Capítulo 2
Aquellos en el abismo
Cuando me di cuenta de como iban las cosas,
ya estaba metido hasta el cuello. ¿Qué podía hacer? Si me negaba a obedecer, me
matarían. O podría suicidarme. En tres ocasiones pensé en dimitir, pero era imposible.
-Wilhelm Keitel, Interrogatorios de
Nüremberg
La oscuridad le estaba apuñalando. Sus retinas, sus oídos,
su piel, la oscuridad era como agujas que no dejaban de pincharle.
Sion inhaló profundamente y llenó su pecho de aire – no,
de oscuridad. Al hacerlo, reprimió el dolor y los temblores. No quería
acobardarse. No quería gritar del miedo. Y no quería que Nezumi, que estaba a
su lado, le escuchase.
No quiero que me
oiga gritar.
No quería exponer su lado cobarde ante Nezumi. Sion volvió
a tomar aire, consciente de que su orgullo, incluso en aquella situación, no le
dejaba tranquilo.
Hn.
Nezumi bufó con sorna a unos centímetros de su oído. Al
mismo tiempo, el brazo alrededor de la cintura de Sion apretó con más fuerza,
presionando contra su torso.
Intentando hacerte el duro, creyó
escuchar susurrar a Nezumi. Pero lo que escuchó en realidad fue:
“Vamos a
caer.”
Era una voz
monótona, vacía de cualquier emoción. Aquella voz sin emoción se convirtió en
un viento helado que se envolvió alrededor de Sion. Con su sentido del dolor,
del miedo y del orgullo olvidados, durante un instante, Sion estaba vacío. Al igual que una cigarra
dejando atrás su piel, se convirtió en un recipiente vacío del cual solo
quedaba su apariencia externa intacta. A
veces tenía esa sensación al escuchar la voz de Nezumi. Pero no le importaba
mucho. De hecho, hasta le parecía refrescante. Quedarse vacío hasta le parecía
estimulante.
Cuando Sion
intentó inhalar por tercera vez, el suelo desapareció. Con un golpe sordo se
había partido en dos. Era como una horca. Casi le parecía raro que una cuerda
no se le estuviese clavando en el cuello; no escuchar el ruido de la columna
vertebral al partirse; no sentir su cuerpo colgar en el aire.
Estaban
cayendo. Cayendo hacía abajo – o al menos se suponía que era así, pero no
terminaba de comprender lo que estaba pasando. No estaba seguro de si estaba
cayendo, flotando, o subiendo. No podía diferenciar entre descenso, suspensión
y ascensión. La oscuridad que le rodeaba le envolvía todos los sentidos.
Un impacto.
Sintió su cuerpo chocarse contra algo duro. Se quedó sin aliento. En lo que
fuese que había caído era ligeramente elástico, absorbiendo el golpe con la
fuerza necesaria para no romperse los huesos.
¿Sobre qué he caído-?
No tuvo
tiempo de comprobarlo. Tiraron de el con fuerza.
“Rueda.”
Nezumi le
medio empujó para que girase. Rodó una y otra vez, sin pensar en nada, sin
tener miedo. Se golpeó el hombro contra algo duro, y sintió un dolor seguido
por un hormigueo. Era evidente que había chocado con una pared. Noto un temblor
– unas vibraciones – cuando puso las manos en el suelo para levantarse.
“Levanta.
Pégate a la pared.”
Sion se
levantó y se pegó a la pared, la cual tenía una superficie áspera – cemento lo
más seguro. Sus pensamientos, su fuerza de voluntad y sus sentidos estaban
medio entumecidos. No podía hacer más que seguir las instrucciones de Nezumi y
moverse como éste le decía. El cuerpo de Nezumi se puso sobre el suyo. Estaba
más caliente de lo normal. Pero los latidos que sentía Sion en su espalda eran
rítmicos. Al aplastarlo con tanta fuerza, Sion no pudo evitar hablar.
“No puedo
respirar.”
Pero su voz,
entrecortada, se disolvió al instante en el gran ruido que tenían detrás. No
estaba seguro de haber oído su propia voz.
“Nezumi.”
Se retorció
un poco.
“Esto-”
En toda su
vida, nunca había escuchado algo así, voces como esas.
¿Qué es? ¿Qué son?
¿Gemidos? ¿Chillidos? ¿Gritos?
Un gran
estruendo envolvió a Sion en todas direcciones; brotaba del suelo, llovía del
techo; se retorcía y se enredaba en sí mismo. Se escuchó un grito desgarrador.
Entonces dejó de escuchar y un silencio inquietante lo sustituyó. Pero sólo
durante un instante. Y, otra vez, empezó a brotar, a llover…
Aquellos no
eran sonidos del mundo humano. No eran simples ruidos.
“¡Nezumi!”
Incapaz de
seguir escuchando, Sion se retorció. La fuerza contra él se relajó. El calor
del cuerpo de Nezumi se apartó. Le cogió del pelo y le dio la vuelta. Le apretó
contra la pared mientras le cogía del pelo con fuerza.
Le levantó la
barbilla. Nezumi acercó los labios al oído de Sion, y susurró como si quisiese
meter las palabras dentro.
“Mira si
quieres. Escucha si quieres. Pero-”
Los dedos de
Nezumi le soltaron el pelo y se deslizaron por su cuello. Trazaron la cicatriz
roja.
“Pero vas a
tener pesadillas el resto de tu vida. Prepárate.”
Heh. Su corta risa, casi una mera
exhalación, se filtró en el cuerpo de Sion. Era una risa fría. Puede que
condescendiente. Nezumi controlaba con total libertad la forma en que se reía.
Normalmente, esto hubiese cabreado mucho a Sion. Le hubiese dicho que no tenía
por qué reírse así.
Había sido
el propio Nezumi el que se lo había enseñado: condena a aquellos que
desprecian, miran por encima del hombro y se rebajan a si mismos. No sólo le
había enseñado a cabrearse, también le había enseñado a afilar todas las
emociones que poseía, ya fuese llorar, reír, tener miedo, rechazar, añorar o
amar.
No dejes que se entumezcan. No dejes que se
marchiten. Enseña los dientes a todo aquello que amenace con profanar tu
humanidad.
Sion había
aprendido. Pero ahora mismo, estaba demasiado abrumado para cabrearse. Sus
emociones estaban cayendo, filtrándose.
“Nezumi…
¿qué es esto?”
“La
realidad.” No quedaba ningún rastro de risa en su voz. “Si vas a mirar, observa
hasta el final. Si vas a escuchar, no pienses en taparte los oídos.”
¿Ver… todo esto?
Sion abrió
la boca para coger aire.
Ante sus
ojos había oscuridad. Y en el fondo de esa oscuridad había gente arrastrándose.
Para él, se estaban arrastrando. La oscuridad tenía tonos de luz y de
oscuridad, y sus ojos, que habían empezado a adaptarse, captaron el tono más
oscuro. Era una masa de gente unos encima de otros. Habían estampado contra el
suelo a la gente que habían metido en el ascensor, y ahora se estaban arrastrando.
Se escuchó
un grito de los que helaban la sangre. Cayó una sombra. Alguien que se había
estado aferrando a alguna parte del ascensor y que había terminado por quedarse
sin fuerzas. Sion no podía decir si era un hombre o una mujer. Al igual que el
rugido de un animal, el gritó resonó en aquella oscuridad pintada de negro.
Thud.
El sonido de
carne golpeando carne. Las vibraciones sacudieron todo su cuerpo, no sólo los
tímpanos, haciendo que se le pusiera la piel de gallina.
Sion intentó
recordar. Intentó recordar a todos y cada una de las personas que habían metido
con él en el ascensor.
Había un
hombre. Una mujer. Una señora mayor con el pelo gris. Una chica joven y morena.
Un mercader enjuto con los ojos hundidos. Un hombre demasiado pálido, un
superviviente de los Despachadores.
¿No había
una madre cogiendo a su hijo? ¿No había un bebé en los brazos de su madre? Los
había. Estaba seguro.
Envuelto en
un trozo de tela blanco y sucio, el niño se estaba retorciendo contra el pecho
de su madre… de alguna parte, en aquella masa de gente – salía un hedor que se
le había metido en la nariz. Era como si todos sus sentidos, aletargados hasta ese momento,
se hubiesen despertado a la vez.
Empezó a
sudar a chorros. Sus dientes se negaban a quedarse juntos, y no dejaban de
castañear. El hedor de la sangre, materia fecal, olor corporal asaltó su nariz
con muchísima más fuerza que en el camión. Escucho a gente ser aplastada. Gente
siendo aplastada por el peso de otra gente. Aunque era algo que estaba escuchando
por primera vez, podía decir que era el sonido de la destrucción humana.
“Esto es el
infierno,” se escuchó murmurar con debilidad.
“Esto es la
realidad,” le contestó otro murmullo. “Esto no es ningún infierno. Es la
realidad del mundo en el que has estado viviendo, Sion.”
Sintió
nauseas. Dejando el peso contra la pared, Sion se tapó la boca con las manos.
Sus jugos gástricos se escapan entre sus dientes. El sudor le picaba en los
ojos. Tras los párpados le pasaban recuerdos de sus días en No. 6.
Las rosas de
diversos colores que florecían en Chronos; el cielo por la tarde; las paredes
azules de su clase; Safu agitando el brazo; las mañanas en Lost Town; el aroma
del pan que llenaba la casa; la espalda de Karan; las pisadas de una niña
pequeña – ‘Buenos días, hermanito’ ‘Buenos días, Lili’; el cuerpo redondo de
Sampo; el sombrero que Ippo había aplastado por accidente – decorado con una
flor rosa – ‘Ippo, eso no está bien-’ Yamase gritando; el aroma del café en la
cafetería en la que había entrado con Safu; las ramas de los árboles crujiendo
con el viento – oh, el verde – era tan vívido.
Quiero ir a casa.
Lo ansiaba
con todas sus fuerzas.
Quiero volver a No.6.
Quería
volver al mundo dentro de la muralla. Quería volver a su pacífico y tranquilo
mundo. Aunque fuese una tierra decorada con mentiras, quería enterrarse en
aquellas mentiras tan hermosas.
Apretó los
dientes. Se tragó los jugos gástricos que tenía en la boca. Levantó la cabeza
con lentitud. Tenía la cara empapada de sudor.
“Nezumi…” Reunió
toda su fuerza en las piernas, y consiguió mantenerse de pie. Si caía de
rodillas ahora, no podría volver a levantarse. Tenía que mantenerse de pie
aunque eso le costase no poder respirar apenas. Nezumi no le tendería la mano.
No le apoyaría. Si Sion se encogía ahí, si se volvía loco, si no podía
mantenerse en pie – no quedaría nada.
“¿Qué tengo
que hacer ahora?” Sion consiguió hablar con aspereza. Notó como la presencia
que tenía delante tomaba aire.
“¿Puedes
moverte?”
“Lo haré.”
Si no lo
hacía, moriría. Y no podía hacerlo. No había entrado allí para morir. Estoy aquí para salvarla, para vivir. No lo
olvides. Voy a sobrevivir a esta realidad. Apareció una grieta en el cruce
de No. 6 que estaba pasando por su mente. Se vino abajo. Se hizo añicos y
desapareció, junto con el deseo de huir y volver.
Sion alzó la
mano, preparado para que se la apartasen. Toco un brazo firme. Apretó los dedos
a su alrededor.
Nezumi.
No hago esto para que me ayudes. Quería
dejarlo claro.
Estoy bien. Puedo moverme. No voy a
encogerme y a quedarme aquí.
No apartaron
los dedos con los que apretaba. El brazo
frío y crispado sólo se retorció un poco. Le respondieron a lo que no había
dicho en voz alta.
“Entiendo.”
Casi al
mismo tiempo, una luz naranja parpadeó detrás de Nezumi. Sion abrió los ojos.
Su corazón tembló al ver aquellas luces del tamaño de una canica. Le entraron
ganas de llorar. Extendió el brazo y cerró los dedos alrededor del aire.
“Vamos a
correr siguiendo esas luces. Van a estar encendidas un minuto y medio más o
menos.”
En la pared
había colocadas, a intervalos regulares, unas pequeñas bombillas. Eran muy, muy
pequeñas, y apenas eran suficiente para diluir un poco aquella oscuridad que se
cernía sobre ellos. Pero seguía siendo luz. Había algo que no era oscuridad.
“Vamos.”
Nezumi le
dio la espalda, y echó a correr. Sion se movió para echar a correr detrás de
él, cuando pisó algo viscoso. Había un
charco de sangre a sus pies.
“Joder,”
gruñó sin pensar. Algo que no era ni miedo ni sorpresa rugía en su pecho,
llenándolo y haciendo presión; y, al fondo, saltó la chispa. Ira. Las llamas de
la ira, formando una espiral, ardieron.
Esto es la realidad. Realidad. Realidad.
“Maldita
sea.”
No voy a perdonarla. No voy a perdonar esta
realidad.
Avanzó.
Avanzó, como si estuviese apartando el charco de sangre de una patada. Corrió
con desesperación tras la figura que amenazaba con desaparecer en la oscuridad.
Sobreviviré. Sobreviviré para destruir esta
realidad.
La ira de
Sion se convirtió en el combustible de su cuerpo. Estaba lleno de energía, de
los pies a la cabeza. Nezumi se giró. Estaba muy oscuro para ver su expresión.
Se volvió a girar y bajó un poco el ritmo. Incluso en aquella situación sus
movimientos eran elegantes.
Las
bombillas parpadearon. Ante ellos había un pasillo estrecho, con la anchura
suficiente para que pasase una sola persona. Las paredes eran de cemento.
“Sigue la
pared.”
“Nezumi,
¿hacia dónde lleva?”
“Al campo de
ejecución.”
“¿Eh?”
“Lo que
tienes detrás y lo que te espera, a ambos se les puede llamar campos de
ejecución. La cosa está en cuándo se va a ejecutar la sentencia.”
Un motor
ronroneaba a sus espaldas. Era un modelo antiguo que traqueteaba y chirriaba.
“Nezumi,
espera. El ascensor se está moviendo otra vez.”
“No te pares,”
Nezumi chascó la lengua, irritado. “Sigue avanzando. No dejes de andar.”
“Pero el
ascensor-”
A Sion le
temblaron los labios. Una gota de sudor frío rodó por su columna. Nezumi abrió
la boca.
“Pues
claro,” dijo con frialdad. “Planean meter a toda la gente que han cazado en
esta cámara subterránea.”
“¿Va a caer
más gente?”
“No se caen,
los tiran. Igual que una horca. El suelo se abre. Caen al fondo del abismo. Si
tienen suerte, se rompen el cuello y dejan este mundo sin sufrir mucho.”
“Tenemos que
decirles lo de este pasillo.”
“¿A quién?”
“A todos.
Ahí hay gente que aún puede moverse. Tenemos que decirle a esa gente que
escape.”
“Y entonces,
¿qué? Piensa.”
“¿Eh…?”
“Sí, hay
gente que aún puede moverse. Unos
cuantos. Pero, ¿qué va a pasar cuando se pisoteen los unos a los otros para
entrar aquí?”
“Bueno…”
Una
marabunta desesperada irrumpiría. Todos y cada uno de ellos empujaría para
intentar entrar en aquel pasillo, en el que apenas cabía una persona.
¿Qué
pasaría?
Uno caería,
y los demás caerían sobre él. El pasillo se llenaría con más gritos y gemidos.
“¿Lo ves?”
dijo Nezumi. “Mira detrás de ti.”
Con una mano
sobre la pared, Sion se giró. Varias sombras se movían en aquella dirección,
arrastrándose por el suelo.
“Sólo los
que se dan cuenta de que hay un pasillo aquí y consiguen llegar se salvan.
Entonces consiguen llegar al próximo nivel.”
“Entonces,
esta luz - ¿es-?”
Antes de que
pudiese acabar la frase, las luces se apagaron. Se volvieron a sumir en la
oscuridad. Entonces, se escuchó algo. El aire vibró. La oscuridad tembló.
¿Cuánta gente había metida en ese ascensor?
Diez, quince, veinte… ¿más? Pero, el único sitio en el que se podía ver un
ascensor así hoy en día era en un museo… a juzgar por el ruido que hacía, la
correa de distribución estaba bastante hecha polvo… espera, creo que hay un
ascensor así en Lost Town. ¿Dónde estaba? Hacía muchísimo ruido.
Le dieron
una bofetada. Le dolió dentro de la boca. Sus pensamientos y sentidos volvieron
a la normalidad. Pero eso también quería decir que su consciencia había vuelto
a aquella realidad infernal.
“Sion.”
“Uh… ¿qué?”
“No habrá
una próxima vez.”
La próxima vez, te dejo atrás. No soy ningún
santo que va a arrastrarte si te distraes. Has dicho que podías moverte.
Entonces usa tus piernas para escapar.
Sion se secó
el sudor de la barbilla con el dorso de la mano.
“Sígueme. No
te separes.”
Nezumi
volvió a darle la espalda. Estaba muy oscuro, pero Sion podía ver su figura con
claridad.
No voy a dejarte.
Se puso la
mano en la mejilla, que le ardía.
Nunca te dejaré. Me aferraré a ti, no te
soltaré, vayas a donde vayas.
Nunca
perdería de vista la espalda que estaba vuelta hacia él. Se arrastraría por el
suelo para seguirle si tenía que hacerlo. Era el único pensamiento en su mente.
No tenía tiempo para pensar en No. 6, su madre, Safu, o las avispas. Se pegó
una bofetada a sí mismo. Por fin había aprendido que el dolor era señal de
estar vivo. Su mejilla le decía, puedes
vivir, puedes seguir andando.
Aparentemente,
las luces sólo iluminaban la entrada al pasillo. Era relativamente recto, con
una anchura uniforme. El simple hecho de andar sin parar le despertó la mente.
Este pasillo – está hecho por el hombre.
Al pensar
eso, Sion sonrió un poco. Nunca habría pensado que podría sonreír, pero sintió
como los labios se le curvaban hacia arriba. Era una sonrisa amarga, dirigida a
sí mismo.
Claro que está hecho por el hombre,
sonreía para sí mismo. Era el Correccional. Era un edificio en el que No. 6
encerraba a la gente que consideraba criminales. Naturalmente, todos los
caminos y paredes estaban hechos por el hombre. La escena que Sion había visto
en la oscuridad era lo mismo. No era un infierno creado por algún desastre
natural. ¿No era una realidad creada a partir de la voluntad humana? Allí, todo
estaba creado por mano del hombre.
Esta es la realidad del mundo en el que
vives.
Repitió
mentalmente las palabras de Nezumi.
Esta es la realidad del mundo en el que
vivo. Entonces, ¿quién lo ha hecho? ¿Y para qué?
Intentó
visualizar la cara del alcalde. Había visto fotos, en las que sonreía con
amabilidad, por todas partes en la calle. Se acordaba de haberle visto en
televisión. “No me gustan sus orejas. Son
muy vulgares.” Eso era lo que su madre había dicho, pero nunca nadie había
criticado al alcalde de No. 6. El porcentaje de ciudadanos que le apoyaban era
casi del cien por cien.
¿Él? ¿Ha sido él? No, pero… ¿era posible una
catástrofe así bajo el mandato de un solo hombre? Ninguno de los residentes de
No. 6 conocía aquella realidad tan horripilante. ¿Por qué no lo saben? ¿Por
qué…? Sus pensamientos se frenaron a tirones, al igual que aquel ascensor desfasado.
No fue una sensación agradable. Pero tenía que seguir pensando.
¿Por qué no lo sabe ninguno?
“Porque no
han intentado saberlo,” dijo Nezumi, todavía dándole la espalda. Se detuvo y
giró el torso para mirar a Sion. Sion no sabía si era porque sus ojos se
estaban acostumbrando, o porque el propio Nezumi repelía la oscuridad, pero
podía ver su expresión con total claridad.
“Nezumi,
¿cómo sabes lo que estaba pensando?”
Estaba
soprendido. Tanto, que casi había perdido el hilo de sus pensamientos. Nezumi
se encogió de hombros.
“Ya te lo
había dicho, ¿no? Eres muy fácil de entender… bueno, algunas partes de ti. El
resto de cosas me desconcierta.”
El tono de
voz de Nezumi cambió. Tenía un tono de suavidad que se escuchó con total
claridad. Era una voz preciosa. Sion no podía explicar exactamente por qué era
preciosa. No podía explicarlo con palabras, pero sintió como la calma se
filtraba en su interior. Era como estar tumbado sobre el césped. Incluso creyó
ver un atisbo de cielo azul.
“¿Estás
cansado?”
“No, aún
puedo andar.”
“¿Tienes
hambre?”
“¿Eh?”
“Te estoy
preguntando si tienes hambre.”
“Oh. Uh –
no.”
Intentó
acordarse de la última vez que había comido algo decente. No pudo. Pero no
tenía hambre. No tenía ganas de llevarse nada a la boca. Considerando lo que
acababa de pasar, no tenía lo que hay que tener para tener hambre.
“No tengo
hambre.”
“No te queda
mucha energía, ¿no?”
“No-”
Un brazo se
extendió hacia él. Nezumi le tocó el pecho a Sion con la punta de los dedos
suave y lánguidamente. Pero Sion sintió
como caía.
¿Eh?
Tropezó y
cayó sentado. No tenía fuerza en las piernas.
“¿Lo ves?”
dijo Nezumi. “No puedes tenerte en pie casi. Por lo menos, asume tu estado.”
Cogió a Sion
por el brazo y lo levantó. Empezó a dolerle el pecho. El corazón le latía con
fuerza; no podía respirar. Empezó a sudar otra vez.
“Es un
trauma considerable. Ten cuidado no vaya a decidir tu corazón que ya ha tenido
bastante. No creo que aquí hayan médicos que vayan a atenderte.”
“¡Echa a los perros tus medicinas!”
“¿Qué
dices?”
“¿No sabes curar su alma,
borrar de su memoria el dolor,
y de su cerebro las tenaces ideas que le
agobian
? ¿No tienes algún antídoto
contra el veneno
que hierve en su corazón?”
Nezumi se
movió, incómodo. Sion pudo escuchar un profundo suspiro.
“Déjalo ya,
¿quieres? Conforme estás destrozando esas frases, lo más seguro es que Macbeth
se esté revolviendo en su tumba.”
“¿Me estás
diciendo que actuar no es lo mío?”
“Una falta
de talento impresionante. No valdrías ni para extra en una obra de Shakespeare.
Te aconsejo que no te hagas ilusiones, Sion.”
“Supongo que
será lo que haga. Una pena, de verdad.”
“Buen
chico.”
Sion estaba
sonriendo. No era una mueva: era una sonrisa genuina, aunque leve, la que tenía
pintada en los labios. En ese mismo instante, pudo sentir el cielo expandirse
sobre él.
Invitado por
la voz de Nezumi, Sion había sonreído y había visto el cielo.
Era del azul
más profundo que había visto en toda su vida, tumbado en la hierba. El color
del cielo se expandía a través de la oscuridad. Sí, el mundo estaba lleno de
crueldad y falsedad. Sí, era lo que reinaba. Pero no era lo único que existía.
Porque, mira – en este mundo, y en el alma de las personas, existían cosas
hermosas como el azul del cielo.
La voz de
Nezumi se convirtió en la primavera que envolvió a Sion, saciándolo por
completo. Era una voz extraña. Derretía el alma y regeneraba a la gente.
“Un poco
más, y podremos descansar un poco.”
Nezumi se
medio giró para mirarle. Sion podía ver una luz tenue tras los hombros de
Nezumi. No parpadeaba como las bombillas. Era una luz oscura, pero no era el
tipo de oscuridad que ponía nervioso y hacia preguntarse cuándo iba a apagarse.
“¿Qué hay
ahí?”
“Una sala de
descanso. Aunque temporal.”
“Una sala de
descanso… podemos descansar ahí, ¿eh?”
Tenía la
sensación de que podría seguir andando eternamente. Creía que tenía que seguir
pensado eso, o de lo contrario no saldrían con vida de allí.
Pero podemos descansar.
Exhaló.
Quería echar a correr, pero no tenía fuerza en las piernas, y andar era a lo
máximo que llegaba.
Llegaron al
final del pasillo. Sion tragó saliva. El entorno cambió por completo.
Era una habitación
con las paredes y el suelo blanco. Y muy amplia. Gracias a la luz artificial
que había instalada en el techo, la oscuridad se había reducido hasta ser una
mera sombra. Aunque borroso, Sion podía ver las cosas bien.
Al fondo vio
una puerta gris. En aquella habitación no había ni muebles ni ventanas. No
apestaba a sangre ni se escuchaban gemidos. Era una habitación blanca,
completamente vacía. Había unas cuantas figuras encogidas en un rincón. Lo más
seguro es que eran parte del primer grupo que habían metido en el ascensor, y
que habían conseguido sobrevivir y llegar hasta allí.
Sion cayó de
rodillas en la entrada. La fuerza abandonaba su cuerpo.
“No te
duermas.” Nezumi se arrodilló junto a él. “No tenemos tiempo para eso.”
“¿Vamos a
otra parte?”
“Claro, si
este fuese nuestro destino final no tendría gracia la cosa. ¿No habías venido a
por tu amiguita?”
Safu.
Apretó los
puños. Echó un vistazo alrededor. Tal y como pensaba, no encontró la mirada que
buscaba. Después de todo, el Departamento de Seguridad la había
secuestrado y la había encerrado en el
Correccional.
“Me pregunto
si Safu estará bien.”
“Quién
sabe.” Contestó Nezumi. “Pero si está viva, seguramente su situación sea mucho
mejor que la nuestra. Lo mismo hasta está tomando el té. Si sigue viva, claro
está.”
“Safu está
viva.”
“Quieres
creer que lo está. No es más que tu propio deseo egoísta.”
“Tú también
lo crees. Si no, no hubieses venido conmigo.”
“¿De
verdad?”
“¿Me
equivoco?”
“Sion, por
qué no dejas a un lado esa inocencia de vez en cuando, ¿eh?”
“Nezumi,
pero… oh-”
Sion se
calló. Un hombre se dirigía hacia él, tambaleándose. Cayó hacia delante, de
morros contra el suelo. El hombre que iba detrás de él tropezó con el cuerpo,
cayendo también. Ninguno de los dos se movió. Pero seguían respirando. Sion
veía como subía y bajaba la espalda al hacerlo. Pero el hombre que había caído
primero dejó de moverse poco después.
“¿No vas a
ayudarle?”
El silecion
de Sion fue la respuesta a la pregunta de Nezumi.
“¿Qué pasa?
Normalmente le habrías ayudado enseguida.”
“No puedo.”
Sentía como
si sus manos y sus pies estuviesen atados a pesas. Incluso mover un dedo
suponía un gran esfuerzo. Mantenerse de pie le estaba costando toda la energía
que tenía. No podía ayudar a los demás. Y además…
Si intentaba
ayudar al hombre, ¿qué haría después? No podía curarle las heridas, ni
consolarle, ni siquiera podía darle agua.
De pronto,
el hombre gimió. Empezó a toser. Volvió a gemir cuando dejó de toser. Lo más
probable es que es tuviese gravemente herido. El gemido estaba lleno de dolor,
como si le estuviesen retorciendo las entrañas.
“Que
alguien… me ayude…” gimió el hombre.
Luchaba por respirar como un animal herido. “Por… favor…”
Sion se tapó
los oídos. Cerró los ojos. Sabía que estaba siendo un cobarde. ¿No había
aprendido, muchas veces ya, lo cobarde y vergonzoso que era intentar no ver,
intentar no escuchar?
Mira. Escucha. No intentes buscar excusas.
Lucha contra todo aquello que intente hacer que lo hagas. Tus enemigos no están
siempre fuera de ti. También están en tu interior. Tienes que luchar contra la
parte de ti que quiere hacer que apartes la vista de lo que no quieres ver y
hacer que no escuches lo que no quieres escuchar.
Lo sé. Lo sé, Nezumi. Pero ahora mismo no
puedo hacerlo. Ahora mismo, soy lo más débil y frágil que existe. No puedo
soportar seguir escuchando o mirando.
El hombre
levantó la cara. Sus miradas se cruzaron. Para su total desgracia, sus miradas
se habían cruzado. Sion retrocedió. El hombre estaba muriendo. Estaba al borde
de la muerte, pero no era capaz de morir, y estaba sufriendo por ello.
“Ayuda… me…”
Quizás tenía
los huesos rotos; quizás tenía hemorragias internas: espuma manchada de sangre
salía por la boca del hombre. Su cuerpo estaba convulsionando. Para el hombre,
morir era la única salida al sufrimiento. Pero hasta la Muerte se reía de él.
No iría a por él tan fácilmente. La poca vida que le quedaba al hombre volvía a
él una y otra vez.
Se arrastró
hacia ellos. Su mirada nunca abandonó a Sion. Sus ojos eran como una ciénaga y
una caverna sin fondo al mismo tiempo.
“Ayuda…me…”
Por favor. Salvadme. Liberadme de este
sufrimiento. Dejadme descansar – oh, por favor – dejadme estar en paz.
Sion se
tragó la saliva que tenía en la boca. Antes de darse cuenta, se estaba
arrodillando al lado del hombre, que estaba tumbado boca arriba. Su largo
cuello asomaba por la camisa, que estaba destrozada. Era un cuello delgado,
fibroso y patético. Lo más seguro es que antes de acabar allí no había llevado
una buena vida. Era impresionante que hubiese durado tanto.
El hombre
miraba únicamente a Sion. Una ciénaga, una cueva sin fondo. En aquella
profundidad no se reflejaba nada, no había nada. No parpadeaba. Lo único que se
movía eran sus labios ensangrentados.
“¿Por qué…
he tenido que…?” dijo con la voz ronca.
Sí. ¿Qué
había hecho ese hombre? ¿Por qué tenía que pasar por algo así? Era un residente
del Bloque Oeste: ¿aquella era la única razón por la que tenían que aplastarle
como a un insecto? ¿Por qué tenía que sufrir tanto?
“¿Por qué…?
¿Por qué…?”
Los labios
del hombre no dejaban de moverse. Usando sus últimas fuerzas, repetía la
pregunta una y otra vez.
Dímelo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por
qué?
Sion negó
con la cabeza.
No puedo contestarte a eso. No tengo respuesta.
“Lo siento,”
susurró. Lo único que podía hacer…
Puso los
dedos alrededor del cuelo del hombre. Estaba húmedo, pero frío. Todo lo que
tenía que hacer era apretar un poco. Dejaría de respirar sin dolor, lo más
seguro. Entonces descansaría en paz. Lo único
que puedo hacer, es apretar y asfixiarlo.
Notó la
carne y el hueso en sus manos, en sus dedos. Las leves convulsiones y el pulso.
El hombre abrió la boca, y de ella salieron espuma ensangrentada y un gemido.
No dejaba de mover la punta de la lengua. A Sion le temblaron los brazos. No
tenía ninguna fuerza en ellos.
“Para, es
suficiente.”
Le cogieron
del hombro y le apartaron. A Sion le resbalaron los dedos como si el cuello
estuviese cubierto de algo viscoso.
“No es tan
fácil.”
Sion se giró
y miró a Nezumi. Durante un instante, una sombra atravesó aquellos ojos grises.
Era una sombra coompasiva.
“Nezumi,
yo…”
“No puedes
hacerlo.” Un suspiró escapo de sus labios. “Creo que ser Verdugo se te daría
peor que ser actor.”
Apartando a
Sion, Nezumi avanzó. El hombre estaba tumbado boca arriba, respirando con gran
dificultad. A cada exhalación la acompañaba un gorgoteo. Tenía los dedos
doblados, cogiendo el aire. El sufrimiento no había disminuido lo más mínimo.
El hombre se quedó quieto, gorgoteando como si hubiese perdido hasta la fuerza
para retorcerse de dolor. Nezumi se arrodilló sobre una rodilla, se agachó y le
susurró.
“¿Duele?”
Su única
respuesta fue la respiración del hombre.
“Tranquilo.
Te sentirás mejor enseguida.”
“Sentirme…
mejor…”
“Sí. Lo has
hecho bien. Vas a dejar de sufrir. Relájate y cierra los ojos.”
“He…
cometido crímenes…”
“¿Crímenes?”
“Una vez… le
pegué… a un niño…”
“Mm-hmm.”
“Engañé… a
un anciano… y le… robé…”
“Mm-hmm.”
“He dicho…
muchas… muchas mentiras….”
“Mm-hmm.”
“He…
traicionado… a mucha… gente…”
Nezumi se
puso los guantes de cuero. Entonces, acarició la mejilla del hombre con
suavidad.
“Bien. Lo he
escuchado todo. No pasa nada, estás perdonado.”
“Per…
donado…”
“Sí. Se te
han perdonado todos tus crímenes. No tienes nada que temer.
La mano de
Nezumi descansó sobre la boca y la nariz del hombre.
“Has
aguantado. Has vivido. Te admiro profundamente, y voy a dedicarte una canción.”
“Una
canción… para mí…”
“Para ti.”
Con la mitad
inferior de la cara cubierta, el hombre entrecerró los ojos. Estaba sonriendo.
Sion no podía creer lo que estaba viendo. Se quedó anonadado mirando los ojos
del hombre, ojos que se había suavizado.
Está sonriendo.
“Cierra los
ojos. ¿Ves? Todo el sufrimiento… va a desaparecer.”
Una leve melodía
atravesó el aire. Suave, cadenciosa, los sonidos se superponían. Sion sintió
como su propio cuerpo se elevaba. No pesaba nada, y flotaba con la brisa como
si fuese algodón. Como si fuese un pájaro, encaró la corriente de aire y se
elevó. Se había liberado.
Su canción roba las almas de las personas
que sufren porque no pueden morir. Al igual que el viento esparce los pétalos
de las flores, su canción separa el alma del cuerpo.
Eso era lo
que le había dicho Inukashi. No era mentira. Estaba guiando su alma. La estaba
llevando sin ningún esfuerzo hacia un lugar que no estaba allí. La estaba
robando.
La canción
acabó. El silencio los envolvió. Sion había cerrado los ojos sin darse cuenta.
El silencio parecía apremiarle para que abriese los ojos. Abrió los ojos para
ver a Nezumi aún arrodillado, a punto de quitar la mano de la cara del hombre.
El hombre
tenía los ojos cerrados. Tenía la boca manchada de sangre, pero ya no estaba
torcida por el dolor.
“¿Ha
muerto?”
“Acaba de
hacerlo.” Nezumi exhaló profundamente y se dejó caer contra la pared. Se quitó
los guantes y los apretó con el puño.
“Idiota,”
escuchó maldecir a Nezumi entre dientes.
“Nezumi…”
“Jodido
idiota.”
“¿De quién
estás hablando?”
“De ti.”
El par de
guantes se dirigió hacia él. Atacaron a Sion como si tuviesen voluntad propia,
dándole en toda la cara, y cayeron al suelo.
“No tienes
remedio. Idiota, patoso e inútil sin remedio.”
“Lo sé.”
Sion cogió
los guantes. Nezumi tenía razón. Era idiota, patoso e inútil. Débil y sin
habilidad. Le dijese lo que le dijese, sólo podía asentir.
“Y no sólo
tú.” Nezumi se apartó el flequillo bajó la mirada. “El hombre que acaba de
morir, y yo también. No somos más que escoria.”
“¡Tú no!”
Sion se inclinó para mirarle a la cara. Nezumi levantó la cara y frunció el
ceño.
“Tú y yo
somos iguales.”
“No. Somos
completamente diferentes.”
“¿Cómo?”
Sion miró
directamente a aquel par de ojos grises.
“Le has
salvado.”
“¿Yo? Yo
sólo le he ayudado a dejar de respirar. Le he dado un empujoncito.”
“¿Y no es lo
mismo que salvarle?”
El borde de
los ojos de Nezumi tembló.
“Es
asesinato.”
Era una
palabra que no había esperado escuchar. Nezumi parpadeó despacio, una única
vez, ante Sion y extendió la mano hacia él.
“Dame mis
guantes.”
“¿Eh?”
“Mis
guantes. Que me los des.”
“Oh –
claro.”
Cunado tuvo
los guantes en la mano, Nezumi chascó la lengua irritado y murmuró que se
habían ensuciado.
“Están
llenos de la sangre y la saliva del hombre ese. Eran mis guantes favoritos.”
“Nezumi…
¿qué quieres decir con asesinato?”
“Un
asesinato es un asesinato,” contestó Nezumi con brusquedad. “Lo que he hecho ha
sido matar a ese hombre. Le he tapado la boca mientras aún estaba vivo, y le he
asfixiado. Por si no lo sabes Sion, la gente suele llamar a eso asesinato.”
“Pero se ha
salvado gracias a ti. Se ha salvado del sufrimiento.”
“¿Y?”
“Y-” Sion
tartamudeó. “Y le has salvado. Ahora descansa. Ya no sufre, ha podido
arrepentirse de sus pecados y se ha podido ir en paz. No has asesinado a nadie.
Le has salvado.”
Nezumi se apoyó
contra la pared y volvió a parpadear.
“Que
arrogante por tu parte.”
“¿Arrogante?”
“Sí. Es muy
arrogante por tu parte, ¿lo sabías? Es muy arrogante llamar ‘salvación’ a matar
a alguien. ¿Quién eres, Sion? ¿Eres Dios? ¿Eres tan grande que estás por encima
de la muerte de la gente?”
“Nezumi,
sólo-”
“Ese hombre
no tendría que haberse ido en paz,” dijo Nezumi con ferocidad.
“¿Eh?”
“Debería
haber sufrido hasta morir. No debería de haberse arrepentido de sus pecados y
haberse ido tranquilamente. Debería haber maldecido y odiado una muerte que no
es justa, y debería haber exhalado su último aliento retorciéndose de dolor.
Mira.”
Nezumi
señaló con la barbilla.
“Mira esta
habitación. Acuérdate de la cámara de ejecución de antes. ¿Cómo puede uno dejar
este mundo en paz después de haber sido aplastado, matado y atormentado como un
mero insecto? No se puede. Claro que no se puede. La mayoría de la gente que
atrapan en la Caza no escapa. Se les obliga a tener una muerte horripilante. Y
cuando esta gente moribunda se va, tienen que hacerlo dejando atrás palabras de
odio y sufrimiento. Lo que sienten de verdad – aunque sea un profundo
resentimiento o maldiciones… Nunca se les debería arrebatar lo que sienten de
verdad. Una muerte pacífica es una imitación. ¿Ser tratados como insectos,
sufriendo abusos y morir sonriendo? Qué salvación, ¿eh? Eso no es más que una
excusa conveniente. Es una excusa rastrera. ¿No estás de acuerdo? Aquí no hay
más que muertes horripilantes. Creo que hasta tú deberías entenderlo, ¿o no?”
“Sí…”
“¿De verdad
lo entiendes? Entonces-” Nezumi apartó los ojos de Sion. No había sido mucho el
movimiento de aquellos ojos grises, pero Sion sintió como si una sombra hubiese
cubierto la luz tenue que había estado brillando en ellos. Era imposible, lo
sabía, pero podía sentirlo.
“Entonces
mantén a raya esa arrogancia tuya. Respeta la muerte. No te lo creas tanto, y
no creas que puedes otorgar una muerte indolora. No vuelvas a poner los dedos
alrededor del cuello de alguien.”
Sion abrió
ambas manos. Todavía podía sentir el cuello del hombre en ellas. Le temblaban
los dedos.
Si estas manos tuviesen poder, si tuviesen
el poder para otorgar una muerte indolora, si tuviesen el poder para robar
almas igual que lo hace Nezumi, ¿qué habría hecho?
Sion se
preguntó a sí mismo, y sintió que aquellos dedos temblorosos le daban la
respuesta.
Probablemente no hubiese aflojado el agarre…
y si eso es asesinato, entonces me habría convertido en un asesino. Pero – pero
- ¿de verdad se puede considerar eso como algo malo?
“Nezumi.”
“¿Qué?”
“¿Está mal
poner excusas?”
“¿Qué?”
“¿Está mal
que en los últimos instantes de vida te liberen del dolor? ¿Está mal morir sonriendo?”
Aunque no
fuese más que una excusa o una burda imitación, Sion, al contrario que Nezumi,
no podía rechazar el hecho de que la gente pudiese desear una muerte pacífica,
y que había quienes concedían ese deseo. Nezumi suspiró.
“Sion,
¿sigues sin entenderlo? Si piensas en las docenas – no, cientos de personas a
las que han matado aquí… ¿qué pasa con todas esas vidas? ¿Con su odio? ¿Con su
resentimiento? ¿Vas a poner excusas y fingir que nunca han existido?”
“No. Nada de
eso. Eso es algo que no se podría tolerar. Pero es lo que se supone que hacen
los supervivientes. Viven, recuerdan y lo cuentan a los otros. Cuentan la
verdad de lo que pasa aquí. Es el trabajo de los supervivientes – nuestro trabajo.
Lo grabamos en nuestra memoria y no lo olvidamos nunca. Pero – pero al menos –
aquellos que están muriendo… si pudiesen abandonar su odio al irse, si pudiésemos-”
“¿Darles el
sueño eterno?”
“Sí.”
“Mira que
eres idealista.”
“No creo que
esté mal. No creo que hayas asesinado a nadie. No puedo verlo así.”
La
respiración de Nezumi se aceleró levemente. Una sombra cubrió sus ojos. Su
mirada se oscureció al mirar a Sion y tembló junto a su respiración.
“Recordar es
el trabajo de los supervivientes, ¿eh? Que conveniente, ¿verdad? ¿Cómo puedes
estar tan seguro de que alguien va a sobrevivir? Espera, veo que ya has asumido
que vas a sobrevivir. Cuanto optimismo, joven amo.”
“Juramos
volver juntos.”
“¿Qué no moriríamos
sin importar que?”
“Sí.
Sobreviviremos y volveremos juntos a esa habitación.”
Volver a esa
habitación. La habitación subterránea en la que vivían se le pasó por la mente
a Sion. Era una imagen tan vívida que parecía que la tenía delante. Todos los
libros que había tardado una semana en ordenar, las estanterías, que cubrían
las paredes y llegaban hasta el techo; aquel libro tan bien encuadernado –
Nezumi había dicho que era una historia de un país lejano; la silla vieja y
desteñida, pero resistente; aquel colchón tan duro; la tetera soltando vapor
encima del fuego; los ratones esparcidos por la habitación. Cravat, Hamlet,
Tsukiyo.
Sion se
llevó la mano al pecho. Tenía muchísimas ganas de verlo.
Quiero volver allí. Quiero volver a vivir
esos días una vez más. Aquellas imágenes no se hicieron añicos como lo
había hecho su visión de No. 6. No se resquebrajó y desapareció. Permaneció
firme, vívida y casi repulsivamente real. Le trajo hasta el olor de los libros
y los ruiditos de los ratones. Sintió un fuerte impulso de clavarse las uñas a
sí mismo. Ansiaba volver con todas sus fuerzas.
Aquella
habitación era al único lugar que tenía intención de volver con vida.
Nezumi
chascó lo dedos.
“Deberías
sobrevivir y hacer un documental de tu infiltración en el Correccional. Seguro
que vende.”
“Hace un
tiempo me dijiste que lo mío no era ser escritor.”
“¿En serio?
Es muy difícil encontrar un trabajo apropiado para ti. Pero tengo que reconocer
que te manejas bien con los perros y ordenando libros.”
“Ahora que
lo dices, creo que me he dejado un libro a medias en tu cama.”
“¿Cuál?”
“Una
historia que se desarrolla en un país lejano. Sobre un hombre que vende su alma
al demonio.”
“Ah.” Nezumi
cerró los ojos unos segundos y murmuró algo. “Sion,” dijo.
“¿Hm?”
“Este viaje
no ha hecho más que empezar.”
“Ya lo sé.
Queda mucho por delante… ¿verdad?”
“Tengo ganas
de verlo.”
“¿El qué?”
“A ti,”
respondió Nezumi. “Según tú, recordar es el trabajo de los supervivientes. Me
pregunto cuanto tiempo vas a poder actuar según esas palabras. Voy a observar
con total atención si de verdad intentas recordar todo lo que veas a partir de
ahora o si te fuerzas a ti mismo a olvidar. Voy a observar hasta el final,
hasta que esos labios pasen de decir palabras bonitas a retorcerse en una
mueca.”
Su tono de
voz era monótono y regular. No había rastro de sarcasmo, ira o irritación. Era una
voz que no contenía ninguna emoción pero que, por alguna razón, era pesada.
Sion apretó los puños y preguntó.
“¿No me
crees?”
“Si hablamos
de memorizar cosas, tengo una fe absoluta en ti.”
“Lo que
quiere decir que tus dudas son con respecto a mi propia humanidad.”
“Unas
cuantas.”
Nezumi
extendió la mano y pellizcó a Sion en la mejilla. Entrecerró los ojos y su luz
gris se intensificó.
“Siempre he
pensado que no seríamos capaces de vivir en harmonía,” dijo, “que no importa
cuanto tiempo estuviésemos viviendo juntos, cuantas experiencias compartiésemos,
mi vida llegaría a su fin y no habría sido capaz de entenderte. Voy a decirte
la verdad. A veces… te odio hasta el
punto de querer matarte. Pero solo a veces.”
“Ya lo
sabía.”
“¿Lo sabías?”
“Digamos que
me daba cuenta – de que me odiabas.”
Los dedos de
Nezumi apretaron con más fuerza su mejilla.
“Eres igual
que No. 6. Ofrece palabras e ideologías bonitas, pero su autentica forma es
algo horrible. Como un demonio cruel envuelto en un velo precioso.”
“¿Y estás
diciendo que yo soy así?” Sion cogió a Nezumi por la muñeca y la retorció para
soltarse. “¿Así es como me ves?”
No hubo
respuesta. Sion apretó la muñeca de Nezumi con fuerza.
“No soy como
No. 6. Soy completamente diferente. Pero tú no te das cuenta.”
Podía sentir
con los dedos el pulso de Nezumi. Apretó aún más.
“¿En qué
eres diferente?”
“Nunca te
mentiría. No usaría ningún velo. Todo lo que pongo delante de ti, es como soy
en realidad.”
“Sion, suéltame.
Duele.”
“Estoy poniéndolo
todo sobre la mesa. Tus ojos son los únicos en los que no se puede ver nada. Te
aferras a la idea de No. 6 y ni siquiera intentas verme sin asociarme a ella.
¿Mi auténtica forma? Tienes que estar de coña,” escupió. “¿Cuándo has intentado
verme por quien son en realidad?”
Su ira
hervía quemándole por dentro.
Eres tú el que nunca intenta dar ese paso
hacía mí. Si me odias hasta el punto de querer matarme, ¿por qué no lo haces?
Lo único que haces es juzgarme o aborrecerme a través de la imagen de No. 6. Si
pudieses lanzarme tus emociones – a mí como ser humano – aunque fuese un odio
que llega hasta el punto de querer matar, las aceptaría. Me he preparado para
aceptarlas.
¿Por qué no lo entiendes?
La ira de
Sion había sobrepasado sus límites y emanaba con total libertad. Nezumi negó
con la cabeza, como apartándole.
“Suéltame.”
Se soltó del agarre de Sion. “Tch, no aprietes con tarta fuerza. Me podrías
haber roto algo.”
“No eres tan
delicado.”
“Estaba
hablando de tu fuerza. Si la tienes, me gustaría que la usases cuando de verdad
hace falta. Mira, esta rojo.”
Nezumi
enseñó l a muñeca, que hora tenía unas marcas rojas. Sion había estado
apretando con más fuerza de la que había creído.
“No sabías
que tenías tanta fuerza, ¿verdad?” preguntó Nezumi.
“No, no lo
sabía.”
“Ves, ni
siquiera sabes eso sobre ti mismo.” Nezumi se puso los guantes, tapando las
marcas rojas. “No sabes que tipo de persona eres. Y tu mami probablemente
tampoco lo sabe. Seguro que piensa que eres un chico adorable con buenos
modales.”
“Tampoco es
que tú lo sepas, ¿no?”
“¿Yo? Bueno,
no estoy seguro,” dijo suavemente. “Seguramente sepa más que tú o tu mami, por
decir algo. Sion, tienes razón: estoy tan obsesionado con No. 6 que no te veo
con claridad. Pero no siempre es así. A veces – muy de vez en cuando – siento que
he sido capaz de entender algo de la persona que eres en realidad.”
“Y entonces
es cuando te entran ganas de matarme.”
“No, no es
así. No quiero matarte – más bien…”
“¿Más bien?”
“Puede – que
me asuste.”
Nezumi se
quedó en silencio. Movió los labios ligeramente.
Monstruo.
¿Era aquella
la palabra que habían formado sus finos labios al moverse?
¿Monstruo?
Nervioso,
Sion abrió la boca para volver a preguntar.
Pero se
escucharon pasos. De varias personas. Y eran ligeramente más firmes que los de
un hombre a punto de morir. Un par de hombres y una mujer llegaron hasta donde
estaban y se sentaron en medio de la habitación. Todos estaban sin alientos,
pero ninguno a punto de morir.
“Se acabó,”
dijo Nezumi.
Se refería a
que habían terminado lo que estaban haciendo. De la gente que habían capturado
en la Caza en el Bloque Oeste, habían eliminado a los que habían caído de
camino al ascensor; entonces, los habían metido a todos en la oscuridad bajo el
suelo. Se habían deshecho de ellos: los ancianos, niños, hombres y mujeres, sin
hacer distinción alguna.
“Venga, nos
vamos.”
“¿Eh?”
“No me
vengas con “ehs”. Estoy diciendo que tenemos que tenemos que hacer nuestro movimiento.
No vamos a conseguir nada aquí mientras hablamos. Y ya era hora, que me estaba
poniendo malo.”
“Nezumi, espera.
Sobre lo que estabas diciendo antes…”
“Es
suficiente.”
Se cortaron
palabras con meras palabras.
“Por
desgracia, no estamos en una situación en la que podamos permitirnos quedarnos
quietos y hablar. Joder,” maldijo Nezumi, “siempre me pasa lo mismo cuando
estoy contigo. A esto me refería con lo de idiota. Vamos. Podemos tirarnos todo
el día esperando, pero no nos van a traer un té. Se acabó el descanso. Muévete.”
“¿A dónde
vamos?”
“Vamos a
volver por este pasillo, justo por donde hemos venido. ¿A qué es fácil? Creo que hasta tú tienes que entenderlo.”
“¡Volver!
¿Para qué?”
“Para
avanzar.”
Nezumi
empezó a andar. Sion volvió a seguirle. El pasillo apestaba a sangre. Se
preguntó si los olores pesaban. El olor de la sangre que aún fluía de los
cuerpos era pesado, y parecía arrastrarse por el suelo y subirle por los pies.
Se dio
cuenta de que se estaba acostumbrando al olor. Comparado con la primera vez que
había atravesado el pasillo, las nauseas y el impulso de taparse la nariz no
eran tan fuertes. Se estaba acostumbrando al olor de la sangre. ¿Significaba
eso que se estaba volviendo más fuerte, o más insensible?
Sion empezó
a dar pasos más grandes, como si estuviese intentando librarse de aquel olor.
Monstruo.
La palabra que habían formado los labios de
Nezumi: ¿qué quería decir? Aunque preguntase, lo más seguro es que no obtuviese
una respuesta.
Sion levantó
la cara. Nezumi estaba lo suficientemente cerca como para tocarle el hombro si
estiraba el brazo. El olor de la sangre se hizo más pesado. Los gemidos y gritos
de la gente que no podía morir dejaron caer su peso sobre él. Sion volvió a
encontrarse cara a cara con el hecho de que él mismo estaba entre la vida y la
muerte.
“Nezumi.”
No hubo
respuesta. Alzó ligeramente el hombro derecho.
“En los
planos del Correccional, aparte del área que han construido hace poco, había
otro espacio en blanco, ¿verdad?”
“Sí…”
“¿Esto es
ese espacio en blanco?”
“Sí.”
Una respuesta
clara.
“Conocías
este sitio, ¿verdad?”
“¿Y qué pasa
si es así?”
“Entonces,
¿qué era esa línea que se extendía hasta abajo del espacio?”
Aquella vez,
Nezumi ni siquiera se dio a vuelta. Pero su forma de andar cambió.
“¿Te has
dado cuenta?” dijo.
“Bueno, era
algo raro…”
Era una
línea rara. Destacaba mucho, sobre todo teniendo en cuenta que todo el plano
estaba lleno de líneas que señalaban las incontables habitaciones que formaban
la complicada estructura del Correccional, los circuitos eléctricos y las
barreras a intervalos regulares. El primero era el área que acaban de construir
en la planta superior; el otro era el sótano. A partir de ahí, había una línea
que se extendía hasta llegar más abajo. Una línea recta. No era el símbolo de
un circuito o de una tubería; de hecho, parecía un pasaje. Pero no había nada
al final de dicho pasaje, ni siquiera un espacio en blanco. Se acababa de golpe
a mitad. En el Correccional, hasta el más mínimo detalle estaba calculado para
evitar cualquier posibilidad de fuga; estaba diseñado para maximizar su
funcionalidad de la forma más eficiente posible. Teniendo en cuenta eso,
aquella línea era algo muy raro.
Nezumi se
detuvo. Girándose ligeramente hacia Sion, le miró.
“¿Qué crees
que es?”
“¿Es algo
que podría llegar a adivinar?”
“No. Da
igual lo mucho que fuerces a tu patética imaginación, nunca serías capaz de
averiguarlo. Seguro que este sitio también estaba fuera del alcance del radar de
tu imaginación, y no por poco.”
Si existiese
dicho radar, haría mucho que se habría hecho pedazos. Nunca había imaginado que
pudiese existir un mundo así.
No había sabido
nada. Pero ahora, lo sabía.
Los dos
espacios en blanco: con una imaginación como la suya, no podía percibir lo que
había en la planta superior. Pero ahora entendía lo que había en el sótano. Lo
sabía a la perfección. Ese lugar, que no era más que un espacio en blanco en
los planos era el infierno que la Ciudad Sagrada había materializado en aquel
mundo. No. 6 era una ciudad estado: eso significaba que las personas la hacían
funcionar. Entonces, ¿quería decir que era posible que las personas se volviesen
tan salvajes? ¿Cómo podían evitar convertirse en eso? Entonces…
Sion se
mordió el labio. Mientras seguía mordiendo, negó con la cabeza.
No era buena
idea pensar ahora – no tenía el tiempo ni la fuerza. Pero algún día estaba
seguro de que encontraría la respuesta.
¿Cómo de
despiadados podían volverse los seres humanos?
¿Cómo podían
evitar convertirse en eso?
Algún día lo
averiguaría.
Sion tomó
aire y olió la sangre. Tenía confianza. Estaba completamente convencido de que algún
día encontraría la respuesta por sí mismo. Era como una roca. También era la
convicción de que, sin importar a que tipo de situaciones tuviese que
enfrentarse, sería capaz de seguir siendo un ser humano.
Nezumi
seguía girado, mirando a Sion. Sion fijo su vista en Nezumi.
Si, Nezumi. Tengo confianza. Siempre y
cuando siga junto a ti, puedo estar seguro de que seguiré siendo humano.
“¿Qué?”
Nezumi parpadeó. “¿De qué te ríes?”
“¿Reirme?”
Se llevó una mano a las mejillas. La sangre y el sudor se habían secado,
formando una capa de suciedad. “¿Me estaba riendo?”
“Sí. En
serio, ¿te parece graciosa esta situación? Pensaba que te habías vuelto loco
del todo.”
“Aún estoy
cuerdo. Creo.”
“Espero que
sea así. Es un sitio como este, la locura y la cordura están a un paso de
distancia.”
“Si me
volviese loco, ¿me dejarías aquí?”
“Por supuesto.
Ya eres una cargar bastante grande estando cuerdo.”
“Me lo
imaginaba.”
Heh. Los labios de Nezumi se curvaron.
Él también estaba sonriendo en una situación como aquella. Era una sonrisa que
no era ni amarga, ni fría. Hasta se podía decir que era una sonrisa alegre.
“No te
abandonaría, Sion.”
Sion levantó
la barbilla un poco. Estaba claro que lo siguiente que iba a decir no era una
frase bonita como, “te llevaré hasta allí aunque tenga que llevarte a cuestas.”
“Te abriría
la garganta con un único corte.”
Todavía
sonriendo, Nezumi levantó un dedo. Sus ojos grises no estaban sonriendo. Estaban
quietos, como la superficie de un lago congelado.
Sion se
llevó la mano a la garganta sin pensar. Ahí estaba el corte que había hecho
Nezumi un par de días atrás. Había hecho un corte superficial con la punta del
cuchillo. La cicatriz que había quedado, que sólo había sangrado un poco y se
había cerrado hacía bastante, latía.
“Tranquilo,”
dijo Nezumi arrastrando las palabras. “Hasta yo me apiado de la gente. Sería
rápido. Nunca te haría sufrir.”
“Gracias,”
dijo Sion a falta de algo mejor para decir, con la mano aún en la garganta. “Muy
amable por tu parte.”
“Siempre soy
amable contigo. A veces creo que te malcrío demasiado. Algo de lo que hoy me
arrepiento.”
“Podría ser
un estado de confusión momentánea.”
“¿Eh?”
“Asegúrate
de diferenciar si me he vuelto loco de si estoy en estado de shock por la
confusión. Entonces puedes decidir si quieres cortarme el cuello. No debería
ser muy tarde para tomar la decisión.”
“Si tengo
tiempo para ello.”
“Hey, un
momento,” dijo Sion indignado. La cicatriz aún latía bajo sus dedos.
Si Nezumi
iba a ser el que acabase con su vida, no tenía ninguna queja. Tal y como había
dicho, lo más seguro es que Nezumi le cortase la garganta sin causarle ningún
dolor. Sion había visto por sí mismo lo atrayente que era una muerte pacífica.
No se quejaría. Pero no quería que su muerte fuese inútil. Quería vivir y
volver a aquella habitación, costase lo que costase.
“Puede que
sea difícil, pero quiero que te asegures por si acaso. Por favor.”
“¿Cómo?”
“Tírame
agua. Y si no hay agua… supongo que no queda otra, supongo que puedes darme una
bofetada como la de antes. Dicen que la gente puede recuperarse de un brote de
histeria con algo tan pequeño como-”
“Te daré un
beso.”
“¿Eh?”
“Antes de
abrirte la garganta, te daré un beso,” dijo Nezumi con suavidad. “Ya verás lo
bien que se me da eso de dar besos de despedida. Entonces puedes irte al cielo.”
“Nezumi…”
Lo más
seguro es que estuviese rojo como un tomate. Tenía calor. Tenía la frente empapada
de sudor. Nezumi hablaba con un tono bromista, pero lo más seguro es que no
estuviese bromeando.
Te vuelvas loco o te hieran, si no puedes
moverte es tu fin. Así que te daré un beso de despedida antes de abrirte la
garganta.
Un beso
mortal. La parte más íntima de Sion latió en respuesta. Negó con la cabeza.
Daba igual lo seductor que fuese, tenía que alejar de él cualquier cosa que le
llevase a la muerte.
“No es buena
idea. Necesito que encuentres otra forma o tendré problemas.”
“¿Por qué?”
“Mi ataque
de pánico sólo empeoraría.”
Nezumi abrió
los ojos desmesuradamente durante un instante, entonces giró la cara para
reírse. Aunque estaba intentando no reírse, su cuerpo temblaba al hacer el
esfuerzo y no podía controlarse bien.”
“No-” cogió
aire, “No – lo entiendes, ¿verdad? Mira que… responder con seriedad…. Yo… mira
que eres corto.”
“¿Tan
gracioso es?”
“No podría
haberlo hecho mejor.” Quitándose los guantes, Nezumi se secó los ojos. “Nunca
habría imaginado que… me reiría en serio en un sitio así. Muy gracioso.”
“No era una
broma.”
“Vale, Sion,
para. Lo entiendo. Nunca te volverías loco, ¿no?” Secándose los ojos otra vez,
Nezumi tomo aire. “Los humanos son más dados a reírse de lo que esperaba. Ya sé
algo nuevo.”
La sonrisa
desapareció de la cara de Nezumi. Con una expresión tan firme que le recordó a
Sion a la de una máscara. Nezumi señaló con lentitud con la barbilla.
“Vamos.”
Estaban en
el final del pasillo. Estaban en aquel sitio otra vez. Parecía que la oscuridad
se había hecho aún más profunda desde la última vez que habían escapado de
ella.
La montaña
de cadáveres había crecido. Era normal, ya que habían añadido un tercer grupo a
la pila. Pero aun así Sion se encontró a sí mismo retrocediendo. Y pensar que
la masa de personas muertas se había hecho más grande…
“Hmm, creo
que es suficiente,” murmuró Nezumi, de pie entre el torrente de oscuridad,
hedor y los gemidos de la gente que aún estaba viva. Sion sintió un escalofrío
recorrerle la espalda.
“Nezumi,
¿qué vamos a-?”
“Escalar.”
“¿Escalar?”
“¿Has
escalado alguna vez?”
“Nezumi… ¿de
qué estás hablando…? Con eso de escalar no estarás diciendo que-”
“Pues claro
que lo estoy diciendo. No hay caminos. Ni señales, mapas ni linternas. Tu
cuerpo es lo único en lo que puedes confiar. ¿Lo entiendes? Sigue mi ritmo.”
Nezumi puso
el pie en la masa negra. Sion estaba mirándolo atónito.
“¿A qué
esperas? Date prisa.” Podía escuchar la voz de Nezumi caerle desde arriba. No
contenía rastro alguno de irritación o desdén, pero era una voz que le dolía.
Era como si le estuviese dando con un látigo.
No voy a tolerar ninguna duda. No podemos
volver, retrasarnos o buscar otro camino. Sólo podemos seguir adelante. Y no
voy a permitirte dudar aquí, Sion.
Lo sé. Lo sé. Lo sé.
Sion avanzó
hacia la pila negra. Los dedos le temblaban con violencia. No podía cogerse
bien.
“¡Sion!”
Lo sabía.
Sabía que no tenía permitido asustarse. Se metió el puño en la boca y mordió
con fuerza. El temblor paró. Escucho el sonido de la tierra temblar que
provenía de alguna parte de aquella masa. Se quedo petrificado. No era la
tierra temblando. Eran las voces de la gente. Aquella montaña estaba hecha de
gente. No lo olvides. Vive y grábalo todo
en tu memoria. Sobreviva y cuenta la historia.
No voy a permitirme dudar.
Levantó la
mano. Los dedos ya no le temblaban.
Primero (?) woa, me he leido todos los caps aqui, mil gracias por traducirlos ;o; Son tan hermosos y tan bien traducidos!
ResponderEliminarPD: No eres Joey en DZ? -preguntarandom-
¿DZ? (Creo que con esto queda claro que no soy yo xDDDD)
EliminarAntes que nada, felicitarte por el excelente trabajo que estás haciendo con la traducción de las novelas. Es soberbio y te agradezco muchísimo que lo hagas porque gracias a ti puedo entender un poco mejor la relación de Nezumi y Sion... y la verdad... es que es muchísimo más compleja de lo que se puede percibir en el manga o en el anime. Principalmente en este capítulo, creo que se nota claramente como los sentimientos abiertos de Sion consumen y atacan directamente el intelecto de Nezumi. Es obvio que no pueden estar en el mismo nivel emocional, dadas las vidas tan diferentes que ambos han llevado, pero me he llevado una sorpresa interesante al ver la forma en que Nezumi percibe a Sion. Wow!! No sé si esto puede llamarse una historia de amor, pero creo que a todas luces existe una conexión entre ambos que va mucho más allá de una simple empatía amistosa... lamentablemente creo que Nezumi sufre por ello y por eso a veces trata de esa forma a Sion. Es muy muy interesante y jamás me habría percatado de ello si no fuera gracias a ti y la maravillosa novela que te muestra mucho más de ambas personalidades.
ResponderEliminarGracias y sigue adelante. Le das mucha alegria a muchas personas con estas traducciones, incluída yo, que siempre llego a casa, después del trabajo, pensando en que teno un capi más que leer de No. 6.
Saludos!!!!