Capítulo 1
Los preciosos…
¡Vamos! Engañemos con afire risueño.
Falso rostro esconda a nuestro falso pecho.
-Macbeth, Acto 1 Escena 7
El cielo estaba azul y brillante. Los rayos del sol, casi al mediodía, eran amables y cálidos. Era una tarde templada que hacia parecer que el frío de unos días atrás había sido que un sueño.
Sion levantó la cara y entrecerró los ojos al mirar al cielo azul.
Pensó que era precioso.
El cielo era precioso. La blancura cegadora que reflejaban las ruinas era preciosa. Las burbujas que salían flotando de las espuma del jabón era preciosa. El pelo mojado de los perros recién lavados era precioso.
Todas las pequeñas cosas que le rodeaban eran preciosas. Una única burbuja flotó y de deslizó con la suave brisa.
“Hey, deja de vaguear,” escuchó decir a Inukashi. “Aún quedan un montón de perros. Sigue distrayéndote así y no habrás lavado ni la mitad antes de que se haya hecho de noche.”
Como dándole la razón a Inukashi por haberle llamado la atención, un perro enjabonado gruño.
“Oops, lo siento.”
Sion volvió a hundir las manos en la espuma y lavó al perro a conciencia con la punta de los dedos. Para el perro era una sensación muy agradable, prueba de ello es que había cerrado los ojos y tenía la boca medio abierta. Ese día era la segunda vez que Sion se encargaba de lavar a los perros, pero ya había aprendido que éstos podían tener muchas expresiones faciales. También tenían personalidades muy distintas: unos eran vagos, otros diligentes; unos nerviosos, otros muy tranquilos; podían ser afables, impacientes – todo aquello era nuevo para él.
El perro blanco que estaba lavando ahora era una hembra bastante vieja. Era amable e inteligente y le recordaba a la típica anciana sabia que siempre aparece en los cuentos.
“Sion, tardas mucho con cada perro. ¿Cuánto tardas en lavar uno?” Inukashi, con el pelo recogido en una coleta y la nariz manchada de jabón, hizo una mueca.
“Los alquilas como mantas, ¿no?” Respondió Sion. “Entonces tienen que estar bien limpios.”
“Un lavado rápido es suficiente. Los clientes tampoco es que estén precisamente limpios los muy capullos, ¿sabes?”
Una parte de un edificio que era un hotel y que estaba casi derruido aún se podía usar como tal. Inukashi le alquilaba ese espacio a la gente que no tenía donde ir. Alquilaba los perros preparándose para el invierno que se acercaba. Los clientes se pasaban la noche entre varios perros, y así evitaban congelarse hasta morir. A Sion lo había contratado para lavar esos perros.
“Inukashi, no creo que esa sea la mejo forma de hablar de tus clientes.”
“¿Eh? ¿Qué has dicho?”
“No creo que sea bueno llamar a tus clientes capullos o decir que están sucios.”
Inukashi se restregó el dorso de la mano contra la nariz y estornudó.
“¿Eres mi madre o qué, Sion?”
“No, me has contratado para lavar tus perros.”
“Entonces eso me hace a mi el jefe y a ti el empleado. Y tu trabajo consiste en hacer lo que te digo y tener la boca cerrada.”
Inukashi le quitó el perro de las manos a Sion y empezó a enjuagarlo con rapidez echándole agua que había cogido del río por encima.
En la parte trasera de las ruinas pasaba un río pequeño y limpio. No mucho después de que Sion hubiese escapado de No. 6 hasta el Bloque Oeste había estado a punto de morir por la avispa que tenía dentro. Y aunque la mayor parte del tiempo había estado inconsciente y con una fiebre muy alta, recordaba el sabor del agua fría y deliciosa que le habían hecho beber varias veces.
Cuando le había dado las gracias a Nezumi por darle agua y haberse encargado de él, éste le había dicho bruscamente que había un manantial decente cerca. Quizás ese manantial provenía de este río.
“Inukashi, no hagas eso. Todo el jabón está yendo a parar al río.” Sion le agarró a toda prisa las manos a Inukashi. Cayó un poco de espuma al río y se alejó con la corriente.
“¿Y qué?”
“Todos beben de este río, ¿no?”
“Bueno, sí, claro. No tenemos aparatos que nos proporcionen agua limpia y a la temperatura adecuada con sólo pulsar un botón. Todos cogen el agua directamente del río.”
“Entonces no puedes ensuciarlo. Es malo para la gente que vive más abajo.”
Inukashi se quedó mirando a Sion.
“¿Y por qué debería importarme la gente que vive más abajo?”
“Bueno, quería decir…” Sion titubeó. “Si sabes que la gente que vive más abajo va a beber de aquí, lo normal es que no quieras ensuciarlo, ¿no?”
“¿Normal? ¿Según los estándares de quién, Sion? Esto es el Bloque Oeste. No sobrevivirías aquí poniendo a los demás antes que a ti mismo.”
“Ya, pero tampoco hace falta ensuciarlo,” protestó Sion. “Podemos hacer lo de ayer, poner el agua en unos barreños y lavar a los perros allí.”
“Ayer sólo lavamos perros pequeños. Y, para tu información Sion, ayer teníamos que haber terminado con todos los perros. Que te tomes tu tiempo nos perjudica, lo entiendes, ¿verdad?”
“Sí.”
“Aparte de que eres muy lento, los perros que estamos lavando hoy son grandes. Y eso no es todo – hay muchísimos. ¿Lo vas captando? Si vamos sacando el agua en barreños y lavándolos uno a uno nos vamos a tirar la vida.”
Entonces Inukashi se detuvo y se encogió de hombros.
“Pero si quieres ponerte a sacar agua del río tú solito hazlo, no me voy a meter.”
“Vale. Lo haré.”
“Es un trabajo pesado.”
“Lo sé.”
“Y sólo te pago por lavar a los perros. Sacar el agua es algo que haces porque quieres.”
“No me importa.”
“Bueno, pues ya te puedes ir poniendo. Me voy a comer.”
El perro blanco se sacudió con fuerza salpicando agua en todas direcciones. Sion cogió la palangana que Inukashi le había tirado y la llenó de agua.
“Sion,” dijo Inukashi de repente.
“¿Hm?”
“¿Por qué?”
¿”Por qué, qué?”
“¿Por qué no debería hablar de mis clientes? ¿Por qué me tengo que preocupar por la gente que vive más abajo?”
Sion miró a Inukashi que estaba sentado en una pila de escombros.
“Porque somos iguales.”
“¿Iguales?”
“Son personas como nosotros, así que-”
Inukashi echó la cabeza hacia atrás y empezó a reírse. Su voz hizo eco y ascendió hacia el cielo azul. Varios perros empezaron a ladrar, nerviosos.
“Personas como nosotros, ¿eh? Ha, ha que gracioso. Es la primera vez que oigo eso en toda mi vida. Sion, ¿en serio piensas eso?”
“Sí. ¿Algún problema?” dijo Sion con firmeza.
Inukashi se bajó de la pila de escombros y se acercó a él. Tenía una figura bastante pequeña y le llegaba a Sion a la altura del hombro. Los brazos delgados y las piernas sobresalían de su ropa negra, y tenía la piel muy morena.
“¿Así que los cerdos de mis clientes y los críos que sacan agua de aquí son iguales que nosotros?”
“Sí.”
“¿Tu y yo somos iguales?”
“Sí.”
Inukashi levantó el brazo y lo extendió en dirección al sol.
“¿La gente que vive en No. 6 son iguales que nosotros?”
Sion asintió despacio y contestó.
“Sí.”
La piel suave y morena de Inukashi brillaba bajo el sol y el flequillo le ensombrecía la frente y los ojos. Debajo del flequillo, los ojos marrones parpadearon unas cuantas veces, mirándolo.
“Sion, vas a morir.”
“¿Eh?”
“¿Tienes la cabeza en las nubes o algo de eso? Si sigues creyéndote esa fantasía no vas a sobrevivir mucho tiempo aquí.”
“Nezumi dice lo mismo,” dijo Sion. “Que tengo la cabeza en las nubes.”
“Las nubes no están lo bastante lejos. Más bien tienes la cabeza en otro planeta o algo de eso. No se dónde están los otros planetas, pero están muy lejos, ¿verdad? Y a veces ardes, así sin más, incluso antes de llegar.”
“Nunca he estado en el espacio, pero sí, supongo que está muy lejos.”
Inukashi trepó con destreza por las ruinas y se sentó con el cielo azul a su espalda. Dejó las piernas colgando por el borde y habló en voz baja como si estuviese hablando para sí mismo.
“Me pregunto por qué te soporta Nezumi. Odia al a gente que no hace más que hablar y que no es realista.”
“Inukashi, ¿eres alguien cercano a Nezumi?”
“¿Cercano? ¿Qué quieres decir con cercano?”
Sion arrastró la palangana llena de agua por el camino de hierba seca y escombros y lo vació en el barreño de metal.
“Me refiero a si sabéis mucho el uno del otro.”
“Oh, si te refieres a eso, no. La cola de ese perro es más grande que todo lo que sé de Nezumi, y tampoco es que me interese saber sobre él.” Mientras hablaba, Inukashi señaló al cachorro marrón que estaba a los pies de Sion. Tenía la punta de la cola blanca.
“Creía que erais amigos, pero supongo que estaba equivocado…”
“¡Amigos!” Exclamó Inukashi con incredulidad. “Otra palabra que no oigo muy a menudo. Amigos. Hah, ridículo. Nezumi sólo viene cuando quiere información que hayamos recogido los perros o yo. Le doy información y me paga. Eso es todo.”
Inukashi se quedó en silencio. Dejó vagar la mirada, se encontró con la de Sion y la apartó.
“Hay algo más aparte del intercambio de información y dinero,” dijo Sion. No era una pregunta, era una afirmación.
“Uh – bueno, de vez en cuando – canta para mí.”
“¿Canta?”
“Tiene buena voz. Así que… le digo que cante. A veces cuando uno de mis perros muere – no pasa nada si ya está muerto cuando te despiertas, pero - a veces están enfermos o heridos y no se mueren sin más… sufren. Les duele mucho y están quejándose toda la noche. Entonces es cuando le digo que cante. No sé como se llama la canción. Pero – no sé cómo describirlo – no sé. ¿Cómo sería?” Inukashi murmuró para sí.
“¿Cómo es?”
“¿Eh?”
“La canción de Nezumi. La voz de Nezumi. Si tuvieses que compararla con algo, ¿a qué sería?”
Inukashi inclinó la cabeza y pensó en silencio. Sion siguió cargando palanganas llenas de agua, también en silencio. Hizo varios viajes entre el río y el barreño de metal, y cuando ya había llenado más de la mitad, Inukashi volvió a hablar.
“¿El viento, quizás…?” dijo dudoso. “Un viento que viene soplando desde muy lejos… sí, su canción roba las almas que están luchando porque no pueden morir. Al igual que el viento se lleva los pétalos de las flores, su canción separa el alma del cuerpo. Cualquier perro, no importa lo que esté sufriendo, cierra los ojos y se queda callado. Crees que se ha calmado, pero la verdad es que ha dejado de respirar. Mueren tranquilos, como si el sufrimiento no hubiese sido más que un sueño.” Hizo una pausa. “Con mi madre fue igual.”
“¿Tu madre está muerta?”
“Sí. La mataron uno de los críos que viven mas abajo, esos para los que, según tú, no debería ensuciar el agua. Le tiraron piedras y le pegaron con una rama. Pero mi madre también tuvo parte de culpa. Intentó robarles la cena. Se coló en su casa y la pillaron con la carne seca en la boca. Cuando consiguió escapar y volver aquí tenía las patas de delante y las costillas rotas y sangraba por la boca. No se pudo hacer nada por ella.”
Sion se secó el sudor de la frente al terminar de llenar el barreño. No entendía lo que había dicho Inukashi.
“Inukashi, con eso de patas de delante… te refieres a las de tu madre, ¿no?”
“Sí. Es un perro.”
“¿Un perro?”
Sion se quedó con la boca abierta. Inukashi le miró y empezó a reírse. Su voz se escuchaba alta y clara.
“Me abandonaron aquí cuando era un bebé,” explicó. “El hombre que me recogió era un tío raro que vivía aquí con los perros, y me crió con ellos. Mi madre me dio de mamar. Me lavaba y se acurrucaba conmigo para dormir. Cuando hacía frío, se acercaba a mí y a mis hermanos – sus cachorros – y nos protegía del frío. Siempre solía decirme, pobrecita, no tienes pelo – pero por lo menos estás fresquita en verano y no tienes pulgas. No dejaba de repetírmelo, y me lamía hasta que estaba limpio.”
“Seguro que era una madre genial,” dijo Sion con suavidad. “Amable y atenta.”
Inukashi parpadeó varias veces.
“¿De verdad lo crees, Sion?”
“Sí. Te cuidaba. Como no tenías pelo te protegía del frío para que no murieses congelado.”
“Sí. Mi madre siempre era muy amable. Aún recuerdo la sensación de su lengua. Era cálida y húmeda... que gracioso, no puedo olvidarlo.”
“Es un regalo. Un recuerdo.”
“¿Eh?”
“Un regalo de madre a hijo. Los recuerdos que te dejó tu madre.”
Inukashi dejó de balancear las piernas y levantó la barbilla.”
“Nunca lo había pensado así…” dijo pensativamente. “Un regalo, ¿eh…?”
Sion se arrodilló en la orilla del río y bebió un poco de agua.
Estaba fría. Le recorrió el cuerpo. Estaba deliciosa.
Ah, sí. Es esta agua.
Era el agua que había sido como un elixir para él después de su lucha con la avispa carnívora. No sólo su cuerpo – desde el mismo momento que el agua le había bajado por la garganta y había notado que estaba deliciosa, Sion se sintió como si hubiese revivido. Era lo que creía.
Esa agua estaba conectada con el significado de estar vivo. Esa frescura, ese sabor. Estaba conectada a la voz que le había dicho no mueras, vive, vuelve a levantarte.
Por eso lo recordaría para siempre. Era algo imposible de olvidar. Dentro de Sion, esa voz y esa agua habían echado raíces, y continuaría creciendo sin marchitarse. A veces, llegaba a la superficie de su consciencia, y cada vez le susurraba.
No mueras. Vive. Vuelve a levantarte.
Era un regalo, un recuerdo, sin ninguna duda.
“Te traeré algo de comer.” Inukashi se levantó y le dijo en un tono de voz que sonaba a orden. “Será mejor que hayas terminado con el negro cuando haya vuelto. No te voy a dejar comer hasta que hayas terminado.”
“Vaya, hasta me das de comer. Que amable por tu parte.”
“No le doy esto a todo el mundo, ¿sabes? Un menú completo. Y por completo me refiero a dos cosas: pan y fruta seca.”
“Más que suficiente.”
Pasando un cepillo por el pelo negro del perro, Sion le sonrió a Inukashi. Habían pasado meses desde que Sion había llegado al Bloque Oeste y había pasado bastante hambre. A veces deseaba poder comer carne, pescado y huevos hasta reventar o poder comer el pan o los pasteles que hacía su madre. Pero en contraste, las cosas que ni siquiera había considerado como comida antes – las puntas de las verduras y el pan que había empezado a enmohecerse – le hacían la boca agua y saciaban su apetitto.
Poder comer es suficiente.
Aquí todo el mundo pasaba hambre. Pasaba hambre, se congelaba y moría. Sion sabía lo importante que era la rebanada de pan que Inukashi estaba a punto de darle.
Miró al cielo. Brillaba el sol. Esa misma luz también brillaba sobre No. 6. La misma luz bañaba su antiguo puesto de trabajo en el Parque Forestal, el área residencial de Chronos, Lost Town, donde vivía su madre y el Bloque Oeste. Pero las cosas eran diferentes. Muy diferentes.
Divididas por una pared de aleación especial, la prosperidad y la pobreza estaban la una frente a la otra. Vida y muerte. Luz y oscuridad. Al mismo tiempo que en una casa de No. 6 estaba teniendo lugar una fiesta extravagante y la gente tenía delante platos llenos de comida, en una esquina del Bloque Oeste un anciano vestido con harapos moría de hambre. Mientras la gente en No. 6 se metía en una habitación con cama y aire acondicionado, los niños que vivían en las barracas del Bloque Oeste se acostaban uno al lado del otro para evitar morir congelados.
Era la verdad que Sion había visto con sus propios ojos. Había muy pocas cosas, como la luz del sol, distribuidas equitativamente.
“Entonces ponte a trabajar,” escupió Inukashi dándose la vuelta y desapareciendo en las sombras de las ruinas.
Todo lo que quedaba de la entrada, que probablemente había estado flanqueada alguna vez por gruesas puertas de madera, eran unas cuantas bisagras oxidadas. Se podía escuchar el chirrido que hacían cada vez que soplaba el viento. Inukashi pasó por esta entrada y subió a la segunda planta. Alguna consideración de la arquitectura había permitido a esta parte del edificio, que era un hotel, resistir a los elementos. Y aunque había resistido, el yeso seguía cayendo de las paredes y en los pasillos y techos había varias grietas.
Los edificios también tenían una vida. En el momento que se los abandonaba, empezaban a decaer. Empezaban a morir. Ese hotel, convertido en ruinas, continuaba cayéndose a pedazos y decayendo. Se dirigía a la destrucción, sin despreciar crueldad de sus dueños ni lamentándose por su destino.
Inukashi se preguntaba de vez en cuando qué iba a hacer cuando el edificio terminase por derrumbarse del todo.
El hombre que le había recogido, dado la leche de sus perros y le había enseñado a leer y escribir ya no estaba allí. Había salido en un día de nieve y no había vuelto.
¿Nieve? ¿Estaba nevando? Quizá estaba tronando. O puede que fuese una mañana ventosa…fuese lo que fuese, el hombre desapareció. Desapareció sin ni siquiera despedirse.
No se sentía solo porque tenía a los perros. Desde aquel día había vivido con ellos. No conocía otro hogar. Tampoco había conocido otra compañía humana. Seguramente era lo mismo que pasaba con Nezumi. Puede que hubiese estado en más sitios que Inukashi, pero seguramente había vivido solo sin conocer a nadie ni tener necesidad de hacerlo. Inukashi lo había asumido sin ninguna razón en particular. No tenía una base sólida para sus argumentos, pero suponía que no se equivocaba del todo. Inukashi tenía un olfato agudo. Nezumi siempre llevaba el olor de la soledad. Cuando ese olor había empezado a disiparse, e Inukashi había empezado a oler el olor de otra cosa, Sion había aparecido.
Era raro. Muy raro. Tenía el pelo blanco y una cicatriz roja. Aunque no estaba del todo seguro de si era verdad, Inukashi había escuchado que la cicatriz le recorría todo el cuerpo, como si tuviese una serpiente enrollada. Pero en términos de apariencia, había gente mucho más rara que él. Su apariencia no era lo único – Sion también era raro por dentro. Ha dicho que no debería ensuciar el río. Ha dicho que somos iguales que la gente de la Ciudad Sagrada. Y ha hablado sobre los recuerdos. Con total seriedad, sin ser sarcástico.
Era raro. Muy raro. ¿Por qué está Nezumi con alguien como él?
Inukashi siguió andando por el pasillo hasta la última puerta.
“Nezumi.”
Nezumi estaba sentado en una silla con los pies encima de la mesa.
“¿No puedes llamar antes de entrar?” dijo con irritación Inukashi. “Mami no le enseñó buenos modales a alguien. Geez.” Entonces lanzó un golpe todo lo fuerte que pudo hacia las piernas que había en la mesa. Nezumi bajó las piernas de la mesa con un cierto desdén.
“He llamado antes de entrar. Ese perro me ha dado permiso para pasar.” Había un perro con el pelo a manchas negras tumbado en una esquina de la habitación. Inclinó la cabeza y bostezó.
“Si has venido a por Sion, llegas pronto. Si sigue a este ritmo no habrá terminado hasta esta noche.”
“¿Recogerle? Ni de coña.”
“Pero ha tenido problemas con los Despachadores. ¿No es peligroso dejarle que vaya solo por ahí? Da igual, haré que un perro le acompañe a casa.”
“Suficiente.”
“Pero los Despachadores no se rinden fácilmente. Ese chico destaca mucho y si le cogen, a saber que hacen con él.”
A Nezumi le brillaron los ojos y se le dibujó una leve sonrisa en los labios.
“¿Importa lo que los Despachadores hagan son Sion? ¿Qué pasa, Inukashi? Estás siendo muy amable. No te pega.”
Inukashi fulminó con la mirada a Nezumi.
Wii que bello!! quiero más!!! :D traduces muy rapido! hdfkdsfj ya quiero ver la escena del beso *w*
ResponderEliminarMuchas gracias por traducir! Esta capitulo me ha hecho entender mas a Inukashi, que en el anime la ponen muy simple (ahora estoy confusa si es mujer o hombre...)
ResponderEliminarYo tambien espero la escena del beso
Bueno, poco a poco que he estado unos cuantos dias sin poder tocar el pc... xD
ResponderEliminarMarck perdona por haber tardado tanto en contestar, no me he conectado en unos días y no había visto tus comentarios. Te comento: la versión PDF la sacan en el fansub que estoy (Kuroshio no Fansub) y en cuanto a la publicidad eso ni se pregunta, claro que puedes xD
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