Capítulo 4
Un escenario de calamidad
Adorables señoritas, al igual que se elogia
nuestra compasión, la justicia divina castiga severamente nuestra crueldad. Y
para probar esto, además de daros un incentivo para erradicar toda la crueldad
de vuestros corazones, también me gustaría contaros una historia encantadora
llena de patetismo.
-Bocaccio, El Decamerón
Estaba
caminando entre la hierba, en medio de una neblina húmeda y caliente. Podía
verse los pies. Eran muy pequeños. La hierba era muy alta, le llegaba a los
hombros.
Se dio
cuenta de que estaba casi enterrado en aquella hierba porque era muy pequeño.
Miró hacia arriba para ver el cielo azul, el cual estaba muy lejos y muy alto.
El viento era muy tranquilo y muy caliente.
Le llamaron
por su nombre.
Su nombre
real. Hacía mucho desde la última vez que le habían llamado así. El aire
cambió. La brisa movía las ramas de los árboles. El aroma de la hierba se hizo
más fuerte.
¿Quién le
había llamado? ¿Quién conocía su nombre?
Podía
escuchar una canción. Y el zumbido de alas de insectos. Una sombra negra le
pasó por delante. Primero una, luego otra, y luego otra más. Atravesando el
cielo azul, había incontables insectos volando de un lado para otro, formando
un anillo. En cuanto se acercó, salieron volando en todas direcciones y se
volvieron a juntar en un punto.
Un baile.
Estaban
bailando al son de la canción.
Ven aquí.
Podía
escuchar una voz amable.
Déjame enseñarte una canción. Voy a
enseñarte una canción que tendrás que seguir viviendo. Ven aquí.
Le llamaron
por su nombre y le dijeron que se acercase. Era una voz que le provocaba
sentimientos nostálgicos. Pero no podía moverse.
El zumbido
de las alas se hizo más fuerte. No paraba de zumbarle en los oídos y el aire no
paraba de zumbar con el aleteo. Sombras negras bailaban sin parar.
Oh, esto-
“¡Nezumi!”
Le hicieron
volver. La canción, la voz que le llamaba, el zumbido del aleteo, el olor de la
hirba, todo se desvaneció.
“¡Contéstame,
Nezumi!”
Una luz
tenue le atacaba los ojos. Le estaban poniendo un trapo frío en el cuello. Era
muy relajante.
“Sion…”
“¿Estás
despierto? ¿Puedes verme?”
“Más o
menos.”
“¿Y sabes
dónde estás?”
“En la
cama…” dijo Nezumi despacio. “¿Me has traído tú?”
“¿Cuánto son
tres más siete?”
“¿Eh?”
“Suma. Si a
tres le sumas siete, ¿qué da?”
“¿De qué va
esto? ¿Me estás haciendo un examen?”
“Limítate a
contestarme. ¿Tres más siete?”
“Diez…”
contestó Nezumi con aprensión.
“Vale. Bien.
Siguiente - ¿cuánto es tres veces siete?”
“Sion,
escucha-”
“Tres por
siete. Contéstame.”
“Veintiuno.”
“Vale. A
ver, ¿qué has cenado hoy?”
“Pfft, me
pregunto si a eso se le puede llamar cena. He cenado dos trozos de patata
deshidratada y un poco de leche de cabra. Y le he quitado una bolsa de
galletitas rancias a Inukashi. Y casi me llevo un mordisco en el proceso.
“¿Estás
mareado?”
“No.”
“¿Tienes nauseas?”
“Me
encuentro bien.”
“¿Tampoco te
duele la cabeza?”
“Tampoco.”
“Puedes
decirme – cuando te caíste, puedes explicarme la sensación que tuviste?”
Sion le
estaba mirando con atención. Había un brillo tenso y determinado en sus ojos.
Le hizo pensar en la superficie de un lago congelado.
“Soplaba… el
viento,” empezó Nezumi indeciso.
“¿El
viento?”
“El viento
sopla, y se lleva las almas.”
El viento sopla y se lleva las almas, los
humanos roban el corazón.
Oh tierra, viento y lluvia; Oh cielos, oh
luz
Guárdalo todo aquí.
¿No había
cantado algo así la aquella voz? Nezumi no podía acordarse bien. Pero tenía la
garganta seca. Tan seca, que hasta dolía. Le pasaron una taza blanca. Estaba
llena de agua limpia. Se la bebió de un trago. Al igual que las duchas que
saciaban la tierra seca, el agua que se le ofreció fluyó en su interior,
humedeciendo cada rincón. No podía expresar lo buena que estaba. Tomó aire y
preguntó.
“Sion, ¿te
preocupa que tenga daños cerebrales?”
“Bueno, te
has caído redondo sin más. Tenía que asegurarme.”
Nezumi se
llevó la mano al cuello. Con la misma mano, tocó su piel a través de la
camiseta desgarrada. No había nada fuera de lo normal. O por lo menos, no había
cambios que se pudiesen apreciar a simple vista.
“No ha sido
una avispa,” dijo Sion mientras él exhalaba. “Ni tu piel ni pelo han cambiado.
No es cosa suya,”
“Que pena.
No estaría mal tener el pelo como tú.”
“No bromees
con eso,” dijo Sion con dureza. “Puede que solo hayan sido unos minutos, pero
has perdido la consciencia. No es para que te rías.”
“Me
desmayado. Nada más.”
“¿Te has
desmayado? ¿Me estás diciendo que te has desmayado
y ya está?”
“¿Algún
problema?”
“Nezumi.”
Sion se sentó en la cama y volvió a exhalar.
“No te
sobrestimes tanto.”
“¿Qué?”
“No te
sobrestimes tanto. Eres un ser humano. Es normal que caigas enfermo o te hagas
heridas. No lo olvides. No soy médico, y tampoco tengo conocimientos médicos –
pero hasta yo puedo decir que conforme te has caído al suelo hace nada no ha
sido un simple desmayo.”
“Gracias por
preocuparte por mí. A lo mejor debería ir mañana al hospital a que me hiciesen
un chequeo. Y si tengo que quedarme allí, me aseguraré de que me den una
habitación VIP en la última planta, así que tienes que venir a visitarme.”
“Nezumi, no
estaba de broma cuando he dicho-”
“¡Cállate!”
Estaba
gritando, pero no sabía por qué. Ni su temperamento estaba fuera de control, ni
odiaba a la persona que tenía delante. Pero no podía evitar la dureza en su
tono de voz.
No quería
que nadie se preocupase tanto por su bienestar. No quería que nadie se
preocupase. No quería que se preocupasen por él. Sentimientos como la
preocupación entraban con mucha facilidad en el marco del “amor”. No creía
necesitar nada así. Podía vivir sin ello. Siempre lo había hecho. Era algo
innecesario.
Pero Sion no
sabía eso. Allí estaba él, cargado con aquel equipaje innecesario. Quizá era la
ignorancia y la honestidad de Sion lo que le irritaba.
“No tienes los
dedos entumecidos, ¿no?” continuó Sion. “Tampoco hay hinchazón…” Le cogió la
mano de Nezumi que estaba sobre la sábana. Empezó a recorrerla con la punta de
los dedos apretando de vez en cuando. Estaba buscando cualquier signo de
entumecimiento o edema. Era como si los gritos de Nezumi no le hubiesen
afectado para nada.
Así que no
sólo era descuidado y cabezota – para rematar, también era duro de mollera.
Nezumi
apartó los dedos de Sion y se levantó de un salto.
“Nezumi, no
deberías levantarte-”
“Voy a
ensañarte.”
“¿Eh?”
“Voy a enseñarte un baile.”
“¿Qué dices? Deberías estar descansando-”
“Ven aquí, venga.” Nezumi cogió por el brazo a Sion y lo puso
de pie a la fuerza. Le deslizó la mano por la cintura.
“¿Ves? Lo sabía,” dijo.
“¿El qué?”
“Que soy más alto que tú.”
“Mentira,” replicó Sion. “No hay casi diferencia.”
Nezumi se rio.
“Y bien, princesa. ¿Tiene experiencia bailando?”
“No.”
“Me lo imaginaba. Entonces empezaremos por los pasos básicos.
Venga – espalda recta, barbilla arriba. No mires abajo.”
“Venga, déjalo ya,” protestó Sion. “No podemos bailar aquí.
Además, es peligroso. Si nos ponemos a dar vueltas en un sitio tan pequeño
vamos a tirar todos los libros.”
“No va a pasar nada de eso. Bien, gira aquí. Un paso atrás.
Otro más, y gira. ¿Ves? Puedes hacerlo,” animó Nezumi.
“Me estás arrastrando tú.”
“Pero aun así lo haces bien. Tus movimientos son ligeros. Un
paso atrás y gira. Bien, estás siguiendo el ritmo. Vuelve a repetir los
primeros pasos. Sigue bailando – baila, Sion.”
Sion abrió la boca para decir algo, pero la cerró y se dejó
llevar por Nezumi. Escuchó con atención la melodía que salía de los labios de
Nezumi y siguió sus pasos. La llama de la estufa proyectaba dos sombras. Los
pequeños ratones, acurrucados juntos, les miraban desde su posición encima de
una pila de libros.
“¡Whoa-!” Sion tropezó y cayó de espaldas en la cama. Respiraba
con dificultad y tenía la frente empapada en sudor.
“Un buen entrenamiento. Para bailar tienes que mover todo el
cuerpo, ¿eh?”
“¿No lo sabías?”
“No. Imagino que ahora soy muy más listo. ¿Y bien?”
“¿Hm?”
“Estoy hecho polvo, y tú estás como nuevo. ¿Es lo que querías
demostrar?”
“Podrías decirlo así.”
“Tienes mucha más energía, habilidades atléticas y resistencia
que yo. Lo que quieres decir es que no eres de quién debería preocuparme, ¿no?”
“No quería ser tan obvio,
pero-”
Sion se levantó. Se puso delante de Nezumi y alzó la mano. Fue
un gesto rápido que no duro más de una fracción de segundo.
¿Eh?
Estaba cogiendo a Nezumi por el cuello. Ni siquiera era coger –
simplemente, los dedos de Sion descansaban encima. Pero le recorrió un gran
escalofrío. Era el mismo escalofrío que sentía una bestia cuando caía en una
trampa.
“Creía que eso… iba a
salir de aquí,” susurró Sion con aspereza. “Cuando caíste, eso fue lo que
pensé. P-pensaba que ibas a morir. Nezumi, no es por ti.”
“¿Eh?”
“No me preocupo por ti por tu bien. Me preocupo por ti por mi
propio bien – para liberarme de mis miedos.” Sion retiró los dedos. Nezumi se
dio cuenta de que había estado aguantando la respiración todo el tiempo.
“Nezumi, ahí fuera aún hay muchas cosas que no conozco. Pero lo
que sí sé,” dudo. “-es el miedo que me daría perderte. Seguramente esté más
asustado de perderte a ti más que a cualquier otra persona – que cualquiera. Me
da tanto miedo que no puedo soportarlo. Quiero asegurarme de que nunca te vayas
de mi lado. No me importa si te ríes o te burlas de mí – es lo que siento.”
Aquello no era otra cosa más que una confesión de amor simple y
directa.
No puedo vivir sin nadie
– sin ti.
Era una confesión directa, evidente y estúpida. Sion, en ese
momento, estaba cometiendo el gran error
de revelar su estupidez, su debilidad femenina, su fragilidad. Pero
Nezumi se vio incapaz de burlarse o reírse de él. No era porque estaba abrumado
por la sinceridad de Sion, ni porque Sion le hubiese conmovido con aquella
confesión tan sincera.
¿Quién… es…?
“Buenas noches.” Sion bajó la mirada y pasó rápidamente por al
lado de Nezumi.
“Voy a dormir en el suelo. Descansa esta noche, ¿vale? Has
sudado mucho. Lo más seguro es que estés más cansado de lo que crees.”
“Vale-” a Nezumi le costó mucho decir eso. Una vez que la
espalda de Sion había desaparecido en la oscuridad, se llevó la mano al cuello
mientras respiraba con dificultad.
No he podido evitarlo.
No había podido evitar la mano de Sion. Era uno de los puntos
débiles de una persona. Hasta una pequeña herida o un pequeño golpe podía
costarle la vida. Pero no había podido apartar la mano que se había extendido
para cogerle. Sion no había tenido intención de matarle. Pero Nezumi tampoco
había bajado la guardia, ni había tenido intención de dejar que Sion le tocase.
No he podido evitarle.
Yo, especialmente yo, me he dejado atrapar.
No había podido predecir, evadir o rechazar el gesto de Sion.
Le había atrapado por completo. Si Sion hubiese sido un enemigo, si hubiese
tenido intención de matarle, si hubiese estado sujetando un cuchillo – Nezumi
habría acabado muerto. Sin que le hubiese dado tiempo siquiera a gritar, habría
muerto. Le habrían matado.
Voy a conseguir que me
maten.
Entre los sentimientos que habían despertado dentro de él
cuando Sion le había tocado, ninguno había tenido rastro de amor o anhelo. Era
miedo. Estaba aterrado. Nezumi había estado en numerosos peligros antes. No
podía contar las veces que había estado acorralado y a punto de rendirse. Pero
nunca había estado ante nadie que le dejase así, rígido e incapaz de moverse.
Esos ojos, esos
movimientos, ese sentimiento opresivo.
¿Qué había sido eso?
Apretó los dientes.
Podía escuchar a los pequeños ratones correr por el suelo.
“Cravat, Tsukiyo, no hagáis ruido. Venid aquí.”
Sion estaba llamando a los ratones. Una vez que se detuvo el
ruido que hacían las mantas al moverse y los ratones, no se escuchó nada detrás
de las pilas de libros. El silencio les envolvió.
No puedo vivir sin nadie
– sin ti.
La confesión empalagosa pero sincera, junto con los movimientos
que habían atrapado a Nezumi por completo – no habían durado más de un instante
pero, en ese tiempo, los ojos de Sion se habían vaciado de toda expresión.
Aquellos no eran los ojos de alguien que estaba desnudando su alma
confesándose. Eran los ojos de quien había apuñalado certeramente y estaba
retorciendo el cuchillo en la herida. El propio Sion probablemente no se daba
cuenta.
¿Soy yo el que no ha
sabido nada todo este tiempo?
Sion era alguien a quien habían protegido y que tenía un gran
intelecto y un gran corazón. Nunca había tenido que odiar, rebelarse o pelear.
Podía abrazar a la gente, pero no herirla. Podía proteger a la gente, pero no
atacarla. Era alguien que no tenía nada que ver con la brutalidad o la fría
crueldad. Era alguien que sólo podía convertirse en el sol. ¿Era lo que se
suponía que tenía que ser? Si no lo esra, entonces –
No tenía ni idea de cuál era la auténtica naturaleza de Sion.
Nezumi le había salvado la vida, se había salvado él, y habían
vivido juntos desde entonces. Estaban conectados más íntimamente entre ellos
que con cualquier otro. Se había comportado con indiferencia y aprensión al
respecto, pero nunca había terminado con aquella relación; en alguna parte de
su corazón la deseaba, y puede que la hubiese hecho una especie de paraíso para
sí mismo.
Me da más miedo perderte
a ti que a cualquier otra persona.
Las palabras de Sion eran sus propios sentimientos. No le
gustaba admitirlo, pero era la verdad y no tenía otra opción. Pero aun así, era
la primera vez desde que había conocido a Sion que estaba perdiendo de vista
quién era Sion.
Nezumi volvió a apretar los dientes. Hicieron un ruido pesado
como el de unos engranajes oxidados al girar. El ruido resonó en su interior.
No era que le hubiese perdido de vista – lo más seguro es que
nunca le hubiese visto bien desde un principio. Sólo había mirado las partes
más brillantes de Sion, iluminadas por la luz. Hasta ahora, Nezumi siempre
había mirado la raíza de las plantas en vez de las flores que crecían por
encima de suelo, centrándose siempre en las partes que estaban hundidas en la oscuridad más que en las que estaban
expuestas a la luz – y confiaba en tener la habilidad de inutilizarlas por
completo.
Pero había estado ciego.
La sonrisa despreocupada de Sion, su indefensión y su mirada
atenta le habían cegado hasta el punto de no dejarle ver nada más.
No le había perdido de vista – desde un principio, nunca le
había mirado.
A Nezumi empezaron a darle escalofríos.
Sion, ¿qué eres
exactamente?
En su corazón, cuestionó al chico que estaba acostado con los
ratones envuelto en una manta.
¿Qué eres?
Las noticias llegaron un día de la nada.
El cielo había estado nublado toda la mañana, anunciando nieve
más tarde. El suelo tenía placas de hielo que no mostraban señales de ir a
deshacerse pronto. La nieve caía en ráfagas y un viento helado corría por el
mercado del Bloque Oeste.
Era ese tipo de día.
Un perro mayor había muerto.
“Era el hermano de mi madre,” murmuró Inukashi mientras cavaba
un hoyo en la tierra congelada.
“Entonces, ¿es tu tío?”
“Supongo. Ahora tengo un perro menos con el que compartir
recuerdos de mi madre.”
“Era – muy viejo, ¿no?” dijo Sion en voz baja.
“Sí. En años humanos, tendría unos cien. Así que seguramente no
haya sufrido mucho. Ayer estaba lamiendo a los cachorros. Pero cuando me he
levantado esta mañana, ya estaba frío. Nadie se ha dado cuenta. Los cachorros
que estaban durmiendo con él se han extrañado de que estuviese tan frío y han
venido a avisarme. Ha vivido una vida plena.”
“Seguro que ha tenido una vida admirable.”
“Ha tenido una vida admirable,” repitió Inukashi.
El suelo estaba congelado, y no estaban progresando mucho con
las palas con las que estaban cavando
“Nezumi,” le llamó Sion levantando la mirada hasta la pila de
escombros en la que estaba sentado. “Si no tienes nada mejor que hacer, podrías
ayudarnos.”
“¿Yo? ¿Por qué tengo que cavar una tumba para un perro?
Ridículo.”
Inukashi hizo una mueca
de desprecio.
“Sion, déjalo. No quiero que toque la tumba de mi perro.”
“Pero tiene que cantar una canción.”
“Un canto fúnebre, ¿eh?”
“Sí, para despedir a su alma,” Dijo Sion. “Lo harás, ¿verdad,
Nezumi?”
“Esos cantos son caros, que lo sepas. Tres monedas de plata.”
Inukashi tiró la pala a un lado, enseñó los dientes, gruñendo.
“Ven aquí. Cabrón avaricioso. Voy a abrirte la garganta.”
“Con los dientes que tienes, lo más que podrías desgarrar sería
un pedazo de pan mohoso,” replicó Nezumi. “Ah, sí, hablando de eso, ¿no te
quedaban unas cuantas galletas en el armario? Puede que me las coma para
comer.”
“Tienes que estar de coña,” gruñó Inukashi. “¡Ni se te ocurra
tocar esas galletas, Nezumi!”
Inukahsi echó a correr por las ruinas detrás de él. A Nezumi no
se le veía por ninguna parte.
“¡Hey, esperad un momento!” llamó Sion. “Nezumi, ¿no me habías
dicho que no te perdiese de vista? Inukashi, ¿vas a dejar a tu tío aquí?”
Ninguno de los dos contestó. Sion acabó cavando el hoyo él
solo, y metiendo al perro dentro.
Para cuando Inukashi llegó a la habitación sin aliento, Nezumi
ya estaba sentando en la mesa, con la bolsa de galletas en la mano.
“Dámela.” Inukashi le miró con tanta intimidación como fue
capaz. No pensaba que fuese a surtir efecto, pero le tiró la bolsa de galletas
enseguida. Le pilló un poco desprevenido.
“¿Qué? ¿No tienes hambre?”
“Si te digo que si, ¿me invitarías?”
“Deja de engañarte a ti mismo,” dijo Inukashi con brusquedad.
“Para mis perros tengo comida, para ti no.”
Inukashi volvió a meter la bolsa de galletas en el armario.
Estaba viejo y desgastado, pero se quedaba cerrado. Aun así, había visto que no
hacía falta mucho esfuerzo para forzar la cerradura.
Tch, no puedo relajarme o
bajar la guardia cuando está por aquí. Aunque bueno, tampoco iba a hacerlo.
Inukashi volvió a cerrar el armario y se dio la vuelta. Nezumi
seguía sentado en la misma posición. Inukashi se agachó para coger una
piedrecita del suelo. Aquella habitación estaba bastante bien, comparada con el
resto del hotel, el cual estaba en ruinas casi por completo. Las paredes y el
suelo seguían intactos. No sólo protegía del viento y la lluvia, en cuestión de
sitio para vivir era uno de los mejores que tenía el Bloque Oeste. Pero hasta
esa habitación estaba empezando a desmoronarse. Las piedrecitas que tenían las
paredes como decoración estaban empezando a caer.
Si miraba con mucha atención la piedrecita que tenía en la
mano, casi podía ver el color azul del que estaba pintada. Cerró la mano sin
apretar a su alrededor.
“Nezumi.”
En cuanto Nezumi se volvió para mirarle, Inkashi le tiró la
piedrecita a la cara. Nezumi inclinó la cabeza lo justo para esquivarla, y
frunció el ceño.
“Nezumi.” Volvió a llamarle Inukashi. Aquella vez no le tiró
nada. “¿Qué pasa?”
“¿Cómo que ‘qué pasa’?”
“¿Tienes algún problema?”
“¿Problema?”
“Te estoy preguntando si te preocupa algo.”
“¿Eh?”
Los dos chicos se miraron y, casi a la vez, bufaron. Entonces,
se quedaron en silencio. Nezumi fue el primero en abrir la boca.
“No creo que me haya preocupado algo en toda mi vida.”
“Me lo imaginaba.”
“Tú eres igual, ¿no?”
“¿Yo? Yo siempre tengo algo de lo que preocuparme. Comida para
mis perros, el sueldo de mañana. Las preocupaciones no tienen fin. Tengo que
encargarme de mis perros. Son una gran ayuda, pero también son una carga. No
puedo dejar que se mueran de hambre. Yo no estoy libre de preocupaciones, al
contrario que tú.”
“Libre de preocupaciones, ¿eh?” Nezumi hizo una pausa. “ Hey,
Inukashi.”
“¿Qué?”
“La Caza se acerca. Creo que será en un par de días.”
“Quieres decir que sientes
como se acerca, ¿no?”
“Sí, lo siento. Me pregunto si debería decírselo.”
“¿A quién?”
“A los otros habitantes del Bloque Oeste.”
Inukashi parpadeó y fijo la vista en el perfil de Nezumi.
“¿Te refieres a decirles que se vayan porque se acerca La
Caza?”
“Sí.”
“¿Y a dónde irían?”
Nezumi no contestó. Tenía la vista fija en la punta de sus
botas. A simple vista, parecía que estaba pensando; pero también parecía que
estaba dudando entre contestar o no.
“No estaría mal que los de No. 6 pusiesen un anuncio que dijese
‘vamos a empezar La Caza desde este día hasta este otro’, decídselo a todos,”
dijo Inukashi. “Si esa fuese la única Caza, podrían correr. Pero no lo sabes,
¿verdad? Dices que crees que será en un par de días, pero eso no es más que una
corazonada. Podría ser dentro de cinco minutos. Podría ser dentro de una
semana. Si algo tan poco fiable como eso fuese suficiente para hacer que la
gente se vaya, para empezar, no estarían viviendo aquí. No tienen a dónde huir.
No pueden vivir en otra parte. Por eso todos se aferran a este sitio como si su
vida dependiese de ello.”
Mientras hablaba, Inukashi pensó para sí mismo que aquello era
algo que Nezumi tendría que tener asimilado.
En aquella tierra, sólo había unos cuantos sitios que
satisfacían las condiciones necesarias para la vida humana. Lo más seguro es
que no quedasen más sitios, dejando a un lado a las seis ciudades estado.
Aunque Inukashi no sabía esto, el entorno de No. 6 era mucho mejor que el de
las otras cinco ciudades. La gente se reunía allí para vivir. Abandonar la
ciudad significaba morir. La gente lo presentía, no lo aprendían o se les
informaba, si no por instinto.
No podían escapar. No tenían dónde escapar. Cada par de años
hacían una Caza. Si tenemos suerte, nos
salvaremos. Así que vamos a quedarnos aquí. Era la única manera.
Ya fuese por resignación o por supervivencia, al final, la
gente se quedaba en aquella tierra. Era el único sitio en el que podían vivir.
Y por eso es por lo que era un infierno.
“Es algo que no tendría ni que decir,” Inukashi resopló con exageración. Tienes razón, murmuró Nezumi.
¿Qué le pasa?
¿Le da miedo lo que va a
pasar?
¿Nezumi? ¿Asustado?
Inukashi se encontró a sí mismo negando con la cabeza con
fuerza. Su melena iba de un lado a otro.
Imposible. Inukashi
nunca había visto con buenos ojos a Nezumi. Al contrario, lo veía como un
peligro con el que tenía que lidiar. Nezumi nunca revelaba la parte más
importante de sus pensamientos, y a veces podía ser extremadamente cruel. Cada
vez que Inukashi veía la habilidad que tenía a la hora de empuñar un cuchillo,
se preguntaba si Nezumi habría enviado a alguien a la tumba.
Inukashi, si podía evitarlo, no quería tener nada que ver con
él – aquello era lo que opinaba. Pero aun así, sabía que Nezumi no jugaba sucio
ni engañaba; y aunque siempre fuese extremadamente cauto, no era un cobarde.
Inukashi lo sabía.
Ha decidido colarse en el
Correccional. Si lo ha decidido, lo hará. Y ahora que ha tomado la decisión, no
tendría que sentirse intimidado ni tener miedo de nada.
Quizá Nezumi se había percatado de la mirada aprensiva de
Inukashi. Se encogió de hombros ligeramente a modo de respuesta.
“Tienes razón, no tendrías ni que decirlo. Es sólo que-”
“¿Sólo qué?”
“Sion no ha dicho nada al respecto.”
“¿Al respecto de qué? ¿De decírselo a todos para que escapen?”
“Sí.”
“Bueno, tiene pinta de ser algo que diría – pero, quiero decir,
Sion no sabe mucho sobre La Caza, ¿no?”
“Empieza a saberlo.”
Nezumi se bajó de la mesa y recogió una piedrecita que estaba
cerca de la pared.
“A veces es un poco lento para pillar las cosas, pero no es
idiota. Seguramente ya se haya dado cuenta de lo que es La Caza. Aunque, lo más
seguro es que aún no lo haya asimilado del todo.”
“Ajá,” dijo Inukashi con
recelo. “Bueno, eso quiere decir que se ha hecho más listo. Quizá empieza a
entender lo que es el Bloque Oeste.”
“Lo más probable.”
Nezumi estaba jugueteando con la piedrecita que tenía en la
mano. Inukashi no tardó en preguntar.
“¿Qué te preocupa?”
Un velo de sombra cayó sobre aquel hermoso par de ojos grises.
Hubo un ligero temblor. Inukashi se acordó de haber visto ese gesto. Muchas,
muchas veces. Era lo que veías en los ojos de un niño moribundo. Tenían los
ojos abiertos totalmente y observaban, llenos de sufrimiento, agitación y
miedo, incapaces de comprender por qué dolía tanto, y qué iba a pasar después.
No eran lo mismo, pero era muy parecido.
“¿Estás asustado por algo?” otra pregunta salió de sus labios.
¿Así que sí que tienes
miedo de algo? No es sobre el Correccional o La Caza. Suponen un peligro para
la vida de Nezumi, pero no le atemorizarían. Entonces qué –
¿Sion?
Inukashi frunció el ceño y estornudó.
“¿De qué has dicho que tengo miedo?” dijo Nezumi.
“No-” dijo Inukashi con total tranquilidad.
No sabía que tipo de relación o de conexión tenían Nezumi y
Sion, ni lo quería saber. No le importaba. Pero estaba seguro de que Sion nunca
se convertiría en el enemigo de Nezumi. Eso era algo que nunca pasaría. Además,
¿qué peligro podría tener que se volviese en su contra un chico que era un cabeza
hueca que no se enteraba de las cosas?
Inukashi tomó aire.
Oh, bueno, no importa.
Sea lo que sea, no quiero mezclarme más de lo que ya lo estoy con estos dos.
Echó a Nezumi con un movimiento de su mano.
“Vete a casa.”
“Vaya modales.”
“Los que te mereces. ¿Nezumi?”
Nezumi se estaba tapando la cara con las manos. Se tambaleó y
se apoyó contra la pared. Se deslizó por la pared hasta llegar al suelo. Subió
las rodillas e inclinó la cabeza.
“Nezumi, ¿qué pasa?”
No hubo respuesta.
“Hey, Nezumi. Deja de hacer el idiota. ¿Estás ensayando para
alguna obra o algo? No voy a pagarte por eso, que lo sepas.”
“Cantar-”
“¿Eh?”
“Vuelvo – a escuchar cantar-” A Nezumi le temblaba la voz
mientras bajaba el tono, e Inukashi podía escuchar como le costaba respirar. Se
convirtió en un leve murmullo.
El viento… se lleva las
almas… los humanos roban… el corazón.
“Nezumi, ¿qué estás diciendo? Vuelve en ti.”
Así que está enfermo.
Inukashi se agachó y le puso una mano en el hombro a Nezumi.
“Aguanta. Voy a por Sion.”
Le cogieron por la muñeca. Era un agarre tan fuerte, que a Inukashi
le faltó poco para gritar de dolor. Nezumi se puso la otra mano en la frente, y
se levantó con lentitud. Exhaló despacio.
“Hey, Nezumi.”
“Estoy bien.”
“No tienes pinta de estar bien – da igual,” se cortó abruptamente.
“No es asunto mío lo que te pase.”
“Exacto.”
Nezumi soltó la mano de Inukashi y dio unos cuantos pasos. Sus
pasos eran firmes.
“Ah, sí.” Nezumi se giró y movió los dedos. Entre ellos había
una moneda de plata.
“¿Qué? ¿No me digas que….?”
“Te lo digo. Compartimento oculto en el fondo del armario, ¿eh?
Menudos truquitos tienes en esta habitación, Inukashi.”
“E-espera. ¿Lo has abierto?”
“Pues calor. Una moneda de plata. Me la llevo para pagarle a
Sion el trabajo de hoy. Y la bolsa de galletas también.”
“¡¿Las galletas también?!” aulló Inukashi. “Tienes que estar de
coña.”
“No están rancias ni tienen moho. Es una súper bolsa de
galletas. “Van a ser un acompañamiento perfecto para el té de la tarde. Gracias.”
Inukashi se lanzó contra Nezumi, sólo para darse de morros
contra la puerta.
Había enterrado a un perro viejo y escuálido.
Sion echó la tierra sobre la tumba, y encima puso la piedra que
Inukashi había seleccionado como lápida. Junto las manos para rezar. Había
varios cachorritos sentados junto a Sion moviendo las colas ante la tumba
recién hecha.
Sintió una presencia a su espalda. Como no había escuchado los
pasos de nadie acercándose, sabía quien estaba detrás de él sin tener que darse
la vuelta a mirar.
“¿Qué estás haciendo?” Preguntó Nezumi.
“Dar el pésame.”
“Estás rezando por un perro.”
“Ha vivido una vida plena aquí. Creo que es admirable.”
Nezumi le pegó una patada a las piedrecitas con la punta de la
bota y asintió.
“Bueno, supongo que tienes razón. Es casi un milagro que se
haya muerto de viejo en un sitio como este. Ha tenido una muerte pacífica en un
mundo que no se la da a los que la merecen. Sí. Es digno de admiración.”
“¿Vas a rezar por él tú también?”
“No, gracias. Si ya has terminado, vámonos a casa. Has acabado
de trabajar hoy, ¿no?”
“¿Le has mangado esas galletas a Inukashi?”
Nezumi levantó un dedo y lo movió de un lado a otro con desaprobación.
“Ah, ah. Una princesa real como usted no debería usar palabras
tan degradantes como ‘mangar’.”
“Las has mangado, ¿no?”
“Es por el trabajo que has hecho. Una compensación por cavar la
tumba. Y esto también.” Una moneda de plata apareció entre los dedos de Nezumi.
“Una moneda de plata y una bolsa de galletas. ¿No crees que te
has pasado un poco?”
“No pasa nada. Le he dado un trabajo de dos monedas de oro.
Piensa en la de plata como una comisión. Venga, vamos al mercado a por un poco
de carne seca y a casa.”
Sion caminó hombro con hombro con Nezumi. Los cachorros le
siguieron, y vio a otros dos sentados a las afueras de las ruinas.
“¿Dónde está Inukashi? No le veo por ningún lado.”
“Está llorando.”
“¿Le has hecho llorar?”
“Llora por nada. Se hace el duro, pero no es más que un llorón.
Seguramente está llorando mares porque
no puede creer que haya dejado que le manguen una bolsa de galletas y una
moneda de plata.”
“Eso es horrible,” dijo Sion con preocupación. “Hey, Nezumi.”
“¿Hm?”
“Sobre Inukashi… uh – puede ser que sea-”
“¿Qué pasa con él?”
“Uh- no, nada. Lo siento.”
Treparon por unas cuantas rocas y se dirigieron a las filas de
barracas que eran el mercado. El viento soplaba de frente. Era como si les
robase todo el calor corporal. Me
pregunto que estará haciendo Safu. Espero que no se esté congelando. Espero que
no esté pasando hambre.
Te quiero Sion, más que a
nadie
El viento sopló más fuerte. Se encogió de frío.
“¿En qué estás pensando?” Nezumi le miró, su pelo moviéndose
con el viento.
“En Safu.”
“Te diría que no te preocupes – pero es imposible no hacerlo.
Pero no va a salir nada bueno de eso. Acuérdate.”
“Lo sé.”
“Cálate más el sombrero. Los Despachadores están ahí. Sería un
coñazo que viniesen a hablar con nosotros.”
Antes de que Nezumi hubiese terminado de hablar, un hombre
corpulento se les había acercado desde el grupo con el que estaba bebiendo en
las barracas.
“Esperad un momento, amigos.”
Sin lugar a dudas, era el mismo hombre que se había cruzado con
Sion la otra vez. Sion se acordaba del tatuaje de la serpiente que tenía en el
brazo.
“Anda, pero si son los dos críos de la otra vez. Que bien que
nos hayamos vuelto a encontrar, ¿eh? Voy a asegurarme de que paséis un buen
rato.”
Tsk. Nezumi chascó la
lengua. Al mismo tiempo, movió el brazo derecho con rapidez. Una piedrecita
azul golpeó al hombre entre los ojos. El hombre gritó al doblarse hacia atrás.
Sion esquivó a un grupo de gente y echó a correr.
“Por aquí.” Siguió a Nezumi, se metió en un callejón y se
agachó. Los Despachadores pasaron por delante suya, gritando cabreados.
“La cosa es seria,” comentó Nezumi. “Si te cogen, no creo que
vayas a librarte con una paliza nada más. Será mejor que te prepares.”
“¿Soy yo el que se tiene que preparar?”
“Echaré a correr.”
“Al igual que haré yo.”
Nezumi miró alrededor con precaución antes de salir del
callejón. Aparentemente, era cosa de todos los días que pasaran hombres
corriendo y gritando, ya que la gente seguía andando por la calle como si no
hubiese pasado nada.
“Pero te has hecho más rápido a la hora de huir. Has progresado
mucho desde la última vez.”
“Me has entrenado tú. – Oh, la última vez dije lo mismo, ¿no?”
Nezumi sonrió. No era una sonrisa exasperada, cruel o burlona.
Era una sonrisa sensual. Sonrisa que cautivó a Sion.
“¡Eve!” gritó alguien desde el callejón. “¿Qué estás haciendo aquí?”
Había un hombre pequeño, vestido con una camisa blanca y unos
pantalones negros, que echaba chispas por los ojos. Llevaba un sombrero y una
bufanda oscuros. Aunque no le favorecía
mucho, aquella ropa tenía un estilo que no se veía mucho en el Bloque Oeste.
“Oh – Manager. Cuanto tiempo.”
“Pues sí, hace bastante,” dijo el hombre indignado. “Te he
estado buscando. ¿Por qué no has ido por el teatro? No podemos hacer nada si no
estás. ¿Qué está pasando?”
“Ah – bueno, han pasado unas cuantas cosas, y… me preguntaba si
podría tomarme un tiempo libre.”
“¿Tomarte tiempo libre?” dijo el hombre con incredulidad. “¿Estás
loco? La mayoría de la gente viene a verte a ti. ¿Quieres arruinarme el
negocio?”
Entonces, el manager cambió por completo la cara y puso una
sonrisa mansa, y su voz asumió un tono adulador.
“Venga, Eve,” suplicó. “Vamos a hablarlo, de hombre a hombre.
Si tienes alguna queja, aquí estoy para escuchar.”
“Quejas, ¿eh…? Algo difícil.”
“¿No tienes? Entonces-”
“Tengo tantas, que si me pusiese a decírtelas estaríamos aquí
hasta mañana.”
“Eve, te lo suplico. Si es por dinero, podemos llegar a un acuerdo.
Si no puedes venir esta noche, a lo mejor mañana-”
Hubo un ruido. Un ruido que se le grabó en la mente a Sion, y
que le atormentaría sin descanso en los sueños que tendría en los días que
estaban por llegar.
El sonido de la destrucción. El sonido del genocidio. El sonido
de la muerte. El sonido de la desesperación. Gritos, chillidos, lloros,
pisadas. Todo se hizo uno, superponiéndose uno
a otro, enredándose con todo lo demás, retorciéndose, creando un pandemónium.
El infierno se había materializado ante los ojos de Sion.
La gente empezó a correr frenéticamente en todas direcciones.
Las barracas empezaron a venirse abajo y las tiendas empezaron a romperse.
“¡La Caza!” gritó alguien.
La Caza.
La Caza.
La Caza.
Hasta el aullido del viento desapareció.
Un anciano tropezó y cayó al suelo. Sion no tuvo oportunidad de
ayudarle. Un número infinito de pies pisaron al hombre que había caído.
“Ha empezado.” Nezumi tragó. Se giro y le dijo una sola palabra
al manager.
“¡Corre!”
Hubo una explosión ensordecedora sobre sus cabezas. El aire
ondeó con ella. Algo impactó contra ellos. Una barraca, que antes era una
tienda de carne, quedó hecha añicos.
“¡Sion!” Sintió como caía. El cuerpo de Nezumi cayó sobre el
suyo. Al empujarle contra el suelo, Sion se ahogó un poco. Podía escuchar la
voz de Nezumi en su oído.
“Sion, ¿estás bien?”
“Claro.”
No era el momento de perder la consciencia. Había empezado.
Todo empezaba ahora.
Nezumi se apartó. Sion se levantó y gimió levemente. Vio el
cielo. El cielo gris se expandía ante él. Todas las segundas plantas de las
barracas que antes impedían la vista, habían desaparecido. El aire estaba lleno
de polvo.
“¿Qué ha pasado con ese hombre?”
“¿Quién?”
“Tu manager, o lo que fuese.”
“Oh, lo más seguro es que se haya salvado. Si tiene suerte,
conseguirá escapar. Si no – acabará así.” Nezumi hizo un movimiento con la
barbilla. Debajo de una de las paredes que había caído, asomaba un brazo
ensangrentado. Era grueso y peludo.
“Lo más seguro es que sea el viejo de la tienda.”
La Caza.
Ayuda.
Dios.
Maldición.
Nos van a matar.
Corre, corre, corre.
Ahh, ahh, ahh.
Las voces se mezclaban formando barullo inentendible. Sion se
agachó a la sombra de lo que quedaba de la pared, intentando no quedar atrapado
en medio de la marabunta de gente que corría. A menos de un paso estaba el
brazo del dueño de la tienda.
“Nezumi, esto-”
“Mira.” Sion miró hacia donde señalaba Nezumi.
“Oh-”la voz murió en su garganta.
Dos vehículos armados viajaban el uno junto al otro a través de
la calle, casi ocupándola por completo. Se abrieron paso hasta el mercado a
baja velocidad. Las barracas no eran rival para ellos. Parecían de papel al
aplastarlas las ruedas.
“Nezumi, esos camiones-”
“Sí. Modelos de los viejos, parece ser. Pero la munición está
en perfectas condiciones, por lo que parece. Han usado ondas expansivas acústicas
para destrozar la segunda planta de la carnicería. ¿Cuándo han empezado a
usarlas?” murmuró Nezumi para sí mismo. “¿O están usando esto para probarlas?”
“No es eso lo que estoy preguntando. Es decir - ¿son de No. 6?”
“Míos no son, eso te lo aseguro.”
El hecho de que No. 6 tuviese armas militares era algo
completamente nuevo para Sion.
Antes de que él hubiese nacido, las seis ciudades estado que
poblaban la tierra habían firmado un tratado de paz que establecía claramente
su juramento de abandonar las armas y prohibir su posesión, desarrollo o uso.
Habían aprendido que la guerra solo provocaba destrucción medio ambiental y el
deterioro de la madre tierra, poniendo el peligro la propia existencia de los
seres humanos. Para escapar de su propia extinción, todas las ciudades habían
firmado ese tratado y habían jurado cumplirlo.
Se conocía como el Tratado de Babilonia, en honor al castillo
en el que se había firmado.
Pero a Sion ya no le sorprendía. Si No 6 era una utopía
ficticia, entonces era normal que la ciudad tuviese un ejército, soldado y
armas para oprimir, dominar y eliminar a la gente.
Sion observó como se acercaba el camión y reguló su
respiración. Nezumi se rio levemente.
“Pensaba que te ibas a asustar más. Te has hecho más duro.”
“Me has entrenado tú.”
“Has sido un buen alumno. Pero el juego no ha hecho más que
empezar.”
“Ya lo sé.”
La masa de gente ondeó. Los echaron hacia atrás. Los mismos
camiones armados habían aparecido delante de ellos, bloqueándoles el camino.
Los gritos de la gente se hicieron más fuertes. La gente se empujaba unos a
otros, cayendo como fichas de dominó, y mientras gritaban y lloraban aterrados,
se convirtieron en una masa revuelta a la que habían acorralado en el centro
del mercado. Era el área donde Sion y Nezumi se habían escondido, justo delante
de la carnicería destrozada. La carnicería, la taberna de enfrente, la tienda
de ropa usada que había al lado, y la tienda que vendía la comida deshidratada
estaban todas destrozadas. Quizás lo habían hecho con el fin de facilitar la
caza. Habían aparecido soldados, armados, para rodear a la masa.
“Silencio.” La voz grave de un hombre se escuchó a través
de los altavoces del camión armado.
“¡Ayuda! Por favor, salvad a mi bebé.” Una
madre con su hijo en brazos suplicaba a cualquiera que la escuchase. Nadie
contestó.
“Por favor, no tiene ni un año. ¡No le matéis!”
Como si hubiese sentido su agitación, el bebé empezó a retorcerse en sus
brazos.
“Por favor… no le matéis…”
Sion se mordió el labio. Estaba temblando.
¿Qué
debería hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué? – No puedo hacer nada.
Un lloriqueo.
Una voz. La voz de un perro. En cuanto Sion se
giró, sus ojos se encontraron con los de un perro que estaba metiendo la cabeza
entre los escombros. Era uno de los perros de Inukashi – el que le había
llevado a Sion la carta. El otro día, Sion le había dado un baño como
agradecimiento. Era un perro grande y
marrón. Sion extendió los brazos hacia la madre.
“Dame al bebé.”
La madre abrió los ojos, apretando al bebé
contra el pecho.
“Deprisa, dámelo.”
“¿Qué vas a hacer con mi bebé?”
“Puede que consigamos salvarle. Deprisa.”
Medio le arrancó el bebé de los brazos a su madre. Se quitó el abrigo, envolvió
el pequeño cuerpo con él y lo dejó en un espacio que había entre los
escombros. El perro se acostó a su lado,
y le lamió la cara al bebé. Dejo de llorar de inmediato. El pelaje marrón del
perro se camuflaba a la perfección con la pared derruida, que era del mismo
color. No se le veía.
Quizá él
lo consiga. Quizá –
“Cuento contigo.”
El perro movió levemente la cola.
“Mi bebé – mi hijo-” la joven madre se tapaba
la cara con las manos.
“Si lo consigues, ve al hotel en ruinas,” le
dijo Sion.
“¿Hotel?”
“El hotel en ruinas. El bebé estará allí. No
te preocupes, cuidarán de él. Así que asegúrate de conseguirlo. Sobrevive. Y ve
a recogerle.”
La madre asintió y cerró lo ojos, como si
estuviese rezando.
“¡No pienso dejar de que me matéis!” rugió una
voz fuerte. “¡No vamos a dejar que nos mate alguien como vosotros!”
Acompañando a las voces, unas cuantas piedras
impactaron contra los soldados. Un murmullo agitado se escuchó entre la gente. Rocas
y piedrecitas volaron una detrás de la otra, con dirección a los soldados.
“Mierda,” Nezumi hizo una mueca. “¡Agáchate,
Sion!”
“¿Eh?”
“¡Tápate la cabeza y agáchate!”
Sion hizo lo que le dijeron, se tapó la cabeza
con las dos manos y se agachó. Casi en el mismo instante, los soldados abrieron
fuego con un torrente de balas eléctricas. Las balas atravesaban la cabeza de
la gente, el pecho y los estómagos. Hombres, mujeres, viejos, y jóvenes caían
sin hacer ruido. Se convulsionaban, y se quedaban quietos.
“Si os
reveláis, os mataremos. Sin excepción.”
Era una voz grave. No era una amenaza. Todos
lo entendieron. El clamor del mercado, o de lo que era el mercado, se cortó de
inmediato. La gente hasta dejó de moverse. Estaban paralizados por el miedo,
rígidos por la deseperación.
Sion se levantó con cuidado. Había un cadáver delante
de él. Tenía una herida entre los ojos, pero no era fatal. Sólo estaba rojo e
hinchado. La herida fatal estaba un poco más arriba, justo en el centro de la
frente. Era el Despachador. Tenía la boca abierta, y sus ojos sin vida miraban
al cielo. Junto a él, una anciana estaba agachada en el suelo, murmurando algo
para sí misma. Su mirada vacía miraba alrededor sin parar.
Lo que tenía ante él había perdido todo el
color. Sion nunca pudo darle color a esa escena que se había grabado
permanentemente en su memoria. Aunque habían perdido intensidad, sabía que la
gente llevaba ropa y tenía el pelo de diferentes colores; sabía que los
escombros no eran de un solo color; se acordaba de que el pelaje del perro era
marrón – pero el cadáver del suelo, la mujer que se había vuelto loca y la masa
de gente era todo monocromo, en blanco y
negro. Pero había una única excepción, el gris oscuro que flotaba ante sus
ojos. Pero no eran las nubes. Era el color de unos ojos. Eran unos ojos gris
oscuro que brillaban y rebosaban vitalidad. Era el color que había atraído a
Sion, el que le había cautivado y que, por último, no había podido olvidar
durante el resto de su vida.
“Repito.
Si os movéis, os matamos. No os mováis.”
Nadie se movió. No podían moverse. El viento
era lo único que soplaba con libertad.
“Sion.” Nezumi le cogió por el brazo. “No
pierdas la compostura.”
Sion miró a Nezumi a los ojos, y puso sus dedos
sobre los que estaban cogiéndole del brazo. No estaba aferrándose por la
desesperación. No se estaba abandonando a la completa dependencia. Sólo quería
asegurarse. Aquí es donde está mi
corazón. Era humano cuando me robó el corazón, y era humano cuando anhelaba
estar a su lado. Y eso es algo que no va a cambiar, le de el nombre que le de a
estos sentimientos.
En una realidad tan inhumana, casi demasiado
inhumana, lo único que podía hacer para seguir siendo humano era negarse a
abandonar los sentimientos hacia los demás, y aferrarse al alma de uno mismo.
Sion apretó la mano alrededor de la de Nezumi.
Nezumi,
quiero seguir siendo humano.
Nezumi exhaló con suavidad.
“Mantente cuerdo. Puedes hacerlo, ¿verdad?”
“Estoy bien.”
“Claro,” dijo Nezumi en un acto reflejo. “Claro
que estás bien. No debería haberme preocupado.”
“Ahora
os vamos a transportar.”
Los camiones armados cambiaron de dirección.
Un camión largo y negro se colocó sin hacer ruido en su lugar.
kawaiii!!!!!!!!! genial me fascino por sobre todo ahhh todo bien tierno medio sádico no ¬¬ pero tierno me gusto gracias por la traducción
ResponderEliminarNezumi sonrió. No era una sonrisa exasperada, cruel o burlona. Era una sonrisa sensual. Sonrisa que cautivó a Sion.
ResponderEliminar*muere de amor*