Y como mi Word es taaaan genial que no me deja poner notas para las referencias, pongo aquí el link de la web de la que he sacado la traducción de Macbeth:
http://es.wikisource.org/wiki/Macbeth:_Acto_V#ESCENA_III
Y como no me apetece buscar por donde me quedé la última vez, pongo el capítulo entero y au xD
Capítulo 2
Aquellos en el abismo
Cuando me di cuenta de como iban las cosas,
ya estaba metido hasta el cuello. ¿Qué podía hacer? Si me negaba a obedecer, me
matarían. O podría suicidarme. En tres ocasiones pensé en dimitir, pero era imposible.
-Wilhelm Keitel, Interrogatorios de
Nüremberg
La oscuridad le estaba apuñalando. Sus retinas, sus oídos,
su piel, la oscuridad era como agujas que no dejaban de pincharle.
Sion inhaló profundamente y llenó su pecho de aire – no,
de oscuridad. Al hacerlo, reprimió el dolor y los temblores. No quería
acobardarse. No quería gritar del miedo. Y no quería que Nezumi, que estaba a
su lado, le escuchase.
No quiero que me
oiga gritar.
No quería exponer su lado cobarde ante Nezumi. Sion volvió
a tomar aire, consciente de que su orgullo, incluso en aquella situación, no le
dejaba tranquilo.
Hn.
Nezumi bufó con sorna a unos centímetros de su oído. Al
mismo tiempo, el brazo alrededor de la cintura de Sion apretó con más fuerza,
presionando contra su torso.
Intentando hacerte el duro, creyó
escuchar susurrar a Nezumi. Pero lo que escuchó en realidad fue:
“Vamos a
caer.”
Era una voz
monótona, vacía de cualquier emoción. Aquella voz sin emoción se convirtió en
un viento helado que se envolvió alrededor de Sion. Con su sentido del dolor,
del miedo y del orgullo olvidados, durante un instante, Sion estaba vacío. Al igual que una cigarra
dejando atrás su piel, se convirtió en un recipiente vacío del cual solo
quedaba su apariencia externa intacta. A
veces tenía esa sensación al escuchar la voz de Nezumi. Pero no le importaba
mucho. De hecho, hasta le parecía refrescante. Quedarse vacío hasta le parecía
estimulante.
Cuando Sion
intentó inhalar por tercera vez, el suelo desapareció. Con un golpe sordo se
había partido en dos. Era como una horca. Casi le parecía raro que una cuerda
no se le estuviese clavando en el cuello; no escuchar el ruido de la columna
vertebral al partirse; no sentir su cuerpo colgar en el aire.
Estaban cayendo.
Cayendo hacía abajo – o al menos se suponía que era así, pero no terminaba de
comprender lo que estaba pasando. No estaba seguro de si estaba cayendo,
flotando, o subiendo. No podía diferenciar entre descenso, suspensión y
ascensión. La oscuridad que le rodeaba le envolvía todos los sentidos.
Un impacto.
Sintió su cuerpo chocarse contra algo duro. Se quedó sin aliento. En lo que
fuese que había caído era ligeramente elástico, absorbiendo el golpe con la
fuerza necesaria para no romperse los huesos.
¿Sobre qué he caído-?
No tuvo
tiempo de comprobarlo. Tiraron de el con fuerza.
“Rueda.”
Nezumi le
medio empujó para que girase. Rodó una y otra vez, sin pensar en nada, sin
tener miedo. Se golpeó el hombro contra algo duro, y sintió un dolor seguido
por un hormigueo. Era evidente que había chocado con una pared. Noto un temblor
– unas vibraciones – cuando puso las manos en el suelo para levantarse.
“Levanta.
Pégate a la pared.”
Sion se
levantó y se pegó a la pared, la cual tenía una superficie áspera – cemento lo
más seguro. Sus pensamientos, su fuerza de voluntad y sus sentidos estaban
medio entumecidos. No podía hacer más que seguir las instrucciones de Nezumi y
moverse como éste le decía. El cuerpo de Nezumi se puso sobre el suyo. Estaba
más caliente de lo normal. Pero los latidos que sentía Sion en su espalda eran
rítmicos. Al aplastarlo con tanta fuerza, Sion no pudo evitar hablar.
“No puedo
respirar.”
Pero su voz,
entrecortada, se disolvió al instante en el gran ruido que tenían detrás. No
estaba seguro de haber oído su propia voz.
“Nezumi.”
Se retorció
un poco.
“Esto-”
En toda su
vida, nunca había escuchado algo así, voces como esas.
¿Qué es? ¿Qué son?
¿Gemidos? ¿Chillidos? ¿Gritos?
Un gran
estruendo envolvió a Sion en todas direcciones; brotaba del suelo, llovía del
techo; se retorcía y se enredaba en sí mismo. Se escuchó un grito desgarrador.
Entonces dejó de escuchar y un silencio inquietante lo sustituyó. Pero sólo
durante un instante. Y, otra vez, empezó a brotar, a llover…
Aquellos no eran
sonidos del mundo humano. No eran simples ruidos.
“¡Nezumi!”
Incapaz de
seguir escuchando, Sion se retorció. La fuerza contra él se relajó. El calor
del cuerpo de Nezumi se apartó. Le cogió del pelo y le dio la vuelta. Le apretó
contra la pared mientras le cogía del pelo con fuerza.
Le levantó
la barbilla. Nezumi acercó los labios al oído de Sion, y susurró como si
quisiese meter las palabras dentro.
“Mira si
quieres. Escucha si quieres. Pero-”
Los dedos de
Nezumi le soltaron el pelo y se deslizaron por su cuello. Trazaron la cicatriz
roja.
“Pero vas a
tener pesadillas el resto de tu vida. Prepárate.”
Heh. Su corta risa, casi una mera exhalación,
se filtró en el cuerpo de Sion. Era una risa fría. Puede que condescendiente.
Nezumi controlaba con total libertad la forma en que se reía. Normalmente, esto
hubiese cabreado mucho a Sion. Le hubiese dicho que no tenía por qué reírse
así.
Había sido
el propio Nezumi el que se lo había enseñado: condena a aquellos que desprecian,
miran por encima del hombro y se rebajan a si mismos. No sólo le había enseñado
a cabrearse, también le había enseñado a afilar todas las emociones que poseía,
ya fuese llorar, reír, tener miedo, rechazar, añorar o amar.
No dejes que se entumezcan. No dejes que se
marchiten. Enseña los dientes a todo aquello que amenace con profanar tu
humanidad.
Sion había
aprendido. Pero ahora mismo, estaba demasiado abrumado para cabrearse. Sus
emociones estaban cayendo, filtrándose.
“Nezumi…
¿qué es esto?”
“La
realidad.” No quedaba ningún rastro de risa en su voz. “Si vas a mirar, observa
hasta el final. Si vas a escuchar, no pienses en taparte los oídos.”
¿Ver… todo esto?
Sion abrió
la boca para coger aire.
Ante sus
ojos había oscuridad. Y en el fondo de esa oscuridad había gente arrastrándose.
Para él, se estaban arrastrando. La oscuridad tenía tonos de luz y de
oscuridad, y sus ojos, que habían empezado a adaptarse, captaron el tono más
oscuro. Era una masa de gente unos encima de otros. Habían estampado contra el
suelo a la gente que habían metido en el ascensor, y ahora se estaban
arrastrando.
Se escuchó
un grito de los que helaban la sangre. Cayó una sombra. Alguien que se había
estado aferrando a alguna parte del ascensor y que había terminado por quedarse
sin fuerzas. Sion no podía decir si era un hombre o una mujer. Al igual que el
rugido de un animal, el gritó resonó en aquella oscuridad pintada de negro.
Thud.
El sonido de
carne golpeando carne. Las vibraciones sacudieron todo su cuerpo, no sólo los
tímpanos, haciendo que se le pusiera la piel de gallina.
Sion intentó
recordar. Intentó recordar a todos y cada una de las personas que habían metido
con él en el ascensor.
Había un
hombre. Una mujer. Una señora mayor con el pelo gris. Una chica joven y morena.
Un mercader enjuto con los ojos hundidos. Un hombre demasiado pálido, un
superviviente de los Despachadores.
¿No había
una madre cogiendo a su hijo? ¿No había un bebé en los brazos de su madre? Los
había. Estaba seguro.
Envuelto en
un trozo de tela blanco y sucio, el niño se estaba retorciendo contra el pecho
de su madre… de alguna parte, en aquella masa de gente – salía un hedor que se
le había metido en la nariz. Era como si todos sus sentidos, aletargados hasta ese momento, se
hubiesen despertado a la vez.
Empezó a
sudar a chorros. Sus dientes se negaban a quedarse juntos, y no dejaban de
castañear. El hedor de la sangre, materia fecal, olor corporal asaltó su nariz
con muchísima más fuerza que en el camión. Escucho a gente ser aplastada. Gente
siendo aplastada por el peso de otra gente. Aunque era algo que estaba escuchando
por primera vez, podía decir que era el sonido de la destrucción humana.
“Esto es el
infierno,” se escuchó murmurar con debilidad.
“Esto es la
realidad,” le contestó otro murmullo. “Esto no es ningún infierno. Es la
realidad del mundo en el que has estado viviendo, Sion.”
Sintió
nauseas. Dejando el peso contra la pared, Sion se tapó la boca con las manos.
Sus jugos gástricos se escapan entre sus dientes. El sudor le picaba en los
ojos. Tras los párpados le pasaban recuerdos de sus días en No. 6.
Las rosas de
diversos colores que florecían en Chronos; el cielo por la tarde; las paredes
azules de su clase; Safu agitando el brazo; las mañanas en Lost Town; el aroma
del pan que llenaba la casa; la espalda de Karan; las pisadas de una niña
pequeña – ‘Buenos días, hermanito’ ‘Buenos días, Lili’; el cuerpo redondo de
Sampo; el sombrero que Ippo había aplastado por accidente – decorado con una
flor rosa – ‘Ippo, eso no está bien-’ Yamase gritando; el aroma del café en la cafetería
en la que había entrado con Safu; las ramas de los árboles crujiendo con el
viento – oh, el verde – era tan vívido.
Quiero ir a casa.
Lo ansiaba
con todas sus fuerzas.
Quiero volver a No.6.
Quería
volver al mundo dentro de la muralla. Quería volver a su pacífico y tranquilo
mundo. Aunque fuese una tierra decorada con mentiras, quería enterrarse en
aquellas mentiras tan hermosas.
Apretó los
dientes. Se tragó los jugos gástricos que tenía en la boca. Levantó la cabeza
con lentitud. Tenía la cara empapada de sudor.
“Nezumi…”
Reunió toda su fuerza en las piernas, y consiguió mantenerse de pie. Si caía de
rodillas ahora, no podría volver a levantarse. Tenía que mantenerse de pie
aunque eso le costase no poder respirar apenas. Nezumi no le tendería la mano.
No le apoyaría. Si Sion se encogía ahí, si se volvía loco, si no podía
mantenerse en pie – no quedaría nada.
“¿Qué tengo
que hacer ahora?” Sion consiguió hablar con aspereza. Notó como la presencia
que tenía delante tomaba aire.
“¿Puedes
moverte?”
“Lo haré.”
Si no lo
hacía, moriría. Y no podía hacerlo. No había entrado allí para morir. Estoy aquí para salvarla, para vivir. No lo
olvides. Voy a sobrevivir a esta realidad. Apareció una grieta en el cruce
de No. 6 que estaba pasando por su mente. Se vino abajo. Se hizo añicos y
desapareció, junto con el deseo de huir y volver.
Sion alzó la
mano, preparado para que se la apartasen. Toco un brazo firme. Apretó los dedos
a su alrededor.
Nezumi.
No hago esto para que me ayudes. Quería
dejarlo claro.
Estoy bien. Puedo moverme. No voy a
encogerme y a quedarme aquí.
No apartaron
los dedos con los que apretaba. El brazo
frío y crispado sólo se retorció un poco. Le respondieron a lo que no había
dicho en voz alta.
“Entiendo.”
Casi al
mismo tiempo, una luz naranja parpadeó detrás de Nezumi. Sion abrió los ojos.
Su corazón tembló al ver aquellas luces del tamaño de una canica. Le entraron
ganas de llorar. Extendió el brazo y cerró los dedos alrededor del aire.
“Vamos a
correr siguiendo esas luces. Van a estar encendidas un minuto y medio más o menos.”
En la pared
había colocadas, a intervalos regulares, unas pequeñas bombillas. Eran muy, muy
pequeñas, y apenas eran suficiente para diluir un poco aquella oscuridad que se
cernía sobre ellos. Pero seguía siendo luz. Había algo que no era oscuridad.
“Vamos.”
Nezumi le
dio la espalda, y echó a correr. Sion se movió para echar a correr detrás de
él, cuando pisó algo viscoso. Había un
charco de sangre a sus pies.
“Joder,”
gruñó sin pensar. Algo que no era ni miedo ni sorpresa rugía en su pecho,
llenándolo y haciendo presión; y, al fondo, saltó la chispa. Ira. Las llamas de
la ira, formando una espiral, ardieron.
Esto es la realidad. Realidad. Realidad.
“Maldita
sea.”
No voy a perdonarla. No voy a perdonar esta
realidad.
Avanzó.
Avanzó, como si estuviese apartando el charco de sangre de una patada. Corrió
con desesperación tras la figura que amenazaba con desaparecer en la oscuridad.
Sobreviviré. Sobreviviré para destruir esta
realidad.
La ira de
Sion se convirtió en el combustible de su cuerpo. Estaba lleno de energía, de
los pies a la cabeza. Nezumi se giró. Estaba muy oscuro para ver su expresión.
Se volvió a girar y bajó un poco el ritmo. Incluso en aquella situación sus
movimientos eran elegantes.
Las
bombillas parpadearon. Ante ellos había un pasillo estrecho, con la anchura
suficiente para que pasase una sola persona. Las paredes eran de cemento.
“Sigue la
pared.”
“Nezumi,
¿hacia dónde lleva?”
“Al campo de
ejecución.”
“¿Eh?”
“Lo que
tienes detrás y lo que te espera, a ambos se les puede llamar campos de
ejecución. La cosa está en cuándo se va a ejecutar la sentencia.”
Un motor
ronroneaba a sus espaldas. Era un modelo antiguo que traqueteaba y chirriaba.
“Nezumi,
espera. El ascensor se está moviendo otra vez.”
“No te
pares,” Nezumi chascó la lengua, irritado. “Sigue avanzando. No dejes de andar.”
“Pero el
ascensor-”
A Sion le
temblaron los labios. Una gota de sudor frío rodó por su columna. Nezumi abrió
la boca.
“Pues claro,”
dijo con frialdad. “Planean meter a toda la gente que han cazado en esta cámara
subterránea.”
“¿Va a caer
más gente?”
“No se caen,
los tiran. Igual que una horca. El suelo se abre. Caen al fondo del abismo. Si
tienen suerte, se rompen el cuello y dejan este mundo sin sufrir mucho.”
“Tenemos que
decirles lo de este pasillo.”
“¿A quién?”
“A todos.
Ahí hay gente que aún puede moverse. Tenemos que decirle a esa gente que
escape.”
“Y entonces,
¿qué? Piensa.”
“¿Eh…?”
“Sí, hay
gente que aún puede moverse. Unos
cuantos. Pero, ¿qué va a pasar cuando se pisoteen los unos a los otros para
entrar aquí?”
“Bueno…”
Una
marabunta desesperada irrumpiría. Todos y cada uno de ellos empujaría para
intentar entrar en aquel pasillo, en el que apenas cabía una persona.
¿Qué
pasaría?
Uno caería,
y los demás caerían sobre él. El pasillo se llenaría con más gritos y gemidos.
“¿Lo ves?”
dijo Nezumi. “Mira detrás de ti.”
Con una mano
sobre la pared, Sion se giró. Varias sombras se movían en aquella dirección,
arrastrándose por el suelo.
“Sólo los
que se dan cuenta de que hay un pasillo aquí y consiguen llegar se salvan.
Entonces consiguen llegar al próximo nivel.”
“Entonces,
esta luz - ¿es-?”
Antes de que
pudiese acabar la frase, las luces se apagaron. Se volvieron a sumir en la
oscuridad. Entonces, se escuchó algo. El aire vibró. La oscuridad tembló.
¿Cuánta gente había metida en ese ascensor?
Diez, quince, veinte… ¿más? Pero, el único sitio en el que se podía ver un
ascensor así hoy en día era en un museo… a juzgar por el ruido que hacía, la
correa de distribución estaba bastante hecha polvo… espera, creo que hay un
ascensor así en Lost Town. ¿Dónde estaba? Hacía muchísimo ruido.
Le dieron
una bofetada. Le dolió dentro de la boca. Sus pensamientos y sentidos volvieron
a la normalidad. Pero eso también quería decir que su consciencia había vuelto
a aquella realidad infernal.
“Sion.”
“Uh… ¿qué?”
“No habrá
una próxima vez.”
La próxima vez, te dejo atrás. No soy ningún
santo que va a arrastrarte si te distraes. Has dicho que podías moverte.
Entonces usa tus piernas para escapar.
Sion se secó
el sudor de la barbilla con el dorso de la mano.
“Sígueme. No
te separes.”
Nezumi
volvió a darle la espalda. Estaba muy oscuro, pero Sion podía ver su figura con
claridad.
No voy a dejarte.
Se puso la
mano en la mejilla, que le ardía.
Nunca te dejaré. Me aferraré a ti, no te
soltaré, vayas a donde vayas.
Nunca
perdería de vista la espalda que estaba vuelta hacia él. Se arrastraría por el
suelo para seguirle si tenía que hacerlo. Era el único pensamiento en su mente.
No tenía tiempo para pensar en No. 6, su madre, Safu, o las avispas. Se pegó
una bofetada a sí mismo. Por fin había aprendido que el dolor era señal de
estar vivo. Su mejilla le decía, puedes
vivir, puedes seguir andando.
Aparentemente,
las luces sólo iluminaban la entrada al pasillo. Era relativamente recto, con
una anchura uniforme. El simple hecho de andar sin parar le despertó la mente.
Este pasillo – está hecho por el hombre.
Al pensar
eso, Sion sonrió un poco. Nunca habría pensado que podría sonreír, pero sintió
como los labios se le curvaban hacia arriba. Era una sonrisa amarga, dirigida a
sí mismo.
Claro que está hecho por el hombre,
sonreía para sí mismo. Era el Correccional. Era un edificio en el que No. 6
encerraba a la gente que consideraba criminales. Naturalmente, todos los
caminos y paredes estaban hechos por el hombre. La escena que Sion había visto
en la oscuridad era lo mismo. No era un infierno creado por algún desastre
natural. ¿No era una realidad creada a partir de la voluntad humana? Allí, todo
estaba creado por mano del hombre.
Esta es la realidad del mundo en el que
vives.
Repitió
mentalmente las palabras de Nezumi.
Esta es la realidad del mundo en el que
vivo. Entonces, ¿quién lo ha hecho? ¿Y para qué?
Intentó
visualizar la cara del alcalde. Había visto fotos, en las que sonreía con
amabilidad, por todas partes en la calle. Se acordaba de haberle visto en
televisión. “No me gustan sus orejas. Son
muy vulgares.” Eso era lo que su madre había dicho, pero nunca nadie había
criticado al alcalde de No. 6. El porcentaje de ciudadanos que le apoyaban era
casi del cien por cien.
¿Él? ¿Ha sido él? No, pero… ¿era posible una
catástrofe así bajo el mandato de un solo hombre? Ninguno de los residentes de
No. 6 conocía aquella realidad tan horripilante. ¿Por qué no lo saben? ¿Por qué…?
Sus pensamientos se frenaron a tirones, al igual que aquel ascensor desfasado. No
fue una sensación agradable. Pero tenía que seguir pensando.
¿Por qué no lo sabe ninguno?
“Porque no
han intentado saberlo,” dijo Nezumi, todavía dándole la espalda. Se detuvo y
giró el torso para mirar a Sion. Sion no sabía si era porque sus ojos se
estaban acostumbrando, o porque el propio Nezumi repelía la oscuridad, pero
podía ver su expresión con total claridad.
“Nezumi,
¿cómo sabes lo que estaba pensando?”
Estaba
soprendido. Tanto, que casi había perdido el hilo de sus pensamientos. Nezumi
se encogió de hombros.
“Ya te lo
había dicho, ¿no? Eres muy fácil de entender… bueno, algunas partes de ti. El
resto de cosas me desconcierta.”
El tono de
voz de Nezumi cambió. Tenía un tono de suavidad que se escuchó con total
claridad. Era una voz preciosa. Sion no podía explicar exactamente por qué era
preciosa. No podía explicarlo con palabras, pero sintió como la calma se
filtraba en su interior. Era como estar tumbado sobre el césped. Incluso creyó
ver un atisbo de cielo azul.
“¿Estás
cansado?”
“No, aún
puedo andar.”
“¿Tienes
hambre?”
“¿Eh?”
“Te estoy
preguntando si tienes hambre.”
“Oh. Uh –
no.”
Intentó
acordarse de la última vez que había comido algo decente. No pudo. Pero no
tenía hambre. No tenía ganas de llevarse nada a la boca. Considerando lo que
acababa de pasar, no tenía lo que hay que tener para tener hambre.
“No tengo
hambre.”
“No te queda
mucha energía, ¿no?”
“No-”
Un brazo se
extendió hacia él. Nezumi le tocó el pecho a Sion con la punta de los dedos
suave y lánguidamente. Pero Sion sintió
como caía.
¿Eh?
Tropezó y
cayó sentado. No tenía fuerza en las piernas.
“¿Lo ves?”
dijo Nezumi. “No puedes tenerte en pie casi. Por lo menos, asume tu estado.”
Cogió a Sion
por el brazo y lo levantó. Empezó a dolerle el pecho. El corazón le latía con
fuerza; no podía respirar. Empezó a sudar otra vez.
“Es un
trauma considerable. Ten cuidado no vaya a decidir tu corazón que ya ha tenido
bastante. No creo que aquí hayan médicos que vayan a atenderte.”
“¡Echa a los perros tus medicinas!”
“¿Qué dices?”
“¿No sabes curar su alma,
borrar de su memoria el dolor,
y de su cerebro las tenaces ideas que le
agobian
? ¿No tienes algún antídoto
contra el veneno
que hierve en su corazón?”
Nezumi se
movió, incómodo. Sion pudo escuchar un profundo suspiro.
“Déjalo ya,
¿quieres? Conforme estás destrozando esas frases, lo más seguro es que Macbeth
se esté revolviendo en su tumba.”
“¿Me estás
diciendo que actuar no es lo mío?”
“Una falta
de talento impresionante. No valdrías ni para extra en una obra de Shakespeare.
Te aconsejo que no te hagas ilusiones, Sion.”
“Supongo que
será lo que haga. Una pena, de verdad.”
“Buen chico.”
Sion estaba
sonriendo. No era una mueva: era una sonrisa genuina, aunque leve, la que tenía
pintada en los labios. En ese mismo instante, pudo sentir el cielo expandirse
sobre él.
Invitado por
la voz de Nezumi, Sion había sonreído y había visto el cielo.
Era del azul
más profundo que había visto en toda su vida, tumbado en la hierba. El color
del cielo se expandía a través de la oscuridad. Sí, el mundo estaba lleno de
crueldad y falsedad. Sí, era lo que reinaba. Pero no era lo único que existía.
Porque, mira – en este mundo, y en el alma de las personas, existían cosas
hermosas como el azul del cielo.
La voz de
Nezumi se convirtió en la primavera que envolvió a Sion, saciándolo por
completo. Era una voz extraña. Derretía el alma y regeneraba a la gente.
“Un poco
más, y podremos descansar un poco.”
Nezumi se
medio giró para mirarle. Sion podía ver una luz tenue tras los hombros de
Nezumi. No parpadeaba como las bombillas. Era una luz oscura, pero no era el
tipo de oscuridad que ponía nervioso y hacia preguntarse cuándo iba a apagarse.
“¿Qué hay
ahí?”
“Una sala de
descanso. Aunque temporal.”
“Una sala de
descanso… podemos descansar ahí, ¿eh?”
Tenía la
sensación de que podría seguir andando eternamente. Creía que tenía que seguir
pensado eso, o de lo contrario no saldrían con vida de allí.
Pero podemos descansar.
Exhaló.
Quería echar a correr, pero no tenía fuerza en las piernas, y andar era a lo
máximo que llegaba.
Llegaron al
final del pasillo. Sion tragó saliva. El entorno cambió por completo.
Era una
habitación con las paredes y el suelo blanco. Y muy amplia. Gracias a la luz
artificial que había instalada en el techo, la oscuridad se había reducido
hasta ser una mera sombra. Aunque borroso, Sion podía ver las cosas bien.
Al fondo vio
una puerta gris. En aquella habitación no había ni muebles ni ventanas. No
apestaba a sangre ni se escuchaban gemidos. Era una habitación blanca,
completamente vacía. Había unas cuantas figuras encogidas en un rincón. Lo más
seguro es que eran parte del primer grupo que habían metido en el ascensor, y
que habían conseguido sobrevivir y llegar hasta allí.
Sion cayó de
rodillas en la entrada. La fuerza abandonaba su cuerpo.
“No te
duermas.” Nezumi se arrodilló junto a él. “No tenemos tiempo para eso.”
“¿Vamos a
otra parte?”
“Claro, si
este fuese nuestro destino final no tendría gracia la cosa. ¿No habías venido a
por tu amiguita?”
Safu.
Apretó los
puños. Echó un vistazo alrededor. Tal y como pensaba, no encontró la mirada que
buscaba. Después de todo, el Departamento de Seguridad la había
secuestrado y la había encerrado en el
Correccional.
“Me pregunto
si Safu estará bien.”
“Quién sabe.”
Contestó Nezumi. “Pero si está viva, seguramente su situación sea mucho mejor
que la nuestra. Lo mismo hasta está tomando el té. Si sigue viva, claro está.”
“Safu está
viva.”
“Quieres
creer que lo está. No es más que tu propio deseo egoísta.”
“Tú también
lo crees. Si no, no hubieses venido conmigo.”
“¿De verdad?”
“¿Me
equivoco?”
“Sion, por
qué no dejas a un lado esa inocencia de vez en cuando, ¿eh?”
“Nezumi,
pero… oh-”
Sion se
calló. Un hombre se dirigía hacia él, tambaleándose. Cayó hacia delante, de
morros contra el suelo. El hombre que iba detrás de él tropezó con el cuerpo,
cayendo también. Ninguno de los dos se movió. Pero seguían respirando. Sion
veía como subía y bajaba la espalda al hacerlo. Pero el hombre que había caído
primero dejó de moverse poco después.
“¿No vas a
ayudarle?”
El silecion
de Sion fue la respuesta a la pregunta de Nezumi.
“¿Qué pasa?
Normalmente le habrías ayudado enseguida.”
“No puedo.”
Sentía como
si sus manos y sus pies estuviesen atados a pesas. Incluso mover un dedo suponía
un gran esfuerzo. Mantenerse de pie le estaba costando toda la energía que
tenía. No podía ayudar a los demás. Y además…
Si intentaba
ayudar al hombre, ¿qué haría después? No podía curarle las heridas, ni
consolarle, ni siquiera podía darle agua.
De pronto,
el hombre gimió. Empezó a toser. Volvió a gemir cuando dejó de toser. Lo más
probable es que es tuviese gravemente herido. El gemido estaba lleno de dolor,
como si le estuviesen retorciendo las entrañas.
“Que alguien…
me ayude…” gimió el hombre. Luchaba por
respirar como un animal herido. “Por… favor…”
Sion se tapó
los oídos. Cerró los ojos. Sabía que estaba siendo un cobarde. ¿No había
aprendido, muchas veces ya, lo cobarde y vergonzoso que era intentar no ver,
intentar no escuchar?
Mira. Escucha. No intentes buscar excusas.
Lucha contra todo aquello que intente hacer que lo hagas. Tus enemigos no están
siempre fuera de ti. También están en tu interior. Tienes que luchar contra la
parte de ti que quiere hacer que apartes la vista de lo que no quieres ver y
hacer que no escuches lo que no quieres escuchar.
Lo sé. Lo sé, Nezumi. Pero ahora mismo no
puedo hacerlo. Ahora mismo, soy lo más débil y frágil que existe. No puedo
soportar seguir escuchando o mirando.
El hombre
levantó la cara. Sus miradas se cruzaron. Para su total desgracia, sus miradas
se habían cruzado. Sion retrocedió. El hombre estaba muriendo. Estaba al borde
de la muerte, pero no era capaz de morir, y estaba sufriendo por ello.
“Ayuda… me…”
Quizás tenía
los huesos rotos; quizás tenía hemorragias internas: espuma manchada de sangre
salía por la boca del hombre. Su cuerpo estaba convulsionando. Para el hombre,
morir era la única salida al sufrimiento. Pero hasta la Muerte se reía de él.
No iría a por él tan fácilmente. La poca vida que le quedaba al hombre volvía a
él una y otra vez.
Se arrastró
hacia ellos. Su mirada nunca abandonó a Sion. Sus ojos eran como una ciénaga y
una caverna sin fondo al mismo tiempo.
“Ayuda…me…”
Por favor. Salvadme. Liberadme de este
sufrimiento. Dejadme descansar – oh, por favor – dejadme estar en paz.
Sion se
tragó la saliva que tenía en la boca. Antes de darse cuenta, se estaba
arrodillando al lado del hombre, que estaba tumbado boca arriba. Su largo
cuello asomaba por la camisa, que estaba destrozada. Era un cuello delgado,
fibroso y patético. Lo más seguro es que antes de acabar allí no había llevado
una buena vida. Era impresionante que hubiese durado tanto.
El hombre
miraba únicamente a Sion. Una ciénaga, una cueva sin fondo. En aquella
profundidad no se reflejaba nada, no había nada. No parpadeaba. Lo único que se
movía eran sus labios ensangrentados.
“¿Por qué…
he tenido que…?” dijo con la voz ronca.
Sí. ¿Qué
había hecho ese hombre? ¿Por qué tenía que pasar por algo así? Era un residente
del Bloque Oeste: ¿aquella era la única razón por la que tenían que aplastarle
como a un insecto? ¿Por qué tenía que sufrir tanto?
“¿Por qué…?
¿Por qué…?”
Los labios
del hombre no dejaban de moverse. Usando sus últimas fuerzas, repetía la
pregunta una y otra vez.
Dímelo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por
qué?
Sion negó
con la cabeza.
No puedo contestarte a eso. No tengo
respuesta.
“Lo siento,”
susurró. Lo único que podía hacer…
Puso los
dedos alrededor del cuelo del hombre. Estaba húmedo, pero frío. Todo lo que
tenía que hacer era apretar un poco. Dejaría de respirar sin dolor, lo más
seguro. Entonces descansaría en paz. Lo
único que puedo hacer, es apretar y asfixiarlo.
Notó la
carne y el hueso en sus manos, en sus dedos. Las leves convulsiones y el pulso.
El hombre abrió la boca, y de ella salieron espuma ensangrentada y un gemido.
No dejaba de mover la punta de la lengua. A Sion le temblaron los brazos. No
tenía ninguna fuerza en ellos.
“Para, es
suficiente.”
Le cogieron
del hombro y le apartaron. A Sion le resbalaron los dedos como si el cuello
estuviese cubierto de algo viscoso.
“No es tan
fácil.”
Sion se giró
y miró a Nezumi. Durante un instante, una sombra atravesó aquellos ojos grises.
Era una sombra coompasiva.
“Nezumi, yo…”
“No puedes
hacerlo.” Un suspiró escapo de sus labios. “Creo que ser Verdugo se te daría
peor que ser actor.”
Apartando a
Sion, Nezumi avanzó. El hombre estaba tumbado boca arriba, respirando con gran dificultad.
A cada exhalación la acompañaba un gorgoteo. Tenía los dedos doblados, cogiendo
el aire. El sufrimiento no había disminuido lo más mínimo. El hombre se quedó
quieto, gorgoteando como si hubiese perdido hasta la fuerza para retorcerse de
dolor. Nezumi se arrodilló sobre una rodilla, se agachó y le susurró.
“¿Duele?”
Su única
respuesta fue la respiración del hombre.
“Tranquilo.
Te sentirás mejor enseguida.”
“Sentirme…
mejor…”
“Sí. Lo has
hecho bien. Vas a dejar de sufrir. Relájate y cierra los ojos.”
“He…
cometido crímenes…”
“¿Crímenes?”
“Una vez… le
pegué… a un niño…”
“Mm-hmm.”
“Engañé… a
un anciano… y le… robé…”
“Mm-hmm.”
“He dicho…
muchas… muchas mentiras….”
“Mm-hmm.”
“He…
traicionado… a mucha… gente…”
Nezumi se
puso los guantes de cuero. Entonces, acarició la mejilla del hombre con
suavidad.
“Bien. Lo he
escuchado todo. No pasa nada, estás perdonado.”
“Per… donado…”
“Sí. Se te
han perdonado todos tus crímenes. No tienes nada que temer.
La mano de
Nezumi descansó sobre la boca y la nariz del hombre.
“Has
aguantado. Has vivido. Te admiro profundamente, y voy a dedicarte una canción.”
“Una canción…
para mí…”
“Para ti.”
Con la mitad
inferior de la cara cubierta, el hombre entrecerró los ojos. Estaba sonriendo.
Sion no podía creer lo que estaba viendo. Se quedó anonadado mirando los ojos
del hombre, ojos que se había suavizado.
Está sonriendo.
“Cierra los
ojos. ¿Ves? Todo el sufrimiento… va a desaparecer.”
Una leve
melodía atravesó el aire. Suave, cadenciosa, los sonidos se superponían. Sion
sintió como su propio cuerpo se elevaba. No pesaba nada, y flotaba con la brisa
como si fuese algodón. Como si fuese un pájaro, encaró la corriente de aire y
se elevó. Se había liberado.
Su canción roba las almas de las personas
que sufren porque no pueden morir. Al igual que el viento esparce los pétalos
de las flores, su canción separa el alma del cuerpo.
Eso era lo
que le había dicho Inukashi. No era mentira. Estaba guiando su alma. La estaba
llevando sin ningún esfuerzo hacia un lugar que no estaba allí. La estaba
robando.
Odorokubeki!!! me fascino este capitulo!!
ResponderEliminarojala existiese alguien como Nezumi T_T
gracias por la traducción espero la proxima!!
Muchas gracias por tu trabajo!
ResponderEliminarkyaaa~ casi no pude leer la parte donde sion trata ;_; por favor! continua! wahhh !! arigato por traducir!
ResponderEliminarEstoy en ello, pero ultimamente entre unas cosas y otras... xD
Eliminar; u; excelente trabajo, muchisimas gracias por tu arduo esfuerzo.
ResponderEliminar