lunes, 23 de abril de 2012

No. 6 Vol 3 Capítulo 3 Parte 1

No es mucho, pero bueno, menos da una piedra.



Capítulo 3
El fin de la tierra.

Los humanos nacieron del ojo de Ra. Ra creó el cielo, la tierra y todas las cosas. Como era el Sol y el rey de todos los dioses, se decidió que fuese el primer rey de la tierra
-Mito egipcio ‘El Comienzo del Cielo y de la Tierra’

Estaba borroso. Todo era vago y envuelto en niebla.

Pero tengo que despertarme…

Safu se esforzó en abrir los ojos. Se mordió el labio con toda la fuerza que pudo. Sintió un dolor leve. Empezaba a recuperar los sentidos.

Safu se dio cuenta de que estaba atada a una camilla. Se abrió una puerta blanca y entraron por ella. Con esa visión tan borrosa no podía saber dónde estaba. Notó su cuerpo deslizarse hacia un lado.

“Ah, ¿ya te has despertado?” Era la voz de un hombre. “Aunque no hacía falta. Vamos a ponerte un poco de anestesia, ¿te parece bien? Así podrás volver a dormirte en paz.”

“¿Dónde… estoy…?”

“A ver si aciertas.”

¿Qué me pasa? ¿Qué ha pasado? Había ido a casa de Sion, y entonces –

Un hombre vestido con el uniforme del Departamento de Seguridad.

‘¿Eres Safu?’

El pinchazo en el cuello. El entumecimiento que se extendía por su cuerpo.

Casi gritó, aterrorizada. Separó los labios, pero no salió ningún sonido. Se le quedó la voz en la garganta.

“Co… rrec… cional…”

Escuchó una risita aguda. El hombre se estaba riendo.

“¿Te gusta el Correccional? A mí me parece que sí. Ya sé, una vez que hayamos terminado con la operación, puedes vivir aquí, en tu propia suite especial hasta que mueras. Me encargaré de arreglarlo.”

¿Operación?

“Op…”

“Sí. Estás acostada en una camilla.” La voz del hombre estaba llena de regocijo. Un resplandor blanco lo cubrió todo. Safu suponía que sería la lámpara del quirófano. Estaba aterrorizada – más que cuando la habían detenido los del departamento de seguridad.

Le cayó una lágrima.

“No tienes por qué llorar. No te va a doler nada. Que duermas bien.”

Sion. Sion. Sion.
Ese nombre me protegerá de todo lo malo.
Me salvará. Me rescatará y me sacará de aquí – Sion.


“Sion.”

Escuchó su nombre. Sion se detuvo. Su guardaespaldas, un perro enorme, gruñó.

“Rikiga-san.”

Rikiga estaba saliendo por las desvencijadas puertas de un restaurante que estaba en bastante mal estado. Aunque, aun estando en mal estado, era uno de los establecimientos más decentes que había en el mercado del Bloque Oeste. La mayoría de los establecimientos que había allí consistían en unos cuantos barriles puestos en la calle para sentarse y servían platos que no podía decirse de qué estaban hechos. Sion tenía que ir tapándose la nariz mientras pasaba por allí debido al olor a una especie de estofado que salía de algunos de esos establecimientos. Pero aun así, algunos niños hambrientos y mendigos rondaban por las tiendas, algunos con la esperanza de conseguir algo de comer, otros observando fijamente a las personas que se llevaban la comida a la boca. Uno de los dueños de una de las tiendas empezó a gritar y a tirar agua en la puerta de la tienda para ahuyentar a los que estaban allí como si no fuesen más que perros.

Y, delante de los que tenían hambre, aquellos que habían tenido la suerte de poder conseguir algo devoraban la comida con ansía y se chupaban los dedos mientras les goteaba grasa por la cara.

Tener dinero y poder.

Para comer había que cumplir esas condiciones.

Sion lo había aprendido en el tiempo que llevaba allí. Pero no conseguía acostumbrarse. No soportaba mirar la escena que tenía delante. No podía evitar apartar la mirada y fijar la vista en el suelo.

“Si va a hacer que te sientas mejor, entonces échales una mano. Pero sólo si puedes darle de comer a todas y cada una de las personas que viven aquí,” había dicho Nezumi. Para Sion, en aquel momento eso era algo imposible.

“¿Qué puedes conseguir con esa compasión a medias tuya? A lo mejor puedes salvar a unos cuantos niños de morirse de hambre durante algún tiempo. Pero eso sólo significa que estás creando dos tipos nuevos de gente – los que pasan hambre y los que no. Déjame decirte algo interesante, Sion. Es más fácil soportar el hambre cuando nunca has comido que cuando te han dado de comer una vez y vuelves a tener hambre. No hay nada más duro que volver a pasar hambre después de haberse saciado. Esos niños nunca han comido hasta saciarse. No saben lo que es estar satisfechos. Por eso pueden soportarlo. ¿Lo entiendes? No puedes hacer nada, absolutamente nada.”

Nezumi había escupido esas palabras y se había ido. Pero antes de eso, se había parado en seco delante de la puerta, y se había dado la vuelta. Había un perro marrón acostado en un lado.

“Así que Inukashi te ha puesto un guardaespaldas, ¿eh? Y también he oído que te han subido el sueldo. Parece que te has convertido en su favorito.”

“Dice que puedo seguir trabajando para él. Me ha pedido que limpie las habitaciones y que cuide a los perros.”

“¿Y has aceptado el trabajo?”

“Por supuesto,” contesto Sion entusiasmado. “Estaba tan feliz que no podía parar de darle las gracias.”

Nezumi adoptó un aire despectivo.

“Vaya vaya, el señorito de la élite de No. 6 se alegra de limpiar habitaciones y cuidar de perros. Va a ser interesante ver hasta que punto vas a rebajarte.”

“No creo que me esté rebajando,” replicó Sion. “Y tú estás de acuerdo, ¿verdad? No crees que esto sea rebajarse.”

La cara de Nezumi se contrajo. Se encogió de hombros.

“Ah sí, Sion. Inukashi te ha pagado hoy, ¿no? Ve a comprar carne deshidratada y pan.”

“¿Al mercado?”

“¿Conoces algún otro sitio en el que vendan comida?” dijo Nezumi sarcásticamente.

“Bueno, no, pero…”

“Carne deshidratada y pan. Y míralos bien cuando te los den. Distráete como haces siempre y acabarás con un pedazo de pan lleno de moho. Y regatea. Regatea como si fuese el fin del mundo. Me voy.”

Se cerró la puerta y los pasos se oían cada vez menos.

Tendría que ir a comprar carne deshidratada y pan delante de esos niños.

Nezumi se lo había dicho.

Carne deshidratada y pan.

A Sion le rugía el estómago con insistencia. Se le hacía la boca agua. Sólo había comido la rebanada de pan y las frutas que le había dado Inukashi al mediodía. Estaba muerto de hambre. No había comido nada de carne ni pan blando desde hacía días.

Le rugía el estómago y se le  hacía la boca agua.

Quería comer. Quería llenar su estómago vacío.

Suspiró y se caló más el sombrero.

¿Qué puedes conseguir con esa compasión a medias tuya?

Recordaba las palabras de Nezumi una y otra vez.

Tienes razón. No puedo hacer nada. Lo único que hago es pretender que me importan esos niños para aumentar mi autoestima. La verdad es que voy a comprar carne y pan, delante de esos niños, para satisfacer mi propio deseo de comer. Eso es lo que soy en realidad – el tipo de persona que soy. ¿Esto es lo que querías decir, Nezumi?

Tenía unas cuantas monedas en el bolsillo. El sueldo que le había pagado Inukashi.

“Parte de aquí es como agradecimiento por haber curado a mi hermano. No voy a poder darte tanto siempre,” le había dicho Inukashi secamente, pero Sion le agradecía su amabilidad. Puede que fuese más de lo normal por un día de trabajo. Pero aun así, sólo era suficiente para pagar unas cuantas tiras de carne deshidratada y dos o tres hogazas de pan mohoso. Casi no quedaba comida en aquella habitación llena de libros. No podía vivir a costa de la buena voluntad de Nezumi eternamente. Tenía que conseguir algo, por poco que fuese, para mantenerse.

Sion abrió la puerta y salió. El perro se levanto con lentitud y echó a andar detrás de él. Cuando Sion puso un pie en la calle del mercado, se acercó a él y empezó a seguirle de cerca. Estaba bien entrenado. Era obvio que Inukashi enseñaba bien a sus perros. Sion sonrió avergonzado al haberse sorprendido, otra vez, con algo de lo que pasaba en el Bloque Oeste.

Casi era de noche. Estaba oscureciendo y las voces se escuchaban con más fuerza. Debajo de tiendas rasgadas y delante de barracas, la gente vendía y compraba cosas, comía y bebía. Tan pronto como la calidez de la tarde desapareció en el horizonte, empezó a hacer frío en cuestión de minutos. Seguramente el hotel de Inukashi estaría lleno. Para aquellos que no tenían dónde dormir iba a ser una noche dura. Mujeres enseñando los pechos llamabn  la atención desde la oscuridad de los callejones, mujeres mayores vestidas con harapos se apiñaban en esa misma oscuridad. Los niños corrían entre la multitud, recibiendo algún grito de vez en cuando. Y aun así la gente seguía comprando y vendiendo, comiendo y bebiendo.

No sé lo que me espera mañana. Pero por lo menos he sobrevivido hoy.
Así que voy a comer y a beber. Es lo único que tenemos aquí.
No puedo disfrutar delas cosas que he dicho una vez haya muerto.
Así que voy a disfrutarlas hoy que sigo vivo.
Eso es todo. Todo lo que tenemos aquí. Todo lo que tengo.

Alguien estaba cantando. Sion se paró a escuchar. Apretó con fuerza contra el pecho el pan y la carne que acababa de comprar. Ese clamor lo superaba – ese clamor, esa mezcla de ruidos que parecía salir del mismo suelo –

Estaba conectado a la gente que tenía un gran apego a la vida y a la energía que irradiaban. Aquí, todos se aferraban a la vida. Se aferraban con egoísmo a la supervivencia. Porque nada les garantizaba un mañana, esa gente vivía aún más desesperada. Esta energía, este clamor. Era algo que no existía, que no tenía permitido existir, en No. 6.

¿Qué sentiría Nezumi al andar por esas calles?

“Hermano.”

Una voz débil lo estaba llamando. Se dio la vuelta y vio a un niño vestido con ropa descolorida. Tenía el pelo largo y castaño y la cara sucia. Sion no sabía decir si era un chico una chica.

“Dame un poco de pan,” suplicó el niño débilmente, con una voz que no era más que un susurro. “No he comido nada desde hacer tres días. Por favor, sólo un bocado.”

La cara del niño le recordaba a una pequeña niña con la que jugaba a veces en Lost Town. La niña se llamaba Lili.

“Un bocado…”

Extendió las pequeñas manos hacia él. Casi sin pensarlo, Sion estaba metiendo la mano dentro de la bolsa. Nada más sacar un pedazo sintió un golpe en la espalda. Le habían empujado. Perdió el equilibrio. En cuanto perdió el equilibrio un par de manos pequeñas aprovechó para quitarle la bolsa de las manos. En ese mismo instante le volvieron a empujar y se cayó de rodillas.

“¡Corre!”

El niño gritó con una fuerza que no tenía nada que ver con el tono en el que había susurrado momentos atrás. Varios niños pasaron corriendo por el lado de Sion. El perro saltó adelante sin hacer ruido. Atacó al niño que había robado la bolsa. El grupo empezó a gritar.



  


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