Es poco, pero es mejor que nada. No creo que tarde mucho en poner algo más.
Capítulo 3
Shion’s Days
Estaba
lloviendo. Una llovizna – casi niebla. Pero lluvia era lluvia, y empapaba las
calles por la noche y a la gente que no tenía paraguas.
Antes de
entrar en su casa, Sion se pasó los dedos por el pelo. Gotas de agua caían de
su brillante pelo blanco. Se había mojado más de lo que creía. El frío aire
nocturno de principio de primavera se acercaba a sus pies. Acabaría por
resfriarse si no entraba pronto en calor.
Sion sabía
que lo cogería, pero permaneció frente a la puerta, incapaz de moverse. Tenía
frío. Tenía el ánimo por los suelos. No estaba seguro de querer mirar a Karan a
la cara.
La puerta
trasera de su casa era de madera. La pintura se estaba desconchando en varios
sitios y mostraba señales claras de su edad. Sion había sugerido cambiarla un
par de veces. Pero Karan siempre había negado con la cabeza.
“Esta está
bien. Es robusta y fuerte. Y además, ¿no te parece que tiene un encanto
especial? Creo que es mucho mejor que esas brillantes puertas de metal.”
A su madre
le preocupaba el coste. Pero era posible que no le preocupase el tema de la
renovación; quizá le tenía cierto apego a esa puerta de madera desgastada. Sion
lo había entendido y no había vuelto a sacar el tema de cambiar la puerta.
En cierto
modo su madre tenía razón. Aquella puerta de roble macizo emitía un aura que n
ose podía encontrar en las puertas de acero de colores brillantes. El picaporte
redondo también estaba fijado en su sitio.
La puerta no
había cambiado lo más mínimo desde que Sion y Karan se habián mudado a Lost
Town y se habían ido de Cronos (o, para ser más exactos, desde que les habían
exiliado y no les habían dado más opción que vivir en Lost Town, pero ni Sion
ni Karan le tenían ningún apego a esos días). De hecho, la casa en sí no había
cambiado mucho.
Ya hacía
algo más de un año desde la destrucción de la ciudad estado de No. 6. La
confusión seguía presente y todos, antiguos residentes de No. 6 y no residentes
por igual, intentaban adaptarse a aquella situación nueva en la que no había
murallas.
Los términos
“de dentro” y “de fuera” (de la muralla) habían hecho mella, y los unos
consideraban a los otros como extranjeros que hablaban otro idioma. Los de
dentro se habían dado cuenta de que habían estado bajo un control rígido sin
saberlo, y apreciaban que se les hubiese liberado de vivir en una sociedad
vigilada. Pero al mismo tiempo, no querían que nada interrumpiese su estilo de
vida. Los de fuera, criticaban duramente los crímenes que había cometido No. 6,
que había prosperado a base de ser un parásito. Pedían una distribución de la
riqueza equivalente y una compensación por el abuso al que se habían visto
sometidos.
Actualmente,
con el Comité de Reestructuración como núcleo, No. 6 (claro está, había gente
que pedía un nuevo nombre para la ciudad, pero no sobraba el tiempo para
pararse a considerar nombres. También estaba el tema de la relación entre las
ciudades; por conveniencia, No. 6 seguía llamándose No. 6) buscaba restaurar la
paz y el orden; para establecer unos cuerpos legislativos, de gobierno y
judiciales; y asegurarse un sustento.
De momento, seguirían usando las instituciones
gubernamentales de No. 6. Designarían al Bloque Oeste como un ala especial, y
se encargarían de establecer todos los sistemas básicos necesarios para vivir. Constituirían
una policía temporal para disolver el ejército y mantener la paz.
El Comité de
Reestructuración lo componían doce miembros – exciudadanos de No. 6 y antiguos
representantes de cada uno de los Bloques. Bajo el Comité había doce
subcomités, con un miembro del Comité a la cabeza de cada uno. Sion era uno de
los miembros más jóvenes del Comité.
Todo había
cambiado durante el año anterior. Como una ola, como las aguas torrenciales de
unos rápidos, como una avalancha, todo había sido absorbido en una espiral,
hecho pedazos y retorcido. Y las cosas no harían más que ponerse más duras en
el futuro.
Sion exhaló
y miro la puerta, el pomo de latón desgastado y la pequeña ventana que dejaba
salir una luz tenue.
Pero había
cosas que no cambiaban. Daba igual el camino que escogiese la humanidad,
siempre había cosas que no cambiaban, dentro y fuera de las personas.
Sion, quiero que sigas siendo tal y como
eres.
El murmulló
de Nezumi revivió en su interior.
Lucha. Lucha contigo mismo.
No era una
orden ni un mandato. Era una súplica.
Nezumi le
había suplicado a Sion cuando había dicho esas palabras. Sion, no cambies nunca.
¿Podría responder a los sentimientos que
Nezumi había dejado al descubierto ante mí?
Sion cerró
los ojos. Visualizó el bazar. Lo habían restaurado y había pasado a ser un
mercado libre, y ahora ofrecía muchas opciones y abundancia de productos
frescos, algo inimaginable en el pasado. Karan compraba allí a menudo.
“Es de un
veinte a un treinta por ciento más barato que las tiendas de la ciudad. Puede
que no sea los más atractivos a la vista, pero no se encuentran productos que
sepan tan bien en otra parte.” Justamente el día anterior, también, se había
reído mientras sacaba las manzanas deformes y los pepinos retorcidos.
Pero ella no lo sabe – la Caza tuvo lugar en
ese mercado. El ejército de No. 6 disparó sin piedad a aquella gente – les
metió un tiro entre ceja y ceja o en el pecho – sin siquiera parpadear.
El aire
había estado cargado de desesperación, miedo y los gritos llenos de angustia de
la gente; el hedor de la sangre lo cubría todo al haber cadáveres tirados por
todas partes. Un brazo que sobresalía de una pila de escombros; un tanque del
ejército que aplastaba una pierna al pasar; las botas de los soldados que
pisaban a aquellos que seguían con vida y suplicaban que les ayudasen. Y
aquello no había sido más que la primera entrega del infierno que Sion había
visto después.
Mi madre eso no lo sabe. Y se alegraba
de ello. Cuando cerraba los ojos, podía recordar todo lo que había visto aquel
día, con el mismo realismo que el día que lo había vivido. Nunca sería capaz de
olvidar las caras de la gente que habían metido en aquel camión; los ojos del
hombre que le había suplicado a Sion que acabase con su sufrimiento; la pila de
cuerpos y el olor a muerte del que se había impregnado; las paredes del
Correccional ardiendo; el humo negro que había salido de No. 6. No podría
olvidarlo. Aquellas imágenes se le habían quedado grabadas de por vida, no
desaparecerían nunca.
Y el hecho
de que había apretado el gatillo. El hecho de que había matado voluntariamente,
no por accidente, a otro hombre
Sion abrió
los ojos y miró al cielo. No podía ver la luna o las estrellas, por supuesto.
Una gota se deslizó por su mejilla. Tocó sus labios y continuó bajando por su
rostro.
Ah, estoy vivo. La realización de que
estaba vivo le golpeó de repente. Lo estaba sintiendo en aquel momento, estaba
vivo. Aquella realidad tan aplastante estuvo a punto de ahogarle. Tenía ganas
de gritar.
Estoy vivo. Estoy vivo. Estoy vivo. Estoy
vivo. Estoy vivo.
Nezumi, estoy vivo, le dijo al cielo
oscuro, vacío de luz. Estoy vivo y estoy
esperándote. En aquel infierno, me atraían tus ojos, tus palabras, tus gestos,
tus pensamientos – y me sirvieron de apoyo. Gracias a eso, fui capaz de
sobrevivir. Y, ahora mismo, estoy vivo.
¿Puedes oírme, Nezumi? Estoy vivo.
Un perro
ladró con fuerza. El ruido venía de dentro de la casa.
¿Qué? ¿Un perro? ¿Será-?
La mente de
Sion volvió al presente. Su corazón latía con fuerza. Abrió la puerta. Le
recibieron unos ladridos. Eran unos ladridos de alegría y afecto, no agresivos
o aprehensivos. Un perro con el pelaje a manchas le saltó encima a Sion
mientras ladraba. Movía la cola con fuerza mientras restregaba el hocico contra
el muslo de Sion. En sus ojos negros se podía aprecias más alegría que en su
voz.
“Los perros
caen rendidos a tus pies, como siempre, ¿eh?”
“¡Inukashi!
¡Rikiga-san!”
Rikiga hizo
una mueca exagerada desde el sofá en el que estaba sentado. “Hey, Sion. Un poco
maleducado por tu parte darte cuenta de que estaba el chico perro antes de que
estaba yo, ¿no crees? Lo suyo sería gritar ‘¡Oh, Rikiga-san!’ y saltarme encima
como ha hecho el perro. Y entonces tendrías que decir, ‘Oh, Inukashi. Tú
también estás aquí,’ como comentario.”
“¡Hah!”
Inukashi enseñó los dientes y se echó a reír. “¿Maleducado? ¿Y a quién le
importa? Contigo y conmigo no hacen falta los modales, viejo. Igual que mis
perros no necesitarían un abrigo. ¿Para qué sirven los modales? Te puedo
asegurar que no van a llenarme el estómago.”
“Cállate,”
espetó Rikiga. “No me metas en el mismo grupo que tú. Prácticamente eres medio
animal. Yo soy un hombre hecho y derecho, además de un caballero.”
“¿Caballero?
Wow, no sabía que ‘caballero’ hacía referencia a tíos que no pueden vivir sin
dinero, mujeres y alcohol. Bueno, acabo de aprender algo nuevo. ¿Hace cuánto
que han cambiado tanto los significados? ¿En qué se ha convertido el mundo?”
Inukashi suspiró larga y tristemente.
Sion empezó
a reírse a carcajadas. Hacía mucho desde la última vez que había visto discutir
así a Rikiga y a Inukashi. Era la primera vez desde hacía mucho tiempo que se
reía de todo corazón.
“No habéis
cambiado en absoluto.”
“Tiene los
aires muy subidos para ser un perro,” refunfuñó Rikiga. “Tiene preparada una
queja para todo lo que hago.”
“Y tú eres
muy simple para ser un humano, viejo. Pierdes los papeles cada vez que digo
algo. Un perro es mucho más inteligente. Pero bueno, los perros son diez veces
mejores que las personas en temas de cabeza y de corazón. Es más, creo que
estás más cerca de ser un mono que una persona, viejo.”
“Sí, tienes
razón,” dijo Rikiga cabreado. “Soy un mono. Me pone enfermo ver a un perro. Cada vez que veo uno, me entran ganas de
desgarrarlo a mordiscos. ¡Raaaw!” Rikiga
levantó los brazos y se lanzó contra Inukashi. Inukashi se echó a reír
burlonamente esquivaba a Rikiga ágilmente y quedaba fuera de su alcance.
“Vaya, veo
que estamos llenos de energía.” Entró Karan. Rikiga se quedó quieto en el
sitio. Se aclaró la garganta y se sentó en una silla. Sacudió el polvo
imaginario de su chaqueta con suavidad del chaleco de su traje de tres piezas y
le sonrió amigablemente.
“Pero no
hagáis mucho ruido, por favor.” Karan meció suavemente al bebé que tenía en
brazos. Parecía que estaba dormido.
“¡Shionn!”
“Shh, Sion,
no hagas tanto ruido. Que se acaba de quedar durmiendo. Aunque ahora es un poco
confuso, ¿no?
Shionn
respiraba con tranquilidad, envuelto en una mantita vieja tan desgastada que
era imposible decir de qué color había sido. Sus largas pestañas lanzaban
sombras sobre su cara, y tenía los labios ligeramente abierto. Si la felicidad
tuviese forma física, sería aquella carita dormida. Traía felicidad a todos los
que la veían.
“Parece que
ha crecido desde la última vez que le vi,” comentó Rikiga.
“Porque ha
crecido,” dijo Inukashi. “Ya es lo suficientemente grande como para corretear y
jugar con los perros. Dentro de poco será capaz de repelar huesos.” Inukashi
sonrió y depositó un suave beso en la frente de Shionn.
“Se te da
muy bien criar niños, Inukashi,” Karan sonrió. “He visto muchos bebés a lo
largo de mi vida, pero creo que es la primera vez que veo a un bebé parecer tan
feliz mientras duerme.”
“¿En serio
piensas eso, Karan?
“Pues claro.
Confía en ti desde el fondo de su corazón, y tú estás ahí para él, honrando esa
confianza. Sois una familia admirable”
Un leve
sonrojo apareció en las morenas mejillas de Inukashi.
“Cuando el
perro volvió a casa cargando a Shionn, me cabreé bastante, todo sea dicho,”
confesó. “Pensé en abandonarle, fingir que nunca le había visto. Los bebés no
son más que una carga. Realmente odié a Sion por dejarme aquella carga.”
“-lo siento.
Sabía que era algo irresponsable, pero… no tenía otra opción que dejártelo a
ti. Sabía que podía confiártelo.”
Los ojos
negros de Inukashi se fijaron en Sion.
“Sion, ¿eso
quiere decir…?”
“¿Hm?”
“¿Quiere
decir que confiaste en mí?”
“Sí.”
Asintió. No era por quedar bien ni una mentira. En el caos de la Caza, cuando
había cogido aquel bebé de los brazos de su madre, la única persona que se le
había pasado por la mente a Sion había sido Inukashi. Inukashi había sido la
única opción en la que había pensado.
Inukashi se encargará. Protegerá esta
pequeña vida a toda costa. Inukashi lo hará. Eso era lo que había pensado.
Inukashi
sonrió. Levantó el dedo y lo giró.
“Confiaste
en mí, y no traicioné esa confianza. Es lo que estás diciendo, ¿verdad?”
“Sí. Creo
que sí.” Seguro que Nezumi pensaba igual.
Confiaba en ti, así que lo dejó todo a tu cargo. Sion tragó saliva antes
aquellas palabras que no dijo en voz alta y cerró la boca. No sabía por qué,
pero no quería pronunciar el nombre de Nezumi en aquel momento.
“Hey, espera
un momento Sion. No estarás diciendo que confiabas más en el chico perro ante que
en mí, ¿no?”
“Ah, no – no
es eso lo que… lo que pasa es que no te asocié con bebés, eso es todo,
Rikiga-san.”
“Pues claro
que no,” interrumpió Inukashi. “Porque si le hubieses dejado a cargo del viejo
este, no habría tardado ni un día en vender al pobre bebé. Los bebés vivos se
compran a buen precio, ya lo sabes.”
“¿Qué?
¿Estás diciendo que la gente pone bebés a la venta?” La sangré abandonó el
rostro de Karan. Rikiga negó con rapidez las palabras que había dicho Inukashi.
“N-n-no, no,
Karan, nada de eso. Nunca haría una cosa así. Sólo era una broma sin gracia.
Este siempre hace bromas de mal gusto. Puedes imaginarte los dolores de cabeza
que me da. No deberías tomarle en serio.”
“Tienes
razón…” dijo Karan sin estar segura del todo. “Nunca comprarías o venderías
bebés. Es absurdo, ¿verdad?”
“Completamente.”
Rikiga sacó pecho. “Karan, hay algo que quiero que sepas: llevaba muchos
negocios en el antiguo Bloque Oeste. Entre ellos había algunos que no eran –
ah, no eran bonitos. Para nada bonitos. Y eso es un hecho.”
Inukashi se
inclinó hacia delante. “¿No deberías decir ‘la mayoría’? Creo que el de la
revista porno era el negocio más decente que tenías.”
“¡Cállate!”
espetó Rikiga. ¿Por qué no te pierdes un rato y te vas a roer un hueso de pollo
o algo? Karan, escúchame,” imploró. “Nunca me atrevería a usar niños o bebés.
Nunca utilizaría a esos pequeños para ganarme el pan diario. Es la verdad.
Créeme, por favor.”
“Por
supuesto que te creo,” dijo Karan. “No puedo imaginarte viendo a los jóvenes
como objetivos para tu propio beneficio.”
“Karan.”
Rikiga se sonrojó y se acercó a Karan. “Gracias. Siento como si tu confianza en
mí fuese todo el apoyo que necesito.”
“Oh, Rikiga.”
Karan se alejó medio paso antes de sonreír con tranquilidad. “No te recordaba
como alguien que pudiese decir una frase tan teatral como esa. Decías las
verdades a la cara, escogiendo con cuidado las palabras.”
Inukashi
silbó.
“Je je,
Karan tiene razón. ‘Tu confianza es todo el apoyo que necesito’ mis narices.
Esa frase ya no se ve ni en las novelas cutres de hoy en día.”
“Tú no has
leído un libro en tu vida con ese cerebro de perro que tienes. Nadie te ha
pedido tu opinión,” dijo Rikiga con amargura.
“Mi cerebro
es mucho mejor que el tuyo. No lo tengo nadando el alcohol.”
“¿Qué has
dicho?” dijo Rikiga en tono amenazador.
“¿Qué? ¿Tienes
algún problema?” contestó Inukashi.
Se
fulminaron con la mirada el uno al otro.
“Parad los
dos,” dijo Karan exasperadamente. “Sion, no te quedes ahí riéndote.”
Karan se
agachó tras el sofá y dejó a Shionn con suavidad en una cuna. Dicha cuna era
una cuna simple hecha de mimbre sin ningún adorno, pero aquella simplicidad y
la forma redondeada que tenía era lo que la hacían bonita. Parecía bastante vieja,
pero no tenía ningún desperfecto.
Una pequeña
placa dorada colgaba de uno de los lados.
Para Sion, mi querido hijo.
Aquella
frase estaba grabada en ella.
“¿Hm? Mamá,
¿es-?”
La mano de
Karan mecía la cuna con suavidad. “Sí. Era la que usaba cuando eras un bebé. Lo
más seguro es que no te acuerdes.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario