Capítulo 2
Una canción del pasado
Nezumi
levantó la cara. Tenía el ceño ligeramente fruncido.
“¿Qué? ¿Qué
acabas de decir, Sion?”
“He dicho
que quiero ir.”
Sion dio un
sorbo a su taza de agua caliente. El poco azúcar que tenía mezclado le daba un
punto dulce. El azúcar era considerado un artículo de lujo en el Bloque Oeste.
Hacía mucho tiempo que Sion no había tomado agua que supiese a algo.
“He dicho
que quiero ir a verte actuar.”
“¿Por qué?”
“Bueno… por
nada en particular. Simplemente quiero ir.”
Nezumi bajó
la cara y cerró el libro que estaba leyendo con un golpe seco.
“Eso no es
una respuesta. Si estás buscando algo para matar el tiempo, considera otras
opciones.”
“No tengo tiempo
libre para matar. Tengo que ir a lavar los perros por lo menos dos veces por
semana, y le he prometido a Kalan y a los demás que les leeré unos libros.
También he empezado a trabajar a tiempo parcial para Rikiga-san. De hecho,
estoy a punto de irme.”
“¿Trabajar a
tiempo parcial? ¿Para el viejo? Espero que no sea haciendo algo tan sumamente respetable como hacer fotos a mujeres desnudas.”
“No, me
encargo de los recados y de algunas cosas más. Ordenar recibos, limpiar la
oficina y cosas así. La verdad es que Rikiga-san tiene mucha variedad de
negocios. No tenía ni idea.”
“Bueno, me
apuesto a que a mis ratones le salen alas antes de que ese viejo empiece a
manejar negocios decentes. ¡Ja! Más
te vale tener cuidado Sion. Quien sabe cuando va a aparecer alguna mujer y se
te va a tirar encima con un cuchillo como le pasó a Rikiga.”
“No creo que
vuelva a pasar algo de eso,” dijo Sion escépticamente. “Rikiga-san lleva un
tiempo diciendo que ya ha tenido suficientes mujeres.”
“Pura
palabrería. Adora a las mujeres. Lo lleva en la sangre. No puede vivir sin
ellas. Si le dieses a elegir entre el alcohol y las mujeres, probablemente
escogería el alcohol después de pensárselo mucho.”
“No endulzas
lo que dices, ¿eh?”
“Al
contrario que tú, no voy sobrado de amabilidad.”
Nezumi se
levantó. Un pequeño ratón marrón se subió a su hombro como si hubiese estado
esperando. Era Cravat, ratón al que Sion había puesto ese nombre por el color
de su pelo.
“¿Es algo
malo ser amable con todo el mundo?” Las
palabras de Sion se endurecieron. Algo temblaba en su pecho. Y ese temblor
hacía que le costase respirar. Aquel era un sentimiento que nunca habría
conocido de haberse quedado en No. 6. Diversas emociones se retorcían en su interior.
Formaban patrón tras patrón, como un caleidoscopio.
A Sion le
había sorprendido el tamaño de sus emociones, y la agitación de las mismas,
desde que había empezado a vivir en el Bloque Oeste. Su corazón se estaba
deshaciendo de su capa exterior. Su alma estaba renaciendo al escapar de la
capa rígida y tensa que la envolvía.
Nezumi dejó
el libro en la estantería y cogió su capa.
“Palabras
amables que no hieren a nadie - ¿qué significado tienen?” Nezumi se envolvió la
prenda de superfibra por los hombros y se puso los guantes. “Todo lo que sale
por tu boca es amable e indiferente. Igual que el piar de los pájaros o el
zumbido de los insectos. Es bonito, pero no se queda grabado en ninguna parte.
Ni siquiera en ti mismo.”
“Nezumi-”
“Sion, no
eres amable. Lo que pasa es que no quieres hacerte daño. Por eso quitas las
espinas a todo lo que dices. Sin ningún sentido de la responsabilidad, escupes
palabras que ni duelen ni hacen bien. Admítelo – tengo razón.”
Sion no
podía negarlo del todo. No podía cabrearse ni quejarse de que Nezumi le estaba
insultando. Las palabras de Nezumi estaban llenas de espinas. Si Sion no tenía
cuidado al tocarlas, éstas se clavarían en sus dedos, haciéndolos sangrar.
Quizás, al compararlas, sus palabras si que fuesen indiferentes.
Sion no
pensaba que evitar herir a alguien fuese algo malo. Si pensaba que aquella
amabilidad fuese inútil. También sabía
que Nezumi no estaba criticando su amabilidad.
Palabras
amables que no herían a nadie y palabras que no cargaban con el peso de sus
consecuencias… No. 6 estaba repleta de ellas.
Que pena. Alguien debería hacer algo al
respecto.
Que desgracia. Lo siento de todo corazón.
Nos esforzaremos al máximo. Nos dejaremos la
piel.
Tenéis que llevaros bien con todo el mundo.
En un
ambiente como aquel, inconscientemente se había olvidado del significado y del
peso de sus palabras. Pero la amabilidad, preocupación, promesas y amor
superficiales no tenían ningún valor. No eran más que algo repulsivo. Sion ya
se había dado cuenta sin necesidad alguna de que Nezumi se lo dijese. Lo sabía,
pero deseaba poder fingir que no.
Nezumi había
visto lo que había en las profundidades del corazón de Sion. Y el resultado de
la irritación producida por la amabilidad y humildad artificiales de Sion había
sido aquellas palabras llenas de espinas. Sion sabía que merecía pincharse con
ellas. Pero –
“Siempre voy
en serio cuando hablo contigo.”
Nezumi se
giró.
“¿Hm? ¿Qué
has dicho?”
“No…” Si se
liaba con su respuesta, era probable que Nezumi se irritase aún más. Pero Sion
tenía la sensación que le pesaba la lengua, de ésta que se negaba a moverse.
Estoy aquí, frente a ti, y voy en serio.
Aquellas palabras pesaban – pesaban tanto que a Sion se le hacía difícil el
pronunciarlas.
Cravat, que
estaba subido en el hombro de Nezumi, empezó a hacer ruiditos.
¡Chit, chit! ¡Cheep, cheep, cheep!
“Mierda,
llego tarde.” Dijo Nezumi con un tono de voz calmado. No quedaba ni rastro de
la irritación de hacía unos momentos.
“Hasta
luego, Sion. Ya te lo he dicho antes, pero ten cuidado cuando estés trabajando
en la oficina del viejo.” Con eso, Nezumi se fue. Sion se quedó solo – bueno,
puede que no tan solo. Hamlet y Tsukiyo, los ratones, estaban durmiendo en su
regazo.
Sion les
acarició la cabeza con los dedos, y dio otro sorbo a la taza de agua caliente
endulzada. Estaba buenísima. Pensó que quizá la expresión “dulce néctar” se
refería a aquello.
Los días que
Sion había pasado en el Bloque Oeste habían afilado rápidamente sus sentidos, y
sin que él se diese cuenta: vista, oído, olfato, tacto y sabor. Cuando vivía en
No. 6 podía comer tanta comida “deliciosa” como quisiese, hasta estar lleno.
Había podido. Si lo deseaba, podía conseguir cualquier carne, verdura, pescado,
dulces o frutas sin límite alguno. Cuando se había mudado a Lost Town, su selección de comida había disminuido
considerablemente en comparación a cuando vivía en Chronos, pero apenas había
notado la diferencia.
El pan y las
tartas de su madre estaban deliciosos, y no se cansaba de comerlos. Pero Sion
sentía que incluso aquel sabor no penetraba tan hondo en su corazón como el
sabor de aquella taza de agua caliente.
Se terminó
la taza. La calidez llegó hasta sus dedos y llenó de fuerza su cuerpo.
“Bueno, hora
de irse.”
Sion dejó
con cuidado en la cama a Hamlet y a Tsukiyo y se levantó.
“Pero, ¿no
creéis que he aprendido muchísimo desde que vine aquí? Hasta puedo ordenar
recibos escritos a mano. Y dice que friego el suelo y los platos tan bien como
cualquier hombre hecho y derecho. Hecho y derecho. Puedo estar orgulloso de mí
mismo, ¿no?
Estoy ganándome el pan usando mi cuerpo y mi
cerebro. Puedo estar orgulloso de mí mismo, sin importa que tipo de trabajo sea
ni lo poco que gane. ¿Verdad?
Tsukiyo
levantó la cabeza y movió las orejas, como si estuviese asintiendo.
Tch. Nezumi apretó los dientes. Inútil, reprendió mentalmente. No se
refería a Sion. Estaba hablando de sí mismo. Cravat gritó con suavidad desde su
capa.
¡Skreet, skreet! ¡Cheep, cheep, cheep!
“Cállate. No
hace falta que me lo digas; ya lo sé. Lo que estaba haciendo era pagar mi
frustración con Sion. Ya lo sé.”
A veces –
aunque muy pocas – las emociones de Nezumi se volvían inestables cuando estaba
cerca de Sion. Perdía el control y decía todo lo que pensaba tal cual.
Chocaban, haciendo saltar chispas. Nezumi nunca había tenido intención de
condenar a Sion. Sabía que el mismo no era lo suficientemente justo o fuerte
como para tener derecho a hacerlo. Pero dudaba cuando estaba con Sion.
Su corazón,
que quería odiar y rechazar todo lo que tenía que ver con No. 6, dudaba.
No. 6. La
ciudad estado más detestable que existía sobre la faz de la tierra. No era
ninguna utopía ni ninguna ciudad sagrada. Aquellos nombres no eran más que una
farsa. En cuanto hiciese una grieta en aquella fina capa, el monstruo revelaría
su verdadero aspecto.
Un monstruo
que devoraba a las personas.
No dudaba a
la hora de destruir lo que tenía alrededor ni de masacras tribus enteras si
significaba prosperidad para sí misma. Saqueaba, lo absorbía todo y dominaba.
Algún día, acabaré con ella. Para
Nezumi, No. 6 era un oponente que tenía que derrotar con sus propias manos, una
existencia que tenía que desaparecer del mundo.
Pero dentro
de ese monstruo tan grotesco vivía un chico como Sion. Sion había acogido a un
intruso, un VC – término que se usaba en No. 6 para designar a los convictos
violentos – en su casa, había curado sus heridas, le había dado de comer y un
sitio en el que dormir, y había terminado perdiendo su estatus de élite por
ello. Sion lo había perdido todo, y aun así se lo había confesado a Nezumi.
Da igual las veces que vuelva a aquella noche,
volvería a hacer lo mismo. Abriría la ventana y te esperaría.
Eran unas
palabras claras y sinceras. Palabras que le habían atravesado el corazón. Durante
un instante, de lo único que había sido capaz Nezumi había sido de mirar
fijamente y sin pestañear a Sion. Sion no había usado aquellas palabras a forma
de demostrar una amabilidad superficial, y Nezumi estaba seguro que la gente
que tenía a su alrededor era igual que él.
La madre de
Sion tenía una fe inquebrantable en que su hijo volvería, y pensaba
constantemente en él mientras esperaba a que volviese. Según los ratones que
Nezumi había enviado como mensajeros, las magdalenas y el pan que hacía estaban
buenísimos, tanto que le hacían a uno la boca agua sólo de pensar en ello. Y
también estaba aquella chica con aquel amor tan firme.
Ese era el
tipo de gente que Sion tenía alrededor – aquellos que se esforzaban al máximo
día a día. Sus palabras eran sinceras, no eran condescendientes con los demás,
y vivían dignamente. Esa gente vivía dentro de aquel monstruo.
Si no
hubiese conocido a Sion, nunca habría imaginado algo así. Habría continuado
despreciando a todos y cada uno de los ciudadanos de No. 6 y deseando la caída
de la ciudad.
Pero le había
conocido.
Y habría
aprendido.
¿Puedo seguir odiando, aun sabiendo eso?
Dudaba.
Perdía la compostura. Se volvía indeciso.
Nezumi se
detuvo y de giró. La muralla exterior de No. 6 reflejaba la tenue luz del
crepúsculo. Su brillo rojo le recordaba al fuego. Hace mucho, mucho tiempo,
había visto ese color, y había dejado una huella marcada a fuego en sus
recuerdos. No era ni carmesí, ni bermellón, ni rojo. Era una mezcla de los tres – un color tan
indescriptible como el caos.
Nezumi
seguía viendo aquel color incluso después de haber salido del bosque y haber
atravesado el mercado. Lo más probable es que no se olvidase de aquel color en
la vida.
Ardía.
Casas, árboles, su hermana recién nacida y su madre que la tenía en brazos.
Todo ardía.
“¡Corre!” había
gritado su madre mientras ardía. Su precioso cabello, su piel, su cuerpo… eran
una masa de llamas. Su padre había cubierto el cuerpo de su madre con el suyo,
moviendo las manos frenéticamente intentando apagar el fuego. Un soldado de No.
6 les apuntó con un lanzallamas.
Brotó más
fuego.
Su padre, su
madre y su hermana desaparecieron entre
las llamas, que ardían con fuerza. El shock de calor y dolor superó a Nezumi y
le hizo caer al suelo.
Duele. Quema. Tengo miedo.
Quema, quema, quema, quema, quema, quema,
quema.
“¡Corre!” El
gritó de su padre atravesó las llamas. “¡Corre! Aunque seas el único que se-”
Entonces, todo
se desmoronó. Nezumi lo había visto todo. Se suponía que lo había visto todo.
Pero no se acordaba. Lo único que recodaba era el color de aquellas llamas
furiosas y su rugido – el sonido de las llamas no era más que eso, el rugido de
una bestia – y la espalda de una anciana.
Una anciana
le llevaba cargado a la espalda mientras corría. Su espalda era huesuda, e
incluso a su edad, a Nezumi le pareció muy pequeña. Pero era firme. Su espalda
y sus piernas eran robustas.
La anciana
corrió, atravesando las llamas, el calor que desprendían y a los soldados de
No. 6. Atravesó los matorrales de un camino sin marcar y cruzó un pequeño
riachuelo.
Nezumi
estaba vivo gracias a aquella mujer. Había sobrevivido.
Una vez que
Nezumi se había recuperado de las quemaduras lo suficiente como para moverse,
la anciana empezó a hacer los preparativos para emprender un viaje.
“Tenemos que
alejarnos del demonio,” murmuró la mujer como para sí misma. “Pero volveremos.
Volveremos para vengarnos.”
Mientras se
desplazaban de las tierras yermas a las tierras inferiores que más tarde se
conocerían como el Bloque Oeste, la mujer hablaba día y noche.
Hablaba, una
y otra vez, de los últimos momentos de la Gente del Bosque, de los actos
inhumanos que más tarde se grabarían para siempre en los recuerdos de unos
cuantos como el incidente conocido como la Masacre Mao. Sus historias
continuaron aún después de haberse instalado en un sótano en el Bloque Oeste.
Nezumi creció enterrado en libros, escuchando las historias de la anciana.
Nunca sintió que le faltase nada. Pero la cicatriz que tenía en su espalda
dolía, como si reaccionase a las historias de la anciana. La voz de su madre y
los gritos de su padre resonaban en su mente. Aquello le dolía.
¡Corre!
Aunque seas el único que se-
Cada vez que
lo recordaba, la cicatriz le latía con más fuerza. Era como si la cicatriz se
estuviese retorciendo por eso. La mujer siempre miraba a Nezumi en silencio
mientras éste aprataba los dientes y soportaba el dolor. Su mirada era fría,
inexpresiva.
La anciana
también estaba llegando a su límite mental. Su propio odio, desesperación y
angustia amenazaban con aplastarla. Su lucha estaba muy cerca del borde de caer
en la tentación de la muerte. Nezumi sentía, por instinto, no por lógica, la tormenta
de emociones que se estaba formando en su interior.
Aquella
noche, estaban durmiendo en las afueras del Bloque Oeste. Fue unos cuantos días
de que terminasen por establecerse allí. Como era normal, habían encendido un
fuego y habían dormido cerca de él. Durante un tiempo, el cuerpo de Nezumi se
encogía cuando veía fuego. Ese color, ese rugido, esos gritos atravesando su
cuerpo, y su cicatriz le quemaban.
Pero en
cuestión de un año, su miedo había desaparecido.
El fuego era
algo esencial para mantenerse caliente y para asar carne. Si seguía temiéndolo,
moriría congelado. Nezumi había llegado a una conclusión.
Lo que da miedo son las personas, no el
fuego.
Siempre se
turnaban vigilando el fuego después de dormir unas cuantas horas.
“Duerme
hasta que amanezca, cuando el cielo del este empiece a aclararse. No tienes por
qué sentirte culpable. Los ancianos no necesitamos dormir mucho.”
Fue justo
antes de que Nezumi se fuese a dormir. La anciana había sonreído, cosa que casi
nunca hacía, mientras echaba una rama seca al fuego. Las llamas murmuraron con
suavidad. Fue más como el ruido que hacían los ratones que un rugido.
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