Capítulo 4
Perded toda esperanza
Por mi se va a la ciudad doliente,
por mi se ingresa en el dolor eterno,
por mi se va con la perdida gente.
por mi se ingresa en el dolor eterno,
por mi se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!
-Dante, La Divina Comedia Volumen 1: El Infierno,
Canto III
Empezó de
repente. Nadie hubiese podido predecirlo.
Empezó de
repente entre la gente que se había reunido en la plaza. Empezó cuando el gas
se esparció después de haber estado comprimido bajo tierra durante un largo
periodo de tiempo.
Día de la Celebración Sagrada, 2017
12:15 pm
Plaza central, Ayuntamiento (también conocido como
Moondrop)
El viento que soplaba era frío y cortante,
pero el sol brillaba. El cielo estaba despejado y teñido de un azul brillante,
lo apropiado para las celebraciones. El corazón de la gente rebosaba
optimismo. Ondeaban banderas y alababan
la Ciudad Sagrada.
“Nuestra excelentísima No. 6.”
La plaza central de la ciudad, donde
tenían lugar todas las ceremonias, rebosaba de gente.
“Que calor,” se quejaba una gente en medio
de la multitud. Era joven y delgada. “Parece que vaya a ahogarme, hay mucha
gente.”
“Cierto,” le dio la razón su amiga. Tenía
el pelo negro y corto. Suspiró mientras se secaba el sudor de la nariz. “¿No es
horrible el poco espacio que hay para andar? Sudar en invierno es agradable.
Estoy pegajosa.”
“Es increíble. Nos hemos arreglado para
nada.”
“Lo
sé.”
Ninguna de las dos había sudado. Siempre
habían vivido en sitios que ajustaban la temperatura y la humedad para obtener
la máxima comodidad. No podían soportar el sudor bajo sus brazos y que les
bajaba por la espalda. Encontraban muy desagradable el calor que desprendía la
multitud.
La mujer del pelo negro frunció los
labios, labios que llevaba pintados.
“Mi supervisor dijo que tenía que
participar en la ceremonia sí o sí. Me bajaría el sueldo si no lo hacía.”
“El mío también. Dijo que era obligatorio que asistiese. Si no, te
puedo asegurar que no estaría aquí.”
“Sabrían por la tarjeta de identificación
si no hubieses venido, ¿verdad? Las puertas escanean tu número de ciudadano
cuando pasas por ellas… y he escuchado que después lo notifican al trabajo.”
La mujer delgada asintió con gravedad y
frunció el ceño. Una gota de sudor se deslizó por su mejilla.
Oh,
que desagradable. Ojalá pudiese darme una ducha y refrescarme.
La mujer del pelo negro continuó con sus
quejar.
“Mi hermana pequeña es una estudiante,
pero me ha dicho que tenían que reunirse todos en el colegio para que los
trajesen en bus hasta aquí.”
“¿En serio? En nuestros tiempos no hacían
eso, ¿verdad?”
“No. Tengo entendido que han empezado este
año. Quieren confirmar el nivel de lealtad a la ciudad. Mi hermana se estaba
quejando de que si no participas, te ponían puntos negativos en la columna de
actividades. Te ponen un insuficiente. Eso quiere decir que no podrías
continuar tu educación o encontrar trabajo. Me parece algo muy estricto, ¿no
crees?”
“Lo es. Prácticamente nos están obligando. Y
hablando de eso – últimamente se oye mucho, ¿no? Vayas donde vayas es nivel de
lealtad esto, nivel de lealtad lo otro. Es bastante raro-”
Un hombre de mediana edad de constitución
fuerte, vestido con una camisa blanca y unos pantalones crisis, interrumpió a
la mujer delgada cogiéndola del brazo.
“¿Qué-?” empezó a decir la mujer.
“¿Qué estabas diciendo?”
“¿Perdone?”
“¿De qué estabais hablando?”
Las dos mujeres se miraron entre ellas. Sus
corazones se aceleraron. “S-solo comentábamos… ya sabes, el calor que hace y
esas cosas… nada importante…”
“¿En serio? A mí me ha parecido que
estabais expresando descontento hacia la ciudad. ¿Me equivoco?” Los ojos
afilados del hombre brillaron. Sus palabras eran corteses, pero la luz en sus
ojos era afilada y feroz. Aquella mirada estaba asustando a las mujeres. El
miedo se apoderó de sus cuerpos.
El Departamento de Seguridad.
“¡N-no!” protestaron. “Descontento – no –
nunca, nunca diríamos algo así. Nunca pensaríamos eso. Nosotras no, nunca…” La
mujer del pelo negro se apretó las manos contra el pecho. Las lágrimas llenaban
sus ojos. Ayuda. Mamá, papá. Ayudadme.
“Da igual. ¿Nos permitís escoltaros?
Tenemos todo el tiempo del mundo para escuchar vuestra historia más tarde.”
“¿Cómo puedes…? Eso no… no…” Incapaz de
soportarlo por más tiempo, la mujer del pelo negro se echó a llorar. La mujer
delgada también estaba temblando.
“Permitid que os escoltemos.” Otro hombre,
vestido de forma similar, apareció de la nada y cogió el brazo de la mujer. Sus
dedos estaban sorprendentemente helados.
No
– no es justo, sólo estábamos hablando. Sólo estábamos diciendo lo que pensamos
en voz alta.
Estaba tan sorprendida por todo aquello,
que las lágrimas se negaban a salir. No se echaría a llorar como su amiga. La
mujer delgada solo temblaba.
“Venid.” Los ojos del hombre destellaron.
Tengo
miedo. Mucho miedo. Mamá, papá, ayudadme.
-Mmgh.
Se escucho un gemido ahogado. Había salido
de la boca del hombre. Se le estaban hinchando los ojos y abría y cerraba la
boca sin parar. Ninguna voz salía de ella. Sólo sus labios se movían. Se llevó
las manos al cuello. El color de su cara empezó a oscurecerse.
“¿Q-qué pasa?”
El hombre de los dedos fríos extendió el
brazo hacia ella.
¡¡Aaaah!!
La mujer gritó. Tenía la sensación de que
aquel grito iba a desgarrarle la garganta. La mujer del pelo negro había
empezado a gritar casi en el mismo instante.
“¡Dios
mío!”
El hombre dejó de moverse. Se quedó
rígido, con los ojos y la boca todavía abiertos. Podían ver el interior de su
boca.
Plunk.
Algo cayó al pavimento con un sonido
suave. Algo pequeño y blanco…
Dientes.
Al hombre se le estaban cayendo, uno a
uno, todos los dientes de la boca. También se le estaba cayendo el pelo. Varios
mechones se volvieron de color blanco y cayeron al suelo. Su cuerpo tuvo
convulsiones. Una mancha negra se expandió desde su cuello. Se hinchó formando
un huevo, y entonces –
Sintió el miedo más enorme que jamás había
sentido recorrerla. Tenía la sensación de ir a volverse loca. O puede que ya lo
estuviese. Quizás se había vuelto loca y por eso estaba viendo cosas que se
suponía que no existían. No le quedó más
opción que gritar. Tuvo que alzar la voz y liberar su miedo de alguna forma. Si
no, su cuerpo acabaría por hincharse y explotar. Se haría pedazos.
La mujer tomó aire.
¡Aaaaah!
¡Eeeek!
Antes de que la mujer pudiese abrir la
boca, chillidos y gritos emergieron de la multitud. Se escucharon aquí y allá.
Voces hombres, chillidos de mujeres, gritos de jóvenes, el clamor de los
ancianos – todo se retorció y se mezcló.
“¡Nooo!” La mujer del pelo negro agitaba los
brazos, frenética. Parecía estar realizando una danza grotesca. “Hay – hay
alguien. Dentro de mí. ¡A-ayuda!” Se le cayeron los dientes cuando abrió la
boca para gritar.
Plunk,
plunk, plunk.
Una mancha negra se expandía por su
cuello.
“¡Veneno!” decía alguien. “¡Corred! ¡Nos
han envenenado!”
Escuchó otra voz. Decía, “vamos a morir
todos.”
Veneno.
Corred. Vamos a morir todos. Es veneno. Corred. Vamos a morir todos.
La mujer pasó por encima del hombre que
había caído e intentó echar a correr. Pero antes de hacerlo vio algo brillar
delante suyo. ¿Un bicho? Alguien la
empujó. Una mujer obesa tropezó y cayó cerca. Una masa de cuerpos pasó por
encima de ella.
Esto
es un infierno. Tengo que salir de aquí – rápido – ya. Llevándose la mano al cuello de forma
inconsciente, la mujer pasó por encima de los cuerpos tirados en el suelo y
echó a correr con desesperación.
Día de la Celebración Sagrada, 2017.
7:02 am – Lost Town
Karan estaba haciendo pastas. Lazos, de
hecho. Retorció la masa, que tenía pedazos de almendra, dándole la forma de
lazo. La frio, la espolvoreó y la decoró con azúcar como toque final.
“Tiene pinta de estar buenísimo.” Dijo
Lili, a la que se le estaba haciendo la boca agua.
“Y lo están. Espera a que separe unos
pocos que no voy a sacar para venderlos y nos los comemos con un té. ¿O
prefieres comerlos con un vaso de leche caliente, Lili?”
“Con leche fría. Prefiero la leche fría.”
“Leche fría pues. Pero no mucha, o te dará
dolor de estómago. Pero Lili, antes de eso-”
“Tengo que ayudar con la tienda, ¿verdad?”
terminó. “Voy a hacer un trabajo genial. Me encanta poder ayudarte con la
tienda. Es genial.”
“Hoy es la Celebración Sagrada. Va a haber
mucho trabajo.”
“Lo sé. Primero digo ‘hola, bienvenido’, y
luego pongo las pastas y las magdalenas en la bolsa.”
“Mm-hmm. Y acuérdate de decirles, ‘no
duden en usar las bandejas que hay en la mesa junto a la puerta. Pueden poner sus
cosas ahí.’ Y si los clientes son niños, o discapacitados, tienes que
preguntarles, ‘¿necesita ayuda?’”
“¡Hola, bienvenido! No dude en usar las…
las…”
“Las bandejas que hay en la mesa junto a
la puerta.”
“Las bandejas que hay en la mesa junto a
la puerta. Puede poner sus cosas ahí. ¿Necesita ayuda?”
“¡Perfecto, Lili! Ese es el espíritu. Y no
te olvides de sonreír.”
Las fosas nasales de Lili se ensancharon
apreciativamente. “Sonreír es fácil cuando huele tan bien. Se me derriten las
mejillas, así.” Su mirada se ensombreció cuando se cogió las mejillas con las
manos. Su tonó de voz también bajó un poco.
“¿Karan?”
“¿Sí, querida?”
“¿Puedo llevarme algunas pastas para
papá?”
“Pues claro. Apartaré algunas para tu
padre y para tu madre - ¿qué pasa, Lili? ¿Le ha pasado algo a Renka?”
Karan había escuchado que la madre de
Lili, Renka, estaba embarazada de su segundo hijo. Quizá había pasado algo. A
los residentes de Chronos se les prometía un tratamiento meticuloso por parte
de personal especializado, desde la concepción hasta el nacimiento. Pero los
residentes de Lost Town sólo podían soñar con un tratamiento médico del nivel
del de Chronos. La mortalidad, el ratio de invalidez, los ancianos y los niños
eran mucho superiores en comparación a Chronos.
Karan no estaba descontenta con su vida en
Lost Town. Pero más de una vez se había visto obligada a enfrentarse al
hecho de que estaban en el último
escalón de la jerarquía tan rígida que la ciudad había creado.
Sintió un escalofrió.
No por darse cuenta de que estaban en el
último escalón, sino por la realidad de que había gente que dominaba a otra y
reinaba sobre otra de aquella forma. También sintió un escalofrió por no
haberse dado cuenta antes.
Oh, que descuidada había sido.
Lili negó con la cabeza. Su pelo fino y
liso se meció.
“No es mamá. Es papá.”
“¿Getsuyaku-san? ¿Le ha pasado algo?”
“Ha tenido que ir a trabajar, aunque es el
día de la Celebración Sagrada.”
La Celebración Sagrada era una de las
fiestas más reverenciadas en No. 6. Centros educativos y organizaciones
gubernamentales cerraban, al igual que la mayoría de tiendas y oficinas de la
ciudad. La mayoría de los ciudadanos se reunía en la plaza frente al
ayuntamiento para escuchar con avidez el discurso del alcalde, y para celebrar
el nacimiento y la proliferación de No. 6. Y desde el año pasado la
participación era obligatoria. Haciendo pasar a los ciudadanos por las puertas
de la plaza, la ciudad podía saber al instante si habían participado o no en la
ceremonia. Cualquier ciudadano que no tuviese una razón válida para no
participar que cumpliese el criterio fijado por las autoridades era investigado
al detalle. Según los rumores se les interrogaba.
Karan sentía que la ciudad asfixiaba más
día a día. Pero aun así, muchos ciudadanos participaban en el festival no
porque les obligasen, sino porque querían. Se reunían por propia voluntad y
ondeaban sus banderas blancas con bordados dorados. Por propia voluntad - ¿era así en realidad?
“Karan, las pastas.” Lili parpadeaba.
Karan se dio cuenta de que había estado apretando un lazo con la mano.
“Oh, vaya, he estropeado uno. Entonces,”
continuó con rapidez, “¿Getsuyaku-san no se ha podido tomar el día libre?”
“No…”
La Celebración Sagrada era un evento
enorme, pero aun así había gente que iba a trabajar como cualquier otro día, o
que tenía que ir a trabajar a la fuerza. Karan era una de ellos. No podría
subsistir si no trabajaba. Los pasteles y las magdalenas se vendían
especialmente bien los días de fiesta. Esos días “el dinero entraba a raudales”,
hablando en plata. Karan tenía pensado usar eso como razón para no participar
en la ceremonia ese año. En su formulario de No Participación, que había tenido
que entregar, había tenido que describir su trabajo, beneficios mensuales y las
ganancias previstas si abría la tienda durante la fiesta. También se le había
requerido entregarla en persona. Aunque eso había sido un fastidio, y aunque
hubiese sido mucho más fácil cerrar la tienda y participar, Karan había elegido
no hacerlo.
No
puedo dejarme llevar por el camino fácil.
Siempre había consentido tomar la decisión
fácil. Había perdido práctica en nadar a contracorriente. Había dejado que su
corazón se entumeciese y se había dejado llevar con facilidad. ¿Y no había
aprendido por las malas cual había sido el resultado de aquello?
Se habían llevado a su hijo.
Se habían llevado a la mejor amiga de su
hijo.
Le habían arrebatado injusta y súbitamente
lo más importante para ella. No iba a dejarse llevar más. Tendría que
plantarse, o no podría volver a mirar a Sion o a Safu a la cara sin
avergonzarse. No sería capaz de lanzarse a abrazarlos cuando volviesen a casa.
Eso era lo último que quería perder.
“Lili, ¿te sientes sola porque tu padre no
está aquí? Pero supongo que no se puede hacer nada si es por su trabajo, ¿eh?”
“No,” protestó Lili. Volvió a negar con la
cabeza. “Mamá siempre dice que no se puede hacer nada. Pero no es eso. No me
siento sola. Además, voy a ayudarte con la tienda, y es genial. Mis amigos
tienen envidia de que vaya a trabajar en una panadería – así que no me siento
sola, estoy – estoy… preocupada.”
“¿Por tu padre?”
Lili asintió.
“¿Por qué? ¿Ha pasado algo para que te
preocupes, Lili?”
“La verdad es que no,” dijo
dubitativamente. “Papá siempre me da un beso en la mejilla antes de irse a
trabajar. Dice que le hace feliz. Dice que es una especie de amuleto de la
suerte.”
“Vaya, que bonito.”
“Sí. Es el mejor. Pero hoy se le ha
olvidado. Se h ha ido a trabajar sin darme un beso. Se ha ido mientras mamá y
yo hablábamos en la cocina… ni siquiera ha dicho que se iba. Se ha ido sin
más.”
“Puede que estuviese ocupado.”
“No sé. Pero tampoco ha desayunado mucho.
Sólo media rebanada de pan y un café. Y también suspiraba. Así.” Lili bajó los
hombros y exhaló.
El cariño que le tenía Karan aumentó.
Lili estaba preocupada, a su manera, por
su padre. ‘Puede que le preocupe algo, puede que esté cansado’ - se había dado cuenta de aquellos pequeños
cambios en su padrastro, el segundo marido de su madre. Y estaba preocupado por
él. Lili había pasado por la experiencia de ver morir a su padre cuando era muy
pequeña. ¿Venía aquella gentileza suya de aquel incidente?
“Lili…” Karan quería mucho a aquella niña.
Se agachó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los de Lili y le acarició
el pelo. “Sigue sonriendo. Tu sonrisa es mi amuleto de la suerte. Me pongo
triste cuando frunces el ceño, Lili.”
“Karan… papá no me ha dado un beso hoy,
pero no pasa nada, ¿verdad? Dios protegerá a papá, ¿verdad?”
“Claro que sí. Ya sé, ¿por qué no le das
un beso a papá cuando vuelva a casa, Lili?”
“Sí, lo haré.”
“Bien, vamos a abrir la tienda, ¿vale?
¿Puedes poner los lazos en la bandeja y ponerlos en el estante?”
Cheep-cheep. Escuchó unos ruiditos.
“¡Señor ratón! ¿Aún estás aquí?” dijo Lili
con alegría. Un ratón marrón retorcía la nariz debajo de la mesa. Tenía las
patas delanteras juntas y movía la cabeza de arriba abajo. Karan se dio cuenta
enseguida de que era un gesto de despedida.
“¿Vuelves con tu maestro?” ¿Y con mi hijo? Karan partió un pedazo
de la pasta que había aplastado antes, y la puso frente al ratón. El ratón la
cogió con las patas delanteras, y empezó a mordisquearla enseguida.
“Karan, mira, la pasta y el Señor Ratón
son del mismo color.”
“Oh. Ahora que lo dices, es verdad. Tu
pelo es del mismo color que la pasta.”
Cheep cheep cheep. El ratón levantó la cara y fijó la mirada
en Karan. Tenía los ojos del color de la uva.
“Cravat… ¿te llamas así? ¿Cravat?”*
Cheep-cheep. El ratón soltó unos grititos, como
diciendo, ‘sí’.
“Cravat. Que nombre tan bonito. Adiós
pues, Cravat. Por favor, dile a tu maestro que le estoy agradecida. Que sus
palabras me han ayudado mucho… estoy muy, muy agradecida. Por favor, díselo.” Y, si puedes, díselo también a Sion. Que le
estoy esperando – que mamá siempre estará esperándole, y que no se rendirá. Así
que dile que vuelva a casa.
El momento de la reunión
llegará. Nezumi
|
La escueta nota que le había mandado
Nezumi. Cuanto valor le habían dado esas palabras.
El momento de la reunión
llegará. Nezumi
|
Un mensaje firme y lleno de valor. Le
había servido de apoyo a su corazón. Nezumi,
¿tendré la oportunidad de abrazarte? ¿Podré abrazarte junto a Sion? ¿Podría
seguir esperando y creer que algún día seré capaz?
Cravat se terminó la pasta, junto las
patas delanteras e inclinó la cabeza. Entonces se escurrió por una esquina de
la habitación y desapareció de la vista de Karan.
“Se ha ido.” Lili frunció el ceño. “¿Se ha
ido para siempre?”
“No, volveremos a verle. Estoy segura.
Venga, vamos a abrir la tienda. Se va a llenar y cuento contigo, Lili.”
“¡Claro señora tendera! Déjemelo a mí.”
Lili hizo una reverencia exagerada. Karan se echó a reír mientras abría la
puerta. Podía ver el cielo. Su color azul hizo que se le humedeciesen los ojos.
El viento era frío, pero parecía que iba a hacer sol. Parece que va a hacer buen tiempo-
Sintió un escalofrió.
¿Qué?
¿Qué era?
Juntó y apretó las manos por instinto.
Hacía frío. Tenía la sensación de estar congelándose por dentro. Fue sólo
durante un instante, pero notó como se le tensaba la cara y sus manos se ponían
rígidas. Se le puso la piel de gallina.
Notaba como le hormigueaba la piel. Una y
otra vez. Algo se estaba acercando, algo que no podía ver.
Un grupo de gente que iba hablando pasó
junto a ella, bandera de la ciudad en mano. Estaban participando en la caminata
que iba desde Lost Town hasta el ayuntamiento. Vio varias caras familiares.
Hubo quienes asintieron a forma de saludo, otros miraron a Karan con
curiosidad, otros se detuvieron para aspirar el aroma de las pastas que salía a
la calle. Había un padre que llevaba a su hijo de la mano; parejas jóvenes; una
anciana con un gorro sobre su cabello blanco.
Andarían hasta el ayuntamiento y
participarían en la ceremonia. A mitad de la ruta, se suponía que se les
repartiría comida. Todas y cada una de las caras tenía una sonrisa relajada,
como si estuviesen disfrutando de un picnic en un día libre.
Lo único que podía hacer Karan era
observar sin moverse.
Temblar.
Podía sentir los escalofríos recorrer su
piel. Se estremeció al mirar al cielo. Estaba despejado y azul. El cielo
invernal, que parecía un cristal azul, se extendía sobre su cabeza. Pero había
algo ahí, en ese cielo. Podía sentirlo.
No podía verlo u oírlo. Sólo sentirlo.
Había algo allí.
Algo se estaba acercando.
Día de la Celebración Sagrada, 2017
Hora desconocida
Una habitación en las ruinas, Bloque Oeste
Inukashi se despertó. Se había dormido sin
darse cuenta. Que raro. Me pregunto
cuánto hace desde la última vez que dormí así. Puede que hubiese sido
cuando era un bebé, mamando del pecho de su madre canina. La muerte siempre
andaba cerca en el Bloque Oeste, y la violencia y los robos eran el pan de cada
día. Los ladrones podrían colarse en las ruinas, llevando armas con ellos, en
cualquier momento. Incluso con sus perros allí, no podía relajarse. Inukashi
era plenamente consciente del entorno en el que vivía, y del miedo que
aguardaba en él. Por eso nunca dormía profundamente. Sus nervios siempre
estaban alerta para detectar cualquier peligro que se acercase enseguida, fuese
medianoche o mediodía. Era como un pequeño animal salvaje.
Pero acababa de quedarse completamente
dormido. No podía creer que él,
precisamente él, se hubiese quedado profundamente dormido, aunque no hubiese
sido mucho tiempo.
¿Estaré
cansado? Se apartó el
flequillo. Estoy agotado por lo que va a
pasar – por lo que voy a hacer. Tiene que ser eso. Hasta ha empezado a dolerme
el estómago de los nervios.
Estoy
agotado por vuestra culpa, ¿sabéis? Pedazo de inútiles. Se quiere más a una
plaga que a vosotros.
Intentó dirigir sus quejas a imágenes
mentales de Sion y Nezumi. Nezumi no expresó nada, pero Sion se encogió de
hombros a modo de disculpa. Inukashi volvió a apartarse el flequillo. Se estiró
y giró el cuello.
¿Hmm?
Sentía su cuerpo más ligero de lo que
había esperado. Estaba muerto de hambre, pero no le dolía nada. Había dormido
en condiciones, y sentía la energía recorrer su cuerpo. Así que mi cuerpo quería dormir no porque estuviese cansado, sino para
acumular energía.
Tch,
vas en serio, ¿verdad Inukashi? Chascó la lengua sin darse
cuenta. Cuanto más se juntaba con Sion y Nezumi, más se confundía a la hora de
determinar su sincera opinión. Sentimientos que había mantenido en el fondo de
su corazón habían empezado a aflorar. Le cabreaba lo suficiente como para
hacerle chascar la lengua. Pero al mismo tiempo le daba la bienvenida.
Eso
quiere decir que voy en serio. Intentó silbar. El perro negro que tenía a sus pies movió la oreja.
He
tomado la decisión de luchar está batalla con ellos. Y
aquello significaba creer. Supongo que esto quiere decir… que en el
fondo, estoy intentando creer en ellos, en el futuro, y, más que nada, en mí
mismo.
Un ruido gutural e irritante apartó a
Inukashi de sus pensamientos. Rikiga estaba encogido con una manta, roncando.
Tenía varias botellas de alcohol vacías a su alrededor. Daba la sensación de
que cada vez que exhalaba, emanaban de él vapores con olor a alcohol. Le ponía
enfermo.
“Tch. Es el claro ejemplo de como no
querrías ser de mayor,” dijo Inukashi con desdén. Echó una mirada a un rincón
de la habitación. Se podía ver una manta lila asomar entre los perros tumbados.
Rikiga se la había dado para el bebé. Rikiga había anunciado orgulloso que
había elegido ese color para que hiciese juego con los ojos de Sion, pero
Inukashi pensaba que era un tono de lila llamativo y vulgar que ni se acercaba
al color de los ojos de Sion. Pero había aceptado la manta, claro está, porque
las mantas para bebé eran un artículo de lujo que no se encontraba todos los
días en el Bloque Oeste.
“¿Sion?” El bebé estaba en silencio. Ni
siquiera se le escuchaba respirar. A Inukashi se le aceleró el corazón.
Venga
ya…
Era inusual que un bebé sobreviviera en un
entorno tan duro como el del Bloque Oeste. Hambre, hipotermia, enfermedades,
accidentes e infanticidio. También estaba la muerte súbita. La muerte siempre
vagaba en busca de una presa, presa que nunca tenía la misma forma. Los bebés
indefensos eran presas del cuco de la muerte.
“No estás muerto, ¿verdad? Tiene que ser
una broma.” Le cogió en brazos, manta incluida. Unos ojos morados, muy
parecidos a los de Sion, le observaron. Inukashi tuvo la sensación de ver una profunda
oscuridad. El color de la oscuridad había aparecido durante un instante, tras
capas y capas de negro. Sion parpadeó. Frunció los labios, como si estuviese
pidiendo leche. El corazón de Inukashi dejó de latir tan rápido.
“Sion, estás vivo. No me des esos sustos.”
El par de ojos morados apartó la vista.
Sion se retorció en los brazos de Inukashi. Inukashi movió los brazos con
rapidez para que no se cayese. El bebé ni reía, ni lloraba – sólo miraba algo
fijamente. Inukashi tuvo la sensación de estar sosteniendo en sus brazos a una
criatura extraña.
“¿Qué pasa? ¿Qué estás mirando?”
La mirada de Sion estaba fija en algo
lejano. Algo muy lejano. Inukashi no sabía a donde llevaba esa mirada.
“Sion…” ¿Qué te pasa? ¿Por qué miras con esos ojos? ¿Qué estás viendo ahí
fuera, Sion?
Lleno de incertidumbres, Inukashi abrazó
al bebé con fuerza.
El viento silbaba al pasar sobre las
ruinas.
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