Capítulo 1
Mejor sería no saber de mí mismo
Al saber lo que hice mejor sería no saber de
mí mismo.
¡Despierta a Duncan con tus aldabazos!
¡Ojalá pudieras!
-Macbeth
Acto II Escena II
Escuchó el
viento. Era un sonido seco y triste.
No puede ser…
Sion se
detuvo y parpadeó con lentitud. Estaba oscuro. Aunque sus ojos se habían
acostumbrado a la oscuridad, la penumbra sólo se reflejaba en sus ojos como
tal, y estaba completamente teñida de negro. Y, claro está, no soplaba ningún
viento.
Estaban en
el fondo de la tierra.
Un lugar en
el seno de No. 6 – un sitio precisamente oscuro. El sótano del Correccional.
Claro que no iba a soplar el viento. Ni siquiera podía haberlo escuchado. Pero
aun así estaba seguro de haber escuchado un silbido agudo. Había sido sólo
durante un instante, pero lo había escuchado.
No era algo
que hubiese escuchado antes en No. 6, donde había estado viviendo hasta no
hacía mucho. No era una brisa que mecía con suavidad los numerosos toldos, ni
era algo que le traía la fragancia de las flores. Era –
El viento de
las ruinas.
Era el grito
del viento que silbaba entre los restos del hotel en ruinas en una esquina del
Bloque Oeste. Era un viento frío. Cada vez que lo sentía golpear su cuerpo,
recordaba haber tenido la sensación de helarse hasta los huesos. Y de hecho,
gente como los ancianos que caían en las calles, incapaces de moverse, o niños
que no tenían energía por estar hambrientos, sufría sus latigazos y acababa por
morir congelada. Era un viento invernal cruel y despiadado.
Pero lo
echaba de menos.
Prefería un
millón de veces el viento helado que soplaba en las ruinas a la suave brisa que
recorría No. 6.
¿Qué estaría
haciendo Inukashi? ¿Estaría hirviendo las sobras en aquella olla tan grande
para dárselas a sus perros? ¿Estaría ocupado contando las ganancias del día?
Inukashi, con su piel morena, su pelo negro y su cuerpo enjuto.
Había dejado
un bebé al cuidado de Inukashi. Le había obligado a encargarse de un niño en
contra de su voluntad.
Déjate de tonterías, Sion. Mi hotel es un
negocio, no un orfanato sin ánimo de lucro.
Sion podía
imaginarse la mueca de disgusto en su cara.
Lo siento,
Inukashi. No tenía a nadie más. No he tenido más remedio que aferrarme a ti y
suplicarte que me ayudes.
Tsk.
Inukashi
chascó la lengua.
Un incordio vayas donde vayas, ¿eh? Está
bien, me encargaré de él. Hasta yo tengo un corazón que puede sentir un poco de
compasión. Pero es muy pequeño, hasta los perros van a despreciarle. Aunque no
me queda otra. Uno de mis perros ha arriesgado la vida para protegerle. No
puedo deshacerme de él… Mírame, soy un blando. Hasta me pongo enfermo a mí
mismo.
Inukashi, te
doy las gracias.
Tu gratitud no me hace feliz. No me reporta
ningún beneficio. Sion, voy a encargarme del bebé por ahora. ¿Lo entiendes? Sólo por ahora. Más te vale
volver a por él. Tu has decidido acogerle. Tú lo crías. ¿Entendido? Más te vale
volver…
“Sion.”
Nezumi se
giró y le llamó. Podía ver con claridad aquellos brillantes ojos grises.
Incluso en aquella oscuridad, los ojos de Nezumi absorbían la luz y la
soltaban. O – Sion dejó vagar sus
pensamientos.
¿O podría encontrar esos ojos aunque no
hubiese luz, aunque estuviese inmerso en una oscuridad sin ningún rayo de luz
para iluminar mi camino?
“No te
pares. Sígueme.”
“Oh – sí. Lo
siento, me he distraído.”
“¿Distraído?”
“Me ha
parecido escuchar el viento. El mismo viento que sopla en las ruinas de
Inukashi… sé que me lo he imagido, pero – Nezumi.”
“¿Hm?”
“Me pregunto
qué estará haciendo Inukashi ahora mismo.”
Nezumi
parpadeó. Sion le vio tomar aire.
“Los tienes
cuadrados.”
“¿Eh?”
“No todos
pueden distraerse en una situación así. La mayoría de gente se pondría
histérica y tendría una crisis nerviosa, pero escuchar el viento o pensar en
otras personas – es demasiado. Tenerlos así de cuadrados creo que te pone al
nivel de un dios. ¿Vas a dejar que te adore una vez por la mañana y otra por la
tarde a diario?
“¿Estás
siendo sarcástico?” Dijo Sion monótonamente.
“Jamás,”
dijo Nezumi. “No me atrevo a hacerme el listo con un dios. Estoy impresionado
de verdad. Pero-”
Cogió a Sion
del brazo. Dolía. Nezumi le estaba clavando los dedos. Sabía la fuerza que tenían
esos dedos, a pesar de lo finos y delicados que parecían. Habían sido muchas
las veces que Nezumi le había apretado el brazo con fuerza. Habían sido muchas las veces que Nezumi le
había cogido del brazo y le había levantado. Una y otra vez, infinitas veces –
de la muerte a la vida, de la desesperación a la esperanza, de la ficción a la
realidad, Sion había conseguido seguir adelante gracias a esos dedos.
“A partir de
ahora, mira a ver si eres más un humano cobarde. No te preocupes por Inukashi.
Piensa sólo en protegerte a ti mismo.”
“Entendido.”
“¿En serio?”
“Sí. Creo.”
“Creo, ¿eh?
Nada me tranquiliza menos.” Nezumi se echó a reír. Fue una risa corta, pero
ligera y alegre. “Mira dónde estamos, en qué situación y de lo que estamos
hablando. Creo que los dos somos la falta de seriedad en persona. A lo mejor
puedo unirme a los dioses si me junto contigo un poco más.”
Entonces su
tono se transformó en uno duro y severo. Apretó más los dedos.
“Pase lo que
pase, no te separes de mí. Sigue adelante con tu propia fuerza. Ya te lo he dicho.
No voy a repetírtelo.”
Sion
asintió. Nezumi le dio la espalda y echó a andar, habiendo visto o sentido la
inclinación de cabeza de Sion. La figura que tenía delante no se daría la
vuelta con facilidad. Sion lo sabía de sobra.
... a caballo regalado, no le mires el dentado.
ResponderEliminar¡Gracias!