No tengo mucha cosa que decir, así que ¡disfrutad del capi!
Capítulo 2
Escenas tranquilas
Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.
Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra desierta eres tú la última rosa.
el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.
Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra desierta eres tú la última rosa.
-Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada
En No. 6 la mayoría de la población estaba formada por personas de menos de cuarenta años. Era una ciudad joven. Por esa razón, la persona mayor que acababa de pasar por su lado destacaba muchísimo.
Daría lo que fuese por no envejecer.
Estaba enferma de ver mujeres obesas de pelo blanco y de ver hombres arrugados y huesudos.
La mujer era una enfermera que trabajaba en el Hospital Central Municipal que estaba bajo la dirección directa del Departamento de Salud e Higiene. Ella estaba a cargo del ala de ancianos. A pesar de aborrecerlos, tenía que trabajar con ellos todos los días.
¿Por qué se molestan en estar vivos?
La mujer se pasó la mano por el pelo largo y castaño del cual estaba tan orgullosa. No podía soportar la idea de que el pelo se le volviese blanco y le saliesen arrugas y manchas en la piel. Preferiría morir antes que tener ese aspecto.
Lo decía en serio. No.6 tenía unas instalaciones para los ancianos muy avanzadas. Algunos decían que los centros de las otras ciudades no se podían comparar.
Cuando las personas llegaban a cierta edad y se les enviaba una notificación de la ciudad, tenían autorización para vivir en un sitio llamado Twilight Cottage, sin tener en cuenta su clase social, sexo o historia personal.
Twilight Cottage era un centro que se había construido para que los ancianos pasasen el resto de su vida con abundancia y comodidad. La gente decía que para ellos era un paraíso: se les daba tratamiento médico para el dolor, se eliminaban todas las cosas que pudiesen causarles estrés o herirlos. Era una instalación bajo el control directo de la ciudad, y todas las semanas trasladaban a varias personas desde el Hospital Central en el que trabajaba la mujer. No se sabía qué edad o criterio determinaba cuando se mandaba la gente a Twilight Cottage. Aunque no eran muchos, había algunos ancianos que morían a causa de una enfermedad o un accidente antes de obtener el derecho de vivir allí. Por eso los ancianos se regocijaban cuando recibían la notificación.
Había pasado con la mujer que había muerto ayer. Tenía una enfermedad que hasta los eminentes médicos de No. 6 habían tachado de incurable.
“Me alegro. Ahora puedo pasar el resto de mis días en paz. Le doy gracias a Dios y a la ciudad por su compasión.”
La mujer, que decía ser una creyente, había juntado sus manos a la altura del pecho y había murmurado una plegaria antes de salir del ala del hospital.
Twilight Cottage. La mujer no sabía dónde estaba. La ciudad tampoco había hecho público su paradero. Pero a la mujer no le interesaba Twilight Cottage.
La mujer odiaba a los ancianos. Su odio estaba del mismo lado de la moneda que el miedo que sentía a envejecer. La mujer era joven y hermosa. Y quería estar así para siempre. A través de su trabajo, había escuchado rumores de que la ciudad estaba centrando más que nunca su investigación médica en entender el mecanismo de la vida. También había escuchado que la ciudad estaba invirtiendo muchos fondos en la investigación molecular relacionada con el envejecimiento.
Si se desarrollase un medicamento que detuviese el envejecimiento – si pudiese quedarse así para siempre y no envejecer nunca – sería maravilloso. Quería que tuviesen éxito lo antes posible.
Casi había llegado a la estación. Sus padres estaban esperando en casa, en una pequeña casa en un pueblo que estaba a dos estaciones. Un hombre y una mujer que empezaban a entrar en la tercera edad y ambos eran neuróticos y pretenciosos. Seguían quejándose de que su hija no había destacado en ninguno de los campos de la ciudad. No quería envejecer así.
La mujer se paró a mirar su reflejo en el cristal de un escaparate. Acabo de salir del trabajo, así que supongo que no puedo evitar tener este aspecto de cansada. Pero, aun así, hermosa. Mi pelo, mi piel – todavía joven, todavía hermosa.
Compraría algo antes de volver a casa. A través del escaparte podía ver los espléndidos vestidos, los hermosos zapatos y los prácticos trajes de pantalón que llenaban la tienda. En esa ciudad podía conseguir lo que quisiese. Claro está, limitado a su rango financiero.
Excluyendo a la pequeña parte de la población que vivía patéticamente en Lost Town, los ciudadanos no tenían problemas para conseguir lo que quisiesen, siempre y cuando no fuesen artículos de la más alta clase. Podían obtener ropa, comida y casa sin ninguna dificultad.
No estaba tan bien como lo estaba para los residentes de Chronos, pero era mejor que la gente que vivía en Lost Town. Vivía una vida relativamente cómoda.
La mujer estaba satisfecha con su posición. Quería disfrutar su juventud, su hermosura, comodidad y la vida que tenía por delante.
Se detuvo. Unos zapatos expuestos en el escaparate habían llamado su atención. Eran unos zapatos rosa pálido. Acababa de empezar el invierno pero ya estaban empezando a sacar la ropa de la temporada de primavera. Los zapatillos brillaban: ahí estaban, antes que en cualquier otra tienda; más rápidos que nadie; adelante; adelante; más y más; la invitaban.
La Fiesta Sagrada era el próximo mes. Era el día que señalaba la creación de la ciudad. Iban a celebrarse fiestas y a realizarse espectáculos por toda la ciudad. La mujer tenía planeado asistir a dos fiestas.
Voy a comprarme estos zapatos. Y luego me compraré un vestido a juego. Me va a sentar genial, estoy segura.
Justo en el instante que empezaba a esbozar una sonrisa de satisfacción se mareó un poco. Después del pequeño mareo empezó a arderle la base del cuello.
¿Qué me pasa? – Estoy cansada – Me pesa el cuerpo.
Se le fue la fuerza de las piernas. Tenía nauseas.
Tengo que descansar en alguna parte…
Se metió en un callejón entre dos tiendas. Se supone que tenía que haber una Clínica Médica, dirigida por el Hospital Central, atravesando el callejón.
Tengo que llegar…
Le ardía el cuello. Tenía la sensación de que había algo revolviéndose bajo su piel. Tuvo la extraña sensación de que la estaban dejando seca.
¿Qué-?
Tropezó y cayó. Se le abrió el bolso y se esparció por el suelo todo lo que llevaba dentro. Extendió la mano para recoger sus cosas y gritó cuando se dio cuenta de lo que estaba viendo.
Manchas – manchas negras, como las que le salían a los ancianos, y le estaban saliendo unas cuantas. Su piel empezó a perder humedad y a cuartearse con rapidez.
No puede ser - ¿Qué – qué está pasando-?
La mujer cogió su espejito y se miró. Volvió a gritar. Pero tenía la voz áspera y no fue apenas más que un suspiro.
Mi cara – mi cara –
Su cara, hermosa hasta hacía uno instantes, estaba cambiando rápidamente ante sus ojos. Las arrugas le surcaban la piel, tenía manchas y se le empezó a caer el pelo.
Algo se movió en la base de su cuello. Había algo vivo dentro de su cuerpo. La mujer, aterrorizada, se dio cuenta de que algo se estaba quedando con su cuerpo.
No, ayuda – papá – mamá – salvadme –
Vio la cara de sus padres.
Mamá, papá…
Extendió los dedos suplicando, pero lo único que alcanzó fue aire. Perdió la consciencia.
Karan se sentó y suspiró, una vez de las muchas que lo había hecho hoy. Podría llorar, podría tirarse al suelo, pero no conseguiría nada. La realidad no cambiaría. Entonces, al menos, seguiría desafiante. Se mantendría firme, alzaría la cabeza y no se avergonzaría.
Eso era lo que pensaba, pero poco después volvía a suspirar.
No puedo hacer nada. No tengo fuerza…
Karan intentó abrir las manos que tenía sobre el regazo. Los cálidos rayos del sol invernal le acariciaron las palmas de las manos. Previó otro suspiro.
Karan había cerrado la pequeña panadería que tenía en Lost Town y había pasado el día andando por ahí. Había ido a visitar a Safu, a la lujosa casa del vecindario de Chronos en la que vivían ella y su abuela.
Si a los ciudadanos se les reconocía que destacaban en cualquiera de los campos de la ciudad se les permitía vivir en Chronos, sin tener en cuenta su sexo, educación o estructura familiar. La ciudad les proveía de una casa y de un entorno especial para el desarrollo de cada actividad.
Cuando Sion había conseguido clasificarse en los exámenes que les hacían a los dos años, a Karan se le había proporcionado una casa en Chronos. Comodidades, una vida segura – igual que alguien de la elite, gracias a su hijo, que seguramente llegaría a los escalones más altos de No. 6, Karan estaba en una posición que muchos envidiaban y deseaban.
Una posición que muchos envidiaban y deseaban – una vida cómoda libre de las preocupaciones que podía traer el mañana; libre de hambre o violencia; una vida en la que el ambiente interior, seguridad, higiene y condiciones físicas estaban monitorizados.
Karan cerró la mano con lentitud. Tenía los dedos mucho más ásperos que cuando vivía en Chronos y a veces se le agrietaban y sangraban.
Pero hasta que perdí a Sion, era mucho más feliz que cuando vivía en Chronos.
Karan nunca se había adaptado bien a un estilo de vida en el que todo estaba controlado y había empezado a temer que sus nervios no lo soportasen. Por eso, cuando Sion quebrantó la ley acogiendo a un criminal, más que sorpresa o desesperación, lo que había sentido había sido liberación. Se había dado cuenta de que lo estaba disfrutando.
Claro está, sabía que eso significaba que iban a quitarles todos sus privilegios, que perderían el derecho a vivir en Chronos y que acababa de cerrarse el camino del futuro de Sion. Pero aun así lo había disfrutado.
Más que echarle la bronca a su hijo por lo que había hecho, quería alabarlo, aunque para su nivel de inteligencia había sido algo muy estúpido. Sion había tirado su vida en Chronos con mucha facilidad. Más que una vida cómoda y segura, había preferido ayudar a un extraño que se había colado en su habitación en una noche de tormenta. Había sido un error más que otra cosa. Pero no se había equivocado al cometerlo.
Quería decir que para Sion tampoco significaba mucho su vida en Chronos. Para él, era algo de lo que podía deshacerse con facilidad. Sólo se había desecho de lo que no significaba mucho para él. Y no estaba equivocado.
“Mamá, lo siento.”
En su primera noche en Lost Town, un Sion de doce años había bajado la cabeza y le había pedido perdón a su madre.
“¿Qué es lo que sientes?”
“Que ahora… tienes que trabajar…”
El crimen que había cometido Sion había sido acoger y ayudar a un convicto peligroso, un VC en No. 6. Teniendo en cuenta su edad, lo único que le habían hecho había sido exiliarlo de Chronos. Pero no se le permitía vivir en otro sitio que no fuese Lost Town, el área residencial de más baja clase. Madre e hijo habían caído desde la cima hasta lo más bajo en una sola noche. Pero lo primero era lo primero, tenían que ver cómo iban a salir adelante.
“Lo siento.”
Le tembló la barbilla, barbilla que aun parecía la de un niño. Karan envolvió a su hijo en un abrazo firme.
“Qué tontería,” dijo con suavidad. “No deberías pedir perdón por algo así.”
“Pero-”
“Sion, ¿quién es la madre aquí? Creo que has confundido los papeles,” regañó con una severidad fingida. “Soy más fuerte de lo que piensas. Apuesto a que no lo sabías, ¿verdad?”
“No.”
“Entonces, eso es algo que puedes esperar. Dentro de muy poco verás lo fuerte que puede ser tu madre. Te va a sorprender.”
Entre sus brazos, Sion se rió levemente.
¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que había abrazado a su hijo así? Aquel día, en aquel cuarto húmedo y oscuro que había sido un almacén, lo que Karan había sentido no había sido desesperación o aflicción. Había sido la alegría de abrazar a un hijo y ese sentido de plenitud que solo una madre puede dar.
“¿Qué clase de persona era?”
“¿Eh?”
“La persona a la que acogiste. Me preguntaba cómo era. Tengo curiosidad por saberlo – pero no me lo vas a decir, ¿verdad?”
Sion se separó de ella como si le hubiese quemado. Su mohín y sus mejillas coloradas le habían parecido tan graciosa que no había podido hacer nada excepto sonreír.
“Buenas noches,” murmuró Sion, y con esa expresión aún en su cara salió de la habitación rápidamente. Karan continuó sonriendo aún después de haberse cerrado la puerta.
Se preguntaba qué clase de persona había sido. ¿Qué tipo de persona había sido capaz de hacer que Sion dejase atrás Chronos? ¿Qué tenía esa persona que atraía a Sion?
Quería saberlo, pero era algo que Sion probablemente nunca diría. Los niños tendían a esconder sus sentimientos, o encontraban algo que les hacía hacerlo, y crecían así. Puede que nunca fuese capaz de atraer a su hijo así, sin dudas.
Al igual que un pájaro que abandonaba el nido una vez había madurado lo suficiente, Karan sabía que algún día tendría que separarse de Sion. Estaba preparada. Si podía despedirse de su hijo cuando éste se independizase, imaginaba que sería algo que la alegraría como madre. Así que, a partir de mañana, se volcaría en el trabajo.
Fiel a su palabra, Karan había trabajado duro en los cuatro años que llevaban en Lost Town. Había empezado horneando el pan y vendiéndolo en la calle; al cabo del tiempo, convirtió una parte de su casa en panadería e introdujo más productos. El pan que hacía estaba buenísimo y era asequible, por lo cual era bastante popular en Lost Town, donde los lujos eran muy escasos. El negocio creció y gracias a ello pudieron mantenerse.
Los niños iban allí a comprar magdalenas, sin aliento y con las monedas apretadas con fuerza. Una anciana venía a comprar una tarta para regalársela a su nieto. Había clientes que iban a primera hora de la mañana para comprar el pan recién hecho.
Karan estaba satisfecha con su vida en Lost Town. Ni era bravuconería ni intentaba engañarse a sí misma. No había nada que la uniese a Chronos. Estaba trabajando y ganando un sueldo por ello. Era una vida que habían construido con sus propias manos, con los pies plantados con firmeza en el suelo. No deseaba nada más.
Karan era, a su manera, feliz – hasta que llegó ese día.
Un día, Sion desapareció sin más. Había salido por la mañana para ir a su trabajo en el Parque Forestal y no había vuelto. Eso estaba lejos de la forma en la que, como madre, se había preparado para despedirse de Sion. Esa no era una forma natural de despedirse – era muy irregular, muy repentina, muy cruel. Se daba cuenta de lo ilusa que había sido al creer que despediría a su hijo cuando éste se fuese de casa.
Lo habían arrestado como sospechoso de un asesinato y lo habían encerrado en el Correccional.
Cuando el Departamento de Seguridad la informó, sintió la máxima desesperación posible. Desesperase significaba hundirse en la oscuridad más profunda. La oscuridad se abrió paso por su cuerpo, la entumeció. La muerte le había parecido algo muy irresistible en ese momento.
Pero alguien le había dado esperanza para vivir. Nezumi. Se había puesto en contacto con ella y le había dicho que Sion estaba vivo y en el Bloque Oeste. Le había enviado la pequeña nota de Sion. La luz que había penetrado en su oscura desesperación era hermosa.
Mamá, lo siento. Vivo y a salvo. |
Unas cuantas palabras escritas con prisas se habían convertido en la luz que había hecho desaparecer su desesperación y que le había devuelto las ganas de vivir.
Karan abrió la tienda y siguió horneando pan. Esperaría apretando los dientes hasta el día que Sion volviese a casa. Seguiría esperando. Nezumi le había dado la fuerza para hacerlo. De vez en cuando la invadían la ansiedad y las ganas de gritar, pero la vida diaria de Karan iba recuperando su estabilidad poco a poco. Fue en ese momento, más o menos, en el que Safu se había presentado.
Safu, al igual que Sion, había quedado de las primeras en la clasificación. Era una chica a la que sus ojos grandes y negros definían su cara; y tenía una mirada sincera. Safu, de pocas palabras pero una fuerza de voluntad enorme, había hablado de su amor hacia Sion y había proclamado que iba a ir hasta el Bloque Oeste para verle.
“No me importa. No me arrepentiría aunque no pudiese volver aquí. Si Sion está en el Bloque Oeste, ahí es donde voy a ir.”
“Quiero verle. Quiero ver a Sion.”
“Le… le quiero. Él ha sido al único que he querido desde lo más profundo de mi corazón.”
La chica de 16 años había dicho esas palabras, aguantándose las ganas de llorar; y la simplicidad e incomodidad de esas mismas palabras era lo que más había conmovido a Karan. Pero no importaba lo conmovida que estuviese, no podía dejar que Safu fuese al Bloque Oeste. Como la madre de Sion, y como adulta, tenía que detenerla.
Safu se fue de la tienda y Karan tardó poco en ir detrás de ella. Lo que Karan había visto era como los del Departamento de Seguridad se llevaban a Safu por la fuerza.
De eso hacía ya tres días.
“Safu…” Karan volvió a suspirar. No tenía ni la más mínima idea de que era lo que debía hacer. Le había dado una nota a un pequeño ratón. Eso era todo lo que había hecho.
¿Salvaría Nezumi a la chica, al igual que había salvado a Sion? Si ya estaba en el Correccional, salvarla era algo prácticamente imposible. Si Sion se enteraba e iba al Correccional a salvar a Safu podría acabar muerto. Quizás he hecho algo estúpido- Era imposible que Nezumi se arriesgase tanto para salvar a una desconocida. Estaba destrozada y le temblaban las manos.
En esos tres días, Karan apenas había comido o dormido. Estaba cansada física y mentalmente, pero aun así no podía estarse quieta y había ido cerca de donde vivía Safu.
Chronos, el vecindario de lujo.
Mucho verde y un ambiente tranquilo. Un completo sistema de seguridad. Servicios varios como sanidad, entretenimiento y tiendas en abundancia, servicios que los residentes podían acceder con total libertad presentando su tarjeta de identificación. Incluso en la Ciudad Sagrada de No. 6, Chronos estaba a otro nivel, a un nivel por encima de los sueños más increíbles.
Aunque Karan había vivido allí, ahora no se le permitía entrar a las calles. Tan pronto como había puesto un pie en el camino que llevaba a las puertas de Chronos, dichas puertas se habían cerrado.
Lo sentimos. Por motivos de seguridad sólo se permite el acceso a los residentes de Chronos. Gracias por su comprensión. Cualquiera que pase estas puertas sin la autorización del Distrito de Residencias Especiales, expedida por las autoridades, es sujeto de penalización según lo establecido en la ley municipal Artículo 23 Párrafo 42. Repito – por motivos de seguridad…
Había hablado la voz suave de una mujer. La cámara de vigilancia observaba a Karan mientras ésta permanecía allí de pie. Si se quedaba allí quieta, la voz daría paso a una alarma y a que se presentasen allí agentes del Departamento de Seguridad. A Karan no le quedaba más opción que darse la vuelta, morderse el labio y volver por donde había venido.
Y ahora, en un rincón del Parque Forestal, estaba sentada en un banco, bajo un árbol que había perdido todas las hojas. Permaneció allí sentada, mirándose las manos.
“Sion… Safu…”
¿Por qué no puedo hacer nada? He vivido décadas, soy madre, soy adulta y ni siquiera puedo ayudar a dos jóvenes que están atravesando una crisis. He vivido tanto y aun así –
Karan levantó el rostro. La embargó una emoción diferente al miedo o la desesperación. En los años que No. 6 se había desarrollado como ciudad independiente Karan había vivido en su interior como residente.
Se habían fundado seis ciudades sobre los errores que había cometido la humanidad. Era un sitio en el que no se pasaba hambre ni había guerras y en el cual la gente podía vivir en libertad y pacíficamente. Allí, la gente podía vivir, desde que nacía hasta que moría, a salvo y tranquilamente. Así era como se suponía que tenía que ser. Nunca se había parado a pensar mucho en ello. Todos creían que, siempre y cuando estuviesen en No. 6, tendrían una vida tranquila y segura.
Pensaban – habían pensado – les habían enseñado a pensar.
Apretó los puños y se mordió el labio con fuerza.
Todo era mentira. Todo – no era más que apariencia.
Susurró sin decir las palabras. Aunque el invierno casi había llegado, Karan empezó a sudar.
Los dividían en clases diferentes a través de las tarjetas de identificación así que ni siquiera tenían libertad para pasear por la ciudad. Habían arrestado a Sion por la fuerza y ni siquiera se le había permitido presentar una queja. Ni siquiera podía confirmar la seguridad de otro residente al que las autoridades se habían llevado. ¿Dónde estaba la libertad? ¿Dónde estaba la paz, la seguridad y una vida plena? En ninguna parte.
Si eso es verdad, ¿qué es lo que he estado haciendo todo este tiempo? ¿Por qué hemos creado una ciudad así? ¿Qué hemos hecho? ¿En qué nos hemos equivocado?
“Disculpe-”
Una voz devolvió a Karan bruscamente a la realidad.
“Lo siento. ¿Te he sorprendido?” Una anciana que llevaba un gorro azul claro le estaba sonriendo. Era una cara que no conocía.
“Ah – oh no, tranquila,” dijo Karan apresuradamente. “Lo siento, estaba pensando en mis cosas… ¿puedo-?”
“¿Te importa que me siente a tu lado?”
“Para nada – por favor.”
La mujer, sonriendo todavía, se sentó al lado de Karan.
“Que tiempo más bueno hace, ¿verdad?”
“La verdad es que sí.” El tiempo era lo último que tenía en la cabeza. Desde hacía unos días que no sentía nada en el color del cielo, el sonido del viento o al observar los árboles.
“Te ha extrañado que una anciana como yo te hable sin más, ¿verdad?” dijo la mujer con suavidad.
“No, no, para nada. Sólo me ha sorprendido un poco. Estaba pensando en cosas y no me había dado cuenta de que estaba ahí.”
La anciana se colocó bien las gafas y su expresión se tornó seria.
“Por eso exactamente es por lo que te he hablado.”
“¿Disculpe?”
La mujer llevaba un anillo de plata. Extendió los dedos para cerrarlos alrededor de la mano de Karan.
“Por favor, no quiero ofenderte. Sé que me estoy metiendo donde no me llaman.” Dudó. “Pero tenías una cara que no podía pasar de largo sin hacer nada.”
Oh, dijo Karan con suavidad y con la mano todavía agarrada por la anciana.
“¿Y por eso es por lo que se ha tomado tiempo para hablarme?”
“Oh sí. Estás aquí sentada, haciendo un día tan bueno, una tarde maravillosa, con cara de tener problemas. Estabas sentada sola en el banco con la cabeza gacha. No podía pasar de largo sin hacer nada.”
La mujer apretó los dedos alrededor de las manos de Karan y las envolvió con delicadeza entre sus propias manos.
“¿Por qué está una mujer joven y guapa como tú sentada con esa cara? ¿Ha pasado algo?”
El par de ojos tras las gafas era tranquilizador y amable. Por encima de sus cabezas las ramas del árbol se sacudían.
“Gracias por la preocupación. He tenido unos cuantos problemas…”
“Entiendo,” dijo la mujer comprensivamente. “Yo también tuve una época en mi vida plagada de problemas. Su rostro, curtido por la edad pero digno, se ensombreció ligeramente. A Karan le latió el corazón con fuerza durante un instante.
¿Había más gente que pensaba lo mismo que ella? ¿Había más gente que sufría como ella? ¿Había más gente que se había dado cuenta de las contradicciones de la ciudad?
“Fue devastador, aunque paso hace décadas. Mi hijo murió a causa de una enfermedad.”
“Por Dios, una enfermedad,” murmuró Karan.
“Sí, y sólo tenía tres años. Cuando murió, recuerdo que lloré desconsoladamente al ver lo pequeño que era su ataúd. Entiendes los sentimientos de una madre que pierde a su hijo, ¿verdad?”
Karan intentó asentir, pero se controló en el último momento. Sion seguía vivo.
Todavía no he perdido a mi hijo.
“No puedo decir que lo entiendo del todo-” dijo despacio, “pero estoy segura de que tuvo que sufrir mucho.”
“Lo hice. Las palabras no son suficiente para explicar lo que pasé. Pensaba a menudo que estaría mejor muerta. Pero ahora, me alegro de estar viva. No podría ser más feliz viviendo en esta ciudad con mis hijos y mis nietos.”
La mujer sonrió y echó un vistazo a su alrededor.
“Me hubiese gustado que mi hijo hubiese crecido aquí. No – si la medicina que había en ese momento en No. 6 hubiese sido la que hay ahora estoy segura de que no habría muerto.”
Karan retiró la mano con suavidad. La mujer dejó vagar la vista por el cielo mientras seguía hablando. En sus labios aún se veía una suave sonrisa.
“Pienso que este sitio es una utopía. ¿Sabes? Le digo esto a mis nietos a menudo. Les digo que tiene que dar gracias por haber nacido aquí. Y me miran con cara de no entender, claro – pero entonces les hablo del Bloque Oeste.”
“¿El Bloque Oeste?” a Karan se le volvió a acelerar el corazón, esta vez por una razón completamente diferente.
“Sí, el Bloque Oeste. ¿Sabes qué tipo de sitio es?”
Karan se inclinó hacia delante. Quería saberlo. Sion estaba en el Bloque Oeste y quería saber los detalles del tipo de sitio que era.
“No tengo ni idea. Si es tan amable de decírmelo.”
La mujer frunció el ceño y negó.
“No es que sepa mucho. Pero mi sobrino trabaja en la Oficina de Control de Acceso y a veces me cuenta cosas. He oído que es un lugar horrible.”
Karan se controló y asintió levemente. Quería animar a la mujer a seguir con la historia.
“La higiene es horrenda y he oído que los niños tienen que beber agua contaminada.”
“Contaminada…”
“Sí. ¿No es horrible? Me duele el corazón de la pena que me dan. Comparado con eso, los niños de la ciudad no podrían ser más felices. ¿No estás de acuerdo?”
“¿Qué? Quiero decir – sí, pero…”
“Por eso allí tienen enfermedades contagiosas, enfermedades que en No. 6 no se pueden imaginar. El crimen en No. 6 es una ocurrencia diaria y la seguridad es prácticamente inexistente. Los residentes de ese Bloque no tienen educación, son unos salvajes que matarían a otra persona sin pestañear si con eso consiguen dinero. Hace poco escuché que un grupo de personas violentas intentó colarse por la fuerza en la Oficina de Control de Acceso. Pero claro, como su sistema de seguridad es perfecto, los detuvieron antes de que pudiesen poner un pie dentro. La verdad es que da miedo.”
La mujer se abrazó a sí misma y se estremeció.
“Mi sobrino me dijo que ese sitio es un infierno. Tiene que ser muy diferente a esto. Nosotras también tenemos que alegrarnos de vivir aquí en No. 6 – no sólo nuestros hijos. No me da miedo decirle a mis nietos la suerte que tienen de vivir aquí y no en el Bloque Oeste.”
El Bloque Oeste. Un infierno.
Karan cerró los ojos. La nota de Sion le pasó por la mente. Era una línea escrita con prisas. Con una caligrafía sesgada, distintiva.
Mamá, lo siento. Vivo y a salvo. |
Las letras rebosaban energía. Era una escritura que rebosaba pasión por la vida. Estaba vivo en el Bloque Oeste. Seguía viviendo con todas sus fuerzas.
“¿Pasa algo?”
Abrió los ojos al escuchar las palabras de la anciana.
“¿Te encuentras mal? ¿Quieres que llame al Departamento de Higiene y Salud?”
Karan negó lentamente.
“No creo.”
“¿Perdona?”
“No creo que el Bloque Oeste sea un infierno.”
“¿Por qué-?”
“Y no creo-”
No creo que esta ciudad sea una utopía.
Justo cuando iba a decir esas palabras escuchó un sonido, un aleteo y algo negro se acercó volando a ella.
La anciana gritó.
“¡Un cuervo!”
Un cuervo de brillantes alas negras se había posado a los pies de Karan.
“Qué raro,” dijo la mujer, claramente incomoda. “¿Por qué hay cuervos en el Parque Forestal?” Frunció el ceño.
“Es un parque natural, es normal que haya cuervos, aunque sean pocos,” contestó Karan. El cuervo echó a volar. Pensó que iba a irse lejos, pero fue a posarse en el hombro de un hombre.
Esa vez fue Karan la que se sorprendió. No se había dado cuenta de que había alguien tan cerca. Mientras hablaba con la mujer había pasado más gente: un anciano paseando al perro; una niña que se había parado a coger una de las hojas que se habían caído; un grupo de estudiantes – pero nadie con un cuervo en el hombro. ¿Cuándo se había acercado tanto? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Era un poco desconcertante.
El hombre era alto y delgado e iba vestido con una chaqueta marrón y unos pantalones del mismo color. En el pelo se empezaban a ver mechones blancos. También en el bigote. Dejando a un lado el hecho de tener un cuervo en el hombro, tenía el aspecto normal de un hombre de su edad. Y era un completo desconocido.
Pero el hombre extendió los brazos y, sonriendo, la llamó por su nombre.
“Karan, te he echado de menos.”
“¿Eh?”
Antes de que pudiese contestar algo, el hombre la había cogido y la había atraído hacia él. La pequeña figura de Karan se acurrucó fácilmente entre los brazos del hombre que la rodeaban. La estaba abrazando con tanta fuerza que apenas podía respirar.
“Perdóname,” suplicó. “Todo ha sido culpa mía. No volveré a hacer nada que te haga sentir mal. Te lo prometo. Serás a la única que ame durante el resto de mi vida.”
“Lo siento, ¿pero qué-?” tartamudeó Karan asustada. “¿Qué estás haciendo?”
“No me había dado cuenta de lo que te quería hasta que te has ido. Por favor, te lo suplico. Dime que me das otra oportunidad, Karan.”
Está loco.
Eso fue lo primero que se le pasó por la cabeza. Pero si estaba loco, no se le permitiría campar a sus anchas por la ciudad. Mientras estaba pensando en eso, notó los latidos del corazón de aquel hombre. Estaban tan cerca, que podía sentir el corazón del hombre latiendo en su propio pecho. Latía a un ritmo constante. El hombre ni estaba loco ni alterado. Estaba diciendo esas cosas con toda la calma del mundo.
“No te creo. ¡Ya he tenido bastante!” Karan extendió los brazos y empujó al hombre. “Ya he tenido bastantes palabras bonitas. Me voy. Y no quiero volver a verte.”
“Karan, te quiero. Hablo en serio, estoy enamorado de ti.” El cuervo graznó, como si se estuviese burlando. El hombre, incómodo, se aclaró la garganta e inclinó la cabeza ante la anciana, que los estaba mirando con la boca abierta.
“Siento muchísimo que esté teniendo que ver esto.”
“Oh – ah, no es necesario– ” balbuceó la mujer. “Entonces, ¿sois–?”
“Pareja,” contestó el hombre. “he sido un idiota y le he hecho mucho daño. Sólo quería pedirle perdón y volver a empezar.”
“Ya veo. Bueno, eso…”
“Tenemos cosas que discutir, así que si nos disculpa…”
El hombre cogió a Karan del brazo y se la medio llevó por la fuerza de allí. El cuervo volvió a graznar. Tomaron el camino que pasaba por detrás de la Oficina del Parque – donde trabajaba Sion – y salieron por la parte de atrás del Parque. El hombre no dijo ni una palabra en todo el camino. Karan también permaneció en silencio mientras el hombre la arrastraba.
Había un coche aparcado junto al bordillo dela acera. Era un modelo antiguo, de esos que casi no se veían ya en la ciudad. El hombre abrió la puerta y habló sin dudarlo.
“Entra.”
“No, gracias.”
“Entra,” repitió el hombre. “Hay algo de lo que quiero hablar contigo.” Con un gran movimiento de alas, el cuervo pasó del hombro del hombre al asiento de atrás. Entonces miró a Karan, como invitándola a seguirlo.
“Parece un pájaro inteligente,” observó Karan.
“Demasiado inteligente para su propio bien.” El tono del hombre dejaba ver los problemas que le había causado el cuervo. El cuervo abrió el pico y graznó. Sonaba como si se estuviese riendo. Karan se encontró a sí misma riéndose un poco. Después de haberse reído se dio cuenta de que se había pasado los último días sin reír, sin sonreír.
Karan continuó mirando al cuervo a los ojos mientras se sentaba en el asiento del copiloto. El coche, un híbrido que funcionaba con energía eléctrica y gasolina, empezó a moverse sin hacer ruido. Cuando entraron en la autopista el hombre conecto el piloto automático y quitó las manos del volante.
“¿Te has enterado? Han sacado una ley nueva y a partir del año que viene la gasolina estará prohibida. Lo que quiere decir que tendré que dejar de conducir este coche.”
“He escuchado que todos los combustibles fósiles, excepto el carbón, se han agotado,” dijo Karan. “Supongo que no les ha quedado más remedio que cambiar de fuente de energía.”
“¿Y dónde lo has escuchado?”
“¿Dónde? Bueno, lo han anunciado en la política de energía-”
“Exacto. Lo han anunciado las autoridades. El discurso del alcalde, palabra por palabra.” El hombre sonrió con cinismo. “Nadie lo pone en duda. Todo el mundo acepta el planteamiento de la ciudad sin pensarlo. Dios, todos los que viven en esta ciudad son tan obedientes e ingenuos. Dudar de sus superiores es lo último que se les pasa por la cabeza. Ni siquiera pueden imaginarse haciéndolo. Ni quieren. Sospechar requiere energía. Es más fácil sentarse y decir que sí a todo.”
Karan miró de reojo al hombre.
¿Estás diciendo que tienes sospechas? En vez de asentir a todo, ¿insinúas que vas a cuestionar lo que dicen?
Se aguantó las ganas de preguntarle. No era sensato decir algo así a alguien que acababa de conocer. Tenía que tener mucho cuidado.
Karan se recompuso e intentó cambiar la dirección de la conversación.
“¿Puedo hacerte una pregunta?”
“Dispara.”
“¿Quién eres y cómo sabes como me llamo? ¿Qué te ha hecho montar ese numerito para sacarme de ahí?”
“Numerito es un pasarse un poco, ¿no?” dijo el hombre irónicamente. “Creo que ha sido una buena actuación. Y tú me has seguido la corriente bastante bien. Una actuación de Oscar.”
“Vaya, gracias,” dijo Karan. “A estas edades no me dan a menudo el papel de heroína romántica.”
“No veo el por qué. Eres muy guapa. Mucho, mucho. Podrías ser cualquier heroína que quisieses, Karan.”
“¿Cómo sabes como me llamo?”
“Mi sobrina me lo ha dicho.”
“¿Sobrina?”
“Dice que es tu fan,” dijo el hombre. “Aunque quizás sería mejor decir que es fan de tus magdalenas.”
A Karan le vino a la mente una pequeña y redonda cara – la niña que siempre iba a la panadería con las monedas apretadas en la mano.
“No vas a cerrar la panadería, ¿verdad?” – la niña había mostrado su preocupación a Karan. La había apoyado, junto con los otros clientes, en los días siguientes a la detención de Sion.
“Lili.”
“La misma,” afirmó el hombre. “La adorable Lili. Es la hija de mi hermana pequeña. Quiere mucho más a tus magdalenas que a su tío aquí presente. Me lo dijo la última vez que la vi.”
“Oh, vaya.”
“Estaba cabreado, así que decidí probarlas…” el hombre gesticuló como si estuviese masticando. Se lamió los labios.
“Estaban buenas, ¿verdad?”
“Lo estaban. Odio admitirlo, pero lo estaban. Supongo que no puedo evitar que a Lili le gusten más tus magdalenas que si tío que se pasa de uvas a peras.”
“Bueno,” dijo Karan, “por lo menos sé que eres el tío de Lili y de que sabes como me llamo por ella.”
“Gracias por entenderlo. Por casualidad, ¿pensabas que era alguien sospechoso?”
“Aún lo pienso. ¿A qué ha venido lo de antes? ¿Tantas ganas tenías de alejarme de aquella amable anciana?”
“Claro. Era peligrosa.”
“¿Peligrosa?”
El coche giró lentamente. Iba en dirección a Lost Town. Parecía seguro asumir que el hombre la estaba llevando a casa.
El coche iba por el mismo camino que ella había hecho esa mañana. Había cerrado la panadería ese día. ¿Había decepcionado a Lili?
“Estabas a punto de decir que no estabas contenta con la ciudad. ¿Me equivoco?”
No creo que esta ciudad sea una utopía.
Sí, había estado a punto de decir esas palabras. Pero la había interrumpido el cuervo al batir las alas.
“¿Eso es peligroso?”
“Puede serlo. ¿Qué habrías hecho si aquella anciana hubiese decidido que eres problemática?”
“¿Peligrosa? ¿Qué quieres decir?”
“Lo que estoy diciendo es que hubiese ido a las autoridades y les habría dicho que la mujer sentada en el banco no estaba contenta con la ciudad.”
“¿Quieres decir que me habría delatado?”
“¿Te cuesta creerlo?”
“Claro,” dijo Karan. “No tiene sentido. La anciana sólo estaba preocupada por mí. Me habló por pura amabilidad.”
“Exacto, porque parecías deprimida. En esta utopía, en No. 6, todos tienen que ser felices. Todo el mundo que está enfermo o herido no sufre, la tecnología médica se encarga de eliminar el dolor. La gente que tiene problemas, que piensa o que parece deprimida – ese tipo de gente no existe. No se le permite existir.”
“Eso no-” protestó Karan. “Quiero decir, siempre hay gente sumida en sus pensamientos sentada en bancos.”
El hombre negó con la cabeza, y le dio unos golpecitos al monitor que tenía en el salpicadero que proporcionaba información sobre el camino. Unos pequeños números que expresaban el tiempo aparecieron en dicha pantalla.
“¿Te acuerdas de cuánto tiempo llevabas sentada en ese banco?”
Karan miró los números y negó. Había perdido por completo la noción del tiempo. Se había sentado en ese banco, contemplado en intentando poner orden en sus pensamientos, pero no había conseguido encontrar una respuesta. Había perdido la voluntad de seguir adelante.
“El tiempo límite son treinta minutos,” murmuró el hombre.
“¿Eh?”
“A los ciudadanos se les permite divagar durante treinta minutos, como mucho. Si están pensando o divagando más tiempo, salta la alarma y mandan a alguien a comprobar la situación.”
“¿Estás diciendo – que aquella anciana se acercó a mí para investigar porque llevaba mucho tiempo pensando?”
“No estoy seguro,” contestó el hombre. “Sólo sé que era una posibilidad. Quizá solo era la anciana amable que pensaba que estaba siendo amable y generosa – el tipo al que no le importa hacer una buena acción, siempre y cuando no les suponga mucho problema.”
“Que forma más horrible de poner las cosas.”
“Es la verdad. Esta ciudad está llena de gente que se auto proclama buen samaritano. Hay tantos que se hace difícil distinguir entre los que lo son de verdad y los que no. Pero aun así, si esa mujer era uno de esos, no sería un problema. ¿Pero y si fuese un cebo? Te hubiese faltado poco, ¿verdad?”
Karan no le contestó. No quería sospechar de aquella anciana. Quería creer que era una mujer amable que le había hablado a ella, una desconocida, por amabilidad.
Tenía unos ojos tan amables que sonreían detrás de aquellas gafas –
Karan inhaló.
“Aquellas gafas…”
“¿Por fin te has dado cuenta? Eran un poco grandes y anticuadas para una anciana recatada como ella, ¿no te parece? Quizás tenían un micrófono y un sistema de grabación.”
Karan cerró los ojos y exhaló con profundidad.
Treinta minutos era su límite de tiempo. No se le permitía más.
Para contemplar con profundidad; para aclarar sus propios pensamientos; para sumergirse en el reino de su mente; y a partir de ahí, encontrar la respuesta – todo estaba prohibido.
En su pecho afloró otra vez la misma pregunta.
¿Qué hemos estado haciendo todo este tiempo? ¿Por qué hemos creado una ciudad así? ¿Qué hemos hecho mal?
Se tragó el suspiro. Estaba agotada, y sentía como si las ganas de discutir y de enfadarse se habían apagado en su interior.
“Puede que me hayan estado vigilando todo el tiempo,” dijo en voz baja. “Puede que me hayan estado vigilando, y no sólo por haber estado pensando. Soy la madre de un asesino.”
“Nada de eso,” dijo el hombre. “Nada de subestirmarte.” El tono de su voz era el de un padre riñendo a su hija. “¿De verdad piensan que tu hijo es un criminal, tal y como te han dicho las autoridades?”
Karan levantó la vista del suelo y negó con la cabeza. No había pensado ni por un segundo que su hijo era un asesino.
“Esto también es algo que me ha contado Lili,” continuó el hombre. “Dice que tu hijo – Sion, ¿verdad? – es muy amable. Que cuando rompe sus juguetes siempre se los arregla. Lo quiere más que a su tío aquí presente, pero no más que a tus magdalenas. Se preguntaba si tenía novia.”
“¿En serio? Oh, Dios,” dijo Karan, con el rastro de una sonrisa en su voz.
“Descarada, ¿eh? Comportándose como alguien más mayor. Pero no se da cuenta de lo atractivo que puede ser su tío. No sé cómo la habrá criado mi hermana para que haya salido así.”
“Y si le pregunto a Lili, ¿me va a decir cómo se llama y qué hace ese tío suyo tan atractivo?”
El hombre se rió con el comentario de Karan y volvió a darle unos golpecitos a la pantalla.
“A saber qué es lo que pasa si le preguntas a Lili. Lo más seguro es que te diga que el tío Yoming es un hombre raro que se pasea por su casa de vez en cuando, come hasta reventar y se vuelve a ir.”
“Yoming. Así que ese es tu nombre.”
“Sí. Y este mi trabajo.”
La pantalla se llenó de imágenes de pan y pasteles, seguidos por la cantidad de calorías e información nutricional y una lista de las tiendas que los vendían.
“Tengo una especie de blog de toda clase de áreas de entretenimiento, excepto Chronos. Lo que no es mucho, es decir, aparte de eventos estacionales y restaurantes, que es la mayoría de lo que informo. Como la ciudad supervisa todas las obras, conciertos y publicaciones, no hay mucho que escribir aparte de sobre comida y bebida. El Departamento de Alimentación está fuera de la cuestión, es imposible que pueda entrar – así que escribo sobre cosas como dónde comer buenas tartas, o sitios buenos para comer. Lo hago lo mejor que puedo. La verdad es que es bastante popular. Quiero decir, no es que hayan muchas cosas divertidas, aparte de salir a comer, que se pueda hacer en Lost Town, así que todo el mundo está pendiente de la información.”
“Entonces, ¿lo que quieres-?”
“Exacto,” dijo el hombre con energía. “Quiero escribir un artículo sobre tu panadería, destacando las magdalenas. ¿Me concedes una entrevista?”
“¿Estás seguro de que quieres escribir sobre mi tienda?” preguntó Karan con preocupación. “Entonces, ¿no te vigilarían a ti también las autoridades?”
“No me importa si se ponen a vigilarme ni nada por el estilo. No puedo permitir que esas magdalenas no tengan la publicidad que se merecen.” Hizo una pausa. “Aunque creo que a Lili no iba a hacerle mucha gracia que empezasen a venir más clientes y se llevasen todas las magdalenas. Lo más seguro es que dijese que su tío nunca hace nada bien.”
“Nunca,” sonrió Karan. “Pero mi panadería ya ha salido en la tele, por el incidente de mi hijo. La gente de Lost Town puede que siga viniendo - ¿pero y las de otras áreas qué?”
Yoming se encogió de hombros y eliminó las imágenes de la pantalla.
“Karan, a la gente de esta ciudad no se le da muy bien acordarse de las cosas.” Su voz era áspera y costaba de entender.
“Lo olvidan todo en cuestión de segundos. Da igual lo serio que sea el asunto. Se olvidan. Y lo que es más, ni siquiera se les ocurre que pueda haber algo debajo de la superficie. Recordar, dudar, pensar. Es difícil para ellos. Pero no tienen que hacerlo – el día sigue tranquilamente. Es un sitio horrible.”
Las palabras de Yoming se parecían tanto a una crítica de la situación en la que estaba, que Karan se puso rígida en el asiento. Si alguien escuchaba esa conversación, sería más horrible que cualquier otra cosa. Como si hubiese percibido la incomodidad de Karan, Yoming relajó la expresión, sonrió y agitó la mando quitando importancia al tema.
“No te preocupes. El coche está equipado con sistemas anti escucha. Pero quién sabe, lo mismo los próximos coches que fabriquen llevaran sistemas de escucha incorporados.”
“Yoming, ¿por qué eres tan crítico con la ciudad? ¿Cómo puedes estar seguro de que es un lugar tan malo?”
Tras un breve silencio, Yoming le dio tres golpecitos a la pantalla.
Apareció la imagen de una mujer joven de rasgos delicados. Tenía un bebé envuelto en una manta blanca en brazos. Una melena castaña y corta le enmarcaba el rostro enérgico. Su sonrisa era amable.
“Mi mujer. Con nuestro hijo en brazos. Esta foto tiene mucho tiempo.”
“¿Le ha pasado algo-?”
“Lo mismo que a tu hijo, se fue un día y no volvió. La única cosa que es diferente a tu caso, es que ella despareció con nuestro hijo, y que se le consideró persona desaparecida.”
Karan se quedó sin respiración. El tono calmado y firme de Yoming al hablar de lo que había pasado la sorprendía aún más.
Lo mismo que Sion – hay alguien que ha pasado por lo mismo –
“Era profesora,” dijo Yoming en voz baja. “Enseñaba arte y música a niños como Lili. Decía que no podía haber otro trabajo que se ajustase más a ella. Siempre les decía a los niños que apreciasen lo que sentían. Ya fuese para dibujar o escribir una canción, decía que lo más importante era tener en cuenta los sentimientos y las emociones, y expresarlos con sinceridad.”
“Impresionante,” exhaló Karan. “Hacía tiempo que no escuchaba unas palabras tan bonitas.”
“Sí. Era una mujer admirable, conmovía a mucha gente. Tenía unas creencias firmes y educó a nuestro hijo basándose en ellas. Pero los del Departamento de Educación empezaron a mandarle avisos… le decían que educase a los niños siguiendo el programa. El programa que ellos habían diseñado, por supuesto. Como es natural, se resistió – y la despidieron. También le quitaron la licencia porque no la consideraban apta para enseñar. Creo que por aquellos tiempos despidieron a unos cuantos profesores más. No lo sabías, ¿verdad?”
“No tenía ni idea – ni siquiera me acuerdo…”
“No hace falta que te avergüences. Es normal que no lo sepas,” dijo Yoming gravemente. “No salió en las noticias. Las autoridades ya habían empezado a manipular la información por aquel entonces. Ahí estaban las semillas de lo que acabaría por convertirse en esconder del público cualquier información que fuese inconveniente.”
El coche ya estaba entrando en Lost Town. Ese distrito siempre era el último que actualizaban o mantenían, y era un área en la que estaba todo mezclado sin ningún orden. Por encima del ruido constante, Karan se encontró a sí misma suspirando con alivio.
“Estaba pensando en abrir un colegio para niños, con los otros profesores que habían despedido – intentaba enseñar en un sitio en el que las autoridades no tuviesen tanta influencia. Ese día, había salido para asistir a una reunión sobre los planes del colegio – y no volvió.”
Yoming apretó el puño y golpeó el volante. El cuervo graznó en el asiento de atrás.
“No pienso olvidarlo,” dijo apretando los dientes. “Pase lo que pase, no voy a olvidarlo. Voy a mantenerlo vivo en mi memoria. Aquella mañana estaba nublado y parecía que iba a empezar a llover en cualquier momento. Había ido al dentista porque la muela me estaba matando. Tenía el día libre, así que debería haber estado cuidando de nuestro hijo en casa. Pero se lo llevó para que no tuviese que hacerlo. Lo metió en un carrito azul, y ella llevaba una chaqueta beis. Tenía unas pequeñas flores bordadas en el pecho. Dijimos que si no llovía y no me dolía la muela, por la tarde iríamos a dar una vuelta por el Parque Forestal. En la puerta nos dimos un beso y nos despedimos. También le di un beso en la mejilla a nuestro hijo. Se rió y pataleó un poco. Llevaba calcetines blancos. También tenían flores bordadas. Eran violetas. Aún lo recuerdo. No he olvidado ni una sola cosa. No podría hacerlo.”
“Yoming…”
El coche se detuvo.
Ha llegado a su destino, anunció el navegador. Estaban en la puerta de la panadería de Karan.
“Lo siento, me he emocionado un poco,” dijo Yoming. “Algo maleducado por mi parte, ya que nos acabamos de conocer.”
“No-” dijo Karan con suavidad. “Gracias por traerme a casa.”
Se detuvo con incertidumbre. Se preguntaba si estaría bien hablarle sobre Safu. No podía terminar de decidir si podía confiar en el hombre que tenía delante o no.
“¡Señora!”
Alguien se abalanzó a toda velocidad sobre Karan en cuanto ésta salió del coche.
“Vaya, Lili.”
“¿Por qué te has tomado el día libre? ¿Estás enferma?”
Yoming habló desde dentro del coche.
“Lili, está bien. Karan sólo tenía que ocuparse de unos recados. Estoy seguro de que mañana te hará magdalenas.”
Lili parpadeó y abrió la boca.
“¿Eres tú, tío Yoming? ¿Has venido a cenar otra vez? ¿Por qué siempre vienes cuando tenemos pollo con setas?”
“Ves, ahí lo tienes. Horrible, ¿verdad?” dijo Yoming, inclinándose para mirar a Karan a la cara. “Si puedes, abre la panadería mañana. Y pasado mañana. Tienes un trabajo que hacer, Karan.”
“Claro.”
“No te desesperes. No puedes rendirte. El momento en el que pierdes es cuando te rindes y cedes ante la desesperación. Puede que parezca que lo más fácil es rendirse-”
Karan le puso una mano a Lili en la cabeza y negó con firmeza.
“No, no voy a rendirme. Tengo mis responsabilidades.”
“¿Responsabilidades?”
“Sí. Soy una adulta y he estado viviendo en la ciudad mucho tiempo. He hecho lo mejor que he podido para vivir respetablemente, pero si el resultado de eso es en lo que se ha convertido esta ciudad – hemos cometido un error enorme en el proceso. No estoy segura de dónde lo hemos cometido – pero tengo que responsabilizarme por ello. No podemos dejar que los niños como Lili paguen por un crimen que no han cometido, ¿verdad?”
“¡Shh!” Yoming levantó un dedo. Una joven pasó por al lado del coche montada en una bicicleta. “Entiendo como te sientes, pero no digas ese tipo de cosas aquí en voz alta. Nunca se sabe quién puede estar escuchando.”
Lili se rió y estiró de la falda de Karan.
“El tío Yo siempre tiene cuidado. Es un miedica aunque es un adulto.”
“Cuando crezcas, Lili, entenderás qué es lo que da miedo.”
“Bueno, creo que mami es lo que más miedo da cuando se enfada,” dijo Lili con tono de circunstancias. “Da mucho, mucho miedo. Papi también dice que mami es lo que más miedo le da.”
“Ah, sí, claro,” respondió Yoming con gravedad. “Estoy de acuerdo, tu madre puede dar mucho miedo.”
Karan rompió a reír. La madre de Lili a menudo la reñía con una voz tan alta que era difícil creer que salía de su pequeña figura.
“Lili, Yoming, y el señor Cuervo – si tenéis algo de tiempo libre, ¿queréis pasar? No tengo magdalenas, pero puedo preparar unas tortitas.”
“¿En serio? ¡Bien!” Lili cogió la mano de Karan con fuerza. Tenía las manos suaves. A Karan se le desbordó el corazón con aprecio.
No puedo permitir que esta niña pase por lo mismo que Sion y Safu. Y, de alguna forma, también tengo que salvarlos a ellos. Sí – tengo una responsabilidad que cumplir.
Su mirada se encontró con la de Yoming. Él le sostuvo la mirada del color de las plumas del cuervo. Karan asintió y abrió la puerta.
“Pasa Lili. Tú también, Yoming. Aún tengo que hablar contigo de unas cuantas cosas.”
En ese instante, le pasó por delante algo negro y pequeño. Escucho el zumbido de unas alas.
“¿Qué pasa?” Yoming siguió la mirada de Karan y echó un vistazo alrededor mientras salía del coche.
“Había un bicho – creo que era una avispa.”
“¿Avispa? Aún hace calor, pero no creo que debiesen estar activas ya.”
“Supongo que tienes razón.”
Era invierno. No podía haber avispas volando por ahí. Y aunque las hubiese, seguramente había sido una sola que se había desviado, atraída por el calor y la luz del sol. Pero no podía deshacerse del sentimiento de aprensión que se había formado en su pecho.
“¿Señora?”
Lili la observó al haberse quedado quieta en la entrada.
“Oh, lo siento. Pasa.”
Estoy muy nerviosa. Seguro que es el cansancio. Karan se tranquilizó a sí misma y abrió la puerta. Entró y sacudió con fuerza la cabeza, como deshaciéndose del zumbido que se le había quedado clavado en los oídos.
Wow! Graaaciaas *_*
ResponderEliminargenialll.. Me enknta esta novela.. Es mucho mejor q el anime.. Mas descriptivo.. Me enkntaa :D
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