Capítulo 2
Una canción del pasado
Nezumi
levantó la cara. Tenía el ceño ligeramente fruncido.
“¿Qué? ¿Qué
acabas de decir, Sion?”
“He dicho
que quiero ir.”
Sion dio un
sorbo a su taza de agua caliente. El poco azúcar que tenía mezclado le daba un
punto dulce. El azúcar era considerado un artículo de lujo en el Bloque Oeste.
Hacía mucho tiempo que Sion no había tomado agua que supiese a algo.
“He dicho
que quiero ir a verte actuar.”
“¿Por qué?”
“Bueno… por
nada en particular. Simplemente quiero ir.”
Nezumi bajó
la cara y cerró el libro que estaba leyendo con un golpe seco.
“Eso no es
una respuesta. Si estás buscando algo para matar el tiempo, considera otras
opciones.”
“No tengo
tiempo libre para matar. Tengo que ir a lavar los perros por lo menos dos veces
por semana, y le he prometido a Kalan y a los demás que les leeré unos libros.
También he empezado a trabajar a tiempo parcial para Rikiga-san. De hecho,
estoy a punto de irme.”
“¿Trabajar a
tiempo parcial? ¿Para el viejo? Espero que no sea haciendo algo tan sumamente
respetable como hacer fotos a mujeres desnudas.”
“No, me
encargo de los recados y de algunas cosas más. Ordenar recibos, limpiar la
oficina y cosas así. La verdad es que Rikiga-san tiene mucha variedad de
negocios. No tenía ni idea.”
“Bueno, me
apuesto a que a mis ratones le salen alas antes de que ese viejo empiece a
manejar negocios decentes. ¡Ja! Más
te vale tener cuidado Sion. Quien sabe cuando va a aparecer alguna mujer y se
te va a tirar encima con un cuchillo como le pasó a Rikiga.”
“No creo que
vuelva a pasar algo de eso,” dijo Sion escépticamente. “Rikiga-san lleva un
tiempo diciendo que ya ha tenido suficientes mujeres.”
“Pura
palabrería. Adora a las mujeres. Lo lleva en la sangre. No puede vivir sin
ellas. Si le dieses a elegir entre el alcohol y las mujeres, probablemente
escogería el alcohol después de pensárselo mucho.”
“No endulzas
lo que dices, ¿eh?”
“Al
contrario que tú, no voy sobrado de amabilidad.”
Nezumi se
levantó. Un pequeño ratón marrón se subió a su hombro como si hubiese estado
esperando. Era Cravat, ratón al que Sion había puesto ese nombre por el color
de su pelo.
“¿Es algo
malo ser amable con todo el mundo?” Las
palabras de Sion se endurecieron. Algo temblaba en su pecho. Y ese temblor
hacía que le costase respirar. Aquel era un sentimiento que nunca habría
conocido de haberse quedado en No. 6. Diversas emociones se retorcían en su
interior. Formaban patrón tras patrón, como un caleidoscopio.
A Sion le
había sorprendido el tamaño de sus emociones, y la agitación de las mismas,
desde que había empezado a vivir en el Bloque Oeste. Su corazón se estaba
deshaciendo de su capa exterior. Su alma estaba renaciendo al escapar de la
capa rígida y tensa que la envolvía.
Nezumi dejó
el libro en la estantería y cogió su capa.
“Palabras
amables que no hieren a nadie - ¿qué significado tienen?” Nezumi se envolvió la
prenda de superfibra por los hombros y se puso los guantes. “Todo lo que sale
por tu boca es amable e indiferente. Igual que el piar de los pájaros o el
zumbido de los insectos. Es bonito, pero no se queda grabado en ninguna parte.
Ni siquiera en ti mismo.”
“Nezumi-”
“Sion, no
eres amable. Lo que pasa es que no quieres hacerte daño. Por eso quitas las
espinas a todo lo que dices. Sin ningún sentido de la responsabilidad, escupes
palabras que ni duelen ni hacen bien. Admítelo – tengo razón.”
Sion no
podía negarlo del todo. No podía cabrearse ni quejarse de que Nezumi le estaba
insultando. Las palabras de Nezumi estaban llenas de espinas. Si Sion no tenía
cuidado al tocarlas, éstas se clavarían en sus dedos, haciéndolos sangrar.
Quizás, al compararlas, sus palabras si que fuesen indiferentes.
Sion no
pensaba que evitar herir a alguien fuese algo malo. Si pensaba que aquella
amabilidad fuese inútil. También sabía
que Nezumi no estaba criticando su amabilidad.
Palabras
amables que no herían a nadie y palabras que no cargaban con el peso de sus
consecuencias… No. 6 estaba repleta de ellas.
Que pena. Alguien debería hacer algo al
respecto.
Que desgracia. Lo siento de todo corazón.
Nos esforzaremos al máximo. Nos dejaremos la
piel.
Tenéis que llevaros bien con todo el mundo.
En un
ambiente como aquel, inconscientemente se había olvidado del significado y del
peso de sus palabras. Pero la amabilidad, preocupación, promesas y amor
superficiales no tenían ningún valor. No eran más que algo repulsivo. Sion ya
se había dado cuenta sin necesidad alguna de que Nezumi se lo dijese. Lo sabía,
pero deseaba poder fingir que no.
Nezumi había
visto lo que había en las profundidades del corazón de Sion. Y el resultado de
la irritación producida por la amabilidad y humildad artificiales de Sion había
sido aquellas palabras llenas de espinas. Sion sabía que merecía pincharse con
ellas. Pero –
“Siempre voy
en serio cuando hablo contigo.”
Nezumi se
giró.
“¿Hm? ¿Qué
has dicho?”
“No…” Si se
liaba con su respuesta, era probable que Nezumi se irritase aún más. Pero Sion
tenía la sensación que le pesaba la lengua, de ésta que se negaba a moverse.
Estoy aquí, frente a ti, y voy en serio.
Aquellas palabras pesaban – pesaban tanto que a Sion se le hacía difícil el
pronunciarlas.
Cravat, que
estaba subido en el hombro de Nezumi, empezó a hacer ruiditos.
¡Chit, chit! ¡Cheep, cheep, cheep!
“Mierda,
llego tarde.” Dijo Nezumi con un tono de voz calmado. No quedaba ni rastro de
la irritación de hacía unos momentos.
“Hasta
luego, Sion. Ya te lo he dicho antes, pero ten cuidado cuando estés trabajando
en la oficina del viejo.” Con eso, Nezumi se fue. Sion se quedó solo – bueno, puede
que no tan solo. Hamlet y Tsukiyo, los ratones, estaban durmiendo en su regazo.
Sion les
acarició la cabeza con los dedos, y dio otro sorbo a la taza de agua caliente
endulzada. Estaba buenísima. Pensó que quizá la expresión “dulce néctar” se
refería a aquello.
Los días que
Sion había pasado en el Bloque Oeste habían afilado rápidamente sus sentidos, y
sin que él se diese cuenta: vista, oído, olfato, tacto y sabor. Cuando vivía en
No. 6 podía comer tanta comida “deliciosa” como quisiese, hasta estar lleno.
Había podido. Si lo deseaba, podía conseguir cualquier carne, verdura, pescado,
dulces o frutas sin límite alguno. Cuando se había mudado a Lost Town, su selección de comida había
disminuido considerablemente en comparación a cuando vivía en Chronos, pero
apenas había notado la diferencia.
El pan y las
tartas de su madre estaban deliciosos, y no se cansaba de comerlos. Pero Sion
sentía que incluso aquel sabor no penetraba tan hondo en su corazón como el
sabor de aquella taza de agua caliente.
Se terminó
la taza. La calidez llegó hasta sus dedos y llenó de fuerza su cuerpo.
“Bueno, hora
de irse.”
Sion dejó
con cuidado en la cama a Hamlet y a Tsukiyo y se levantó.
“Pero, ¿no
creéis que he aprendido muchísimo desde que vine aquí? Hasta puedo ordenar
recibos escritos a mano. Y dice que friego el suelo y los platos tan bien como
cualquier hombre hecho y derecho. Hecho y derecho. Puedo estar orgulloso de mí
mismo, ¿no?
Estoy ganándome el pan usando mi cuerpo y mi
cerebro. Puedo estar orgulloso de mí mismo, sin importa que tipo de trabajo sea
ni lo poco que gane. ¿Verdad?
Tsukiyo
levantó la cabeza y movió las orejas, como si estuviese asintiendo.
Tch. Nezumi apretó los dientes. Inútil, reprendió mentalmente. No se
refería a Sion. Estaba hablando de sí mismo. Cravat gritó con suavidad desde su
capa.
¡Skreet, skreet! ¡Cheep, cheep, cheep!
“Cállate. No
hace falta que me lo digas; ya lo sé. Lo que estaba haciendo era pagar mi
frustración con Sion. Ya lo sé.”
A veces –
aunque muy pocas – las emociones de Nezumi se volvían inestables cuando estaba
cerca de Sion. Perdía el control y decía todo lo que pensaba tal cual.
Chocaban, haciendo saltar chispas. Nezumi nunca había tenido intención de
condenar a Sion. Sabía que el mismo no era lo suficientemente justo o fuerte
como para tener derecho a hacerlo. Pero dudaba cuando estaba con Sion.
Su corazón,
que quería odiar y rechazar todo lo que tenía que ver con No. 6, dudaba.
No. 6. La
ciudad estado más detestable que existía sobre la faz de la tierra. No era ninguna
utopía ni ninguna ciudad sagrada. Aquellos nombres no eran más que una farsa.
En cuanto hiciese una grieta en aquella fina capa, el monstruo revelaría su
verdadero aspecto.
Un monstruo
que devoraba a las personas.
No dudaba a
la hora de destruir lo que tenía alrededor ni de masacras tribus enteras si
significaba prosperidad para sí misma. Saqueaba, lo absorbía todo y dominaba.
Algún día, acabaré con ella. Para
Nezumi, No. 6 era un oponente que tenía que derrotar con sus propias manos, una
existencia que tenía que desaparecer del mundo.
Pero dentro
de ese monstruo tan grotesco vivía un chico como Sion. Sion había acogido a un
intruso, un VC – término que se usaba en No. 6 para designar a los convictos
violentos – en su casa, había curado sus heridas, le había dado de comer y un
sitio en el que dormir, y había terminado perdiendo su estatus de élite por
ello. Sion lo había perdido todo, y aun así se lo había confesado a Nezumi.
Da igual las veces que vuelva a aquella
noche, volvería a hacer lo mismo. Abriría la ventana y te esperaría.
Eran unas
palabras claras y sinceras. Palabras que le habían atravesado el corazón.
Durante un instante, de lo único que había sido capaz Nezumi había sido de
mirar fijamente y sin pestañear a Sion. Sion no había usado aquellas palabras a
forma de demostrar una amabilidad superficial, y Nezumi estaba seguro que la
gente que tenía a su alrededor era igual que él.
La madre de
Sion tenía una fe inquebrantable en que su hijo volvería, y pensaba
constantemente en él mientras esperaba a que volviese. Según los ratones que
Nezumi había enviado como mensajeros, las magdalenas y el pan que hacía estaban
buenísimos, tanto que le hacían a uno la boca agua sólo de pensar en ello. Y
también estaba aquella chica con aquel amor tan firme.
Ese era el
tipo de gente que Sion tenía alrededor – aquellos que se esforzaban al máximo
día a día. Sus palabras eran sinceras, no eran condescendientes con los demás,
y vivían dignamente. Esa gente vivía dentro de aquel monstruo.
Si no
hubiese conocido a Sion, nunca habría imaginado algo así. Habría continuado
despreciando a todos y cada uno de los ciudadanos de No. 6 y deseando la caída
de la ciudad.
Pero le
había conocido.
Y habría
aprendido.
¿Puedo seguir odiando, aun sabiendo eso?
Dudaba. Perdía
la compostura. Se volvía indeciso.
Nezumi se
detuvo y de giró. La muralla exterior de No. 6 reflejaba la tenue luz del
crepúsculo. Su brillo rojo le recordaba al fuego. Hace mucho, mucho tiempo,
había visto ese color, y había dejado una huella marcada a fuego en sus
recuerdos. No era ni carmesí, ni bermellón, ni rojo. Era una mezcla de los tres – un color tan
indescriptible como el caos.
Nezumi
seguía viendo aquel color incluso después de haber salido del bosque y haber
atravesado el mercado. Lo más probable es que no se olvidase de aquel color en
la vida.
Ardía.
Casas, árboles, su hermana recién nacida y su madre que la tenía en brazos.
Todo ardía.
“¡Corre!”
había gritado su madre mientras ardía. Su precioso cabello, su piel, su cuerpo…
eran una masa de llamas. Su padre había cubierto el cuerpo de su madre con el
suyo, moviendo las manos frenéticamente intentando apagar el fuego. Un soldado
de No. 6 les apuntó con un lanzallamas.
Brotó más
fuego.
Su padre, su
madre y su hermana desaparecieron entre
las llamas, que ardían con fuerza. El shock de calor y dolor superó a Nezumi y
le hizo caer al suelo.
Duele. Quema. Tengo miedo.
Quema, quema, quema, quema, quema, quema,
quema.
“¡Corre!” El
gritó de su padre atravesó las llamas. “¡Corre! Aunque seas el único que se-”
Entonces,
todo se desmoronó. Nezumi lo había visto todo. Se suponía que lo había visto
todo. Pero no se acordaba. Lo único que recodaba era el color de aquellas
llamas furiosas y su rugido – el sonido de las llamas no era más que eso, el
rugido de una bestia – y la espalda de una anciana.
Una anciana
le llevaba cargado a la espalda mientras corría. Su espalda era huesuda, e
incluso a su edad, a Nezumi le pareció muy pequeña. Pero era firme. Su espalda
y sus piernas eran robustas.
La anciana
corrió, atravesando las llamas, el calor que desprendían y a los soldados de
No. 6. Atravesó los matorrales de un camino sin marcar y cruzó un pequeño
riachuelo.
Nezumi
estaba vivo gracias a aquella mujer. Había sobrevivido.
Una vez que
Nezumi se había recuperado de las quemaduras lo suficiente como para moverse,
la anciana empezó a hacer los preparativos para emprender un viaje.
“Tenemos que
alejarnos del demonio,” murmuró la mujer como para sí misma. “Pero volveremos.
Volveremos para vengarnos.”
Mientras se
desplazaban de las tierras yermas a las tierras inferiores que más tarde se
conocerían como el Bloque Oeste, la mujer hablaba día y noche.
Hablaba, una
y otra vez, de los últimos momentos de la Gente del Bosque, de los actos
inhumanos que más tarde se grabarían para siempre en los recuerdos de unos
cuantos como el incidente conocido como la Masacre Mao. Sus historias
continuaron aún después de haberse instalado en un sótano en el Bloque Oeste.
Nezumi creció enterrado en libros, escuchando las historias de la anciana.
Nunca sintió que le faltase nada. Pero la cicatriz que tenía en su espalda
dolía, como si reaccionase a las historias de la anciana. La voz de su madre y
los gritos de su padre resonaban en su mente. Aquello le dolía.
¡Corre!
Aunque seas el único que se-
Cada vez que
lo recordaba, la cicatriz le latía con más fuerza. Era como si la cicatriz se
estuviese retorciendo por eso. La mujer siempre miraba a Nezumi en silencio
mientras éste aprataba los dientes y soportaba el dolor. Su mirada era fría,
inexpresiva.
La anciana
también estaba llegando a su límite mental. Su propio odio, desesperación y
angustia amenazaban con aplastarla. Su lucha estaba muy cerca del borde de caer
en la tentación de la muerte. Nezumi sentía, por instinto, no por lógica, la
tormenta de emociones que se estaba formando en su interior.
Aquella
noche, estaban durmiendo en las afueras del Bloque Oeste. Fue unos cuantos días
de que terminasen por establecerse allí. Como era normal, habían encendido un
fuego y habían dormido cerca de él. Durante un tiempo, el cuerpo de Nezumi se
encogía cuando veía fuego. Ese color, ese rugido, esos gritos atravesando su
cuerpo, y su cicatriz le quemaban.
Pero en
cuestión de un año, su miedo había desaparecido.
El fuego era
algo esencial para mantenerse caliente y para asar carne. Si seguía temiéndolo,
moriría congelado. Nezumi había llegado a una conclusión.
Lo que da miedo son las personas, no el
fuego.
Siempre se
turnaban vigilando el fuego después de dormir unas cuantas horas.
“Duerme
hasta que amanezca, cuando el cielo del este empiece a aclararse. No tienes por
qué sentirte culpable. Los ancianos no necesitamos dormir mucho.”
Fue justo
antes de que Nezumi se fuese a dormir. La anciana había sonreído, cosa que casi
nunca hacía, mientras echaba una rama seca al fuego. Las llamas murmuraron con
suavidad. Fue más como el ruido que hacían los ratones que un rugido.
El cielo del
este todavía estaba oscuro cuando Nezumi se despertó. Se levantó de golpe y
miró a su alrededor. Escuchó unos débiles sollozos. Aquella voz le había despertado.
La hoguera
seguía encendida. Las llamas ondeaban.
“Abuela…
¿qué te pasa?”
La anciana
estaba encogida y tenía la cara escondida entre las manos mientras sollozaba.
Nezumi nunca la había visto llorar. Se acercó a ella y le puso una mano en la
rodilla.
“¿Qué te
pasa? ¿Tienes hambre? ¿Te duele algo?”
La mujer no
le contestó. Aquellos sollozos silenciosos no pararon.
“Venga, dime
qué pasa. ¿Te duele algo? ¿Estás enfadada?” Nezumi sacudió la rodilla de la
mujer. Ella era la única persona en el mundo en la que podía confiar y en la
que podía apoyarse.
No quiero que llores.
No quiero que te duela nada. No estés
triste. Por favor, abuela.
“Lo siento…”
los sollozos se detuvieron. “Me avergüenzo… pero no podía soportarlo…”
“Pero, ¿qué
pasa? ¿Estás bien?”
La mujer
extendió la mano para acariciarle la cabeza a Nezumi.
“Mi querida
tierra está muy cerca. Pero – ahora, la mayor parte del bosque Mao se ha
perdido. Esa ciudad demoníaca está creciendo en su lugar. Poco queda del bosque
en el que crecí, en el que crecieron tu padre y tu madre, en el que creciste
tú. Ni siquiera podemos poner un pie en lo que queda del bosque. Pero, está
cerca… tan cerca…”
“Abuela…”
Nezumi tocó la mejilla de la mujer con la puta de los dedos, y secó sus
lágrimas. Le sorprendió lo calientes que estaban. “No llores. No puedes llorar.
Debilitará tu corazón.”
La anciana
asintió y miró a Nezumi a los ojos.
“Deja que te
enseñe una canción.”
“¿Una
canción?”
“Sí. Tu
madre era la mejor Cantante en todo Mao. Yo también lo fui – hace muchos,
muchos años. Fui yo la que enseñó a tu madre a Cantar.”
“¿Me vas a
enseñar?”
La anciana
miró a Nezumi directamente a los ojos y asintió profundamente una vez más. Ya
no estaba llorando. Sus ojos secos eran de un color más oscuro que el cielo que
se extendía sobre ellos. Sus ojos oscuros reflejaban las llamas de la hoguera.
“Tienes
aptitud para ser un Cantante. Solías ir al bosque a cantar con tu madre a
menudo. ¿Lo recuerdas?”
Nezumi negó
con la cabeza.
Todos sus
recuerdos eran vagos e iban a parar a aquel día en el que todo se desintegró
entre las llamas. Tenía problemas a la hora de recordar algo con claridad.
“Sólo… una
voz.”
“Una voz,
¿dices?”
“Recuerdo
una voz. Una voz que decía – te enseñaré una canción que necesitarás para
continuar viviendo.”
Ven aquí.
Deja que te enseñe una canción. Te enseñaré
una canción que necesitarás para continuar viviendo.
¿No había
escuchado una voz diciendo aquellos?
La mujer le
miró, perpleja, y su boca se retorció.
“¿Era… la
voz de tu madre?”
Nezumi se
quedó en silencio un momento tras su pregunta. No podía recordar la voz de su
madre. Corre – aquel grito se
aferraba a sus oídos y bloqueaba su voz al cantar y su risa. Pero aunque no la
recordase, estaba seguro de una cosa – no era la voz de su madre.
“No. No era…
humana.”
“Ya veo.” Un
suspiró se escapó de sus labios retorcidos. “Ya veo – ya lo sabes.”
“¿Eh? No sé
nada. Tengo la sensación de haber escuchado esa voz en un sueño.” Quizás no era
más que un sueño, una ilusión. Pero la mujer negó lentamente con la cabeza.
“No fue un
sueño. Eres un Cantante. La Diosa del Bosque te ha escogido.”
“Diosa del
Bosque…”
“Sí. Ella es
el bosque en sí mismo. Bendice a la Gente del Bosque y también les inspira
miedo. Siempre está junto a nosotros, velando por nosotros, bendiciéndonos. A
veces nos hará daño, nos destruirá y nos hará desaparecer.”
Destrucción y desaparecer. ¿Se refiere al
fuego? Quemaba, robaba y hacía desaparecer toda existencia.
“No.” La
mujer había sentido en lo que estaba pensando. Negó con la cabeza con fuerza
como si quisiese interrumpir sus palabras. “Ese fuego es diferente. Ese está
hecho por el ser humano. Es el resultado de la maldad y la avaricia del ser
humano. La destrucción que trae la Diosa del Bosque es diferente.”
La mujer
echó u n par de ramas secas al fuego. Las llamas se inflaron ligeramente. El
fuego que tenía delante era amable. Le proveía de calor y le permitía cocinar.
“La gente de
aquella ciudad demoníaca redujo el bosque a cenizas. Redujeron a ceniza la
morada sagrada de la Diosa del Bosque.”
“¿También murió
la Diosa del Bosque aquel día?”
“La Diosa
del Bosque no muere. Las manos del ser humano nunca acabarán con ella. La gente
de esa ciudad demoníaca no conoce Dios alguno. No conocen su terror. No
intentan conocerlo.”
“Se llama
No. 6.”
“¿Qué?”
“La ciudad
se llama No. 6. Se lo he escuchado decir a alguien.”
“¿A quién?”
“Un viajero.
Dijo que era un bardo.” Nezumi se había encontrado con un grupo vestido de
blanco mientras recogía ramas en el páramo. Muchos de ellos tenían bolsas
blancas colgadas a la espalda.
Le habían
dicho que había seis ciudades-estado en el mundo, y que la gente se reunía
dentro y alrededor de aquellos lugares para vivir. Entre todas ellas, No. 6 era
la más bonita y abundante, y también la más aislada.
“Tienes
buena voz,” un bardo subido a un caballo le había dicho. El hombre tenía unos
ojos marrón claro, el mismo color que el de la tierra del páramo. “Una voz muy
buena. Si la entrenas, podrías convertirte en un cantante de primera. ¿Qué te
parece, chaval? ¿Por qué no vienes con nosotros?”
Nezumi
estaría mintiendo si dijese que la oferta no le atraía un poco.
Viajaría alrededor
del mundo, con instrumentos y canciones por compañeros. Libre del odio, libre
del peso de sus recuerdos, cantaría, tocaría y bailaría según desease su
corazón.
A Nezumi le
atraía muchísimo aquella idea.
Sintió el
mismo placer que sentiría si se hubiese metido en un riachuelo claro y frío.
Pero dio un paso atrás y negó con la cabeza.
No podía
irse y dejar sola a la anciana. Y, más que aquello, no podía continuar con su
vida y permitir que aquella ciudad siguiese viviendo sin recibir su castigo. No
iba a deshacerse de su odio.
“Ya veo. Qué
pena,” el bardo exhaló, y se inclinó sobre el caballo. “Estoy seguro de que nos
volveremos a encontrar algún día. Eres igual que nosotros. No eres de los que
se queda quieto en un lugar – eres de los que van de aquí para allá. Para tu
información, tengo un ojo buenísimo para ver a la gente como es en realidad,”
se rio.
Sus largos
dedos, aptos para tocar instrumentos, tocaron el cuello del caballo. El caballo
relinchó. Empezó a trotar con aquellas piernas firmes y robustas.
El grupo
desapareció enseguida detrás de la nube de polvo que habían levantado.
“No. 6,”
murmuró la anciana mientras tenía la vista fija en el fuego. “El nombre no
importa. Esa ciudad, y los que viven en ella, caerán algún día. La Diosa del
Bosque no les perdonará.”
Las ramas
ardieron. Las llamas iluminaron el perfil de la anciana en la oscuridad.
“La Diosa
del Bosque no les perdonará. Y algún día su castigo caerá sobre ellos.”
“¿Significa eso
que no tendremos que vengarnos nosotros?” ¿Podríamos
deshacernos del odio, del recuerdo de ese grito?
“No, no voy a olvidar,” dijo la anciana. “No voy
a deshacerme de mi odio. Puede… que sea tarde para mí. Soy muy vieja. Lo más
seguro es que no viva para ver el castigo de la Diosa con mis propios ojos. Por
eso se la devolveré yo misma. Si pudiese apuñalar aunque fuese a uno-”
Y la anciana
había mantenido su palabra. Cuchillo en mano, se había lanzado contra el
alcalde, que había ido al Correccional para realizar una inspección. La mujer
no consiguió rasgar su ropa, y mucho menos apuñalarle. Le dispararon en el
pecho, cuchillo aún en mano, y murió en los brazos de Nezumi que había corrido
hacia ella. Había sido prácticamente un milagro que no hubiesen matado también
a Nezumi.
A él le
capturaron y le metieron bajo tierra, donde conoció a un hombre llamado Rou.
Quizás Rou había conocido a la anciana en alguna parte, ya que lo sabía todo
sobre Nezumi y le había aceptado por completo.
“Te enseñaré
todo lo que sé,” había dicho Rou. Se
parece mucho a lo que dijo la voz de la Diosa, había pensado irónicamente.
Aquello
había sucedido dos años antes de conocer a Sion.
Nezumi se
detuvo y miró al cielo. Los rayos del sol perdían fuerza con rapidez y estaban
a punto de desaparecer. Los días en el Bloque Oeste eran cortos, la noche
llegaba pronto. Como la imponente figura de No. 6 tapaba el cielo, el sol
iluminaba aquella tierra muy poco tiempo.
No. 6
dominaba hasta el cielo. Destruía y devoraba un mundo que, supuestamente, no
debería pertenecer a nadie.
Nezumi se
tocó la espalda suavemente. Todavía latía de vez en cuando. Su cicatriz latía
como si le estuviese ordenando que no olvidase jamás.
Nunca
olvides. Nunca olvides. Nunca olvides. Nunca olvides. Nunca olvides. Nunca
olvides.
No olvidaré. No podría hacerlo aunque
quisiese.
Despreciaba
No. 6. Había matado a sus padres y a la anciana. Había reducido a cenizas el
bosque, y había masacrado a la Gente del Bosque. No dudaba a la hora de
aplastar vidas humanas bajo sus pies si aquello significaba prosperidad para
ella. No deseaba la coexistencia, deseaba su reinado sobre una case de
incontables cadáveres.
Su propia
prosperidad, su propia bendición, su propio placer. Que existencia más terrible
era aquella.
La
despreciaba.
Aquel
torbellino de odio casi le asfixiaba. Pero, aun así –
Sion había vivido
en aquella ciudad. Para Nezumi, todas y cada una de las cosas que había en No.
6 habían sido objeto de su odio. No sólo odiaba a los gobernantes, también
odiaba a los ciudadanos de esa ciudad que vivían vidas que no merecían,
ignorantes y sin voluntad para dejar de serlo.
¿Odio? ¿En serio? Entonces, ¿puedes llegar a
odiar a Sion también?
Nezumi se
preguntó a sí mismo.
¿Puedo llegar a odiar completamente a Sion?
Era una
pregunta amarga. El sabor amargo que se expandía en su boca era suficiente para
adormecerle la lengua.
Mi odio es tan grande, y el dolor de mi
cicatriz al latir es tan grande, y aun así…
Echó a andar
otra vez y volvió a pararse. Podía escuchar una melodía. Se esforzó por
escuchar. Podía oírla.
Nezumi
apretó el paso. Dobló una esquina y vio una llanura con pedruscos aquí y allá.
En el límite de la llanura había un pequeño teatro – donde trabajaba.
Había un
hombre apoyado sobre un pedrusco blanco mientras tocaba un instrumento de
cuerda. La prenda que le cubría la parte superior del cuerpo y sus pantalones,
que le llegaban a los tobillos, estaban desgastados y sucios. Era imposible
decir de qué color habían sido. Pero el instrumento que tenía en las manos era
más que suficiente para que se girasen las cabezas en su dirección.
Cuatro cuerdas
atravesaban el cuerpo en forma de berenjena, cuerpo que brillaba a la luz de
los débiles rayos del sol de atardecer. Si se esforzaba, Nezumi podía ver que
el cuerpo tenía grabados unos símbolos intrincados y estaba decorado con un
poco de oro, plata y plata desgastada.
Emitía una música
extraña. Su claridad se sumaba a su tristeza. Acariciaba suavemente la tristeza que uno tenía enterrada en el fondo
de su corazón. No agitaba esa tristeza – la calmaba.
El hombre
alzó la vista. Sus miradas se encontraron. ¿Era aquel bardo? ¿El hombre que le
había invitado a unirse a sus viajes hacía tanto tiempo? Por su aspecto podría
ser, pero también podría ser un completo desconocido.
El hombre
rasgó las cuerdas con fuerza. Nació una melodía.
Nezumi cantó
un scat al ritmo de la melodía. No podía evitarlo. La música del hombre y la
voz de Nezumi se mezclaron y fluyeron con suavidad. Al igual que el cielo que
empezaba a iluminarse, la canción, que recordaba a las flores al abrirse, fluía
como un gran río bajo un cielo azul.
Era un
sentimiento reconfortante.
Nezumi
sintió su cuerpo más ligero cuando el viento lo acarició. Flotando en el
viento, se elevó en el cielo.
En el aire,
bailaba, giraba, se deslizaba trazando un amplio círculo y se levantaba.
Los dedos
del hombre se detuvieron. Nezumi cerró la boca.
“No paréis,”
dijo una mujer.
“Sigue
cantando,” añadió un hombre.
Les había
rodeado una multitud.
No me he dado cuenta de que había tanta
gente. Durante un instante, a Nezumi le recorrió un escalofrío. Normalmente
sentía con mucha facilidad cualquier presencia a su espalda. Los pasos de un
niño pequeño eran suficiente para hacerle reaccionar. Se ponía en guardia con
el sonido de una piedra. Si no lo hacía así, no conseguiría sobrevivir.
Si había
alguna excepción, era Sion. Sion era la única presencia que perdía de vista a
veces. Por alguna razón que desconocía, no podía percibir a Sion.
“Queremos
oír más.”
“¡Canta,
canta!”
“¡Queremos
escuchar esa canción otra vez!”
El hombre
miró a Nezumi y sonrió. “¿Qué te parece, chaval? ¿Otra?”
“Nah, me
temo que se me ha acabado el tiempo. El pesado de mi jefe está aquí.”
“¡Hey, Eve!”
Le cogió del brazo. Nezumi se giró y se soltó con habilidad.
“Hola,
Mánager. Tan elegante como siempre.”
El mánager,
vestido con chaqueta roja y pajarita, se llevó las manos a la cadera y separó
los pies. Tenía aspecto de estar a punto de cabrearse.
“¿Qué crees
que haces cantando en un sitio así? ¡Esta gente no nos ha pagado nada! No sé
qué haces cantando para gente que no son clientes. Ridículo… ¿qué? ¿Qué te hace
tanta gracia?”
“Nada. Sólo
me estaba preguntando si a ti también te había fascinado, mánager.”
“¡Qu – no seas
idiota!” tartamudeó el mánager. “Sólo he venido a echar un vistazo porque
estabas tardando mucho. Y te encuentro aquí, dando un concierto. Trabaja en
algo que vaya a darte dinero.”
El mánager
se tiró de las puntas de su bigote francés, y se dio la vuelta para mirar al
hombre con una sonrisa.
“Señor,
tiene una mando impresionante para tocar. ¿Le gustaría trabajar conmigo? Con
usted tocando y Eve cantando seguro que vamos a dar que hablar en toda la zona.
Atraeríamos un gran público.”
El hombre
negó con la cabeza sin decir nada.
“Ojalá me
dijeses eso a mí.”
“Eve, no me
vengas con esas,” espetó el mánager. “Siempre te pago una buena suma.”
“Oh, ¿en
serio? Entonces tu concepto de ‘gran suma’ y el mío no coinciden.”
El hombre se
levantó sin decir nada. Se acercó a Nezumi y le susurró al oído.
“¿También
eres el viento?”
¿Viento?
“Un viento
que sopla en esta tierra. No vive ni echa raíces en un sitio. Como nosotros.”
Nezumi miró
al hombre a los ojos. Eran azul claro. ¿Podría ser aquel bardo?
“Tu cantas,
nosotros tocamos,” continuó. “Es lo que somos. Pero, ¿por qué vives aquí? ¿Por
qué no eres libre, como el viento? ¿Qué te ha atrapado y te mantiene aquí?”
El hombre se
apartó. Rasgó una única cuerda. Entonces metió el instrumento en su bolsa y se
la colgó al hombro.
“Será mejor
que te liberes pronto, chaval.”
Nezumi no
pudo contestarle. Se limitó a ver como el hombre se iba.”
¿Qué te ha atrapado y te mantiene aquí?
¿Sería capaz de liberarme de esas cadenas?
¿Podría liberarme de las cadenas de mi odio? ¿Y de Sion, que me ata? ¿Sería
capaz de liberarme?
Algún día, elegiré vivir así.
Ese día llegará.
Entonces, será adiós, Sion. Y adiós, No. 6.
“¡Iros a
casa, venga! Si queréis escuchar cantar a Eve, venid al teatro con algo de dinero.
¡Hay un gran concierto esta noche!” la áspera voz del mánager resonó entre la
multitud.
Nezumi
estaba plantado en el sitio mientras el viento soplaba y le acariciaba el pelo.
waaaaaaaaaa
ResponderEliminares genial!!
muchas gracias por seguir traduciendo
por favor no pares de traducir y de subir!
Estoy en ello, pero ando un poco escasa de motivación ultimamente para todo...
Eliminary los otros?
ResponderEliminar¿Qué otros? Si te refieres al resto de capítulos de Beyond, cuando los traduzca.
EliminarGracias por la traducción, me hizo muy feliz leer parte de la novela :D
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