿no?
Aunque seguramente brillen más en No. 6.”
“¿Por qué
hay LEDs aquí?” dijo Sion sorprendido. “El pasillo de ahí abajo sólo tenía
bombillas. Nezumi, estamos dentro del Correccional, ¿no?”
“Por
desgracia, no.”
“Pero – esa
pared que acabamos de escalar es natural. No la ha hecho el hombre.”
“Oh, ¿te has
dado cuenta?” dijo Nezumi haciéndose el sorprendido.
“Hasta yo
puedo darme cuenta de cosas así,” replicó Sion indignado. “Si la hubiese hecho
el hombre, no habría podido escalarla ni con tu ayuda. O eso, o habría sido mucho más fácil. Pero
esa pared no era ninguna de las dos cosas. Tenía huecos para agarrarme y
apoyarme, pero sólo lo justo para que pudiese trepar – con ayuda, claro.”
“¿Aún te
duele no haber podido treparla solo? Que sensiblón. ¿Tan fácilmente se hiere tu
orgullo?”
“A mi
orgullo ya le duele todo,” dijo Sion. “Nezumi, ¿de qué va esto? ¿Por qué hay
una cueva natural conectada directamente al sótano del Correccional, a un
patíbulo?”
Nezumi se
levantó. Se le había subido un ratón al hombro y ni se había enterado. Era gris
y pequeño. Su cola era un poco más larga que la de Cravat.
“Estas
cuevas son naturales, enormes y complejas. No. 6 decidió utilizarlas como parte
de su patíbulo. Eso es todo.”
“Pero esas
piedras no son naturales. Este sitio también tiene cosas hechas por el hombre,
¿verdad? Pero es algo completamente diferente al Correccional. Lo que
quiere decir que han sido otros los
que-”
La mano de
Nezumi se dirigió hacia él. Le tapó la nariz antes de que pudiese decir nada.
“Hablas
demasiado. Cállate y sígueme.”
“Vale, vale.
Seré como tu sombra.”
“Sion, ¿tu
curiosidad se despierta tan fácilmente como tu orgullo? Te brillan los ojos.”
Se había
despertado, sí. La curiosidad latía en el interior de Sion con firmeza. ¿Qué
había ahí? El infierno no era lo único que había allí. Había algo más, un mundo
diferente a aquel infierno tan atroz.
¿Qué es?
¿Qué es lo que hay?
Nezumi
caminó despacio con una cuesta muy empinada. Su espalda flotaba en la
oscuridad.
Habían
abierto un pasillo en la roca. El techo era bajo, y era imposible pasar por él
sin agacharse. Nezumi se paraba de vez en cuando a coger aire. Sus hombros
temblaban. Parecía que le estaba costando mucho.
Justo cuando
Sion iba a abrir la boca para preguntarle si estaba bien, Nezumi se tambaleó y
se dejó caer sobre la pared.
“¡Nezumi!”
Se
preguntaba si era lo mismo de la otra vez. Nezumi se caería redondo al suelo y
perdería la consciencia. Sion extendió las manos, esperando a que ocurriese.
Pero Nezumi no cayó. Apoyado en la pared, murmuró:
“Otra vez.”
“¿Eh?”
“No
importa-”
“¿Puedes
andar?”
“Claro.
Tengo piernas. Y mejores que las tuyas, todo sea dicho.”
Rechazando
la mano de Sion, Nezumi continuó andando. Sion sacudió la mano que había
extendido y le habían rechazado, y siguió avanzando.
“Esto es-”
Abrió los
ojos. Estaban en el corazón de la caverna. Rocas escarpadas sobresalían en
todas direcciones, pero era considerablemente amplio. Estaba muy oscuro para
ver las esquinas. Pero no era una oscuridad total. Aunque tenue, había luces.
Pero no provenía de diodos que la emitían.
“¿Velas?”
Había numerosas velas colocadas en los huecos entre las rocas. Sion había visto
aquellas luces por primera vez en el Bloque Oeste.
“Nezumi,
¿dónde-?”
¿Estamos? Tenía pensado decir, pero las
palabras se le quedaron en la garganta. Nezumi estaba rígido. Su garganta se
contrajo lentamente al tragar. Era raro ver a Nezumi tan nervioso.
“¿Algo va
mal? ¿Qué-?”
“¡Agáchate
Sion!”
Nezumi no
había terminado de gritar cuando Sion notó un empujón. Cayó de culo. Una sombra
negra le pasó silbando junto a la nariz.
Scritch. Scritch.
Escuchó un
ruido parecido al que hacían los engranajes oxidados al girar. Era una voz.
Nezumi
sacudió la mano. Una sombra negra rebotó y cayó a los pies de Sion.
“¡Whoa!” Se
echó hacia atrás. Era una rata enorme y gris. Parecía que había salido de una
alcantarilla.
Screech, screech, screech.
Una rata
tras de otra se lanzaba contra él. Una le saltó en el hombro a Sion, abrió la
boca, e intentó clavarle los dientes en el cuello. La cogió y la lanzó. La rata
olía a humedad. Notó un dolor sordo en el brazo. Tenía una rata agarrada. Las
manos de Sion se movieron antes de que pudiese asustarse.
“¡Joder!”
Estampó el brazo contra la pared.
Screech, screech.
Resonaron
aquellas voces que parecían crujidos. Las ratas gritaban asustadas.
Numerosas
luces rojas le observaban. Pares de ojos rojos observaban a Sion desde los
huecos entre las piedras. Varias docenas
de ratas le estaban rodeando. Aquellas miradas carmesís estaban fijas en los
dos chicos, esperando el momento para atacar.
“Sion,
¿estás bien?”
“Claro.”
“Te digo
esto por si acaso, pero imitar a un gato no va a asustarlas.”
“Me lo había
imaginado. Lo más seguro es que el gato se asustase.”
“Menuda
bienvenida le dan a alguien que hace tiempo que no se pasa por aquí.”
“¿Eh? ¿Hace
tiempo?”
Nezumi se
llevó dos dedos a la boca y silbó. Se escucho una melodía con tonos altos y
bajos. Era una canción que Sion no había escuchado antes. Le hizo pensar en la
niebla que se desliza entre los árboles en la oscuridad. Una película en blanco
y negro se proyectaba en su mente.
Scritch.
Una única
rata chillo desde una posición cercana. Se les acercó despacio. Nezumi extendió
una mano con amabilidad, y la rata se restregó contra sus dedos. Los dedos de
Nezumi le acariciaron el pelo gris afectuosamente.
Scritch, scritch, scritch.
Una a una,
fueron bajando de las piedras. Los ojos de Nezumi se centraron en Sion durante
un instante. Sion asintió. Se agachó y extendió su mano tal y como había hecho
Nezumi.
Scritch.
Una rata se
restregó con su mano. Sion la rascó entre las orejas.
Sus ojos se
estrecharon. Lo estaba disfrutando.
Hey, no es muy diferente a Cravat.
A los
ratones les encantaba que les rascasen entre las orejas. Se lo pedían cada
noche antes de ir a dormir. Con los perros de Inukashi pasaba lo mismo. Les
encantaba que les cepillara a conciencia el pelo.
“Venga,
venga. Ya está. Hey, espera. ¿Tú también quieres que te rasque?” Sion bajó la
mirada y vio que tenía varias ratas en el regazo. No eran tan monas como los
ratones, claro está. Pero no le daban miedo. No había ni rastro de la
agresividad que habían mostrado minutos antes. Más y más ratas se le subían
encima, y estaban empezando a pesar.
“Mírate,”
dijo Nezumi, interrumpiendo el silbido para negar con la cabeza, “ganarías
hasta al flautista de Hamelín.” Entonces levantó la barbilla y observó el aire.
“¿Ya has terminado con la procesión de bienvenida?” Era una voz totalmente
clara. La hermosa voz de Nezumi hizo eco en el techo, y continuó sonando. Era
como si estuviese en un escenario con un equipo de sonido de los mejores.
“Sal de una
vez. Las ratas no van a hacer nada.”
Una piedra
pequeña rodó por el suelo. La oscuridad cambió en las grietas. Una masa negra
cayó atravesando esa oscuridad. Aterrizó sin hacer ruido.
Las ratas
que tenía Sion en el regazo se dispersaron. En cuestión de un segundo se
camuflaron en la oscuridad.
¿Es una persona…?
Parecía un
humano vestido con una capa negra. Cuando la capa ondeó dejando ver lo que
había debajo, Sion se levantó y aguantó la respiración.
Era un
hombre alto de complexión robusta. Todo en aquel hombre era gris. El pelo, que
le llegaba hasta la cintura, y el color de su piel eran grises. El color de
aquellos ojos que le devolvían la mirada también era gris. Pero no era un gris
tan brillante como el de los ojos de Nezumi. Eran del color de la arena. El
gris también era el color del desierto. Rechazaba la vida y aceptaba la de los
demás muy fácilmente. No cuidaba nada y cambiaba de forma con el viento. Una
tierra basta y estéril. Mientras que Nezumi irradiaba energía vital, el hombre
irradiaba el aire de un mundo estéril.
“¿Para qué
has vuelto?” habló el hombre, sin apenas mover los labios. Sion sintió un
escalofrío recorrerle la espalda, aunque no supo por qué. Se cogió el brazo con
fuerza.
“Has vuelto.
Eso significa que tienes que morir.”
“Deja que
vea a Rou.” Nezumi avanzó medio paso. “Tengo algo importante que discutir con
él. Déjame verle.”
El hombre
también avanzo medio paso. “Tienes que morir. Son las reglas.”
Era el
desierto, después de todo. No había rastro de vida en él. Los escalofríos de Sion empeoraron.
“Tienes que
morir. Son las reglas.” Sintió un viento helado que provenía del hombre. ¿Era
una alucinación?
Nezumi
exhaló lentamente. La oscuridad sobre su cabeza se movió.
Sion no vio
cuando se movió el hombre, en parte porque estaba oscuro. Si hubiesen estado
rodeados por una oscuridad total, el cuerpo gris del hombre habría podido verse
un poco. Pero en una oscuridad tenue, con sólo las velas como fuente de luz, el
hombre podía mezclarse fácilmente con en entorno, y era casi imposible verle
con un nivel de vista como el de Sion.
Aunque lo
más seguro es que hubiese costado ver los movimientos del hombre a pleno sol. Era muy rápido. Su cuerpo gris
se deslizó y se lanzó contra Nezumi. Nezumi se apartó justo a tiempo. La pierna
del hombre le siguió, deslizándose hacia arriba para asestar una patada, y
Nezumi la desvió con la mano. El hombre perdió el equilibrio durante un
instante antes de recuperar la postura y lanzarse contra Nezumi otra vez.
Una rata se
subió al hombro de Sion.
Screech. Screech. Screech.
Alzó la voz
y se frotó las patas. Si estaba esperando a que terminase el combate o animando
a alguno de los dos, Sion no lo sabía; pero en su voz se apreciaba el
entusiasmo.
“¿Puedes ver
lo que está pasando?”
Screech. Screech. Screech.
“Así que
puedes verlo, ¿eh? Nezumi - ¿está bien Nezumi?” Sion entrecerró los ojos para
intentar ver lo que estaba pasando. Sólo podía entrecerrar los ojos. Sólo podía
mirar.
Siempre
pasaba lo mismo. Siempre. Pero – pero no puedo seguir así. Tengo que hacer algo
– lo que sea.
El hombre
había dicho que Nezumi tenía que morir. No era una simple amenaza. Aunque el
tono de voz del hombre no había variado ni había dejado ver ninguna emoción, de
ella había emanado un aura asesina. Lo de matar a Nezumi iba en serio.
¡Screech – screech! Skrit-skrit-chit.
La rata se incline
y chilló aún más fuerte. Escuchó el sonido de carne golpeando carne al mismo
tiempo. Nezumi cayó a los pies de Sion.
“¡Nezumi!”
“¡Idiota!
¡No te acerques!” Nezumi se encogió y tosió. Se tambaleó al levantarse.
“¿Qué pasa?”
El hombre preguntó oculto en la oscuridad con aquel tono de voz inexpresivo. “Te
has hablando mucho durante el tiempo que has estado viviendo ahí arriba, ¿eh?”
“Bueno,
podría decirse que he – disfrutado de mis vacaciones un poco – demasiado.”
Podía escuchar como Nezumi respiraba con dificultad. Sion avanzó.
“Idiota. No
me sorprende que no puedas pelear conmigo; apenas te tienes en pie.”
“¡Pues
claro!” Sion estaba gritando. No podía ver bien al hombre. Pero podía gritarle.
“¿Cuánto te crees que le ha costado a Nezumi que llegásemos hasta aquí? Intenta
hacer lo mismo, seas quien seas, antes de hablar con tanta arrogancia. Intenta
escalar esa pared – con una carga
como yo.”
El silencio
fue su respuesta. La rata en el hombro de Sion empezó a mover la cola.
“¿Quién es?”
“Una carga,”
contestó Nezumi.
“¿Por qué le
has traído aquí?”
“Quiero que
conozca a Rou.”
“Y después,
¿qué?”
“Quiero que
Rou escuche la historia.”
“¿La suya?”
“La mía.”
“Aquí nadie
va a escuchar a alguien como tú, que has vuelto arrastrándote y no te
avergüenzas.”
“Hasta que
uno no lo intenta, no sabe lo que pasa.” Nezumi se colocó junto a Sion. Parecía
que Nezumi podía ver bien. Para él aquella luz era suficiente.
“Sion,
escucha,” le susurró Nezumi. El hueco entre las piedras que tenemos justo
detrás. Hay un pasillo estrecho. Métete. Y corre.”
“¿Y tú?”
“No te
preocupes por mí. ¡Ve!” Empujó a Sion. Echó a correr.
“No tan
rápido.” El aura asesina del hombre le alcanzó como si fuese una onda
expansiva. Nezumi le ordenó algo.
¿’Ve’… o había sido ‘corre’?
Sion se detuvo
y se dio la vuelta. Dos sombras estaban luchando entre ellas. Podía ver algo
borroso en la oscuridad. Podía ver.
“Nezumi.”
El hombre
estaba con una pierna a cada lado del cuerpo de Nezumi y tenía ambas manos
alrededor de su garganta. Nezumi se estaba retorciendo para soltarse. A Sion se
le aceleró la respiración.
¿Nezumi se está retorciendo?
Nunca había
visto así a Nezumi, atrapado, retorciéndose.
Tienes que morir.
Eso era lo
que había dicho el hombre. Lo había dicho.
Sion levantó
la muñeca. Tenía enrollada la cuerda de fibra especial. No estaba pensando. Su
cuerpo se había separado de su alma, de su cerebro, y se estaba moviendo por
cuenta propia. No – quizá era su alma la que se lo ordenaba.
Mátalo.
La rata se
bajó de un salto del hombro de Sion. Se metió por el hueco que Nezumi le había
dicho que saltase. Sion no la siguió. No iba a acatar la orden que le había
dado Nezumi.
Scrre-scree-scree.
Las ratas
gritaron desde su posición en las rocas. Sus voces estaban llenas de miedo y
aprensión. El hombre se quedó inmóvil. Observó el área. Levantó la barbilla un
poco.
Sion se
subió a la espalda del hombre. Le pasó la cuerda por debajo de la barbilla, la
cruzó, y dejó caer su peso hacia atrás.
¡Gah!
El hombre
empezó a retorcerse. Sion le clavó el talón en el hombro y tiró de la cuerda
todo lo que pudo. Cuando había intentado estrangular al hombre en aquella
habitación no había sabido muy bien lo que estaba haciendo y no había estado
pensando en ello. Pero ahora era diferente. Estaba completamente alerta. Estaba
totalmente consciente. Sus intenciones y pensamientos eran suyos.
Voy a matarlo.
Si intentas matar a Nezumi, tienes que
morir. Es tu destino.
Tiró con más
fuerza.
El cuerpo
del hombre se arqueó.
“¡Sion!” un
grito resonó. Era un grito. Una voz entrecortada le llamaba.
“¡Sion! Para
– para, por favor-” Nezumi se le abalanzó por detrás. “Para, te lo suplico.
Sion.”
“¿Eh?”
Unas manos
le cogieron la cara con firmeza.
“¿Puedes
oírme?”
“Oh – sí.”
“Suelta.
Venga. Deja de estirar.”
Hizo lo que
se le había dicho. El hombre rodó e intentó, sin ningún resultado, levantarse.
Se quedó de rodillas, tosiendo. El aire silbaba al pasar por su garganta igual
que el viento lo hacía al pasar por un desierto.
“Sion – ya te
lo he dicho. No estás hecho para ser un verdugo.” Nezumi cogió la cuerda y la
apretó en sus manos. Tenía el labio partido. El par de labios rojos, a causa de
la sangre, se movió. “¿-o vas a decirme que esto es salvación?”
“No.”
“¿Entonces
qué? Si estabas intentando salvarme, déjame decirte que no es asunto tuyo.
Sion, no vuelvas a montar un numerito tan estúpido como este. Esto no es para
ti.”
“Es un
castigo.”
“¿Qué?”
“Es un
castigo.”
“¿Castigo?
¿Qué quiere decir?”
“Ese hombre
ha intentado matarte. Así que ha pagado el precio.”
“Sion-”
“Y volvería
a hacerlo. Si ese hombre intenta matarte, haré exactamente lo mismo.”
El hombre
estaba en cuclillas en el suelo, tosiendo y cogiéndose la garganta.
“¿Quién –
es?”
Esa vez,
Nezumi no contestó. Miró a Sion sin
decir nada. Los dedos que sujetaban la cuerda estaban temblando.
“Ha
intentado ahogarme,” dijo el hombre con incredulidad. “Y yo, precisamente yo – no he notado su presencia.”
“Ya – ya me
he dado cuenta.”
“Ha
intentado asfixiarme por detrás, y no he podido escapar.”
“Ya. Te
estabas retorciendo como un conejo atrapado.”
“Las ratas
se han asustado.”
“Yep.”
El hombre
tembló. “¿Quién… es?”
“Un
ciudadano de No. 6.”
“¿No. 6? ¿Qué
esta haciendo un ciudadano de No. 6 aquí?”
Nezumi exhaló.
“Déjame hablar con Rou. Se lo contaré todo.”
Sion se
sentó y escuchó la conversación que mantenían el hombre y Nezumi. Las palmas
empezaron a latirle de dolor donde se le había clavado la cuerad.
“Oigamos tu
historia.”
Una voz se
escuchó desde arriba.
Sion levantó
la cara y miró a su alrededor. Había una zona oscura a la que la luz de las
velas no llegaba. La voz venía de ahí. Sólo
una frase –
Oigamos tu historia.
Con esas
palabras, desapareció. No había ninguna presencia humana allí.
“Con mucho
gusto,” suspiró Nezumi. El hombre se levantó. Se tambaleó y desapareció entre
las rocas.
“Vamos,
Sion.”
“Oh – vale.”
Se adentró en la oscuridad.
“Sion.”
“¿Hm?”
“Lo más
seguro es que no sirva de nada decirte esto, pero-”
“Mm-hmm.”
“Quiero que
sigas siendo como eres ahora, Sion.”
“¿Eh? ¿Qué
quieres decir?”
“El Sion que
conozco nunca pecaría. Nunca.” Lucha
contra ello, murmuró Nezumi. “Quiero que luches por seguir siendo tú mismo.”
Era una
súplica. Su tono, tenso y suplicante. ¿No era ese el tono de voz que más odiaba
Nezumi?
Sion cerró
los ojos.
Detrás de
sus parpados, había una oscuridad más profunda que la que se abría ante sus
ojos.
woow estubo genial
ResponderEliminargracias por seguir traduciendo
porfavor no pares
gracias desde mi coranzocito
gracias
gracias
gracias
gracias
Hola, no conocía vuestro blog, yo seguía esta novela desde kirha69, pero allí han dejado de traducirla y nos han dado algunas alternativas, entre otras, la vuestra. Me he quedado de piedra cuando he visto por dónde íbais (y el ritmo de trabajo maratoniano que, por suerte para mí, llevais con esta novela). Voy a ponerme al día rápidamente.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias!
Ritmo maratoniano... psé, depende xDDDD Cuando me da la vena vaga o estoy muy liada poco hago xD
EliminarMomento, la novela tiene sólo 4 capis?
ResponderEliminarNo todas tienen 5?
Oh, qué mal educada. Primero iban los agradecimientos...
Gracias por traducir!! Hace como una año que había empezado a leer la novela traducida por no me acuerdo quién (había terminado la primera, solamente) y, cuando vuelvo de mis horribles vacaciones sin Internet, me entero que dejó de traducir!! Me quería morir!! Y justo cuando entro al perfil del autor de uno de los blogs que sigo, veo que sigue este blog. No tenía idea de qué iba por lo que me dió curiosidad ("translations" me tendría que haber dicho algo). Entro, y ahí estan 4 tomos y 1/2 de No.6 esperandome TwT!!
No sabes cuanto te agradezco que traduscas las novelas!! Tendría que haberte agradecido apenas descubrí tu blog pero no me daba el tiempo.
Gracias de nuevo y, de nuevo, son 4 o 5 caps en el volumen 5?
Sí, sólo son cuatro. A mí también se me hace raro, estoy con la novela 6 y me da la sensación de que me he dejado algo xDDD Hay otra que también tiene 4 capítulos, pero ahora no sabría decirte cual xD
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