lunes, 21 de mayo de 2012

No. 6 Vol 4 Capítulo 1

Bueeeeeno, unas horas más tardes de lo que lo tenía previsto pero bueno, más vale tarde que nunca xD

¡A disfrutar!



Capítulo 1
Se abre el telón

¡Aúlla, aúlla, aúlla! ¡Eres un hombre de piedra!
Tuviese yo tus ojos y tu lengua, ¡los usaría
Para hacer temblar la bóveda del cielo! Ella se ha ido para siempre.
-Rey Lear Acto V Escena III


Detrás dela puerta había un mundo de oscuridad.

Hacía muchísimo frío. El hombre tembló y se subió el cuello de la chaqueta. Su abrigo estaba hecho del cachemir más fino y era ligero y cálido. También tenía un sensor automático que detectaba la temperatura corporal y la del aire para ajustar la temperatura dentro del abrigo adecuadamente. En sensor era más pequeño, ligero y fino que el sello de una carta.

Podía sentir el aire frío golpeándole la parte de la cara que tenía expuesta, pero el resto del cuerpo estaba envuelto en el cálido abrigo. Así que cuando el hombre había temblado, no había sido por el frío.

Había sido por la oscuridad. Estaba muy oscuro.

No. 6, donde vivía el hombre, era una ciudad de luz. Brillaba y estaba envuelta en luz sin importar si era de día o de noche. La luz no lo único a lo que tenía total acceso: gracias a los avances en la biotecnología, siempre había comida disponible sin importar el tiempo o la estación. Siempre y cuando estuviesen dentro de la ciudad, la gente podía llevar una vida de abundancia, seguridad e higiene. Aparte de ellos, había otras cinco ciudades en el mundo, pero ninguna de ellas tenía un entorno tan perfecto como el suyo. De ahí venía el sobrenombre de Ciudad Sagrada.

El hombre ocupaba un puesto importante en el gobierno de la Ciudad Sagrada. Dentro del Departamento de Administración Central, ocupaba lo que equivalía al tercer puesto más poderoso. Era un elite entre la elite. Su hijo, que iba a cumplir los tres años aquel año, también había quedado el primero en los Exámenes Infantiles. El hombre ya estaba realizando un Curso Especial de crianza. Si no había ningún problema – y no los habría, porque nunca pasaba nada por sorpresa dentro de la Ciudad Sagrada – entonces su hijo, perteneciente a la elite también, podría conseguir una vida en la que no le faltase de nada. Era algo que tenía asegurado.

El hombre no podía dejar de temblar. Que oscuro estaba. Cuanta aprensión le provocaba. No tenía ni idea de que esas horas de la noche podían ser tan oscuras. No tenía ni idea hasta que puso los pies en el Bloque Oeste.

¿Qué está haciendo?

El hombre que se suponía que iba a recogerle, no estaba. Lo normal era que estuviese esperándole en la oscuridad, pero, aquella noche, no había ni rastro de él.

¿Habrá pasado algo?

Quizás ha habido algún problema.

Y si así era… no era algo bueno.

El hombre exhaló en la oscuridad.

Era mejor no perder más tiempo allí. Tenía que volver a pasar por la puerta y volver a la Ciudad Sagrada. Tenía que hacerlo.

La razón le decía que volviese, que se diese la vuelta y volviese a la luz y a la comodidad. Pero el hombre no podía moverse.

Sólo un poco más. Esperaré otros cinco minutos.

Era una relación pasajera. Era una relación basada en el placer y la decadencia que iba a durar unas cuantas horas. Esta relación, las horas que iba a pasar entreteniéndose con las mujeres del Bloque Oeste, era lo que impedía que empezase a andar. Que tentador era pasar unas horas borracho y acompañado de mujeres con el pelo y los ojos de todos los colores. Ya hacía casi un año desde la primera vez que había sucumbido a la tentación. Y no había forma de salir.

La dirección de la Ciudad se estaba haciendo más estricta.  Como era normal, los ciudadanos normales estaban limitados; pero incluso a los escalones superiores, que tenían una libertad considerable, se les estaba imponiendo límites. Los viajes entre la Ciudad y el Bloque Oeste era una de las cosas que se habían limitado.

Todos los desplazamientos entre bloques estaban prohibidos, a no ser que hubiese una razón clara y se rellenase un formulario para ello.

Cuando el hombre había visto esa sección de las noticias, recordaba haber suspirado. El Departamento de Administración Central era el que manejaba toda la información de la ciudad. Todos los expedientes de los ciudadanos estaban almacenados allí. En nombre, sexo, fecha de nacimiento, estructura familiar, índice de inteligencia, características físicas, medidas físicas, historial médico, currículum de todos los ciudadanos estaba archivado allí. A través de las cámaras de seguridad, los sensores colocados por toda la ciudad y los chips de recolección de datos instalados en las tarjetas de identificación también recolectaban, y archivaban, los datos de lo que hacían los ciudadanos a diario. Era un sistema completamente establecido.

Un control y una centralización de la información muy minuciosa – y, para bien o para mal, ese hombre estaba muy cerca del corazón de ese sistema. Usaba su posición para modificar sus informes a menudo. Había rescrito su expediente para que éste dijese que nunca había estado en el Bloque Oeste. Había destruido su historial.

Era un crimen, era muy consciente de ello. Tenía miedo de lo que podía pasar si le descubrían, y, al mismo tiempo, confiaba en que nadie le descubriría. Se sumergía en un éxtasis eufórico. Y al mismo tiempo, quería proteger su vida de seguridad y le aterraba su destrucción. Y debajo de todo eso, estaba la tranquilidad de que él era alguien imprescindible en el núcleo de la elite y que no irían a por el tan fácilmente. Eran muchas las emociones que se arremolinaban dentro del hombre.

Pero al final, había vuelto a sucumbir a sus deseos y había atravesado las puertas otra vez aquella noche.

Llega tarde, demasiado tarde…

El hombre se mordió el labio con suavidad.

Debería irme.

No había nada más peligroso que estar mucho tiempo envuelto en la oscuridad del Bloque Oeste. En cuanto el hombre se dio la vuelta, escucho como le llamaban.

“Fura-sama.” Así se llamaba el hombre. Escuchó la voz baja en la oscuridad. “Le pido disculpas por haberle hecho esperar.”

Fura frunció el ceño y se encorvó levemente.

“¿Eres tú, Rikiga?”

“Sí. He venido a recogerle.”

“Llegas tarde.”

“Lo siento muchísimo. Ha habido un pequeño problema.”

“¿Problema? ¿Qué ha pasado?”

Pudo sentir el movimiento en la oscuridad cuando Rikiga negó con la cabeza.

“Nada de lo que tenga que preocuparse. Nada que pueda causarle el más mínimo problema, Fura-sama… la verdad – ah – podría decir que he tardado por proporcionarle un disfrute mayor-”

“¿Cómo que un disfrute mayor?”

Pudo escuchar una risa vulgar.

“He tardado bastante en preparar a una mujer de acuerdo a sus gustos.” La vulgar risa continuó y la oscuridad se enrolló viscosamente. “Pero le aseguro que compensará el tiempo que le he hecho esperar. Estoy seguro de que estará satisfecho.”

“¿Tan buena es?”

“Un espécimen exquisito.”

Tragó saliva. Si pudiese, se reiría tan vulgarmente como Rikiga, pero se contuvo.

Su posición en comparación con la de RIkiga era como el cielo y la tierra. Un residente del Bloque Oeste. No podía rebajarse hasta ese nivel.

Para Fura, aunque el Bloque Oeste era donde se le proveían placeres lujuriosos, los que vivían allí – Rikiga o las mujeres – no eran los mismos seres humanos que él. Para él, eran insectos. No, eso era muy duro – eran más bien ganado. Humanos y ganado, el dominante y el dominado. Las regiones que bordeaban No. 6 existían para servir a la ciudad – eso era lo que le habían enseñado desde que era un niño.

“¿Vamos?” Rikiga empezó a andar. Él le siguió en silencio.

Aquel desfasado coche, que usaba gasolina, era muy incomodo y no dejaba de moverse de un lado a otro con frecuencia. El camino estaba lleno de baches. De vez en cuando, el coche se inclinaba demasiado. Durante sus primeras visitas al Bloque Oeste, Fura se había quejado más de una vez, pero ahora no se molestaba. Para alguien acostumbrado a las carreteras perfectamente pavimentadas de No. 6 y a los coches híbridos con sistema de absorción de golpes, aquellas sacudidas repentinas y aquellos zarandeos eran algo nuevo y refrescante. Y, más que otra cosa, hacían que le latiese el corazón con fuerza mientras esperaba al próximo.

“¿Y bien?”

Fura se inclinó desde el asiento de atrás y le preguntó.

“¿Cómo es la chica?”

“Me atrevería a decir que cumple sus preferencias ala perfección. Estoy seguro de que le gustará.”

“La última chica no fue tan buena.”

“Lo sé. Pero esta chica es exactamente como a usted le gustan, Fura-sama. Pequeña, delgada – y muy joven.”

“Joven, ¿eh?”

“Sí. Por supuesto, estando donde estamos, no estoy seguro de su edad, pero le puedo asegurar que es muy joven. Así que la chica – nunca ha estado con un hombre.”

“¿Estás seguro?”

“Del todo. Y no sólo eso, parece que sangre sureña corre por sus venas. Es lo que dice su aspecto.”

“Ah.”

“Tenemos muchas mujeres maduras, pero es difícil encontrarlas jóvenes. No sería capaz de llevarle a una chiquilla sucia y esquelética, Fura-sama, ni sería capaz de recogerla de las calles. Y además – darle este trabajo a una chica tan joven, sin experiencia, es bastante – bueno, digamos que me pesa en la conciencia, por decir algo.”

Mentiroso. Replicó Fura mentalmente. Harías cualquier cosa por dinero. ¿Conciencia, dices? No me hagas reír.

Aunque sabía lo que estaba pensando Fura, a Rikiga se le escapó una risita.

El coche se detuvo. Una negra oscuridad les envolvía.

“¿Esto es-?” no era el sitio habitual que preparaba Rikiga.

“Un hotel.”

“¿Hotel?”

“Y, hace tiempo, era uno muy bonito.” Rikiga salió del coche y encendió una lámpara. “La chica y su familia hicieron de este sitio su hogar. La chica dice que sólo aceptaría  a clientes si era en su habitación, y no había forma de sacarla de ahí – aún es una niña, seguramente le den miedo los sitios que no conoce.”

“Pero-”

“No tiene nada de que preocuparse. Nos hemos llevado a su familia un rato. Esta noche, los únicos que hay aquí son esa chica y usted, Fura-sama. – Ah, no, eso no es del todo cierto. También están sus perros.”

“¿Qué?”

“Perros. El padre de la chica lleva un negocio relacionado con perros. Hay bastantes aquí.”

A Fura no se le ocurría ningún negocio que tuviese que ver con perros. Una tienda de animales estaba fuera de consideración. ¿Vendía carne de perro?

“Sígame. Tenga cuidado donde pisa.” Rikiga movió la lámpara alrededor. Fura obersvó su pefil y empezó a andar con cuidado.

No confiaba en Rikiga. No confiaba en él lo mas mínimo. Pero Fura sabía con seguridad que era un cliente regular al que RIkiga valoraba mucho. Era imposible que un hombre como él, que quería y valoraba el dinero más que cualquier otra cosa, fuese a perjudicar a su mayor fuente de ingresos. En ese sentido, Fura nunca había sospechado del hombre que andaba unos cuantos pasos por delante de él.

Aquel edificio de Rikiga había dicho que había sido un hotel de los buenos, ahora no era más que unas ruinas. El suelo estaba cubierto de escombros y había charcos por todas partes. El suelo resbalaba, pero no sabía si era porque se estaba pudriendo o del musgo que había crecido allí. No mantenía bien el equilibrio con los zapatos de cuero. El viento le golpeaba las mejillas. Subieron por la escalera. Olía algo raro y suave. Era un olor que nunca había notado en No. 6 y que no tenía ni idea de qué podía ser. Cruzaron un área espaciosa y vacía, que tenía pinta de haber sido un vestíbulo, y siguieron ascendiendo.

“Oh-”

Habló sin pensar. Se quedó quiero en el sitio. Delante de él se encontraba lo que parecía un pasillo estrecho. Parecía que se dirigía directo a la oscuridad, pero no sabía que había detrás de la oscuridad que lo cubría; Fura, que no estaba acostumbrado a la oscuridad, no podía ver nada.

Iluminados por la tenue luz de la lámpara, podía ver unas figuras encorvadas aquí y allí.

“¿Perros?”

“Sí”

“¿Por qué hay tantos? ¿Para qué…?”

“Ah, bueno, hay muchas razones, pero ninguna que tenga que ver con un alto cargo como usted,” dijo Rikiga. “No es nada por lo que preocuparse. Son unos perros muy tranquilos, lo van a morderle ni a atacarle. – Bien, ya hemos llegado. La chica está dentro.”

Tal y como había dicho Rikiga, los perros se quedaron tumbados en el suelo, quietos, sin gruñir ni enseñar los dientes.

“Por aquí. Después de usted,” le hizo pasar Rikiga.

Había una puerta de madera desgastada delante de él. Quizás era cosa de la lámpara – pero la puerta daba la sensación de ser cálida y amable. Como una anciana remilgada.  Allí estaba ella, sentada a la luz del sol, hermosa, con el pelo blanco. Tenía agujas de tejer en las manos, y un ovillo de lana blanca en el regazo –

Fura se giró y se aclaró la garganta un par de veces. Hacía mucho que ocultaba ese mal hábito suyo de soñar despierto. Que cualquiera de los altos cargos del Departamento de Administración Central descubriese ese hábito tendría consecuencias para él.

En No. 6, la imaginación, crear historias, hablar de los sueños y soñar despierto estaba mal considerado y se evitaba como si fuese una enfermedad. No había ninguna regla o ley oficial que los prohibiese, pero entre los ciudadanos era objeto de burla y desprecio; en las organizaciones centrales estaba visto como algo inapropiado  y una razón válida de despido. Estarías acabado.

Se abrió la puerta.  El pomo de plata se accionaba manualmente, claro está, y la puerta chirrió con insistencia mientras se abría hacía dentro.

Era una habitación no muy alta, y estaba oscura. Las únicas luces que había eran la de la lámpara de Rikiga y la de una  única vela en la mesa. No hacía mucho frío, probablemente porque no había ninguna ventana. Pero aun así podía escucharse en la habitación el aullido del viento. Llegaban a sus oídos diversos silbidos y gemidos que se sobreponían unos a otros, como una sinfonía y se enredaban entre ellos. Se preguntaba cómo habían construido aquel sitio.

Los únicos muebles que había en la habitación eran la mesa sobre la que estaba la vela, una mampara desgastada y una cama, en las mismas condiciones, en una esquina de la habitación. Una figura estaba sentada en el borde con una manta sobre la cabeza, encogida como si quisiese hacerse invisible.

Rikiga tenía razón, era  pequeña. Las piernas que la manta dejaba al descubierto estaban muy delgadas. Pero estaban en forma.  De rodilla para abajo eran esbeltas, y si no fuesen tan delgadas, serían unas piernas preciosas.

“¿Qué te parece?” le susurró Rikiga. “Una joya, ¿no está de acuerdo, Fura-sama?”

“Quizás. Aún no lo sé.”

Fura se sentó en la cama y deslizó una mano por el pequeño cuerpo envuelto en la manta. Podía sentir como temblaba.

“¿Tienes miedo? No te preocupes, no tienes por qué.” Se quitó el abrigó y la acercó más a él, manta incluida. Notó como temblaba con más violencia. La manta cayó y dejó al descubierto el pelo negro y el delicado cuello. Como tenía la cara vuelta a un lado, todavía se veía más el cuello. Fura, incluso con aquella oscuridad, podía ver que tenía la piel suave y fina. Y morena.

Ya veo. Quizá si es una gema.

Apartó el pelo y deslizó los labios por el cuello de la chica. Notó un ligero olor. El mismo que había notado en las escaleras. Era el olor de un perro, de una bestia. Pero aquello lo único que hizo fue encender más el deseo de Fura. Era un olor que en No. 6 no encontraría aunque lo buscase, dada la perfecta higiene de la ciudad. Aquel cuerpo estaba totalmente impregnado de ese olor, y aquello le excitaba.

“Bueno, entonces,” dijo Rikiga, “me voy. Disfrute.” Rikiga se dirigió a la puerta con una sonrisa ausente en la cara. Fura dejó de mover la mano, con la cual había estado acariciando la pierna de la chica. Aquella era la primera vez que sospechaba.

“Espera,” ordenó al hombre que le daba la espalda. Rikiga se giró con lentitud.

“¿Pasa algo?”

“¿No te parece raro?”

“¿Raro? El qué, si se me permite la pregunta.”

“¿Por qué no me has pedido que te pague primero?”

Rikiga se tensó. Entonces, al cabo de unos segundos, mumuró ah, sí, el pago, para sí mismo.

“Siempre me pides que te pague por adelantado. ¿Por qué esta noche no?”

“Oh, sí, claro. Me había olvidado.”

“¿Olvidado? ¿Tú? ¿Del dinero?”

La sospecha en su interior creció. ¿Aquél hombre? ¿Olvidarse del dinero? Él, que era el más avaricioso y tacaño de todos, se había olvidado – le costaba creerlo.

La duda y la sospecha pasaron a ser inquietud. Las cosas no eran como siempre. ¿Por qué? ¿Por qué-?

El cuerpo pequeño saltó de los brazos de Fura. La manta cayó al suelo.

“Ya estoy hasta las narices, capullo,” gruñó. “Ya he tenido bastante. Tienes que estar de coña.” Fura miraba boquiabierto al chico que se había apartado el pelo, le había enseñado los dientes y le había dicho de todo.

“Rikiga, ¿quién es?”

“Es quien es, señor.”

“Me habías dicho que me habías preparado a una chica joven.”

“Chica, chico, no hay mucha diferencia. Pensé que quizá entraba en sus preferencias, Fura-sama, y no se había dado cuenta todavía.”

El chico del pelo negro enseñó más los dientes. Casi parecía un perro salvaje.

“Puedes parar de inventarte cosas, viejo borracho,” gruñó. “¿Por qué no has seguido el plan? Os voy a cortar a los tres en pedacitos y os voy a echar a los perros. Vais a pagar por esto, capullos.”

¿Plan? ¿A los tres? ¿De qué estaba hablando?

Fura cogió su abrigo y se levantó. Metió los brazos en las mangas y echó un vistazo alrededor de la habitación. Estaba oscuro, aquella oscuridad era escalofriante.

Era peligroso quedarse allí.

“¿A dónde va?” Rikiga se puso delante de la puerta,  sonriendo lánguidamente.

“Me voy a casa. ¡Quita de en medio!”

“Cálmese, por favor,” dijo Rikiga con un tono suave. “No le pega ser tan grosero, Fura-sama.”

“Quita de en medio, o-” Fura apretó la mano alrededor de la pequeña pistola que tenía en el bolsillo. Era una pistola eléctrica, no muy efectiva a la hora de matar, pero suficiente como defensa. La sacó y apuntó a Rikiga entre los ojos con ella. Si iba a seguir resistiéndose, le dispararía sin pestañear. Puede que fuese para autodefensa, pero una pistola seguía siendo una pistola. Cualquier persona desarmada a la que se disparase entre los ojos moriría. Pero no le importaba. A aquella gente no se la podía considerar humana.

“Pero la fiesta acaba de empezar, si te vas a casa te vas a perder la mejor parte.”

La voz venía de detrás de él. Al mismo tiempo, le taparon la boca y le cogieron de la muñeca con fuerza. La pistola cayó al suelo. Sólo le estaban tapando la boca y cogiéndole la mano desde atrás, pero estaba totalmente inmovilizado. No podía moverse lo más mínimo. Un aliento frío le acarició el lóbulo. Escuchó un susurro.

“¿Por qué no te quedas con nosotros un poco más? Te lo vas a pasar tan bien que podrías derretirte.” Era una voz suave y clara. Era dulce, limpia y preciosa. Fura no podía decir si era la voz de un hombre o la de una mujer.  Quizá, si obedecía a aquella voz, podría derretirse de placer. Fue un pensamiento que no duró más de un segundo.

Notó un barrido y cayó al suelo. Se quedó sin aliento y perdió la consciencia.

“¡Nezumi!” grito Inukashi, pisando la manta. “Esto no es lo que habías prometido. ¿Qué narices estabas haciendo?”

“Shh, deja de ladrar.” Nezumi registró el abrigo del hombre que acababa de atar y sacó una bolsita de cuero de uno de los bolsillos. “Aprende de tus perros, Inukashi. Túmbate y cállate.”

“Deja de tocarme las narices,” gruñó Inukashi. “¿Por qué no has salido antes?”

“Se me había olvidado lo que tenía que decir, así que  me estaba leyendo el guion otra vez,” replicó Nezumi con suavidad. “Lo siento.”

“Tienes que estar de coña. De. Jodida. Coña. Actor de cuarta. Eres más manipulador que un zorro y tienes menos vergüenza que un cerdo. No voy a volver a fiarme de ti en la vida. Espero que te llenes de pulgas y que éstas te chupen toda la sangre y te mueras.”

“Que dejes de ladrar, ¿quieres? No es algo para cabrearse tanto. Vale, he tardado unos tres minutos de más en salir. No es para tanto.”

“Y en esos tres minutos de más a mí me han babeado y sobado.”

Nezumi sonrió con suavidad torciendo el gesto, igual que lo haría una madre mirando a su hijo en plena pataleta.

“Inukashi, todo sea por la experiencia. Acabas de tener la maravillosa experiencia de que un oficial de No. 6 te babosee. Puedes considerarlo un buen recuerdo.”

A Inukashi empezaron a temblarle los puños. Le brillaban los ojos.

“Además,” dijo, “¿por qué yo? ¿Por qué no podías hacerlo tú?”

“¿Por qué tengo que hacerlo yo?”

“Porque serías una puta perfecta. Atraes a los hombres y los pones completamente a tu merced. Un mentiroso, un cerdo con una personalidad de lo más asquerosa para acompañar. Ni siquiera tendrías que actuar.”

Fue en ese momento en el que Sion se dirigió a Inukashi. Hasta ese momento, se había quedado al margen viendo como se desarrollaba el asunto sin poder seguirlo del todo.

“Inukashi, te estás pasando. No digas nada más.”

“Lo mismo te digo a ti, Sion,” Inukashi se giró hacia él. “¿Por qué no has salido en cuanto ese tío se ha sentado en la cama? Ese era el plan, ¿no?”

“Sí, pero-” Tenía razón. En la reunión que habían tenido antes de aquella noche, habían acordado esperar hasta que Rikiga llevase allí a Fura, el alto cargo del Departamento de Administración Central. Cuando se sentase en la cama, tenían que salir de detrás de la mampara y cogerle. Ese era el plan, y Sion había tenido intención de seguirlo.

Pero Nezumi le había detenido. Le había cogido por el hombro como diciéndole, “no salgas aún.” La cama crujía. El hombre se había acercado a Inukashi. Sion casi podía sentir el miedo de Inukashi como si fuese el suyo propio. Pero Nezumi seguía sin moverse. Se quedó agazapado en la oscuridad, tan en silencio que ni siquiera se le escuchaba respirar.

“Me voy a casa. ¡Quita de en medio!”

El hombre había sacado algo del bolsillo. Y, de la misma manera silenciosa, Nezumi se lanzó hacia delante. Sion no podía percibir los movimientos de Nezumi. Aunque había estado a su lado, ni siquiera había sentido moverse el aire al moverse Nezumi.

“¿Por qué no te quedas con nosotros un poco más? Te lo vas a pasar tan bien que podrías derretirte.”

Una vez que había escuchado la voz de Nezumi atravesar las múltiples capas de silbidos producidos por el viento, Sion había salido y se había puesto al lado de Inukashi. Para aquel entonces, el hombre ya estaba gimiendo en el suelo.

Inukashi apretó los dientes y frunció la nariz con una expresión amenazadora.

“‘¿Sí, pero?’ Sí pero qué, ¿eh? ¿Para encargarte de los perros es para lo único que vales? ¡Eres un idiota y un inútil!”

Sion no podía contestarle. Sabía perfectamente que no tenía ninguna habilidad y que era un inútil cuando estaba acorralado. Nada dolía más que un insulto que no decía más que la verdad.

Nezumi se agachó y recogió la pistola del suelo. La sujetó como si estuviese comprobando cuanto pesaba.

“Es una pistola de auto defensa, último modelo. Es muy pequeña, pero di te dan bien con una de estas no lo cuentas. Estaba pensando en que era mejor no arriesgarse a que se pusiese a disparar.”

“Y por eso te has tomado tu tiempo y te has esperado a que el cerdo ese sacase la pistola.”

“Reduce el riesgo.”

“¿Riesgo? Genial,” dijo Inukashi con sarcasmo. “Mientras yo aguantaba a un cerdo pervertido, vosotros estabais ocupados discutiendo sobre riesgos. Las mentes privilegiadas no piensan como personas normales, ¿eh? Casi me dan ganas de pedirte que, la próxima vez, les des una lección especial a mis perros.”

“No seas sarcástico. Mira.”

Nezumi cogió la bolsita de cuero, la puso boca abajo y la sacudió un poco. Encima de la mesa cayeron cinco monedas de oro.

“Cinco de oro, ¿eh? Pues si que llevaba dinero encima para una noche de diversión, ¿no, viejo?”

“La verdad es que no,” Rikiga abrió la boca. Su voz era pesada y áspera, totalmente diferente al tono educado de antes.

“Le dije que tenía una chica excepcional, diferente de las que le consigo normalmente. Tenía que cobrarle bastante más de lo normal o sospecharía. Es muy precavido.”

“Ya veo.”

Nezumi cogió una moneda de oro.

“Toma, Inukashi. Tu parte.”

Nezumi tiró la moneda y ésta rebotó en los dedos de Inukashi y cayó al suelo. Sion la cogió y se la dio a Inukashi. Le temblaban los dedos.

“¿Inukashi?”

Tenía los labios fruncidos y parecía que iba a echarse a llorar en cualquier momento. Sion nunca le había visto así. Los brazos y los hombros también le temblaban levemente.

Tiene que estar muy asustado.

Inukashi, que tenía docenas de perros a su cargo, vivía en  unas ruinas y tenía la fuerza suficiente para sobrevivir cada día, no podía parar de temblar. Sion intentó imaginar todo el miedo y la humillación por los que había pasado.

Sion no sabía la edad de Inukashi. Lo mas seguro es que ni Inukashi mismo lo supiese. La mayoría de los habitantes del Bloque Oeste no sabía qué edad tenia, ni quienes eran sus padres, ni dónde habían nacido, ni dónde tendrían que vivir mañana. Pero podía imaginar que Inukashi era muy joven, más que él con sus dieciséis años. Sabía que Inukashi se metía en fraudes, robo, e incluso extorsión, sin pestañear. Inukashi rara vez se preocupaba porque le dijesen esas cosas o le insultasen por ello. Pero no había podido soportar ser el cebo en aquella farsa que tenía como escenario una cama en una habitación sin apenas iluminación.

Aún era tan joven.

Los gritos y los insultos de Inukashi no eran más que la otra cara del miedo que sentía en realidad.

“Lo siento,” dijo Sion con suavidad. “Te he hecho algo horrible. Lo siento muchísimo, Inukashi.”

Inukashi parpadeó. Tenía los ojos rojos. Los labios se movían sin emitir ningún sonido. Sion le puso una mano en el delgado hombro. No pensaba que aquel gesto fuese suficiente para aplacar la ira o la confusión del otro chico. Sabía que no le iba a perdonar. Pero se había acordado de una cosa. Cuando era joven, su madre le ponía con frecuencia la mano en el hombro de aquella forma. Se había acordado de la calidez que aquella mano gentil le transmitía sin que fuese necesario decir nada. Eso era todo.

Inukashi no se resistió. Se movió un poco y posó la frente contra el brazo de Sion.

“Cerdos… os odio a todos.”

“Mm-hmm,” murmuró Sion.”

“Me ha… dado tanto asco…”

“Lo sé.”

“Me ha costado mucho no gritar – gritar llamándoos, preguntaros por qué no salíais… Lo he intentado – con todas mis fuerzas.”

Lo siento, murmuró Sion otra vez y le apretó con más fuerza el hombro.

¿Eh?

Se puso un poco nervioso. Había sentido una suavidad que no se esperaba. Aquel hombro era pequeño y delgado, pero suave.  No estaba áspero ni tenía músculo, sino que era curvado y suave.

Le recordaba a las pocas veces que los hombros de Safu habían tocado los suyos.

¿Podría ser-? Pero, ¿cómo-?

Al mismo tiempo que Sion miró a Inukashi, Inukashi se separó del brazo de Sion y Nezumi le tiró otra moneda. Esa vez, Inukashi la cogió al vuelo.

“Un extra.”

“Perfecto. Que amabilidad la tuya, Nezumi.”

“No has trabajado por amor al arte. Estuviste de acuerdo en ser el cebo a cambio de dinero.”

“No hace falta que me lo digas, ya lo sé.”

“Entonces deja de quejarte. Dos monedas de oro por menos de diez minutos de trabajo. No encuentras trabajos de esos todos los días.”

“¡Te he dicho que ya lo sé!” repitió Inukashi alzando la voz. “Pero no cuentes conmigo para más trabajitos de estos. La próxima vez, puedes sustituirme tú o el idiota de ahí.”

“No habrá una próxima vez.”

Nezumi le tiró a Rikiga las tres monedas de oro que quedaban. “Las que quedan son del viejo.”

“¿Y vosotros qué?”

“No las necesitamos.”

“Que generoso.”

“Podrías decirlo así.”

“¿O lo dices porque a partir de ahora el dinero va a ser inútil?”

“Lo más seguro.”

“Ya veo…”

Los ojos grises de Nezumi estudiaron la cara sonrojada por el alcohol de Rikiga.

“¿Qué pasa?” dijo. “¿A qué viene esa cara?”

Rikiga no contestó.

“Monedas de oro, viejo. Tus favoritas. ¿Por qué no las aceptas? Ni que estuvieran bañadas en veneno, o, por lo menos, no creo que lo estén.”

“No creo que estén bañadas en veneno. Tenemos algo mucho más problemático.”

Agitó el líquido marrón que había en el vaso. Le llegó el olor acre del alcohol. Rikiga dio otro sorbo al alcohol barato y tosió un poco.

“Es dinero que le hemos robado a un alto cargo de la Ciudad Sagrada, después de engañarle y atarle. Echarle el guante a eso podría costarnos la vida.”

Nezumi se rio con suavidad.

“¿Y te empiezas a asustar ahora?”

“Pues sí,” asintió Rikiga con rapidez. Se limpió la boca con el dorso de la mano. “Ya estamos metidos hasta el cuello, pero empiezo a asustarme ahora. Lo hemos hecho, ahora -  ahora si que hemos puesto a No. 6 en nuestra contra.”

“Siempre han ido a por nosotros. Esa ciudad siempre ha sido nuestra enemiga. ¿Me estás diciendo que no te habías dado cuenta? ¿O simplemente has preferido no verlo? ¿Cuál de las dos, viejo?”

Rikiga se bebió el alcohol que le quedaba de un trago y suspiró profundamente. La llama tembló y sus cuatro sombras, mezcladas con la oscuridad, también temblaron.”

“Eve.” Rikiga llamó a Nezumi por su nombre artístico. El alcohol parecía que empezaba a afectarlo, ya que había empezado a arrastrar las palabras.

“¿-no te da miedo morir?”

“¿Morir? ¿A qué viene eso ahora?”

“Estás poniendo en tu contra a la Ciudad Sagrada. ¿No pensarás que vas a salir vivo de esta? No eres tan inocente.”

“Viejo.” Nezumi acarició la mesa. Las monedas de oro desaparecieron por arte de magia. “Lo siento, pero no tengo intención de prepararme par morir. Los que viven son los que ganan. Ellos son los que van a caer. Nosotros vamos a sobrevivir. ¿O no?”

“¿En serio?”

“Por supuesto.”

“Estás loco. Te has vuelto loco y vives entre delirios, Eve. No tenemos oportunidad de ganar. Ni siquiera una milésima.”

“Puede que tengas razón.”

“Es completamente infundado. Todo lo que dices e intentas hacer es completamente infundado. Tonterías de un loco. Es un uno por ciento. 0,01. ¿Estás dispuesto a arriesgarte teniendo tan pocas posibilidades?”

“Son pocas, pero no son cero. Lo que quiere decir que no puedes saberlo hasta que lo intentes.”

“¡Eve!”

“La mano.”

“¿Eh?”

“Le ruego que me de la mano, su Majestad.” Nezumi cogió a la fuerza a Rikiga por la muñeca y le puso la mano con la palma hacia arriba. Puso su mano encima. Aparecieron tres monedas de oro.

“Tu parte, viejo. No te olvides de reclamarla.”

La botella de alcohol vacía se le resbaló a Rikiga y cayó al suelo. Gotas de lico salieron disparadas en todas direcciones manchando el suelo.

“Aprende de Inukashi y cógelo sin más. Ya hemos empezado a movernos. No podemos echarnos atrás. Ninguno.”

“Ninguno, ¿eh…?” Rikiga miró las monedas de oro que tenía en la mano y torció la boca. “Cómplices hasta el final.”

“Exacto. Compañeros importantes. Cada uno tenemos nuestro papel y la cortina ya hace tiempo que se ha levantado. Espero que no estés pensando en echarte atrás ahora, viejo, porque ya es tarde para eso.”

“¿Y si digo que abandono mi papel? ¿Me matarías?”

“Si es lo que quieres.”

“Conociéndote, seguro que haces del asesinato una obra de arte,” dijo Rikiga con amargura. “¿Me cortarías la garganta con un cuchillo? ¿Me apuñalarías justo en el corazón?”

“No me alabes tanto. Es más difícil de lo que parece usar un cuchillo, ¿sabes?” Nezumi se giró hacia Rikiga y sonrió. Rikiga alzó la barbilla con la expresión congelada.

“Puede que no calcule bien y falle. Pasa de vez en cuando.  No es muy agradable para la víctima, ¿eh? Tiene que sufrir y retorcerse porque no puede morir rápido. Horrible. No me gustaría ver morir así a alguno de mis amigos.”

Rikiga soltó un gemido estrangulado y se metió las monedas en el bolsillo. Entonces, escupió una palabra.

“Demonio.”

Inukashi  soltó una risita despreciativa al lado de Sion.

“Siempre hemos sabido que es un demonio. No tiene sentido que ahora nos pongamos con eso.”

No.

Sion apretó los puños.

Nezumi no era un demonio. Sabía eso mejor que nadie. Le había salvado la vida, salvado del peligro, una y otra vez. Se había aferrado a la mano que se extendía ante él, y esa mano le había levantado. Su vida no era lo único que había salvado – su alma, tuviese la forma que tuviese – también se había salvado. Eso era lo que creía.

Nezumi había alzado a Sion hasta lo más alto, y le había enseñado a mirar el mundo desde allí. En contraste con un mundo cerrado por unas paredes, aislado y complaciente, le había enseñado un mundo sin límites, donde había muchos estilos de vida diferentes y en el que los valores, los dioses y la justicia no eran lo mismo para todos. Si no hubiese conocido a Nezumi, habría continuado viviendo sin saber nada al respecto y se habría hecho viejo. Habría tenido una vida pacífica en la Ciudad Sagrada de No. 6, privilegiado con una vivacidad artificial y abundancia, sin pararse a pensar un instante en el mundo fuera de los muros.

Mira.

Le había dicho Nezumi. Sal de tu mundo artificial, y ven aquí. Le había dicho que mirase con sus propios ojos. Que pensase por sí mismo. Piensa. Piensa por ti mismo lo que está mal y lo que no, lo que importa, lo que quieres, lo que crees – no los valores, la moral y la justicia que te han vendido y que te han impuesto.

Se lo había dicho incontables veces. Algunas veces con pasión, otras con frialdad, con su voz, su mirada, y sus acciones, Nezumi se lo había dicho una y otra vez.

Había pensado en todas esas cosas desde que había conocido a Nezumi. Sus sentimientos, sus deseos, sus pensamientos, sus sensaciones, sus esperanzas, sus creencias, en lo que deseaba creer. Había muchas cosas que aún no había conseguido descifrar del todo, pero luchar contra sus pensamientos y seguir buscando la respuesta había resucitado el alma de Sion.

Eso era lo que significaba estar vivo.

Hacer propia el alma de uno mismo. No dársela a nadie más. No dejarse dominar. No caer en la sumisión.

Aquello era lo que era estar vivo.

Nezumi se lo había enseñado. Había inyectado sangre nueva en su almga.

Y –

Había sido el propio Sion el que les había metido a todos en aquello. No había sido Nezumi. Sion había metido a los otros tres, únicamente para salvar a Safu, a la que había capturado el Departamento de Seguridad y habían metido en el Correccional. Les había arrastrado a una batalla peligrosa, donde las probabilidades de ganar eran menos de una entre cien, tal y como había dicho Rikiga.

“¿Qué pasa Sion? Das miedo – no es propio de ti,” Inukashi ladeó la cabeza confundido. Sion negó con la cabeza.

“No es así.”

“¿Eh?”

“Rikiga-san, Inukashi, no es así. Todo esto es mi-”

Su mirada se encontró con la de Nezumi. O, mejor dicho, la mirada del otro había atraído la suya. Los ojos de un gris oscuro siempre brillaban con energía, y eran preciosos. Pero a pesar de eso, nunca mostraban ninguna emoción. No habían cambiado en absoluto desde que le había conocido. Seguían siendo los mismos ojos que había mirado una vez, contra una pared y con unos dedos en la garganta. Nezumi bajó la mirada con lentitud y murmuró, como si estuviese cantando.

“Soy el espíritu que niega. Sí, soy lo que llamáis Pecado, Destrucción o Maldad.” [*]

“¿Qué es eso?” Inukashi frunció la nariz. “Sion, ¿qué está diciendo el actor de cuarta este?”

“Mephistopheles.”

“¿Eh? ¿Qué es eso? ¿Se come?”

“Sale en Fausto, un libro. Es – un demonio.”

“Un demonio recitando las frases de un demonio. Perfecto.”

“No, ya he dicho que Nezumi no es-”

El hombre gimió de repente. Su cuerpo sufrió un espasmo.

“Parece que nuestro huésped ya se ha despertado.” Nezumi sacó los guantes de cuero sacudió sin darle importancia. Tenía una leve sonrisa dibujada en la cara.

“Vamos a empezar por el Acto Uno, Escena Dos, ¿de acuerdo?”

Rikiga miró al techo y exhaló. Inukashi se encogió de hombros exageradamente. Miró a Sion.

“Sion,” dijo.

“¿Hm?”

Es el demonio.”

“¿Eh?”

“Es el demonio, y eres el único que no lo sabe. O, por lo menos, eso es lo que creo.”




3 comentarios:

  1. kawaii!! Arigatou!! lo esperaba con ansias me encanto.

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  2. Defiende a tu hombre Shion.. Nezumi no es un demonio es un Angel *-*

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  3. Toda historia que se precie hace referencia a Mephistopheles. Grande, Nezumi.

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